miércoles, 28 de agosto de 2019

Cuadernos para Pablo - II

Continúo con la serie "Cuadernos para Pablo", que tuve que interrumpir por cosas de la vida. Lo he intentado por todos los medios, hasta he recurrido al soborno sentimental y material, pero finalmente mi queridísimo y admiradísimo Pablo va a estudiar filosofía. Y en la Autónoma... como su padre. Gott im Himmel, qué he hecho mal. ¿Mal? Y un jamón. La filosofía, el pensamiento, resulta fundamental en esta época de Tinders e Instagrams, la era de los jeroglíficos, del analfabetismo funcional y Rosalía en el puesto de Mozart.

Y háganme caso. Dedíquense a cosas económicamente "inútiles" pero que les hagan sentir bien. No hay sitio para tanto analista de Big Data. Si logran trabajar en algo que les guste no será un trabajo, sino un disfrute.

Bien, como decíamos ayer, Cuadernos para Pablo en su segunda entrega. Textos, reflexiones de grandes autores que me parecen interesantes como punto de partida para debatir. Una tertulia abierta. Dedicada a mis queridos alumnos de España y de allende los mares. Abro esta ventana pensando en ellos y en aquellos jóvenes que comienzan a hacerse preguntas.

*

En "El hombre unidimensional", el pensador Herbert Marcuse reflexiona sobre las necesidades humanas. Distingue entre "necesidades verdaderas" y "necesidades falsas". En la era del consumo desaforado y la obsolescencia programada - sufro la obsolescencia en silencio, como se sufren las hemorroides, sobre todo cuando me cruzo en la calle con un grupo de bellas damas que reafirman mi destino literario al hacerme sentir protagonista de "El hombre invisible", ¡con lo que yo he sido...! Tened en cuenta que Ava Gardner dijo de mí: "es muy injusto que tanta belleza esté concentrada en un solo hombre". ¿O lo dijo de Paul Newman? Si os soy sincero, no me acuerdo... - conviene volver a revisar sus escritos. ¿Qué resulta realmente necesario? ¿Qué se nos impone socialmente como elementos que, de no tener, nos hacen sentir miserables y fracasados?

Vivimos en un mundo represivo. Todo comenzó cuando las sociedades humanas se hicieron más complejas: había que controlarlas. Y el primer sistema de control fue la religión, el miedo a un castigo eterno, el concepto de pecado. Las cosas había que hacerlas de determinada manera no porque estuviera bien, sino porque, en caso contrario, arderías en el infierno.

El mecanismo de la represión es clave para entender por qué resulta imposible ganar la carrera de la felicidad material que promete nuestra sociedad de consumo. Nunca puede ser satisfecha la sed, siempre habrá alguien que tenga una casa más grande, un coche más potente, etc. etc. Es una carrera de ratas que no tiene fin. Esta carrera se da en casi todos los órdenes de la existencia, no es preciso ser un magnate.

Todo puede reducirse a un problema de poder. Quién lo tiene, qué hace con él. El mecanismo más perverso es el que hace que el poder deba usarse sí o sí, si no, carece de sentido por definición. Ahí es cuando comienzan a tomar forma las ideas de martirización de otro ser humano: alguien con poder de verdad no tiene que comportarse de forma racional. Antes al contrario. De tanto en tanto debe castigar aleatoriamente a algún pobre infeliz para producir terror en el resto de los monos que, asustados ante la perspectiva, se pondrán a cuatro patas a merced de "la luz que ilumina nuestros pasos". Esa es la esencia del poder. Es irracional, destructivo, ciego e impredecible. Una especie de cisne negro.

Un fragmento de "El hombre unidimensional" de Herbet Marcuse.

"La intensidad, la satisfacción y hasta el carácter de las necesidades humanas, más allá del nivel biológico, han sido siempre precondicionadas. Se conciba o no como una necesidad, la posibilidad de hacer o dejar de hacer, de disfrutar o destruir, de poseer o rechazar algo, ello depende de si puede o no ser vista como deseable y necesaria para las instituciones e intereses predominantes de la sociedad. En este sentido, las necesidades humanas son necesidades históricas y, en la medida en que la sociedad exige el desarrollo represivo del individuo, sus mismas necesidades y sus pretensiones de satisfacción están sujetas a pautas críticas superiores.

Se puede distinguir entre necesidades verdaderas y falsas. «Falsas» son aquellas que intereses sociales particulares imponen al individuo para su represión: las necesidades que perpetúan el esfuerzo, la agresividad, la miseria y la injusticia. Su satisfacción puede ser de lo más grata para el individuo, pero esta felicidad no es una condición que deba ser mantenida y protegida si sirve para impedir el desarrollo de la capacidad (la suya propia y la de otros) de reconocer la enfermedad del todo y de aprovechar las posibilidades de curarla. El resultado es, en este caso, la euforia dentro de la infelicidad. La mayor parte de las necesidades predominantes de descansar, divertirse, comportarse y consumir de acuerdo con los anuncios, de amar y odiar lo que otros odian y aman, pertenece a esta categoría de falsas necesidades.

