domingo, 15 de abril de 2018

María Celeste

Galileo Galilei, además de ser un científico extraordinario, tuvo la fortuna de mantener una relación maravillosa con una de sus hijas, conocida con el nombre de María Celeste.

Resulta admirable comprobar el grado de afecto que se profesaban mutuamente. María vivió recluida en un convento de clausura pero nunca dejó de preocuparse por su padre. Una relación exquisita. Modos y usos fenecidos, sustituidos por el vacío.
La modernidad ha dinamitado cualquier vestigio de respeto, mérito o ideales. De vivir hoy, alguien como Garcilaso de la Vega saltaría desde la fortaleza motu proprio. 
El egoísmo más estéril se ha instalado en los corazones. "Mi proyecto", "mis urgencias", "mis problemas".
A partir de una cierta edad, los síntomas se repiten: la gente empieza a tener dificultades para conciliar el sueño, se encuentra sola (aunque esté en pareja o precisamente por ello), tiene delirios con aventuras imposibles y se vuelve una carga para todo el mundo. Importuna a los amigos hablando de sí misma hasta la saciedad. Cuando el signo distintivo de la época es uno y el mismo: a nadie le ha sucedido nada digno de ser contado.
Por eso reconforta conocer relaciones de genuino afecto, donde ambas partes se interesan igualitariamente por la suerte del otro. Existen. Las hay.
Tal vez nos haga falta un telescopio con lentes pulidas por el mismísimo Galileo, martillo de imbéciles.

* Dava Sobel escribió un interesante libro sobre María Celeste titulado precisamente "La hija de Galileo".

1 comentario:

Anónimo dijo...

El lente más pulido pertenece al mejor telescopio: el corazón, querido amigo Martin. El detalle es que está oculto. Todos temen exponerlo, por el ridículo precisamente.
http://martinrasskinblog.blogspot.com/2018/04/cioran.html