sábado, 10 de mayo de 2014

¿Qué debemos hacer?

Esta pregunta que a lo largo de la historia se han hecho Lenin y decenas de revolucionarios cobra hoy un significado siniestro.

¿Qué debería hacer Occidente con los secuestradores de las niñas de Nigeria? ¿Deberíamos intervenir? ¿Habría que presionar a nuestros gobiernos para enviar tropas de élite, los SEALS, los gurkas, los boinas verdes? Porque para una misión de estas características los cascos azules no sirven. Hacen falta tropas de primera clase.

¿Cuál es el límite de la corresponsabilidad moral en casos extremos? ¿Qué se puede hacer con gente que secuestra a niñas que se han "atrevido" a estudiar y las condena a la esclavitud sexual? Por extensión, ¿hasta dónde cabe respetar prácticas tradicionales arraigadas en culturas ancestrales pero que resultan bárbaras y casualmente casi siempre contra las mujeres?

¿Qué tiene que decir la izquierda ante lo que está ocurriendo en Nigeria? Si finalmente Occidente se decide a intervenir -cosa de por sí harto compleja, ya que Nigeria es una potencia regional de primera magnitud y tiene nada menos que 177 millones de habitantes- ¿se acusará a las fuerzas internacionales de intervencionismo, de neocolonialismo, de paternalismo sin límites? ¿Cuántos ataúdes podríamos tolerar?

¿Qué clase de materia oscura hay en los corazones y en los cerebros de personas que practican semejantes actos contra su propio pueblo, atacando a la parte más débil de la sociedad y sometiéndola a un trato animal?

Hay cosas que resultan inadmisibles. El exterminio calculado de un pueblo, el sometimiento a la esclavitud de los más débiles, la destrucción salvaje de la vida humana.

Se trata de crímenes contra la humanidad. Los occidentales criticamos una y otra vez nuestro sistema, literalemente lo despellejamos. Pero ¿qué otro sistema admite la crítica desde dentro? ¿Qué hace el resto del mundo con la más mínima disidencia?

Tendemos a pensar que nuestro bienestar se basa en la desgracia de los demás, idea bastante cercana a la realidad. Para que compremos camisetas en los grandes almacenes los esclavos de la tierra han de trabajar en lugares inmundos por sueldos que no alcanzan la categoría de miseria. Las horas que haga falta. Si los balones de fútbol los tienen que coser niños, pues se "contrata" a niños. El niño yuntero de Miguel Hernández. Dios te tenga en su Gloria, Miguelito. Un esclavo romano vivía igual o incluso mejor.

Nos quejamos porque no hay trabajo, pero un europeo miserable -y cada día hay más- es un magnate comparado con un africano que no pertenezca a la exigua casta dominante. No hay otra forma de explicar el fenómeno de las pateras: los mejores hijos de los parias africanos arriesgan sus vidas para pedir limosna en la puerta de Mercadona o intentar vender La Farola. Reyes y reinas africanas, héroes del mar reducidos a una condición humillante.

Desde el 8 de mayo de 1945, día de la victoria de los rusos en Berlín, no ha habido una sola jornada de paz completa en esta bola azul repleta de tierra apenas transformada que se hace llamar ser humano. Corea, Vietnam, Biafra, Bangladesh, Afganistán, Israel-Palestina, Egipto, Yugoslavia, Uganda, Sudáfrica, Praga, Budapest, Angola, Mozambique, Irán, Irak, Kuwait, Ruanda, Camboya, Siria, Argentina, Chile, Colombia, Nicaragua, Guatemala... cada día la gente muere a cientos, mientras otros son torturados, violados o quemados.

La guerra es el padre de todas las cosas, dijo Heráclito. También es el mejor negocio del mundo, consume recursos inimaginables y destruye todo lo que ha de ser reconstruido. Hay trabajo para décadas. Fabricantes y dealers de armas, empresas de seguridad, ingenierías, constructores y arquitectos se frotan las manos. Los vencidos pagarán la insoportable factura. Durante siglos.

Al mismo tiempo, una mínima capa de la población goza de todos los privilegios, envía a sus hijos a colegios caros, utilizan coches de alta cilindrada, tienen casas que podrían albergar a cien personas, disfrutan de sus jardines y sus campos de golf kilométricos, viven en los aeropuertos, en los cruceros y tratan al resto del planeta como servidumbre. Completamente ajenos al dolor, aunque hipócritamente visitan las iglesias con asiduidad. Suelen generar familias disfuncionales, porque con su desconfianza irracional crían cuervos vociferantes e inoculan su odio a vástagos que terminan devorándose entre sí para alzarse con los bienes de sus progenitores. El rey Lear en versión para tontos. El diablo sobre la tierra. La obra del diablo.

En medio los demás. Los epsilones que trabajan todo el día y pagan impuestos -porque los intocables tienen sus SICAVs a buen recaudo o sus dineros en paraísos fiscales. Y las leyes siempre los protegen. Como protegen a las empresas que se instalan en Irlanda, en Luxemburgo o en cualquier país con trato fiscal de favor. Todo ello dentro de la propia UE. A la cena vamos 15, pero pagamos 6.

La clase media. La más golpeada por esta crisis que es un invento como todas las crisis para recomprar a precio de saldo las propiedades y los despojos de los que desesperan. Pero el pueblo -clase media y nuevos pobres- es la única fuerza que alza la voz y para en seco locuras como ya sucedió en Vietnam. Fue la opinión pública la que paró a tiempo a los yanquis y evitó que lanzaran una bomba atómica en Corea o en Vietnam. Total, ya lo habían hecho en Japón y por partida doble. De no haber habido prensa presente en estos conflictos se habría repetido el holocausto, porque para un ser humano en guerra el enemigo está despersonalizado. Es inferior. Totalmente prescindible.

Entonces, ¿qué debe hacer Occidente con gente que secuestra niñas y las viola, las mata o las vende? Y si intervenimos en esta ocasión, ¿debemos intervenir siempre? ¿Cuándo sí y cuándo no? ¿Dónde está el límite de las causas justas y las injustas?

Tengo para mí que la Biblia es un relato fabulado de las distintas etapas de la vida de todo ser humano. Una suerte de mapa esotérico de los desiertos y las esquinas que hay que atravesar. En los días previos a la aniquilación de Sodoma y Gomorra el Ser Supremo buscaba una razón para preservar su torcida creación. Con un candil. Dame diez hombres justos y salvaré el mundo (la mujer en la Biblia es atenta madre y esposa). Me basta con diez. Descargo de responsabilidad.

Los más viejos del lugar cuentan que aún los anda buscando.


























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