Día de gloria. Mis dos hijos a mi vera. Charla agradable y sesión de cine compartida: El tercer hombre, que Iván no había visto. Qué maravilla... cada plano, cada frase, cada gesto. Una obra de arte que calienta el alma. Además, siempre tengo la impresión de volver a oír a mi abuela con ese acento austríaco... Abuela querida, siempre derramando cariño a manos llenas.
Hay que volver al cine clásico, a la literatura. A las obras de arte con mayúsculas, en medio de este ruido ensordecedor.
En un receso de la película, breve diálogo con mi hijo Pablo, el pequeño, que vive la etapa de adolescencia EN TODO SU ESPLENDOR y a mí me pilla un poco con el pie cambiado. Cansado de tanta guerra. Como Teresa Batista, oh Jorge Amado que me salvaste la vida a los 25 años aquella tarde en Gibraltar, pero sin las indudables ventajas del trópico.
Aprovechando que lo tenía a tiro en algún momento, surgió. Que si no me llama nunca, que si patatín... Ya se sabe, viejo querido, "un padre puede con 10 hijos y 10 hijos no pueden con un padre".
—Es que pasas completamente de mí— no puedo dejar de superponer la imagen de ese oso que me abrazaba a todas horas. Los cientos de miles de impertinencias, los desplantes, las barbaridades que osé decirle a mis viejos vienen ahora a visitarme. Things change... pero qué desfase más extraño se produce entre el tiempo cronológico y el tiempo afectivo en el alma de un padre.
—No. No es cierto, papá.
—¿Ah, no...?— alcanzo a decir con un mortecino rayo de esperanza.
—No. No paso de ti. Paso de todo el mundo.
OLE MI NIÑO.
domingo, 1 de noviembre de 2015
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