Para aprender a amarte me hacen falta mínimo nueve vidas
En esta primera vida todo sale mal.
En la próxima recién empezamos a ver color, pero un día yo digo algo fuera de tono y chau Buenos Aires, no te vuelvo a ver.
En la tercera llego tarde a la milonga. Vos te acabás de marchar.
En la cuarta tú tienes una casa en la Toscana y yo soy fontanero. Nos vemos brevemente y tenemos un trato cordial, propio de cliente-plomero profesional. No te cobro el IVA.
En la quinta nos enamoramos locamente y luego nos enfadamos sin saber por qué. Yo canto en la calle y tú haces mimo. Somos saltimbanquis con carné y nos emociona la gente que sufre. Y vuelta a empezar.
En la sexta aparecemos en el cuadro de El Bosco y no nos reconocemos. Tú eres un bebé mamut y yo, un monkiki.
En la séptima hacemos el amor en Pratolino y el gigante cobra vida, nos toma en la palma de su mano y nos lleva volando al mirador, desde donde sobrevolamos toda la Toscana.
En la octava no podemos hablar, porque solo nos miramos a los ojos y nos abrazamos como si fuéramos un mismo árbol.
En la novena reímos, cantamos y vivimos en el Botánico.
Y fundamos una empresa de empanadas llaneras. Fracasamos estrepitosamente porque nos las comemos todas en la cocina, antes de que vengan a buscarlas. Terminamos besándonos encima de la mesa, enharinados hasta arriba. La empresa se llama "Al estado que llegó Montilla, Inc."
Nuestros hijos se llaman Enzo y María.
Y son tan hermosos como tú.
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