Mi padre, el pintor y escultor Abel Rasskin, inaugura esta tarde una exposición magnífica. Papá siempre creyó en el poder redentor del arte, no solo para curar almas, sino para trascender, para acercarse a un mundo onírico anterior a nosotros mismos.
Hay componentes comunes en el sentimiento religioso y el arte. En este último no cabe encontrar la sed de control de las conciencias. El arte es una parcela de libertad única, todo puede decirse, todo puede representarse. No hay necesidad de ser políticamente correcto. Es la contracara del dictatum religioso.
1978. Recién llegados. Papá me invita a acompañarle a una inauguración en Zaragoza. Fiesta. Falto al colegio. Viajamos de noche en un coche absurdo y en medio del camino se apagan las luces. Sobrevivimos de milagro. Nos para la Guardia Civil a la altura de Ariza. El funcionario revisa nuestra documentación... ¡Ah... la Panamericana! dice. Sí, de allí venimos. De Panamérica. Ojalá fuese así, otro gallo nos cantaría.
La exposición se hace en una galería del centro de la ciudad. Tras aquel viaje siempre me sentí extrañamente bien en Zaragoza. No solo la ciudad, sino su gente, recia y con un humor contagioso. El único nombre de ciudad que se acentúa en todas las sílabas. ¡Zá-rá-gó-zá! Gracias a Olga Manzano y Manuel Picón, coincidiría años después con Labordeta, "el abuelo" como le llamaban en su terruño. Una persona mágica, un maestro.
La galería se llama "Libros" y comparte espacio con una librería del mismo nombre. Mucho más tarde, mis hijos dormidos en el coche y transitando caminos infernales, descubriría por casualidad que existe un pueblo turolense llamado Libros.
Llegamos. Nos atiende el dueño. Lo recuerdo como un tipo simpático. Con un marcado acento aragonés oigo que le comenta a mi padre que se ha vendido un trabajo. Mi progenitor guarda la compostura.
En cuanto se marcha, nos damos un abrazo de oso ruso. Como el que se dieron las tropas del Ejército Rojo cuando cerraron el cerco de Stalingrado. ¡Una venta...! Como decía el viejo Manuel, ¡este mes comemos con aceite! Vender un cuadro, que te paguen por dar un concierto, todo eso siempre tiene un halo mágico. ¿Cobrar por desnudar el alma...? Qué extraño. Se cobra por vender algo que la gente necesita imperiosamente. Con plusvalías. Una casa, por ejemplo. La compras a X y la vendes a X + Y. Le aplicas un beneficio industrial. Y eso está bien visto. O bien, en tiempos de penuria, si acaparas penicilina como en el Tercer Hombre y la vendes multiplicando su precio de compra por 100 o 500 también está bien. Eres un emprendedor. Dinamizas la economía. Si tienes jornaleros en el valle del Guadalquivir en pleno año 2016 y les pagas 2,5 euros la hora eres un tío cojonudo. Viste una oportunidad en el hambre de unos desgraciados y la aprovechaste. Eres el más listo de la clase. Nadie te dirá nada, porque aunque eres un hijo de la gran puta, lo tuyo es legal. Pero el arte.... ¿a quién le interesa el arte en este mundo de lobotomizados pegados a una pantalla? Un mundo donde la gente desconoce o teme la realidad. ¿Para qué sirve el arte? Para nada útil, me temo. El arte incomoda. Estorba. No sea que vayas a encontrarte contigo mismo al doblar la esquina y no seas capaz de reconocerte.
Por la tarde mi yo de 13 años recién cumplidos, mucho más cerca de mí que ahora con 51, se quedó en la librería leyendo cuentos de Tolstoi. Recuerdo haber leído el cuento del mujik al que se le aparece el diablo en medio de la estepa, convenciéndole de que corra en dirección al horizonte: hasta donde logres llegar antes de que caiga el sol... toda esa tierra te daré. Y el mujik se lanza a lo loco. No puede parar de correr, quiere más y más tierra. Se vuelve ambicioso. La ambición se torna enfermedad. Al final del viaje le espera el diablo, que ha cavado un hoyo. Destrozado por la carrera, el mujik se precipita en su interior. Ante la mirada desesperada de aquel condenado, el diablo echa tierra con una pala: "Esta es toda la tierra que necesitas". Un viaje plagado de señales. Como bien dice la Biblia, qui potest capere capiat.
