Mi gente de La Habana está de enhorabuena. Leyva cumple años. Leyva no es un tipo cualquiera, no. Es un músico como la copa de un pino. Pero no responde al estereotipo de genio sociópata, escrutador de su propio ombligo y usador de la gente. Qué va. Leyva siempre está dispuesto a embarcarse en nuevas aventuras, sonoras y humanas. En la Escuela de San Antonio de los Baños, donde junto a su inseparable Taby -¡ya han cumplido 27 años de casados!- son profesores de la cátedra de sonido para cine desde hace añares, en su propio estudio o en cualquier esquina del mundo.
Una curiosidad insaciable y ganas de vivir, de hacer, de compartir.
Ellos inventan espacios, crean el suelo donde pisar. Como aquel loco que me presentaron en 2008 y que acababa de dar la vuelta a Cuba en su Harley Davidson. ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Ahora....? Me voy pa Oriente... ¿En la moto? ¿En qué si no...? Y partió con viento fresco y un pañuelo en la cabeza.
Vivir es un arte. Quemar las naves, una y otra vez, sentir que estás vivo, correr el riesgo de naufragar. Hasta el fin del mundo. En esa disciplina Leyva y Taby no solo son maestros décimotercer dan, sino que son seres humanos únicos, siempre dispuestos a armar una descarga en casa o a echar una mano a músicos anónimos del mundo.
Quien no es revolucionario a los veinte no tiene corazón. Quien lo sigue siendo a los cuarenta carece de cerebro. Eso dicen los biempensantes. No va con ellos. No han dejado que el corazón se necrose, la puta enfermedad de Occidente, con sus hemorroides en el alma de aprendiz de burgués.
Leyva es un pope, un babalao, un orisha de la sabiduría vital. Él sabe. Todo lo que vale la pena saber. La regla es muy sencilla: si Leyva no lo sabe es que no vale la pena saberlo.
Hermano del alma, ¡larga vida! Dentro de 30 años, en marzo de 2046, quiero verte recorriendo el mundo como los locos de Buena Vista. Que no se acabe nunca la madeja de LE MISME. Un abrazo eterno.
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domingo, 27 de marzo de 2016
lunes, 1 de septiembre de 2014
Natalia Bolívar
Mi amiga Natalia Bolívar, una persona fascinante, cumple en este mes de septiembre una serie de años con cifra redonda. Sus incontables amigos de La Habana han organizado un homenaje en su honor.
He aquí un cuento basado en algo que me transmitió en su casa de la capital cubana, una tarde mágica, de ron y gentes maravillosas.
Va por ti.
He aquí un cuento basado en algo que me transmitió en su casa de la capital cubana, una tarde mágica, de ron y gentes maravillosas.
Va por ti.
HACIA EL ESTE
Entonces todo el mundo vivía deprisa. Haciendo el amor a todas horas, en cualquier sitio. En las cocinas, los cuartuchos, los parques, los coches. Después de todo, la muerte podía sorprenderte al doblar una esquina. La opción de la policía política no era mejor. Nadie regresó de allí para contarlo.
Dicen que antes de la caída de Berlín, mientras se acercaban los rusos, los habitantes de la ciudad en ruinas se lanzaron a una orgía desenfrenada. No era raro encontrar extrañas parejas, con grandes diferencias de edades, en los búnkeres o los sucios túneles del metro. Niñas que se ofrecían al primero que pasaba para evitar ser desvirgadas por los salvajes rojos, de los que se contaban historias de terror.
La Habana. Finales de los cincuenta. No era Berlín ni mucho menos, pero los que colaborábamos con la Revolución sabíamos a lo que nos exponíamos.
Todo se hacía con intensidad y entrega. La intensidad que en tiempos de paz brilla por su ausencia.
En los años previos a la Revolución yo había sido campeona de natación de Cuba. No era una mujer al uso. Si algún tipo intentaba someterme, terminaba huyendo con el rabo entre las piernas. No había quién pudiera conmigo. En el barrio me llamaban Tremenda, Tremendita.
