domingo, 26 de enero de 2014

Nadal

Rafael Nadal es un raro ejemplar de Sapiens Sapiens. En una época caracterizada por el ruido estéril y la mezquindad, se empeña en ser un perfecto caballero. Un Cyrano de Bergerac de las pistas. Alguien fuera de su tiempo en sus modos y sus formas.

En la victoria como en la derrota, el manacorí nos transmite mensajes que van mucho más allá de lo deportivo. El autoconocimiento, el control de la agresividad, la dosificación del esfuerzo, el corazón puesto encima de la mesa. La capacidad de levantarse del ring una y mil veces. Una y mil veces. De encajar los golpes de la vida. Orientar las velas nuevamente y hacerse a la mar. A doblar el Cabo. El Beagle. Los Cuarenta Rugientes. Mirando a los heraldos negros de frente.

Capaz de remontadas épicas y ángulos imposibles. Nadal es David Oistrach tocando el violín o Mischa Maisky acariciando el violoncello, volviendo a conquistar los escenarios después de años de silencio. Nos dice que hasta el último segundo todo es posible, que vale la pena, que no hay que entregarse sin luchar.

Es un privilegio ser contemporáneo suyo. Un regalo inesperado.

Gracias, Nadal. Perdón... Señor Nadal.


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