Estas necesidades tienen un contenido y una función sociales,determinadas por poderes externos sobre los que el individuo no tiene ningún control; el desarrollo y la satisfacción de estas necesidades es heterónomo. No importa hasta qué punto se hayan convertido en algo propio del individuo, reproducidas y fortificadas por las condiciones de su existencia; no importa que se identifique con ellas y se encuentre a sí mismo en su satisfacción. Siguen siendo lo que fueron desde el principio; productos de una sociedad cuyos intereses dominantes requieren la represión.

El predominio de las necesidades represivas es un hecho cumplido, aceptado por ignorancia y por derrotismo, pero es un hecho que debe ser eliminado tanto en interés del individuo feliz, como de todos aquellos cuya miseria es el precio de su satisfacción. Las únicas necesidades que pueden inequívocamente reclamar satisfacción son las vitales: alimento, vestido y habitación en el nivel de cultura que esté al alcance. La satisfacción de estas necesidades es el requisito para la realización de todas las necesidades, tanto de las sublimadas como de las no sublimadas....

...En última instancia, la pregunta sobre cuáles son las necesidades verdaderas o falsas sólo puede ser resuelta por los mismos individuos, pero sólo en última instancia; esto es, siempre y cuando tengan la libertad para dar su propia respuesta. Mientras se les mantenga en la incapacidad de ser autónomos, mientras sean adoctrinados y manipulados (hasta en sus mismos instintos), su respuesta a esta pregunta no puede considerarse propia de ellos. Por lo mismo, sin embargo, ningún tribunal puede adjudicarse en justicia el derecho de decidir cuáles necesidades se deben desarrollar y satisfacer. Tal tribunal sería censurable, aunque nuestra repulsa no podría eliminar la pregunta: ¿cómo pueden hombres que han sido objeto de una dominación efectiva y productiva crear por sí mismos las condiciones de la libertad?

Cuanto más racional, productiva, técnica y total deviene la administración represiva de la sociedad, más inimaginables resultan los medios y modos mediante los que los individuos administrados pueden romper su servidumbre y alcanzar su propia liberación. Claro está que imponer la Razón a toda una sociedad es una idea paradójica y escandalosa; aunque se pueda discutir la rectitud de una sociedad que ridiculiza esta idea mientras convierte a su propia población en objeto de una administración total. Toda liberación depende de la toma de conciencia de la servidumbre, y el surgimiento de esta conciencia se ve estorbado siempre por el predominio de necesidades y satisfacciones que, en grado sumo, se han convertido en propias del individuo. El proceso siempre reemplaza un sistema de precondicionamiento por otro; el objetivo óptimo es la sustitución de las necesidades falsas por otras verdaderas, el abandono de la satisfacción represiva.

El rasgo distintivo de la sociedad industrial avanzada es la sofocación efectiva de aquellas necesidades que requieren ser liberadas —liberadas también de aquello que es tolerable, ventajoso y cómodo— mientras que sostiene y absuelve el poder destructivo y la función represiva de la sociedad opulenta. Aquí, los controles sociales exigen la abrumadora necesidad de producir y consumir el despilfarro; la necesidad de un trabajo embrutecedor cuando ha dejado de ser una verdadera necesidad; la necesidad de modos de descanso que alivian y prolongan ese embrutecimiento; la necesidad de mantener libertades engañosas tales como la libre competencia a precios políticos, una prensa libre que se autocensura, una elección libre entre marcas y gadgets.

Bajo el gobierno de una totalidad represiva, la libertad se puede convertir en un poderoso instrumento de dominación. La amplitud de la selección abierta a un individuo no es factor decisivo para determinar el grado de libertad humana, pero sí lo es lo que se puede escoger y lo que es escogido por el individuo. El criterio para la selección no puede nunca ser absoluto, pero tampoco es del todo relativo. La libre elección de amos no suprime ni a los amos ni a los esclavos. Escoger libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no significa libertad si estos bienes y servicios sostienen controles sociales sobre una vida de esfuerzo y de temor, esto es, si sostienen la alienación. Y la reproducción espontánea, por los individuos, de necesidades súperimpuestas no establece la autonomía; sólo prueba la eficacia de los controles".

Herbert Marcuse, El Hombre Unidimensional
(págs 34-38)

Cuadernos para Pablo - I

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entonces, Martín, le hiciste reir a Dios... si es que alguna vez le contaste un plan diferente para Pablo. Tantos libros que serán releídos y quizás algunos hasta desaparezcan de los estantes blancos montados y desmontados, y viajen una vez más.