domingo, 12 de enero de 2020

El tango me salvó

Cuando llegué a Madrid con mi familia apenas teníamos dinero (no recuerdo un tiempo más feliz en compañía de los míos, mis viejos son gente maravillosa), así que uno de los entretenimientos del primer verano -ferruginoso, castellano- era recorrer las líneas de metro en viajes exploratorios.

Recuerdo haberme arrullado solo cantando "Por una cabeza" sentado en los espaciosos bancos de piedra de la entonces recién inaugurada línea 7. El tango hizo que pudiera metabolizar mejor la imposibilidad del regreso. Gracias al cielo, España era una tierra alegre, donde la gente vive y dejar vivir.

El otro día lo comentaba con mi hermano Diego en la fiesta de fin de año. Mi hermano se dedica a otras cosas -es un científico de primera línea- pero recordaba cada frase y cada arreglo de "En esta noche de luna", porque uno de los tres discos que se salvó del naufragio fue precisamente Los mejores tangos de Pugliese, con dedicatoria y dibujito de mi querido tío Santiago.

La memoria musical es simplemente eterna y la música crea sensación de espacio, de lugar donde no existe el dolor. En la música que ha representado y representa algo en mi vida, la cuarta y la quinta de Mahler, los tangos de Pugliese, los tangos de El Mudo, algunos tangos de Sosa y todos los de Goyeneche, los Beatles en racha, las sinfonías de Brahms, las suites de Bach para cello, la pena insondable de Billie Holliday, la voz de ángel de Ella Fitzgerald, Paco y Camarón, los fados de Amália... tantas cosas... sigo siendo eternamente joven e invencible. Cuando me dejo llevar por la ensoñación mis ojos ya no están cansados de ver la tierra que no cambia. Se para el tiempo, solo siento el pulso de mi sangre.

Buenos Aires era una gran ciudad, pero la red de metro de Madrid estaba muchísimo más desarrollada y permitía llegar hasta el último rincón de la ciudad. El metro se transformó en un aliado en nuestro camino para lograr la independencia y la mayoría de edad. Las primeras novias. Los primeros desengaños sobre tus mesas que nunca preguntan.

La línea 4 -nuestra línea-, a la que sigo teniendo un cariño especial, solo hacía el trayecto desde Argüelles hasta Alfonso XIII. Los vagones eran mucho más austeros, casi de servicio militar, y solía haber un cartel que ponía:

"En beneficio de todos,
entre y salga rápidamente.
No obstruyan las puertas".

Por norma, las letras del último "verso" habían sido borradas, hacían un apaño con la t y la r y se leía "NO HUYAN LAS PUTAS". Las putas siempre me han caído bien (las que lo hacen por necesidad, no las de clase alta). Salvando las abismales distancias, los músicos, como los payasos de circo, salimos a entretener a la gente y aparecemos alegres y de una pieza aunque estemos tristes y tengamos cristales dentro.

Los músicos y las putas siempre nos hemos llevado bien. Recuerdo una noche en Zaragoza. Algunas nos vinieron a ver y la fiesta continuó after hours, pero no en la dirección que ustedes imaginan. En un local pegado al Ebro, que me verás pasar en un barquito de vela, una chica hermosa se puso a recitar a Miguel Hernández. Se nos secó el alma de tanto llorar. El niño yuntero, Umbrío por la pena, Vientos del pueblo... cierro los ojos y oigo su voz. Había querido trabajar en el teatro y tenía una voz magnífica, pero los dioses tenían sus propios planes.

Más tarde, bordeando el amanecer, aquella niña resuelta en luna a la que la vida había tratado a golpes inmisericordes como si fuera un perro callejero me contó que en su habitación solo tenía una muñeca a la que peinaba todas las noches.

Y que de su vientre aún esperaba la magia.

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