Cuentan las crónicas que el genial inventor estadounidense Edison, que carecía de una formación académica formal, contrató a un brillante fisico de 26 años llamado Francis Upton. Se trataba del hombre más culto y más preparado de todo el laboratorio de Menlo Park. Un genio de Princeton.
Edison era una fuerza de la naturaleza, un prodigio de concentración e inteligencia práctica. En cierta ocasión, en plena carrera frenética por lograr un uso comercial viable de la luz eléctrica a gran escala, Edison pidió a Upton que calculara el volumen de una bombilla eléctrica.
Upton comenzó a realizar complejos cálculos comparando el caparazón de cristal con una esfera, un cono y un cilindro. Era un hombre puntilloso y quería causar buena impresión al dueño del laboratorio.
Edison lo contempló emborronando papeles con cara de preocupación y, en un momento dado, tomó la bombilla en sus manos, la llenó de arena, la vació y calculó empíricamente el volumen en un santiamén. Upton tenía buen carácter y, según dicen, encajaba estas chanzas con deportividad. Con el tiempo creció una relación de afecto y admiración mutua.
La filosofía de vida del genio de New Jersey, que suscribo al cien por cien, se resume en una frase que pronunció algo irritado ante las dilaciones de un colaborador: "Nada que valga la pena funciona por sí solo. Tienes que ser tú el que lo haga funcionar, ¡maldita sea!"
domingo, 10 de diciembre de 2017
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