miércoles, 11 de julio de 2018

Mineros

El reciente rescate de los niños encerrados en una cueva de Tailandia, una noticia maravillosa, me recordó la imagen de los mineros -gente de trabajo, de sacrificio, la mejor gente que hay- rescatando a sus compañeros.

Hay que ver a esos hombres recios, con espaldas como troncos, cubiertos de hollín hasta el alma, quebrarse y echar a llorar cuando logran sacar a uno de los suyos sepultado entre los escombros.

¿Acaso hay gente que ha nacido para sufrir? ¿Gente destinada a los peores trabajos, los que nadie quiere hacer? ¿Se puede ser feliz si una enorme parte de la humanidad es infeliz? ¿Cómo es posible que hayamos llegado al extremo de insensibilidad total?

Ni siquiera tener dinero garantiza la felicidad. Nada. Todo rencillas, hermanos repartiéndose la herencia en vida de los padres, padres chantajeando a unos y otros, impidiéndoles hacer su propia vida, heridas que no cerrarán nunca. Por amor al comercio. Gente incapacitada para hacer nada por sí misma, especulando con lo que va a recibir o dejar de recibir.

El famoso comienzo de Anna Karenina: "Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada".

Los socialistas utópicos del siglo XIX, los anarquistas, revolucionarios de toda clase y condición intentaron crear el concepto de hombre nuevo. El propio Dostoievsky, que llegó a convertirse en la conciencia moral de Rusia, se escandalizaba por las terribles condiciones existenciales de los siervos rusos en pleno siglo XIX. Y terminó en Siberia.

De momento, el capitalismo salvaje ha ganado la partida. Nos dice textualmente: la naturaleza humana es lo que ves, nada puede cambiarla. La solidaridad no está en nuestro ADN. El poder de la ambición es tal que nadie parará quieto hasta maximizar su beneficio. ¿Y una vez que lo ha logrado, si es que lo logra? Se dedicará a hacer cualquier barbaridad, por la simple razón de que puede hacerlo. Como ciertos personajes que prefiero no nombrar.

¿Y dónde queda entonces la gente como el buzo que se ofreció voluntario para rescatar a los niños de la cueva y pagó con su vida?

Gente así puede llamarse ser humano con todas las letras.

¿Debemos llegar al límite, a una situación totalmente desesperada como la que se dio en Tailandia, 12 niños que ni siquiera sabían nadar y se meten en la boca del lobo (mención especial para quien los metió allí) para reaccionar?

Entonces el ser humano regresa. La enorme fuerza solidaria se pone en marcha, como sucedió en el caso del Prestige y de tantos otros.

El ser humano no es Trump. Es otra cosa. Está ahí, sepultado bajo toneladas de insensibilidad aprendida. Años de pensar solo en sí mismo.

Menos la gente minera, claro.

Ya lo dijo Bertold Brecht: hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.






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