Edson era un negro gigantesco, descomunal. Estaba con la Revolución y la gente lo respetaba. En cuanto lo vi me dije, “este es pa mí”, pasándome a toda mi familia blanca por el arco del triunfo. Me importaba poco y nada lo que pensaran.
Desde un principio, nuestras relaciones fueron huracanadas. No sabíamos estar en la misma habitación sin discutir y nos decíamos barbaridades irreproducibles. Teníamos una capacidad infinita para torturarnos mutuamente y hacernos daño. Cuando alcanzaba el límite de ebullición, aquel negrón solía abalanzarse sobre mí con la intención de aplicarme un serio correctivo, pero era inútil. Yo le tiraba todo lo que tenía a mi alcance o le mordía hasta hacerle sangre.
Nuestras discusiones terminaban a grito pelado y nos daba igual que nos escucharan. El impulso destructivo era más fuerte que nosotros. No servíamos para agentes secretos.
Eso sí, cuando nos enganchábamos la intensidad se duplicaba. Y estallaban hasta las luces incandescentes. Los muebles rotos. Las sábanas revueltas. Parecía una sangrienta ceremonia iniciática. Desde la noche de los tiempos. El Caos, el gran bostezo de la Madre Tierra. No sé qué era peor.
La misión se la comunicaron a Edson. Había que llevar suministros urgentemente a los barbudos. La cosa se estaba poniendo fea y las tropas de Batista podían pasarles por encima.
Los dos sabíamos pilotar avionetas. No había nada que él hiciera que yo no hiciera mejor.
Despegamos de una pista –por decir algo– oculta al oeste de La Habana. La discusión empezó no me acuerdo muy bien por qué. En realidad cualquier cosa valía: para qué mierda negociar si podíamos darnos en el centro del alma.
El día estaba raro, brumoso. Llevábamos armas y municiones. Desde el mismo momento en que carreteamos por aquel campo empezamos a gritar a todo pulmón.
–Me estás haciendo la vida imposible, desgraciado...
–Conocerte ha sido el mayor error de todos. Lo feliz que era yo antes. Es mejor estar solo y morirse solo a tener que soportarte un solo minuto más.
–Eres el mismísimo demonio, pero sin poderes que valgan para nada.
–¡Si sigues por ese camino te voy a tirar al vacío cuando subamos y nadie te va a echar de menos, Tormento!
Volábamos haciendo eses, más atentos a desbaratarnos. La trayectoria nos daba lo mismo. Sabíamos de memoria el camino y confiábamos en encontrar la ruta correcta.
Seguimos así durante una hora y apenas oíamos lo que nos decían por radio. Nubes bajas, poca visibilidad...
Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos volando a escasa altitud, paralelos a la línea de costa.
En un momento dado, Edson estalló en rayos y truenos y me alargó una roca granítica en forma de puño. Como en aquel combate entre Firpo y Jack Dempsey que solía recordar mi padre. Venía directo hacia mi cara y lo vi a cámara lenta. Un peso pesado de los de verdad. Logré esquivar el tremendo impacto y me desabroché el cinturón de seguridad lanzándome a su cuello, como un resorte sometido a una presión de siglos. El motor empezó a ratear. Dábamos vueltas en todos los sentidos.
El hombre intentaba estabilizar el avión, pero yo había perdido la chaveta. A la mierda la Revolución.
Perdimos el rumbo y amerizamos estrepitosamente. La cabina empezó a llenarse de agua. Apenas nos enteramos del desastre. Nosotros seguíamos a lo nuestro: golpes y mordiscos.
–¡Perra rabiosa!
–¡Hijoeputa...! ¡Maricón!
De repente, me acordé de que ese condenado negrón no sabía nadar. ¡Carajo! Estábamos a punto de hundirnos. Edson empezó a tragar agua y su rostro se hinchó en una mueca de dolor. Junté toda mi rabia y le pegué una patada a la puerta de la cabina con ambas piernas. Piernas de nadadora. Fuertes como robles. Me servían para volver locos a los hombres y para dar golpes en la madre.
Habrá sido la desesperación o la suerte. Qué importa. La puerta se abrió y salí del avión. Agarré a Edson por las solapas de su chaqueta de aviador. Estaba inconsciente.
