lunes, 11 de abril de 2022

El Tajo siempre estará ahí

Desde Cais do Sodré parte un barco que cruza el Tajo y une Lisboa con Almada, la Lisboa obrera de la que proceden todos los hombres y mujeres que hacen que la ciudad de los turistas funcione. Los seres invisibles que limpian, fijan y dan esplendor.

Al amor de mi vida lo conocí en ese barco, que se llama cacilheiro. Ambos estábamos en pareja, ella y yo. 

Un día gris de octubre lisboeta tomamos el mismo cacilheiro para ir a Almada. El barco estaba repleto y nuestros ojos se cruzaron por un instante. Fue un relámpago, un golpe seco y fulminante como del rayo que no cesa. Así debió haber comenzado la vida sobre esta tierra oscura.

No pudimos dejar de sostener la mirada durante todo el trayecto. Nos dijimos todas las cosas que un hombre y una mujer pueden decirse en vida. Con los ojos. Solo con los ojos.

Tuvimos hijos, nos amamos, nos odiamos, nos perdonamos. Empezamos de cero cuantas veces hizo falta y alguna más.

Cuando el barco llegó a la otra orilla se produjo una avalancha de gente que regresaba a sus casas y debía recoger a los niños, preparar la comida, clasificar botellas, vender pescado.

Nos buscamos como si se nos escapara la vida pero no dimos con nosotros. No volví a verla jamás, pero desde entonces no ha pasado un solo día sin que piense en ella y en lo que habría sido nuestra vida juntos. Siento que ella también me piensa.

Cuando voy a Lisboa procuro no andar cerca de Cais do Sodré, no sea que la vaya a encontrar y no me reconozca por lo que el tiempo y las soledades han hecho conmigo.



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