Invierno de 2020. Continúo navegando. Escribiendo esta novela que me está matando lentamente, a fuerza de soledad y de remover cada piedra, cada sendero olvidado y vuelto a recuperar. Va por Lisboa. Por el camino que o 28 -el tranvía amarillo que me llevaba de vuelta a casa- hace todos los días hasta Prazeres. Una casa que ya solo existe en el recuerdo. Va por ustedes...
[...] Nos dedicamos a amarnos un día sí y otro también. El resto de las cuestiones quedaron pospuestas hasta nuevo aviso. Incluso el tango, que nos unió en medio de esta densa niebla, pasó a segundo plano. Vivíamos para nosotros y Madrid, ya se sabe, es la mejor ciudad del mundo para amar. París es un decorado, Londres rezuma rencor, mi viejo rencor, pero Madrid es real. Fue entonces cuando decidimos partir hacia Lisboa, porque es Madrid con mar océana.
Nada de avión. Hicimos el trayecto en el Lusitania. Los que se aman viajan en tren: la rapidez es enemiga de la ternura y para amar hay que estar. Estar presente en todo momento, mirarse a los ojos, descubrir otros colores, otras líneas de costa.
Una tarde sin reloj, un silencio compartido, unos pasos de baile en la cocina de casa. Vos y yo, mano a mano los dos.
La llegada a Santa Apolónia nos sorprendió abrazados. Es extraño entrar en Lisboa por otro sitio que no sea el puente, con esos Tramex cantarines, esa promesa de vida en el corazón. Porque en Lisboa todo puede ser, todo puede empezar otra vez. Empecemos de cero, amor, las veces que haga falta hasta encontrarle la vuelta. Construyamos castillos con cimientos bien sólidos esculpidos en el aire, subamos las escaleras hacia atrás en plena medianoche, desayunemos a deshoras.
Fuimos a visitar directamente a Dona Lina, en la Calçada do Marquês de Tancos. Salió ella en persona a recibirnos y nos abrazó a los dos. Dona Lina tenía fado en las venas. Sus abrazos sabían a despedida en el puerto y por eso duraban para siempre. Eran abrazos de no te vayas, no te vayas nunca porque no podré seguir, no sabría cómo ni por dónde empezar. Y eran los mejores abrazos del mundo, abrazos de Praia de Angola. Un café que alguien dejó pagado en alguna esquina de la Praça do Rossío, en el mostrador de una taberna mal iluminada. Uma bica bem quentinha para los que vendrán, los que estrenarán el amor como si fuera la primera vez que alguien ama sobre esta tierra que rueda incesante, estruendosa e inconmovible. Que navega con sus vivos y sus muertos. Esperándonos. [...]
jueves, 30 de enero de 2020
miércoles, 29 de enero de 2020
Noche de enero
Acabo de preparar un bacalao a la portuguesa que marca época. En esta fría noche de enero... Pablo y servidor. Mano a mano. Pensaba hacerle una foto a la cazuela pero es que se ha evaporado! Misteriosamente. Veamos... por qué estaba tan rico? La proporción entre jengibre, pimienta y sal gruesa era perfecta. Y qué decir del pimentón de la Vera. A ver cómo replico yo eso. Las zanahorias eran de primera. Patata gallega. El bacalao entró en el momento justo. Ya... y los garbancitos... ah los garbancitos qué cucos ellos. Puede que fueran las risas que nos echamos en la cocina los dos. El ribera que bebimos. O un tango nuevo y una voz antigua de viento y de sal. Es posible que fuera el recuerdo de tu padre cocinando para ti que te visitará a traición cuando yo ya no esté. Entonces paladearás el sabor de esta noche, cerrarás los ojos y volverás a vivir el día en que aprendiste a andar en bicicleta. O te sentarás sobre mis rodillas en el piano de casa y acariciarás el teclado por primera vez. Tal vez el aceite de oliva de Cáceres que me regaló Iri por mi cumple. Sí. Eso tuvo que ser. Porque Iri está cargada de vida, dos piedras de futura mirada. Mi querida hermanita tiene vida en su interior. Cuántas noches realmente felices vive un ser humano? Mar en calma. Estoy tocando en Lisboa, en la otra orilla, junto al puente. Tirate ao rio. Verano de 1990. Ella y yo. Los hijos que nunca tuvimos. Sí, viejo Paul. Uno cree que es eterno y, sin embargo, cuántas veces más contemplarás la luna llena? Cuántas veces volverás a sentir un vértigo exterminador en el alma porque heriste o fuiste herido de muerte? Veinte, quizá treinta. Puede que incluso algo más. Pero el número de noches felices como esta, haciéndote sonreír, vos que hacés sombra sobre la tierra, ya ha sido medido. Cuidadosa, lentamente. Figura en algún inventario, duerme la siesta en el reloj de mi abuelo. Así como se mata a un hermano. Así como se brinda una mano. Volveremos a Tánger. Proa a altamar, rumbo sur cuarta al suroeste!
