Esa mirada encierra todo el dolor del mundo, de chiquilín de Bachín, de mil noches sin sueño. El pibe vale, el pibe tiene talento... lo vinieron a ver de un club...
Diego salió de la nada, como salieron Gatica o el propio Gardel. El pueblo los reconoce como uno de los suyos y se quedan a vivir en el imaginario colectivo. Para toda la Eternidad.
A las almas miserables les encanta hacer leña del árbol caído. Es una compensación por las nadas de sus vidas. Más insignificante el ser, más leña hace del león inmóvil. Bancate vos ser Maradona. Ahí te quiero ver.
A diferencia de Messi y de otras decenas de tipos que tienen la pelota imantada al pie, buenos artesanos, Diego Armando Maradona no solo era un artista, sino un líder, un tipo que levantaba partidos imposibles como Nadal. A base no solo de talento, sino de cojones, carisma y espíritu de sacrificio. Encontrar todas esas cualidades en una misma persona es prácticamente una imposibilidad matemática. En Maradona estaban todas juntas. Cuando triunfó, al tipo que le compraba una Coca-Cola después de sus primeros partidos lo convirtió en magnate. Porque una Coca-Cola en el mundo de donde venía Diego es como tomar un plato de caviar.
¿No te gustaba como persona? Vaya por Dios...
Diego Maradona fue un jugador de fútbol. Punto. Un jugador de fútbol que se echó a la espalda a un país entero que acababa de perder una guerra y lo hizo sonreír.
A mí y a otros millones como yo esa sonrisa aún nos dura, décadas después. Se ganó el respeto de sus enemigos en la cancha, que es donde se ven los pingos. Muy poca gente tuvo lo que tuvo el Diego. Gardel, Pelé, Muhammad Ali... Nadal y cuatro más.
Ningún pijo, cheto, fresa o el Sursum Corda puede siquiera llegar a rozar ese vértigo. Solo los hijos del pueblo. Solo los pibes con esta mirada de niño yuntero, envejecido antes de nacer. Con la edad del mundo. Y el fuego de los dioses.
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