El doctor Jahn no dice una palabra más alta que otra: no es un marchante de almas. Simplemente, este cirujano infantil, a punto de entrar en la edad de la jubilación, viaja con periodicidad a Kigali y opera gratis.
Sin aspavientos, el médico germano se enfrenta con diabólicas formas del dolor encarnado en niños cuya mirada se ha hecho definitivamente adulta. No hay lágrimas. Sólo ojos que se clavan en el techo del humilde quirófano, desde donde saluda un peluche azul cuya figura recuerda vagamente a la de un osito: uno para todos.
Tanto si se trata de construir un recto artificial en un adolescente abandonado a su suerte como si hay que recuperar la movilidad de las articulaciones de un niño de dos años que sufre pavorosas quemaduras, el señor Jahn mira de frente y lucha a brazo partido contra el implacable imperio de la muerte. Y regresa victorioso una y otra vez de los infiernos como un Orfeo de carne y hueso.
¿Quién es la gente solidaria? ¿De dónde viene? ¿Qué materia sutil impulsa sus naves?
Los medios de comunicación occidentales están demasiado ocupados anestesiando a la población con problemas estúpidos de gente que se mira el ombligo a todas horas. Nosotros aquí seguros (¿por cuánto tiempo?). En la fortaleza europea de celdas incomunicadas, imbecilidad catódica y nadas circulares (¿habrán encontrado nuestros hombres de ciencia un material más resistente que el de las Torres Gemelas para nuestros muros?).
España tiene una larga y gloriosa tradición solidaria. En cualquier esquina del planeta cabe encontrar compatriotas haciendo una labor callada y eficaz, golpeando los mudos pórticos del cielo hasta hacerse sangre, convirtiendo en realidad tangible aquel viejo adagio que afirma que quien salva a un hombre, salva a la humanidad entera.
A esa ingente tarea deberían estar dedicados los mejores esfuerzos de nuestro país, forzando al límite posibilidades y capacidades, obligando a nuestros gobernantes a escuchar y a entender.
¿Es Dios quien alienta la mano del cirujano? ¿Un Dios que permite el dolor inconcebible y luego guía el bisturí de su instrumento en la Tierra...? No sabemos si existe Dios, pero afortunadamente tenemos al doctor Alfred Jahn y a otros seres luminosos como él, arquitectos humanos de otra realidad posible, héroes solitarios que anuncian un mundo radicalmente distinto.
Sin aspavientos, el médico germano se enfrenta con diabólicas formas del dolor encarnado en niños cuya mirada se ha hecho definitivamente adulta. No hay lágrimas. Sólo ojos que se clavan en el techo del humilde quirófano, desde donde saluda un peluche azul cuya figura recuerda vagamente a la de un osito: uno para todos.
Tanto si se trata de construir un recto artificial en un adolescente abandonado a su suerte como si hay que recuperar la movilidad de las articulaciones de un niño de dos años que sufre pavorosas quemaduras, el señor Jahn mira de frente y lucha a brazo partido contra el implacable imperio de la muerte. Y regresa victorioso una y otra vez de los infiernos como un Orfeo de carne y hueso.
¿Quién es la gente solidaria? ¿De dónde viene? ¿Qué materia sutil impulsa sus naves?
Los medios de comunicación occidentales están demasiado ocupados anestesiando a la población con problemas estúpidos de gente que se mira el ombligo a todas horas. Nosotros aquí seguros (¿por cuánto tiempo?). En la fortaleza europea de celdas incomunicadas, imbecilidad catódica y nadas circulares (¿habrán encontrado nuestros hombres de ciencia un material más resistente que el de las Torres Gemelas para nuestros muros?).
España tiene una larga y gloriosa tradición solidaria. En cualquier esquina del planeta cabe encontrar compatriotas haciendo una labor callada y eficaz, golpeando los mudos pórticos del cielo hasta hacerse sangre, convirtiendo en realidad tangible aquel viejo adagio que afirma que quien salva a un hombre, salva a la humanidad entera.
A esa ingente tarea deberían estar dedicados los mejores esfuerzos de nuestro país, forzando al límite posibilidades y capacidades, obligando a nuestros gobernantes a escuchar y a entender.
¿Es Dios quien alienta la mano del cirujano? ¿Un Dios que permite el dolor inconcebible y luego guía el bisturí de su instrumento en la Tierra...? No sabemos si existe Dios, pero afortunadamente tenemos al doctor Alfred Jahn y a otros seres luminosos como él, arquitectos humanos de otra realidad posible, héroes solitarios que anuncian un mundo radicalmente distinto.
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