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miércoles, 19 de octubre de 2022

Cartas de Ultramar XIII - Nueve vidas

Para aprender a amarte me hacen falta mínimo nueve vidas

En esta primera vida todo sale mal.

En la próxima recién empezamos a ver color, pero un día yo digo algo fuera de tono y chau Buenos Aires, no te vuelvo a ver.

En la tercera llego tarde a la milonga. Vos te acabás de marchar.

En la cuarta tú tienes una casa en la Toscana y yo soy fontanero. Nos vemos brevemente y tenemos un trato cordial, propio de cliente-plomero profesional. No te cobro el IVA.

En la quinta nos enamoramos locamente y luego nos enfadamos sin saber por qué. Yo canto en la calle y tú haces mimo. Somos saltimbanquis con carné y nos emociona la gente que sufre. Y vuelta a empezar.

En la sexta aparecemos en el cuadro de El Bosco y no nos reconocemos. Tú eres un bebé mamut y yo, un monkiki.

En la séptima hacemos el amor en Pratolino y el gigante cobra vida, nos toma en la palma de su mano y nos lleva volando al mirador, desde donde sobrevolamos toda la Toscana.

En la octava no podemos hablar, porque solo nos miramos a los ojos y nos abrazamos como si fuéramos un mismo árbol.

En la novena reímos, cantamos y vivimos en el Botánico.

Y fundamos una empresa de empanadas llaneras. Fracasamos estrepitosamente porque nos las comemos todas en la cocina, antes de que vengan a buscarlas. Terminamos besándonos encima de la mesa, enharinados hasta arriba. La empresa se llama "Al estado que llegó Montilla, Inc."

Nuestros hijos se llaman Enzo y María.

Y son tan hermosos como tú.



viernes, 19 de enero de 2018

María

María vive en uno de los países más pobres del mundo, Malawi. Abandonó los hábitos hace algunos años y adoptó a 10 niños con los que tira para adelante. Diez.

Ahora ha conseguido levantar fondos para crear una guardería, un emprendimiento suyo.

María es una fuerza de la naturaleza. En octubre pasado fue operada de los ojos en Sudáfrica y vuelve a la carga. No vuelve, continúa, porque con diez niños a cuestas ya me dirás.

En este decrépito continente europeo además de egoísmos sin límite y ombliguismos recurrentes, -mi obra, mis proyectos, yo, yo y por último yo- solo se oyen quejas. No puedo hacer esto, nadie me echa una mano, no doy abasto. Gilipolleces de niños malcriados. Hemorroides en el alma.

Gente angustiada porque se acercan las fiestas, porque ya estamos en fiestas, porque se han acabado las putas fiestas y empieza la cuesta de enero, el Blue Monday, las rebajas de El Corte Inglés. Los ponía a cavar una zanja hasta Vladivostok. El vodka me lo bebo yo.

Nadie se pregunta qué puede hacer uno por el país, por su gente. Cómo se logra que no haya soledad. Hasta aquellos con fuerza e ideales la desperdician en guerras donde no es amor la empresa. Guerras para desunir, para separar, para ser más débiles si cabe. La República es un ideal para todos los españoles, no para una minoría de privilegiados. En una República Española cabemos todos. Hasta la familia real. Seguro que descubren un montón de cosas que pueden hacer en un mundo en el que no haya españoles con la Flor de Lis. Hay muchísimos sellos por catalogar después de lo de Afinsa.

Es como si la realidad nos debiera algo, por ser quienes somos. Nada menos...

Pues yo te diré lo que somos. Un putísimo pedo cósmico. De nosotros no quedarán ni las risas que provocamos en cuanto doblamos la esquina. Nada de nada. Cero absoluto.

En la Gran Bretaña -ese prodigio de solidaridad europea- acaban de crear una Secretaría de Estado de la Soledad. Luego será ministerio y, finalmente, terminará siendo la única prioridad gubernamental. He ahí el destino de Europa: vivir solo, no hacer nada por nadie y cagar fuego solo, pegado a una repugnante pantalla. Con dinero por gastar en la cuenta corriente.

Tres Marías situadas en puntos estratégicos de la antaño pujante Vieja Dama y llegábamos a Marte el año que viene.

Hay gente que merece el título de ser humano. María de Malawi es un ser humano con todas las letras. Una diosa.

Esa es mi gente. ¡A África, avante a toda señor Rasskin!