Uno de los problemas más difíciles de resolver en esta época de interrupciones permanentes y bombardeo constante de novedades es la generación de un criterio firme. Recuerdo una canción de Franco Battiato que decía "busco un centro de gravedad permanente".
¿Cómo transmitir a las jóvenes generaciones los valores que han resistido el paso del tiempo, el amor a los libros, el cine de calidad, el pensamiento científico?
¿Cómo aprender a utilizar los recursos que ofrece Internet -virtualmente ilimitados- para "ganar tiempo" en lugar de perderlo miserablemente con fotos estúpidas, chismes, frases escritas con la ortografía de un deficiente mental, nadas varias?
Hace 30 años resultaba impensable disponer de un depósito de información tan formidable como Internet. Un depósito que no para de crecer día a día. Hoy todo el mundo publica: textos, fotos, música, lo que sea. Se ha eliminado el filtro natural que suponían las editoriales, los sellos discográficos, los críticos. Se tiran botellas al mar a medio cocer y se dan por buenas.
La formación lo es todo. La formación permanente, ya que el progreso se ha acelerado de una manera endiablada. Pero al mismo tiempo es preciso volver una y otra vez a los valores ciertos de nuestra cultura, justamente porque han sobrevivido a toda clase de circunstancias históricas y siguen diciéndonos cosas importantes.
Están ahí. Solo hay que extender la mano. Cervantes, Dostoievski, Proust, Schubert, Mahler, Schönberg, Godard, Antonioni, Erice, pero también Newton, Maxwell y Einstein, la belleza de la matemática, la elegancia del espíritu humano al explicar los misterios del universo. La necesidad de saber como parte esencial del ser.
Es preciso barajar de nuevo y cortar por lo sano. Volver a aprender qué tiene realmente importancia y qué resulta prescindible. Todo es igual a nada.
Un centro de gravedad, un criterio permanente.
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