jueves, 14 de marzo de 2013

Valdez. Siete

Por qué no es posible vivir sin minas. Sería todo más fácil, sin tanta vuelta.

Cuando Valdez por fin despertó le dolía hasta la punta del pelo. El día anterior había sido intenso: de una tacada perdió el trabajo, la mujer y la casa.

“Es mejor todo de una vez”, se dijo mientras volvía a la vida. “En qué momento empecé a ser invisible para las mujeres”, pensó. “Ahora sólo se me pegan las colgadas, las divorciadas furiosas, las locas de pris”.

No siempre fue así. Hubo otro tiempo.



Se afeitó, abandonó la mugrienta y maloliente casa de pensión y se dirigió al centro. En el trayecto al café intentaron venderle un buzón, se cruzó con tres manifestaciones a cuál más violenta, dos tipos se quedaron midiéndolo, lo siguieron una par de cuadras y finalmente no se decidieron a entrarle, presenció cinco discusiones de tráfico a hostia limpia y vio a un par de policías alternando sospechosamente con prostitutas. Día de cobro.

Valdez iba en busca del Doctor. Manejaba cifra, eso estaba claro y mientras caminaba en círculos como si estuviera sonado no se le ocurrió nada mejor. El Doctor era todo un personaggio. Nadie soportaba su conversación más de cinco minutos y solía rodearse de gente intelectualmente muy inferior o simples genuflexos. Su actividad preferida era comprar voluntades por monedas. También solía manifestar preferencia por las mujeres de los demás.

 –¿Cómo está, Doctor?

–¡Valdez! ¡Cuánto tiempo mi viejo...!- le dijo entusiasmado el galeno. – Ven, siéntate conmigo. ¿En qué estás?

–Pues... nos conocemos hace mucho. Mejor no me ando por las ramas. Estoy sin blanca y a la que salta. ¿No sabe de algo, Doctor? Lo que sea. No estoy en disposición de elegir.

–Déjame pensar... ¿No te gustaría trabajar en política? Hay grandes oportunidades si se cuenta con los contactos adecuados y uno está dispuesto a hacer lo necesario...–

–¿Hacer qué, Doctor?

–Lo necesario. Lo que haya que hacer. Todo. En cualquier caso, estar en política es mejor que las últimas peleas en las que te vi participar, con boxeadores gordos y acabados. Tú mismo estabas fuera de forma. Era muy lastimoso, mi viejo.

–Hay que ganarse la vida...

–Ya. Valdez..., a mí me es completamente indiferente lo que un hombre haga para ganarse la vida. Pero la política es un filón, viejo. No se trata de calderilla, estoy hablando de pasta en cantidades respetables. Dinero de verdad.

Valdez ladeó la cabeza y finalmente expuso ciertas reservas, afirmando que el mundo de la política le parecía excesivamente sucio, sin códigos, sin ninguna clase de dignidad. Para ser político hace falta ser alguien como Luis, como Luis el Cabrón. Un político no es alguien de fiar. A fin de cuentas, dijo, en el boxeo al menos puedes mirar a tu enemigo a los ojos y... Observa fijamente esta cara.


–Mirá, pibe, te lo voy a decir una vez porque según recuerdo a vos no había que andar repitiéndote las cosas. En el mundo sólo hay dos clases de personas: los que quieren dinero por encima de cualquier otra cosa y están dispuestos a vender a sus madres a Al Qaeda sin rechistar y los que no saben qué mierda quieren. No existe una tercera categoría. Punto pelota.

–Cuente conmigo.

–Por lo pronto, venite a casa a comer un asado y yo voy buscando algo.

–Doctor, no se moleste, pero estoy pensando en dejar de comer carne. Quiero empezar a llevar una vida más saludable, tengo el colesterol por las nubes...

Había tres cosas sagradas para el Doctor: las minas, el tango y el asado. Y no necesariamente por ese orden. Se lo quedó mirando con cara de signo de interrogación.

–¿Vos sos boludo o te hacés el boludo? ¿Dónde quedó el boxeador? Hasta el sábado.

Valdez salió del bar y echó a andar. La mención del asado le recordó que hacía un rato largo que no comía. Qué corno hacer... Antes podía enrolarse en peleas, pero estaba totalmente fuera de foco. Era un suicidio.

Más adelante se cruzó con un grupo de peronistas radicales que intentaron enseñarle toda clase de panfletos y hacerle firmar unos escritos. Uno se puso pesadísimo.

–Usted es un peronista que aún no sabe que lo es. ¿Sabe que el espíritu de Evita pasó a Isabelita gracias a los oficios de López Rega, El Brujo? ¿Sabe lo que hacía el turro? Obligaba a Isabel a dormir cerca de la momia de Evita o la arropaba con su sudario, realizaba una serie de conjuros y así toda la fuerza de Eva Duarte de Perón pasaría a María Estela Martínez de Perón.

–Ma qué peronista ni qué niño muerto. Dejame tranquilo... no quiero saber nada. Largá, pendejo.

Había que conseguir algo de guita, morlacos, patacones. No podía presentarse en la casa del Doctor con una mano delante y otra detrás. No era serio. A ver, dejame pensar...

                                                                          *   *   *


Enlaces a entregas anteriores

VALDEZ. Uno
VALDEZ. Dos
VALDEZ. Tres
VALDEZ. Cuatro
VALDEZ. Cinco
VALDEZ. Seis
VALDEZ. Siete

1 comentario:

JJ dijo...

Ya era hora...