Mostrando entradas con la etiqueta Woody Allen. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Woody Allen. Mostrar todas las entradas

lunes, 14 de octubre de 2019

Allen y Trueba

Un excelente diálogo entre dos grandes creadores. Me recuerda el documental que Volker Schlöndorff hizo sobre Billy Wilder (para ver y degustar varias veces).

Desconocía el artículo de Umberto Eco sobre Allen, declarando que se trata del cómico más importante desde los hermanos Marx. Coincido al cien por cien. Es más, sin proponérmelo tiendo a considerar el amor o el desprecio por la obra de Allen como parámetros de calado a la hora de calibrar la inteligencia y la sensibilidad de mi interlocutor. Todos tenemos algún prejuicio.

Raras veces me he equivocado. Creo recordar que fue con Trump. Pero no cuenta porque se trata de un holograma trufado de interferencias subsónicas procedente de la lejanísima nebulosa Oligofrenón. Su existencia confirma que no estamos solos en el Universo.

Diálogo entre Woody Allen y Fernando Trueba

miércoles, 24 de agosto de 2011

Midnight in Paris

Woody Allen vuelve a dar en la diana con esta película. Hacía años que no me reía tanto en una sala de cine (a pesar de que la copia exhibida en los cines Renoir de Plaza de España tenía una calidad vergonzosa).

Midnight in Paris es una creación redonda, donde Allen recorre sus obsesiones de siempre con singular maestría. La posibilidad del amor total, la dualidad, la realidad sublimada, la autorrealización, la búsqueda de la verdad. El neoyorquino no pierde ocasión de presentar temas de gran calado con una ligereza engañosa, ya que se trata de un verdadero filósofo (no como los que pastan en las universidades haciendo comentarios de obras de otros o vegetan al frente de ministerios), un artista que ilumina el agujero negro de la existencia con destellos propios de la Ciudad Luz.

Al mismo tiempo, el cineasta le mete el dedo en el ojo al Tea Party y a todo lo que huela a aire pútrido (¡qué falta nos hace un Woody Allen en tierras de la Santa Inquisición!). Bueno, aquí tenemos a Rouco Varela, a "Kiko", al Papa, a los niñatos boy-scouts aprendices de cruzado. Para qué seguir. Leo Bassi, no te olvido!

Hemingway, Dalí, los Fitzgerald, Picasso, una Gertude Stein que dan ganas de abrazarla... surrealismo REAL. Vayan a ver esta película en cuanto puedan. Mejor aún: dada la estafa de las salas de cine españolas que te cobran 7,5 euros más las palomitas por una proyección técnicamente lamentable, bájensela y véanla en casa.

La película perfecta para ver en compañía de un amor inteligente.

sábado, 29 de mayo de 2010

Una mañana

Mañana fresca en Madrid. Pablo hace los deberes. "Papá, ¿qué es "define"?" me grita desde el salón. Salí temprano a cambiar el coche de sitio para evitar una multa. Menudo invento el de Gallardón. Aproveché para comprar los bollos que sé que le gustan a Pablo.

Ayer fuimos a ver la enésima versión de Robin Hood. No sé qué le pasa a Ridley Scott. Desde hace ya bastantes años no da pie con bola. La película es un desastre. Larga, mala, desprovista de ángel.

Y se trata de Robin Hood. La primera novela que leí completa en 1971, que me causó conmoción. Tenía entonces seis años y divertía a todo el mundo con expresiones sacadas del libro que en Buenos Aires sonaban absurdas: "¡Abrid la poterna!"

Recuerdo la muerte de Robin por medio de una sangría como una tragedia cuyos efectos se extendieron en el tiempo. En esa época empezaba a preguntarme por la muerte.

-Abuelo, un día moriré y no podré seguir pensando...-le dije.

Me miró con ternura y sonrió. Él, que convivía con fantasmas desde hacía treinta años.

Cualquier cosa relacionada con el héroe de Sherwood me interesa a priori. Todo. Lady Marian, Will Scarlett, Little John, el pérfido Sheriff de Nottingham. Pues esta película no. Es absolutamente prescindible. Ni siquiera los guiños a otras películas de Scott hacen gracia.

Siempre me ha fascinado el mecanismo mediante el cual un artista es brillante cuando es joven y a medida que transcurren los años se va haciendo cada vez más torpe. Contradice todas las leyes de la evolución personal y hace considerar con atención los tan cacareados valores de la madurez.

A mi juicio, Joan Manuel Serrat es uno de estos casos, si bien en el aprecio que tengo hacia sus canciones más antiguas influye mucho mi percepción subjetiva de lo que significaban en los turbulentos años setenta, siendo yo niño y escuchadas desde una Argentina en estado de sitio. Aún así, me parece incomparablemente mejor su obra de juventud que todo lo que vino después.

Es más que probable que los factores externos a la personalidad del propio artista (lugar de residencia, amores, amigos, acontecimientos políticos) influyan de forma determinante en la calidad de su obra. Todo es cuestión de la clase de desequilibrio mental que presente el artista. Es obvio que el arte surge de un profundo desequilibrio mental, de una inadaptación dolorosa. Ahora bien, el desequilibrio mental es condición necesaria pero no suficiente para ser artista. Hay muchos más locos que artistas. Hace falta "algo más".

En el caso del director de cine Ridley Scott pasa algo parecido. Se supone que uno con los años se hace más sabio, más hondo, más irónico, más... Pues no. Depende del sujeto. Uno puede volverse más obtuso, más plúmbeo, más torpe, más complaciente. Con un miedo cerval al riesgo.

No obstante, hay casos que demuestran justo lo contrario. Ahí está la obra de Picasso, la de Brahms, Cervantes o Richard Strauss, con esas sobrehumanas Vier letzte Lieder, compuestas cuando el autor contaba ochenta y cuatro años de edad y que bastarían para considerarle uno de los grandes.

¿Acaso la muerte empieza mucho antes de que se produzca realmente? De hecho, le haríamos un gran favor al sistema muriendo antes, sobre todo en países como España, que en veinte años se convertirá en el geriátrico al aire libre más grande del mundo.

En cualquier caso, suscribo al cien por cien el profundo y sofisticado pensamiento del filósofo más importante e influyente de estos últimos treinta años. Autodidacta cien por cien, no estudió en Universidad alguna ("en la Universidad me estudian a mí...").

Como habréis podido adivinar, se trata de Woody Allen.

Preguntado recientemente sobre la muerte, concretamente "¿qué opina usted sobre la muerte?" le preguntó un sesudo periodista, premio Pulitzer en ciernes.

Sin la más mínima sombra de duda, Allen contestó: "Estoy totalmente en contra".

Pues yo también.