Papá querido, viejo compañero, hoy estaremos todos contigo. ¡Hasta vendrá Iván desde Montpellier! Junto a tu nueva travesía, tu inmenso talento y tus valores. Valores verdaderos. Permanentes. No negociables. Que no cotizan para los marchantes de almas.
Ole y reole.
jueves, 31 de marzo de 2016
martes, 29 de marzo de 2016
domingo, 27 de marzo de 2016
Leyva cumple años
Mi gente de La Habana está de enhorabuena. Leyva cumple años. Leyva no es un tipo cualquiera, no. Es un músico como la copa de un pino. Pero no responde al estereotipo de genio sociópata, escrutador de su propio ombligo y usador de la gente. Qué va. Leyva siempre está dispuesto a embarcarse en nuevas aventuras, sonoras y humanas. En la Escuela de San Antonio de los Baños, donde junto a su inseparable Taby -¡ya han cumplido 27 años de casados!- son profesores de la cátedra de sonido para cine desde hace añares, en su propio estudio o en cualquier esquina del mundo.
Una curiosidad insaciable y ganas de vivir, de hacer, de compartir.
Ellos inventan espacios, crean el suelo donde pisar. Como aquel loco que me presentaron en 2008 y que acababa de dar la vuelta a Cuba en su Harley Davidson. ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Ahora....? Me voy pa Oriente... ¿En la moto? ¿En qué si no...? Y partió con viento fresco y un pañuelo en la cabeza.
Vivir es un arte. Quemar las naves, una y otra vez, sentir que estás vivo, correr el riesgo de naufragar. Hasta el fin del mundo. En esa disciplina Leyva y Taby no solo son maestros décimotercer dan, sino que son seres humanos únicos, siempre dispuestos a armar una descarga en casa o a echar una mano a músicos anónimos del mundo.
Quien no es revolucionario a los veinte no tiene corazón. Quien lo sigue siendo a los cuarenta carece de cerebro. Eso dicen los biempensantes. No va con ellos. No han dejado que el corazón se necrose, la puta enfermedad de Occidente, con sus hemorroides en el alma de aprendiz de burgués.
Leyva es un pope, un babalao, un orisha de la sabiduría vital. Él sabe. Todo lo que vale la pena saber. La regla es muy sencilla: si Leyva no lo sabe es que no vale la pena saberlo.
Hermano del alma, ¡larga vida! Dentro de 30 años, en marzo de 2046, quiero verte recorriendo el mundo como los locos de Buena Vista. Que no se acabe nunca la madeja de LE MISME. Un abrazo eterno.
Una curiosidad insaciable y ganas de vivir, de hacer, de compartir.
Ellos inventan espacios, crean el suelo donde pisar. Como aquel loco que me presentaron en 2008 y que acababa de dar la vuelta a Cuba en su Harley Davidson. ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Ahora....? Me voy pa Oriente... ¿En la moto? ¿En qué si no...? Y partió con viento fresco y un pañuelo en la cabeza.
Vivir es un arte. Quemar las naves, una y otra vez, sentir que estás vivo, correr el riesgo de naufragar. Hasta el fin del mundo. En esa disciplina Leyva y Taby no solo son maestros décimotercer dan, sino que son seres humanos únicos, siempre dispuestos a armar una descarga en casa o a echar una mano a músicos anónimos del mundo.
Quien no es revolucionario a los veinte no tiene corazón. Quien lo sigue siendo a los cuarenta carece de cerebro. Eso dicen los biempensantes. No va con ellos. No han dejado que el corazón se necrose, la puta enfermedad de Occidente, con sus hemorroides en el alma de aprendiz de burgués.
Leyva es un pope, un babalao, un orisha de la sabiduría vital. Él sabe. Todo lo que vale la pena saber. La regla es muy sencilla: si Leyva no lo sabe es que no vale la pena saberlo.
Hermano del alma, ¡larga vida! Dentro de 30 años, en marzo de 2046, quiero verte recorriendo el mundo como los locos de Buena Vista. Que no se acabe nunca la madeja de LE MISME. Un abrazo eterno.
miércoles, 9 de marzo de 2016
My Funny Valentine
Dos gigantes en estado de gracia. Jim Hall a la guitarra y Bill Evans al piano. Un dúo difícil: guitarra y piano, compitiendo por el mismo espacio armónico. Sin embargo, Hall y Evans hacen que todo parezca sencillo, la sensación de espacio, el fraseo, la invención melódica. De tiempos anteriores a las maquinitas, cuando la única máquina válida era el corazón humano.
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