viernes, 24 de enero de 2020
Pavese
Recuerdo haber leído hace muchos años en las páginas de Cesare Pavese -cuando era un joven muy culto, nada que ver con la bestia parda en que me he convertido- que uno de los dramas femeninos tenía su origen en el hecho de que aquel a quien amaban no era la misma persona que las extasiaba sexualmente, que las hacía volar. Claro que el bueno de Cesare no llegó a conocer mi caso particular, porque no coincidimos en el tiempo. Una pena.
Siguiendo a Pavese, una mujer debería tener como mínimo dos hombres en su vida y de forma simultánea. El hombre sensible capaz de llorar porque la cuchara de café tiene una forma muy triste de girar y un rugbier inmisericorde que apenas pronunciara palabra y pasara a la acción sin más. La primera parte de la hipótesis explicaría la recurrencia entre las mujeres de buen gusto en lo que respecta a las relaciones con homosexuales masculinos. La segunda parte de la parte contratante... me estoy metiendo en un jardín...
Mejor me presento. Aladín Romeo Quijano, piloto de alfombras mágicas, para servirla a Usted, por la Gracia de Dios.
Siguiendo a Pavese, una mujer debería tener como mínimo dos hombres en su vida y de forma simultánea. El hombre sensible capaz de llorar porque la cuchara de café tiene una forma muy triste de girar y un rugbier inmisericorde que apenas pronunciara palabra y pasara a la acción sin más. La primera parte de la hipótesis explicaría la recurrencia entre las mujeres de buen gusto en lo que respecta a las relaciones con homosexuales masculinos. La segunda parte de la parte contratante... me estoy metiendo en un jardín...
Mejor me presento. Aladín Romeo Quijano, piloto de alfombras mágicas, para servirla a Usted, por la Gracia de Dios.
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Aladin,
Cesare Pavese,
dualidad,
sexo y amor
domingo, 12 de enero de 2020
El tango me salvó
Cuando llegué a Madrid con mi familia apenas teníamos dinero (no recuerdo un tiempo más feliz en compañía de los míos, mis viejos son gente maravillosa), así que uno de los entretenimientos del primer verano -ferruginoso, castellano- era recorrer las líneas de metro en viajes exploratorios.
Recuerdo haberme arrullado solo cantando "Por una cabeza" sentado en los espaciosos bancos de piedra de la entonces recién inaugurada línea 7. El tango hizo que pudiera metabolizar mejor la imposibilidad del regreso. Gracias al cielo, España era una tierra alegre, donde la gente vive y dejar vivir.
El otro día lo comentaba con mi hermano Diego en la fiesta de fin de año. Mi hermano se dedica a otras cosas -es un científico de primera línea- pero recordaba cada frase y cada arreglo de "En esta noche de luna", porque uno de los tres discos que se salvó del naufragio fue precisamente Los mejores tangos de Pugliese, con dedicatoria y dibujito de mi querido tío Santiago.
La memoria musical es simplemente eterna y la música crea sensación de espacio, de lugar donde no existe el dolor. En la música que ha representado y representa algo en mi vida, la cuarta y la quinta de Mahler, los tangos de Pugliese, los tangos de El Mudo, algunos tangos de Sosa y todos los de Goyeneche, los Beatles en racha, las sinfonías de Brahms, las suites de Bach para cello, la pena insondable de Billie Holliday, la voz de ángel de Ella Fitzgerald, Paco y Camarón, los fados de Amália... tantas cosas... sigo siendo eternamente joven e invencible. Cuando me dejo llevar por la ensoñación mis ojos ya no están cansados de ver la tierra que no cambia. Se para el tiempo, solo siento el pulso de mi sangre.
Buenos Aires era una gran ciudad, pero la red de metro de Madrid estaba muchísimo más desarrollada y permitía llegar hasta el último rincón de la ciudad. El metro se transformó en un aliado en nuestro camino para lograr la independencia y la mayoría de edad. Las primeras novias. Los primeros desengaños sobre tus mesas que nunca preguntan.
La línea 4 -nuestra línea-, a la que sigo teniendo un cariño especial, solo hacía el trayecto desde Argüelles hasta Alfonso XIII. Los vagones eran mucho más austeros, casi de servicio militar, y solía haber un cartel que ponía:
"En beneficio de todos,
entre y salga rápidamente.
No obstruyan las puertas".
