viernes, 9 de septiembre de 2022

Cartas de Ultramar VII - Almirante Reis

Recuerdo el café de Almirante Reis, esa parte oscura de Lisboa. Por las tardes íbamos a leer juntos. Nos sentábamos frente a frente y desplegábamos nuestros libros con delicada caligrafía oriental. Um galão. Uma xícara de chá preto

Había un camarero que nos tenía un cariño especial: hay que cuidar a esa pareja de enamorados tan jóvenes que devora libros y toma apuntes en libretas azules. Febrilmente. 

Se acercaba cada tanto y nos preguntaba con inusitada amabilidad si necesitábamos algo. Esa cortesía portuguesa hecha de silencios, de respeto.

Tú te hacías fuerte en las Odas elementales de Neruda y yo degustaba por segunda vez Los tres impostores de Arthur Machen. Recuerdo la sensación de quedarme varado con el protagonista en busca del Tiberio de oro, a diez kilómetros de Londres, regresando a la ciudad de madrugada. Las tres, la hora en que todos los fantasmas nos vienen a buscar. La hora en que los naufragios duelen más si cabe, perdida el ancla de un cuerpo aún joven. Demasiado lejos del puerto incierto de la medianoche, a siglos de distancia del amanecer. Una hora en que hasta Dios duerme y nada ni nadie podrá salvarte de la angustia de estar vivo.

Cierro los ojos y veo el resplandor de la ciudad. Lo veo ahora mismo. Nunca iríamos a Londres ni a Buenos Aires.

Vos, Isabel, mi querida novia, mi musa, estabas bella hasta el daño. No podía dejar de mirarte cada tanto. Y nuestro común amigo me tiraba guiños cómplices. "Um belo casal..." dijo con una media sonrisa. Um belo casal. Sí, eso éramos. Mirando la vida de frente.

Entonces no sabíamos nada de arenas ni de tiempo. Juntos, teníamos toda la vida por delante. Todo el mar.



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