Mostrando entradas con la etiqueta Benedicto XVI. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Benedicto XVI. Mostrar todas las entradas

miércoles, 10 de junio de 2020

Teodicea

Hace algunos años publiqué una nota sobre unas declaraciones del entonces pontífice, Joseph Ratzinger, Benedicto XVI.

En mi opinión, Ratzinger fue el papa más intelectual de la historia. No entro a valorar sus posturas ideológicas sobre lo divino o lo humano. Solo la potencia de su cerebro.

Fueron unas declaraciones suyas las que me sugirieron la reflexión, que se titulaba "Dónde está Dios". Se publicó en El País, pero debe estar en algún otro medio online.

Porque Ratzinger visitó Auschwitz y declaró literalmente "uno se pregunta dónde estaba Dios en esos momentos..."

Me conmovió especialmente que fuera un papa alemán -que incluso estuvo involucrado en todo aquello siendo muy joven- quien declarase algo así.

¿Un Dios que se inhibe ante el Mal? ¿Un Dios que no puede contrarrestarlo? Todo ello implica derivaciones inquietantes. Si se inhibe no puede ser caracterizado como el Supremo Bien. Si pierde en ocasiones la partida, difícilmente puede ser Omnipotente.

Un médico se enfrenta a la muerte cara a cara. Toma decisiones en cuestión de segundos. La mayor parte de las veces acierta. Otras, no. Y tiene que seguir viviendo, sonriendo, soñando. Debe asumir los rostros o las manos de jóvenes que se van en la flor de la edad -a veces de manera inexplicable. ¡Cómo es posible... apliqué el mismo protocolo que funcionó tantas veces!- mientras envejece. Es parte de su trabajo.

¿Qué opina un médico de Dios cuando ve agonizar a una niña pequeña de leucemia y sabe perfectamente que no hay nada que hacer? ¿Cómo sigue viviendo? ¿Qué clase de fe puede tener?

Cuando era estudiante asistí a una conferencia del doctor Jahn en la Residencia de Estudiantes. Jahn era un cirujano maravilloso que colaboraba con Médicos sin Fronteras y con cuanta organización humanitaria le saliera al paso. Hay gente que no es de este mundo... como el padre Vicente Ferrer, que cambió el destino de más de un millón de personas en la India. Una persona sola, un millón de almas.

El Dr. Jahn citó el caso de un hospital para niños con espina bífida situado en un remoto rincón de Grecia, un lugar muy pobre.

El lugar era tan miserable que alguien había clavado un osito de peluche en una viga. Era el único juguete en toda la estancia. El oso miraba de cara a las camas y los niños podían verlo. Podían ver su rostro.

Jahn dijo: "está clavado, fijo, inmóvil. Ese oso debe servir para los niños que vendrán".

Recuerdo haber sentido cristales dentro cuando Jahn pronunció esa frase. Los niños que vendrán... niños nacidos exclusivamente para el dolor. Una fila interminable, infinita de seres que no tendrán una vida plena. Una hidra de sufrimiento eterno y frente a ella guerreros de carne y hueso. Cortas una cabeza del monstruo y surgen diez, ciento.

Los médicos son las únicas noticias de Dios con que contamos. Se quiebran también. Pierden la fe. Y han de seguir haciendo su trabajo como si aún creyeran que alguien cuida de los niños abandonados a su suerte.

Ocurre algo parecido con el amor entre dos seres humanos. Perdida la fe, la ilusión, pateado el corazón una y mil veces, hay que inventarlo todo otra vez, fingirlo si es preciso, como el San Manuel Bueno Mártir de Unamuno.

Vivir al este del Edén se parece tanto a la muerte...

viernes, 1 de marzo de 2013

Ratzinger Bueno Mártir

En el año 2006, al comienzo del papado de Joseph Ratzinger, escribí un breve texto sobre un gesto suyo que me conmovió especialmente. En aquel año, Benedicto XVI visitó el campo de concentración de Auschwitz en Polonia y dijo en voz bien alta: "Uno se pregunta dónde estaba Dios en aquellos días".

¿Dónde está Dios? 

Muchas cosas han sucedido desde 2006. Madoff, Lehman Bro, preferentes, Bankias, desahucios masivos, una destrucción de empleo más allá de lo soportable, Bárcenas. El desastre de Zapatero. El espanto del PP. 

El ahora papa emérito generaba un debate no exento de interés. El conflicto entre razón y fe estaba servido, no en vano Joseph Ratzinger ha sido un papa con una dimensión intelectual fuera de lo común.