Por norma, las letras del último "verso" habían sido borradas, hacían un apaño con la t y la r y se leía "NO HUYAN LAS PUTAS". Las putas siempre me han caído bien (las que lo hacen por necesidad, no las de clase alta). Salvando las abismales distancias, los músicos, como los payasos de circo, salimos a entretener a la gente y aparecemos alegres y de una pieza aunque estemos tristes y tengamos cristales dentro.
Los músicos y las putas siempre nos hemos llevado bien. Recuerdo una noche en Zaragoza. Algunas nos vinieron a ver y la fiesta continuó after hours, pero no en la dirección que ustedes imaginan. En un local pegado al Ebro, que me verás pasar en un barquito de vela, una chica hermosa se puso a recitar a Miguel Hernández. Se nos secó el alma de tanto llorar. El niño yuntero, Umbrío por la pena, Vientos del pueblo... cierro los ojos y oigo su voz. Había querido trabajar en el teatro y tenía una voz magnífica, pero los dioses tenían sus propios planes.
Más tarde, bordeando el amanecer, aquella niña resuelta en luna a la que la vida había tratado a golpes inmisericordes como si fuera un perro callejero me contó que en su habitación solo tenía una muñeca a la que peinaba todas las noches.
Y que de su vientre aún esperaba la magia.
Recuerdo haberme arrullado solo cantando "Por una cabeza" sentado en los espaciosos bancos de piedra de la entonces recién inaugurada línea 7. El tango hizo que pudiera metabolizar mejor la imposibilidad del regreso. Gracias al cielo, España era una tierra alegre, donde la gente vive y dejar vivir.
El otro día lo comentaba con mi hermano Diego en la fiesta de fin de año. Mi hermano se dedica a otras cosas -es un científico de primera línea- pero recordaba cada frase y cada arreglo de "En esta noche de luna", porque uno de los tres discos que se salvó del naufragio fue precisamente Los mejores tangos de Pugliese, con dedicatoria y dibujito de mi querido tío Santiago.
La memoria musical es simplemente eterna y la música crea sensación de espacio, de lugar donde no existe el dolor. En la música que ha representado y representa algo en mi vida, la cuarta y la quinta de Mahler, los tangos de Pugliese, los tangos de El Mudo, algunos tangos de Sosa y todos los de Goyeneche, los Beatles en racha, las sinfonías de Brahms, las suites de Bach para cello, la pena insondable de Billie Holliday, la voz de ángel de Ella Fitzgerald, Paco y Camarón, los fados de Amália... tantas cosas... sigo siendo eternamente joven e invencible. Cuando me dejo llevar por la ensoñación mis ojos ya no están cansados de ver la tierra que no cambia. Se para el tiempo, solo siento el pulso de mi sangre.
Buenos Aires era una gran ciudad, pero la red de metro de Madrid estaba muchísimo más desarrollada y permitía llegar hasta el último rincón de la ciudad. El metro se transformó en un aliado en nuestro camino para lograr la independencia y la mayoría de edad. Las primeras novias. Los primeros desengaños sobre tus mesas que nunca preguntan.
La línea 4 -nuestra línea-, a la que sigo teniendo un cariño especial, solo hacía el trayecto desde Argüelles hasta Alfonso XIII. Los vagones eran mucho más austeros, casi de servicio militar, y solía haber un cartel que ponía:
"En beneficio de todos,
entre y salga rápidamente.
No obstruyan las puertas".
Por norma, las letras del último "verso" habían sido borradas, hacían un apaño con la t y la r y se leía "NO HUYAN LAS PUTAS". Las putas siempre me han caído bien (las que lo hacen por necesidad, no las de clase alta). Salvando las abismales distancias, los músicos, como los payasos de circo, salimos a entretener a la gente y aparecemos alegres y de una pieza aunque estemos tristes y tengamos cristales dentro.
Los músicos y las putas siempre nos hemos llevado bien. Recuerdo una noche en Zaragoza. Algunas nos vinieron a ver y la fiesta continuó after hours, pero no en la dirección que ustedes imaginan. En un local pegado al Ebro, que me verás pasar en un barquito de vela, una chica hermosa se puso a recitar a Miguel Hernández. Se nos secó el alma de tanto llorar. El niño yuntero, Umbrío por la pena, Vientos del pueblo... cierro los ojos y oigo su voz. Había querido trabajar en el teatro y tenía una voz magnífica, pero los dioses tenían sus propios planes.
Más tarde, bordeando el amanecer, aquella niña resuelta en luna a la que la vida había tratado a golpes inmisericordes como si fuera un perro callejero me contó que en su habitación solo tenía una muñeca a la que peinaba todas las noches.
Y que de su vientre aún esperaba la magia.
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