La tripulación del pesquero Nuestra Madre Loreto vuelve a casa después de una travesía a la desesperada. Se trata de gente sencilla, de trabajadores que hacen una faena dura, agotadora. Que se ganan el jornal de forma honesta. Tan lejos de los marchantes de almas...
Cada día de navegación para estos barcos está medido, todo está calculado para que salgan las cuentas, pero los pescadores no piensan en cuentas de resultados. Se quiebran cuando ven a alguien que sufre, como los doce inmigrantes que recogieron en el mar. Solo los pobres se conmueven al ver a otro aún más pobre.
Libia se ha convertido en un infierno, un estado fallido en el que las vidas de los subsaharianos no valen nada. Así que los pescadores españoles, gente aguerrida, gente de ley, decidieron que no podían devolverlos a una muerte segura.
Empezó para ellos una particular odisea, en esta Tierra de almas de hormigón armado, de fascistas que vuelven, nazis disfrazados y burócratas obsesionados con que las cuentas cuadren. Espero que Salvini o sus familiares nunca necesiten una mano de nadie.
¿Qué más le da a un burócrata europeo o a un político local recortar de aquí y allá? ¿Acaso él o sus familiares dejarán de ser operados aunque se dediquen a cerrar hospitales? ¿Se quedarán con 400 euros -si alcanza- cuando llegue el momento de la jubilación? ¿Sus adocenados hijos de papá dejarán de viajar cada vez que les apetezca y de educarse en colegios de pago aunque aumenten las matrículas de las universidades públicas hasta impedir que los hijos de los trabajadores puedan formarse? Todos esos ricachones de misa diaria. ¿Dios les habla? ¿Qué coño les dice? Porque pensar que Dios bendice que catorce lo tengan todo y haya gente que merezca estar encerrada sine die en campos como los de Lesbos donde hasta los niños piensan en el suicidio o haya náufragos condenados a ahogarse en su propia angustia no habla precisamente bien de la divinidad. ¿A qué Dios le rezan?
Pascual Durá, patrón de la nave, dice: "no puedo vivir pensando que una sola persona falleció en el mar por mi culpa, pero después del castigo que estamos sufriendo por hacer lo correcto me pregunto en qué mundo vivimos".
Hacer lo correcto. ¿Qué debemos hacer? Muchos otros se hicieron esta misma pregunta a lo largo de la historia. Vivimos en un mundo pleno de frío glacial en los corazones, de hipocresía y de amor envuelto por El Corte Inglés. De gente que se da golpes en el pecho diciendo "Santo, santo, santo" cuando en realidad son diablo, diablo, diablo.
Y también están los pescadores que no se lo piensan dos veces antes de mandar a paseo la pesca, que es el sustento de sus familias, y sacan del mar a seres humanos que son marea negra: nadie los quiere. Hombres justos.
Los pescadores de Alicante, los mineros que rescatan a sus compañeros arriesgando la vida, los médicos que lo dejan todo y se van allí donde nadie quiere ir, los misioneros que piden el peor destino y se hacen más revolucionarios que el Che, los cooperantes españoles, la gente de la Cruz Roja. Esos son los verdaderos semidioses de nuestro tiempo. Gente digna de llamarse ser humano.
Me siento orgulloso de pertenecer a la misma sociedad que la tripulación del barco alicantino. He viajado lo suficiente como para ver hasta qué punto se entregan los cooperantes españoles en las cuatro esquinas del mundo. Quien salva a un ser humano salva a la humanidad entera. Es así.
Ese es el Imperio en el que no se pone el sol por el que vale la pena vivir y luchar: el de la gente empeñada en que no haya soledad. Contra viento y marea.
sábado, 22 de diciembre de 2018
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