Ahora, en 2013, habiendo comunicado su decisión de abandonar el papado -cabe imaginar las insoportables presiones a las que ha estado sometido quien, pese a declararse guardián de las esencias y adalid de la ortodoxia, se atreve a poner el dedo en la llaga en temas especialmente sensibles- Ratzinger, a modo de despedida y con una inspiración impregnada de cierto halo poético, declara lo siguiente:

"El Señor nos ha dado muchos días de sol y ligera brisa, días en los que la pesca fue abundante, pero también momentos en los que las aguas estuvieron muy agitadas y el viento contrario, como en toda la historia de la Iglesia y el Señor parecía dormir".

... "Y el Señor parecía dormir..." Vuelve Ratzinger sobre la misma herida abierta. La duda que planteó en Auschwitz está bien arraigada en su espíritu. Un Dios que se inhibe ante el mal, que suspende su tutela sobre el mundo. Que parece dormir. ¿El Supremo Bien deja de serlo en ciertos periodos por propia voluntad? La otra solución sería no menos turbadora, pero más heroica. Un poder absoluto vencido en tiempos de penuria. Que se interna en el desierto y retorna purificado. O retorna transformado. O simplemente, decide no volver.

Un papa para el Fin de los Tiempos. Un Dios intermitente. El Mal desencadenado. No faltará quien piense que alguien que al frente de El Vaticano se atreve a plantear esta clase de cuestiones estará mejor en Castel Gandolfo o en un monasterio de clausura.

La razón es un arma peligrosa. Ahora y siempre. Galileo y Giordano Bruno bien lo sabían.

La hoguera. Siempre la hoguera.

jueves, 26 de marzo de 2009

¿Dónde está Dios?

Las palabras que pronunció Benedicto XVI en su reciente viaje a Auschwitz son palabras propias de un hombre sensible. Ahora bien, sensibilidad e inteligencia no son sino una y la misma sustancia: más allá de sus ideas conservadoras, con las cuales no comulgo en absoluto, Ratzinger ha puesto el dedo en la llaga. Sus años de desarrollo intelectual le traicionan.
En un viaje cargado de simbolismo, un Papa alemán —nada menos— que vivió en primera persona aquellos tiempos de odio inimaginable, consciente de lo que supuso el propio papel de la Iglesia como institución en la década de los cuarenta con Pío IX al frente, se interroga: ¿cómo es posible qué el Supremo Hacedor permaneciera callado? ¿cómo pudo tolerar todo esto?
¿Qué significa que un Papa —representante de Dios en la Tierra— hable, en el escenario del supremo mal, de “ausencia de Dios”? ¿Adónde conduce esta línea de pensamiento? Desde el punto de vista de un creyente, ¿es concebible un Dios que se inhibe ante el mal? ¿Acaso las fuerzas negras ganan la partida de vez en cuando —lo que pone ciertamente en entredicho la imagen de un Dios Todopoderoso— o es que el propio Dios decide no actuar en determinados casos por propia voluntad —lo que conduciría a dudar de sus intenciones en tanto que Supremo Bien? ¿Qué ocurre ante fenómenos como Hiroshima, el tsunami del Índico, la limpieza étnica en la antigua Yugoslavia o las matanzas de Ruanda? ¿Está Dios con los héroes del mar? ¿Guía sus cayucos hacia mejores vientos? Cuando un niño muere en algún lugar de este mundo desquiciado, ¿es Dios quien se lleva su alma? ¿para qué nació si no vivió?
La salida tradicional de la Iglesia en estos casos, el libre albedrío, parece una broma macabra. En cualquier caso, queda invalidada ante el clamor del propio Papa. ¿Dónde estaba Dios en las cámaras de gas? ¿Por qué se mantuvo en silencio?
Siendo sucursal principal de la casa matriz, ¿la Iglesia sabe cuándo Dios se va de vacaciones? ¿Existe un calendario secreto, una agenda divina, una suerte de código Week-End plan? ¿El calendario es de inspiración ibérica, con sus puentes y acueductos?
No hace mucho tiempo, Jorge Drexler en una canción brillante como pocas se preguntaba “dónde está Dios, que no lo veo...”. Doctores tiene la iglesia, pero me temo que, en tanto que ser racional y sensible, el Papa de Roma formula en Auschwitz cuestiones que conducen a un callejón muy oscuro; tanto, como las tumbas de los millones de inocentes que en el mundo son y han sido.