domingo, 14 de abril de 2013

El último dilema

Mientras expiraba, José no vio el túnel, ni la luz. Tampoco se acercaron a saludarle personajes que había logrado extirpar de la memoria con total éxito. Eso lo tranquilizó sobremanera. A falta de religión, sólo creía en el buen vino, su sabor, su aroma a madera, sus texturas iridiscentes; en el vino y en la pretendida bondad de algunas mujeres.

Para su sorpresa, arribó a una oscura oficina desprovista de mobiliario. Transcurridos unos instantes, oyó la voz de Dios. O vaya usted a saber.

—Contigo no sé qué hacer. El balance de tus actos positivos y negativos arroja un resulta equilibrado. Tan equilibrado que, saltándome las reglas —habida cuenta de que las he creado yo mismo— voy a concederte la posibilidad de elegir destino.
—Señor—contestó José, acordándose de Noemí, Julieta, Marta, Alejandra, Fedra, Manuela, Sara, Emilia, Ana, Lucía y Eva—, si se trata del clima, indudablemente prefiero el Paraíso. Pero si he de considerar la compañía para toda la Eternidad...

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