domingo, 7 de abril de 2013

No da para más

Nuestro sistema político social es fantástico: permite que haya gente sin casa y casas sin gente. En manos de unos pocos se concentra toda la riqueza y el propio sistema alienta, por acción u omisión, la existencia de paraísos fiscales en los que las grandes fortunas esquivan toda clase de reglas (impuestas a los demás a sangre y fuego).

Curiosamente, aquellos que atesoran propiedades materiales sin cuento consideran que son los verdaderamente buenos y que irán directo al Cielo, sin escalas. El sufrimiento de los demás les trae sin cuidado.

Hay que ser un profundo imbécil para pensar que Dios premiaría con la supuesta vida eterna a alguien que se inhibe ante la miseria pudiendo cambiar destinos. Antes bien, caso de existir, la Suprema Bondad dejaría que esas almas se precipitaran directamente al Infierno, recibiendo por centuplicado aquello que causaron en vida. Una suerte de ética carcelaria en términos teológicos. Preguntad a un pedófilo o a un violador qué tal lo está pasando en la cárcel.

El sistema liberal capitalista occidental no da para más. Se dan cuenta hasta los propios halcones. El laissez-faire nos ha traído hasta aquí con las consecuencias que todos conocemos. La socialización de las pérdidas tiene un límite.

Dinero hay (aunque cada día menos). La cuestión es A QUÉ DEDICAMOS ESE DINERO (el de nuestros impuestos). En tiempos de penuria es imposible pagar el sueldo de payasos que hace mucho tiempo que han dejado de hacer gracia y tampoco es admisible que haya ladrones compulsivos andando por la calle.

Como ocurre tras una separación o un cataclismo (más de uno consideraría ambos términos como equivalentes), resulta preciso establecer un orden de prioridades. Se hace un recuento de daños, se decide qué resulta realmente importante, se orientan las velas y proa a altamar.

Los recursos han de dedicarse a cuidar de la población y los servicios básicos -aquellos que afectan a la pura supervivencia- han de ser garantizados por el Estado. Nadie debe lucrarse con el sufrimiento de los demás. Si no nos ponemos de acuerdo en esto no hay nada que hablar.

La Revolución Francesa fue una simple anécdota. Se avecinan grandes cambios.

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