En septiembre de 1994, una de las personas que más he querido en este mundo, el magnífico poeta, compositor y cantante uruguayo Manuel Picón, dejó de respirar. Así. Sin previo aviso.
Cuando canto muchas veces me piden canciones suyas. Me ocurre en ambientes muy distintos. Es maravilloso comprobar que transcurridos tantos años la gente recuerda sus creaciones, plenas de poesía. De una poesía en desuso, que no cotiza en bolsa.
Es inútil. Puedo cantar el tango más descarnado o la zamba más nostalgiosa pero no puedo entonar una sola frase escrita por Manuel. No me sale una sola sílaba. No funciona el truco que me pasó un viejo tanguero que se casó seis veces: "cuando sientas que la letra es tan intensa que no puedes más, recuerda la pensión compensatoria". No. Si entono una del viejo Piconetti me caigo con todo el equipo.
Manuel murió de un ataque de asma, un mal que lo torturó desde muy joven, una enfermedad clásica en la cuenca del Plata.
Hoy tenemos un campeón de la Vuelta a España asmático. Para los que descreen de la ciencia y el progreso. Los antivacunas, los creacionistas, los oligofrénicos. En fin.
No pasa un solo día sin que piense en vos, capo total. Y cuando canto gotán sé que andás muy cerca, tanto que puedo darte un abrazo.
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