Cien kilos generosos de negro rebelde. De negro en carne viva, que no puede más, que corre como alma en pena. Esta noche nos iremos de la plantación y vendré a buscarte. Lejos de toda esta mierda. Si algún blanco hijodeunagranputa se interpone me lo llevo por delante a machetazos. Más les vale que me maten a la primera de cambio porque no les daré una segunda oportunidad.
Logré sacarlo de la cabina y lo agarré por el cuello. Me puse a nadar como posesa.
Los muchachos habían visto el desastre de vuelo desde la costa y se habían lanzado al agua. Imagino que los suministros importaban más que nuestras vidas, pero el caso es que vinieron hacia nosotros.
Aguanté lo que pude y mi siguiente recuerdo es despertar en la sierra, en un hospital de campaña. Apenas tenía unos rasguños.
Edson se salvó. Es decir, yo lo salvé.
Me quedé despierta a los pies de su cama. Velando su sueño intranquilo al borde de la muerte.
Echaba de menos su intensidad.
Entonces todo el mundo vivía deprisa. Haciendo el amor a todas horas, en cualquier sitio. En las cocinas, los cuartuchos, los parques, los coches. Después de todo, la muerte podía sorprenderte al doblar una esquina. La opción de la policía política no era mejor. Nadie regresó de allí para contarlo.
Dicen que antes de la caída de Berlín, mientras se acercaban los rusos, los habitantes de la ciudad en ruinas se lanzaron a una orgía desenfrenada. No era raro encontrar extrañas parejas, con grandes diferencias de edades, en los búnkeres o los sucios túneles del metro. Niñas que se ofrecían al primero que pasaba para evitar ser desvirgadas por los salvajes rojos, de los que se contaban historias de terror.
La Habana. Finales de los cincuenta. No era Berlín ni mucho menos, pero los que colaborábamos con la Revolución sabíamos a lo que nos exponíamos.
Todo se hacía con intensidad y entrega. La intensidad que en tiempos de paz brilla por su ausencia.
En los años previos a la Revolución yo había sido campeona de natación de Cuba. No era una mujer al uso. Si algún tipo intentaba someterme, terminaba huyendo con el rabo entre las piernas. No había quién pudiera conmigo. En el barrio me llamaban Tremenda, Tremendita.
Edson era un negro gigantesco, descomunal. Estaba con la Revolución y la gente lo respetaba. En cuanto lo vi me dije, “este es pa mí”, pasándome a toda mi familia blanca por el arco del triunfo. Me importaba poco y nada lo que pensaran.
Desde un principio, nuestras relaciones fueron huracanadas. No sabíamos estar en la misma habitación sin discutir y nos decíamos barbaridades irreproducibles. Teníamos una capacidad infinita para torturarnos mutuamente y hacernos daño. Cuando alcanzaba el límite de ebullición, aquel negrón solía abalanzarse sobre mí con la intención de aplicarme un serio correctivo, pero era inútil. Yo le tiraba todo lo que tenía a mi alcance o le mordía hasta hacerle sangre.
Nuestras discusiones terminaban a grito pelado y nos daba igual que nos escucharan. El impulso destructivo era más fuerte que nosotros. No servíamos para agentes secretos.
Eso sí, cuando nos enganchábamos la intensidad se duplicaba. Y estallaban hasta las luces incandescentes. Los muebles rotos. Las sábanas revueltas. Parecía una sangrienta ceremonia iniciática. Desde la noche de los tiempos. El Caos, el gran bostezo de la Madre Tierra. No sé qué era peor.
La misión se la comunicaron a Edson. Había que llevar suministros urgentemente a los barbudos. La cosa se estaba poniendo fea y las tropas de Batista podían pasarles por encima.
Los dos sabíamos pilotar avionetas. No había nada que él hiciera que yo no hiciera mejor.
Despegamos de una pista –por decir algo– oculta al oeste de La Habana. La discusión empezó no me acuerdo muy bien por qué. En realidad cualquier cosa valía: para qué mierda negociar si podíamos darnos en el centro del alma.
El día estaba raro, brumoso. Llevábamos armas y municiones. Desde el mismo momento en que carreteamos por aquel campo empezamos a gritar a todo pulmón.
–Me estás haciendo la vida imposible, desgraciado...
–Conocerte ha sido el mayor error de todos. Lo feliz que era yo antes. Es mejor estar solo y morirse solo a tener que soportarte un solo minuto más.
–Eres el mismísimo demonio, pero sin poderes que valgan para nada.
–¡Si sigues por ese camino te voy a tirar al vacío cuando subamos y nadie te va a echar de menos, Tormento!
Volábamos haciendo eses, más atentos a desbaratarnos. La trayectoria nos daba lo mismo. Sabíamos de memoria el camino y confiábamos en encontrar la ruta correcta.
Seguimos así durante una hora y apenas oíamos lo que nos decían por radio. Nubes bajas, poca visibilidad...
Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos volando a escasa altitud, paralelos a la línea de costa.
En un momento dado, Edson estalló en rayos y truenos y me alargó una roca granítica en forma de puño. Como en aquel combate entre Firpo y Jack Dempsey que solía recordar mi padre. Venía directo hacia mi cara y lo vi a cámara lenta. Un peso pesado de los de verdad. Logré esquivar el tremendo impacto y me desabroché el cinturón de seguridad lanzándome a su cuello, como un resorte sometido a una presión de siglos. El motor empezó a ratear. Dábamos vueltas en todos los sentidos.
El hombre intentaba estabilizar el avión, pero yo había perdido la chaveta. A la mierda la Revolución.
Perdimos el rumbo y amerizamos estrepitosamente. La cabina empezó a llenarse de agua. Apenas nos enteramos del desastre. Nosotros seguíamos a lo nuestro: golpes y mordiscos.
–¡Perra rabiosa!
–¡Hijoeputa...! ¡Maricón!
De repente, me acordé de que ese condenado negrón no sabía nadar. ¡Carajo! Estábamos a punto de hundirnos. Edson empezó a tragar agua y su rostro se hinchó en una mueca de dolor. Junté toda mi rabia y le pegué una patada a la puerta de la cabina con ambas piernas. Piernas de nadadora. Fuertes como robles. Me servían para volver locos a los hombres y para dar golpes en la madre.
Habrá sido la desesperación o la suerte. Qué importa. La puerta se abrió y salí del avión. Agarré a Edson por las solapas de su chaqueta de aviador. Estaba inconsciente.
Cien kilos generosos de negro rebelde. De negro en carne viva, que no puede más, que corre como alma en pena. Esta noche nos iremos de la plantación y vendré a buscarte. Lejos de toda esta mierda. Si algún blanco hijodeunagranputa se interpone me lo llevo por delante a machetazos. Más les vale que me maten a la primera de cambio porque no les daré una segunda oportunidad.
Logré sacarlo de la cabina y lo agarré por el cuello. Me puse a nadar como posesa.
Los muchachos habían visto el desastre de vuelo desde la costa y se habían lanzado al agua. Imagino que los suministros importaban más que nuestras vidas, pero el caso es que vinieron hacia nosotros.
Aguanté lo que pude y mi siguiente recuerdo es despertar en la sierra, en un hospital de campaña. Apenas tenía unos rasguños.
Edson se salvó. Es decir, yo lo salvé.
Me quedé despierta a los pies de su cama. Velando su sueño intranquilo al borde de la muerte.
Echaba de menos su intensidad.
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lunes, 15 de julio de 2013
La vida que dejé en La Habana
Leyva y Taby son gente de otro mundo. Desayunan a medianoche, suben las escaleras hacia atrás y su casa está llena de soñadores y locos de toda condición. A todas horas. Viven entre partituras, entre instrumentos musicales, en busca del sonido perfecto. Las convenciones sociales les traen sin cuidado y tienen muy poca paciencia con los pijos y la gente sin alma.
Son lo que hablando en plata y sin gilipolleces de intelectual de tres al cuarto se suele denominar "gente de puta madre". Solidaria. Gente de fierro.
La Revolución tendrá todos los peros que se quiera, pero en los países del entorno que practican el noble arte de chupar el culo de los gringos un negro tendría más posibilidades de desarrollar una exitosa carrera como juntacaca antes que ser un artista reconocido y respetado como es el caso de Leyva. Y ojo con decir cosas como "gente de color" o zarandajas por el estilo. ¡NEGRO!, te responderá orgulloso Leyva. Qué carajo.
Ambos son uno. No es posible entenderlos por separado.
Leyva y Taby hacen magia en La Habana. En Cuba. No existen las casualidades: Oshún y Changó los enviaron a mi vida.
Y yo los quiero cada día más.
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lunes, 3 de diciembre de 2012
Castellano... ¡qué bueno baila usted!
Los incombustibles Taby y Leyva me envían una serie de carteles fotografiados en Cuba esta misma semana.
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sábado, 9 de julio de 2011
Manuel Galbán

Se nos fue Manuel Galbán, el inmortal guitarrista de Los Zafiros y de Buenavista Social Club. No tuve la suerte de conocerlo personalmente, porque siempre que he viajado a La Habana, el bueno de Don Manuel estaba de gira. Se puede decir que Galbán murió con las botas puestas.
Sin embargo, conozco mil historias del grupo Buenavista por intermedio de mis queridos amigos Leyva y Taby. Los viejos eran -y son- un caso. Baste como muestra que entre ellos hay uno al que llaman "el políglota" que es el que se encarga de hablar en "otras lenguas" cuando están lejos de La Habana. Cuando se encuentran en París, por ejemplo, y alguno quiere otro trago, el políglota se encara con el camarero y le espeta sin anestesia:
-¡LE MISME!
Representan una manera de estar en el mundo, de no tomarse la vida demasiado en serio, de hacer tiempo para la joda siempre que se pueda. Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo, Eliades, Cachao... todos músicos de otra época, de una época gloriosa, sin aparatitos del demonio, donde la gente SABÍA tocar y COMUNICABA.
Galbán era digno representante de la escuela cubana de la guitarra, una manera de tocar especial, con creativos juegos contrapuntísticos que llevan el instrumento a otras tierras, de bajos poderosos y polirritmias sabrosas. Guitarras mágicas donde confluyen el "filin", la música popular cubana con sus guarachas, sus sones y sus guaguancós, la herencia africana y lo mejor del jazz norteamericano, en la época dorada del be-bop y de los crooners.
Don Manuel tenía un toque elegante, con un sonido redondo y pastoso, pero al mismo tiempo juguetón e innovador, como cabe observar en las grabaciones de Los Zafiros, que alcanzaron la gloria en los sesenta.
Su casa era y es un hervidero de arte. Un sitio para quedarse a vivir. Porque allí no hay de nada, salvo lo que realmente importa y no se compra con dinero.
Me dice la dulce Taby, su hija, que junto con Leyva forman una pareja de músicos excepcionales que son un faro en La Habana para todo aquel que tenga música en las venas, que Galbán creía que todo hay que darlo en vida, porque "desde allá arriba, tú sabes, hay demasiadas nubes...". Hasta en eso tenía poesía el viejo.
Una gran tristeza por alguien querido y de valor que se marcha. Y alegría también, porque vivió como quiso, navegó los siete mares, amó, bebió y tocó como los ángeles.
Seguro que ya está organizada la descarga de esta noche allá arriba, no les quepa duda. Cuando se acabe el ron pedirán todos al unísono y a compás: ¡Otra de LE MISME! Y seguirán tocando hasta el amanecer.
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domingo, 2 de enero de 2011
Mi vida en La Habana

Voy caminando por el Malecón hacia la casa de las Cariátides. El sol cae a pico en la acera de los bobos. Me voy a pasar el día escribiendo en un café. Sí, ese que está a la vuelta de la Catedral, el que se cae a trozos. Comeré en casa de Lola (...) Comida cubana de toda la vida. Ropa vieja, mayormente. Me voy a fumar un cigarro interminable y políticamente bien incorrecto. Cuando termine ese cigarro me fumaré otro. A las 9 vendrá el negro Dávila para llevarme a la Casa de la Música. Iremos a toda hostia por Quinta hacia la marina Hemingway en su Lincoln rojo del año 52. Los semáforos no funcionan o no existen o no los vemos. Hoy toca Manolito y su Trabuco.
Las putas nos conocen bien y nos quieren a morir, después de todo somos músicos y en la escala social estamos un paso por debajo de las jineteras, pero si alguien, por ejemplo un turista hijodeunagranputa, se pasa un pelo con ellas tiramos de cuchillo. Vivir en la cárcel o vivir como músico, me dirás tú dónde está la diferencia, nosotros ya vivimos en una jaula y sus barrotes son el mundo. Todos hemos de morir, un día u otro. Muchos ni siquiera han vivido. Casa particular, casa particular... Maté mi jugada, ¡ya hice mi pan!
Tremenda descarga. Bailaremos toda la noche. Castellano, qué bueno baila usted...! Chico, para ser blanco no bailas mal. ¿Tú sabes? ¿Has visto a esa mulata...? Sí, ya la conozco, es un pozo de líos. Un pozo sin fondo. Pero es una diosa de ébano. Aléjate de ella, mi helmano. Hazme caso. Acabarás en un hotel de mala muerte con un dolor de cabeza monumental y sin un peso en la cartera, y sin cartera, sin ná. Ya, pero después del polvo del siglo. Vete de mi casa, que no tienes ni un kilo prieto. Aprende a cocinar. Tus camisas te las planchas tú. Que te aguante tu abuela, arroz con habichuelas. Devuélveme las llaves. Por qué me tiraste los instrumentos desde un décimo piso, desgraciada.
Con las primeras luces nos daremos un baño en el mar. Daiquiris en el Riviera. Por la tarde quedamos para ensayar en lo de Leyva. Vienen 2 trompetas, un percusionista del carajo y una mina que tiene terciopelo en la garganta. Y una pena clavada en lo más hondo. Cuando canta nos hace llorar a todos, por eso no podemos parar de beber, nos deshidrata el alma. Leo trajo malanga de Pinar del Río. A los vecinos que les den por culo. Que corra el ron, invito yo. A saber dónde amanezco.
El cielo está en llamas y enciendo un cigarro. Bebo apoyado en mi lanza. Estoy vivo, carajo. Va a regresar a casa su puta madre. Tipo cero, factor RH negativo. Nacido bajo el signo de Escorpio. El año del Dragón. Abran cancha!
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jueves, 4 de noviembre de 2010
Inventiva socialista
En Cuba las cosas son duras. Pero la gente supera toda clase de dificultades gracias, en parte, a su sólida formación y a su inevitable espíritu "emprendedor". Estilo "emprende o muere".
Leyva y Taby, siempre atentos a la noticia, me envían este nuevo modelo de repisa cubana que bien vale para poner libros, discos, fotos de humanos, una reproducción en peluche del Gran Líder Coreano, etc.
Me dicen que está -como prácticamente todo en esta vida- en venta. Y está tolerado por el gobierno, que intenta desesperadamente generar nuevos puestos de trabajo y fomentar la proverbial creatividad cubana.
Está claro que el capitalismo tiene los días contados.
Leyva y Taby, siempre atentos a la noticia, me envían este nuevo modelo de repisa cubana que bien vale para poner libros, discos, fotos de humanos, una reproducción en peluche del Gran Líder Coreano, etc.
Me dicen que está -como prácticamente todo en esta vida- en venta. Y está tolerado por el gobierno, que intenta desesperadamente generar nuevos puestos de trabajo y fomentar la proverbial creatividad cubana.
Está claro que el capitalismo tiene los días contados.

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lunes, 28 de junio de 2010
Humor cubano
En Cuba se cagan de risa de todo, empezando por ellos mismos. Leyva y Taby me envían este cuento al viejo estilo latino. Para los que trabajan de sol a sol. ¡Levantando España!
Un hombre caminaba por el cementerio y al pasar junto a una lápida sintió curiosidad por la inscripción que tenía:
"AQUI YACE VICENTE,
QUE VIVIÒ CIEN AÑOS
Y MURIO A LOS VEINTE".
Este hombre, sin entender muy bien, miró a ver si veía a alguien que se lo pudiera explicar. Un rato después se encontró con uno de los operarios del cementerio que recorría el lugar con un cincel y un pequeño martillo; se acercó a él para preguntarle sobre ese curioso epitafio:
- Buen día, caballero, tengo curiosidad por lo que dice esa lápida, ¿podría explicarme su significado, quién la escribió y a quien hace referencia?
- Sí, por supuesto, lo escribí yo, pues me encargo de tallar los epitafios a pedido, ese en particular hace referencia a un chico joven, de unos veinte años que un día ganó una fortuna cuando salió su número en la lotería y su vida se desenfrenó. Comenzó a salir con todo tipo de mujeres de la noche, su vida se fue volcando hacia todos los placeres, incluso a los prohibidos, cochazos, barcos donde practicaba sexo sin medida, viajes exóticos, noches sin fin, comilonas, bebida. Finalmente llegó a las drogas y a los veintitantos, murió quemado por la intensidad con que vivía su vida, pero, vivió más que muchos en 100 años, por eso le escribí aquello.
- ¡Qué interesante! Muy justo el epitafio... ¿quién podría escribir algo así de original en mi lápida cuando fallezca?
- Yo mismo, pero primero he de hacerle algunas preguntas.
- Muy bien, empiece.
- ¿Trabaja?
- Si, entro a la 7 de la mañana y no paro en todo el día, hasta que me acuesto a las 12:00 p.m. más o menos, aunque sin dejar de pensar en el negocio.
- ¿Bebe?
- No, no me gusta el alcohol.
- ¿Sale con alguna chica?
- No, mi trabajo es muy importante y absorbe todo mi tiempo.
- ¿Viaja, tiene aficiones, se da algún tipo de gusto?
- No, no me van esas cosas.
- ¿Cuál es su nombre?
- Emeterio.
- ¡Muy bien! ¡Ya tengo su inscripción!
- ¿Cuál es?
AQUÍ YACE EL PENDEJO DE EMETERIO:
DE LA VAGINA DE SU MADRE
FUE DIRECTO AL CEMENTERIO
Un hombre caminaba por el cementerio y al pasar junto a una lápida sintió curiosidad por la inscripción que tenía:
"AQUI YACE VICENTE,
QUE VIVIÒ CIEN AÑOS
Y MURIO A LOS VEINTE".
Este hombre, sin entender muy bien, miró a ver si veía a alguien que se lo pudiera explicar. Un rato después se encontró con uno de los operarios del cementerio que recorría el lugar con un cincel y un pequeño martillo; se acercó a él para preguntarle sobre ese curioso epitafio:
- Buen día, caballero, tengo curiosidad por lo que dice esa lápida, ¿podría explicarme su significado, quién la escribió y a quien hace referencia?
- Sí, por supuesto, lo escribí yo, pues me encargo de tallar los epitafios a pedido, ese en particular hace referencia a un chico joven, de unos veinte años que un día ganó una fortuna cuando salió su número en la lotería y su vida se desenfrenó. Comenzó a salir con todo tipo de mujeres de la noche, su vida se fue volcando hacia todos los placeres, incluso a los prohibidos, cochazos, barcos donde practicaba sexo sin medida, viajes exóticos, noches sin fin, comilonas, bebida. Finalmente llegó a las drogas y a los veintitantos, murió quemado por la intensidad con que vivía su vida, pero, vivió más que muchos en 100 años, por eso le escribí aquello.
- ¡Qué interesante! Muy justo el epitafio... ¿quién podría escribir algo así de original en mi lápida cuando fallezca?
- Yo mismo, pero primero he de hacerle algunas preguntas.
- Muy bien, empiece.
- ¿Trabaja?
- Si, entro a la 7 de la mañana y no paro en todo el día, hasta que me acuesto a las 12:00 p.m. más o menos, aunque sin dejar de pensar en el negocio.
- ¿Bebe?
- No, no me gusta el alcohol.
- ¿Sale con alguna chica?
- No, mi trabajo es muy importante y absorbe todo mi tiempo.
- ¿Viaja, tiene aficiones, se da algún tipo de gusto?
- No, no me van esas cosas.
- ¿Cuál es su nombre?
- Emeterio.
- ¡Muy bien! ¡Ya tengo su inscripción!
- ¿Cuál es?
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