Sí. Estoy sentado frente al río. Por aquí llegó mi abuelo en 1931 y aquí aprendí a nadar. Es un día de otoño, hojas secas, soledades, hermanos de Agronomía.
El Río de la Plata está sucio, como siempre. El Graf Spee seguirá durmiendo frente a Montevideo, la ciudad de Manuel. La ciudad a la que Manuel nunca regresó. Porque cuando uno se va, se va. Se va para siempre porque si volviera dejaría de respirar. Aunque ella te diga que para dormir hay que sincronizar los latidos de tu corazón con la respiración. ¿Qué hay que sincronizar? ¿La muerte de los amigos, tu propio destino, el tango que no cesa? La certeza de no verte más.
Mi avión no despega a causa de la niebla. La camarera detecta mi acento español y me pregunta en qué ciudad vivo. Sueña con viajar lejos. No es la única.
Buenos Aires es una estación espacial de paso a otros planetas. Todos están locos, todos hablan sin parar porque les han dicho que antes de subir al cohete que los sacará definitivamente de aquí es mejor mantener la boca abierta, así se mitiga el dolor del despegue. 11,2 km/s. Velocidad de escape.
—Estoy muy loco, Martín. No puedo parar de hablar.
No. No lo van a hacer. No van a drenar el río porque no quieren que aparezcas. Vos y todos los demás. Se ven los veleros, se intuye la costa uruguaya. En otra vida Uruguay era "el extranjero", otro país, viajar, salir de aquí.
El tango murió hace décadas y, como vos, sueña tu regreso. Vas a volver, Martín. Están todos esperándote, la mesa preparada. Los muebles, los discos de Serrat, los libros de casa. Todos vivos y extraordinariamente jóvenes.
También yo soy Buenos Aires.
viernes, 17 de junio de 2016
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario