jueves, 30 de enero de 2020

Capítulo 3

Invierno de 2020. Continúo navegando. Escribiendo esta novela que me está matando lentamente, a fuerza de soledad y de remover cada piedra, cada sendero olvidado y vuelto a recuperar. Va por Lisboa. Por el camino que o 28 -el tranvía amarillo que me llevaba de vuelta a casa- hace todos los días hasta Prazeres. Una casa que ya solo existe en el recuerdo. Va por ustedes...

[...] Nos dedicamos a amarnos un día sí y otro también. El resto de las cuestiones quedaron pospuestas hasta nuevo aviso. Incluso el tango, que nos unió en medio de esta densa niebla, pasó a segundo plano. Vivíamos para nosotros y Madrid, ya se sabe, es la mejor ciudad del mundo para amar. París es un decorado, Londres rezuma rencor, mi viejo rencor, pero Madrid es real. Fue entonces cuando decidimos partir hacia Lisboa, porque es Madrid con mar océana.

Nada de avión. Hicimos el trayecto en el Lusitania. Los que se aman viajan en tren: la rapidez es enemiga de la ternura y para amar hay que estar. Estar presente en todo momento, mirarse a los ojos, descubrir otros colores, otras líneas de costa.

Una tarde sin reloj, un silencio compartido, unos pasos de baile en la cocina de casa. Vos y yo, mano a mano los dos.

La llegada a Santa Apolónia nos sorprendió abrazados. Es extraño entrar en Lisboa por otro sitio que no sea el puente, con esos Tramex cantarines, esa promesa de vida en el corazón. Porque en Lisboa todo puede ser, todo puede empezar otra vez. Empecemos de cero, amor, las veces que haga falta hasta encontrarle la vuelta. Construyamos castillos con cimientos bien sólidos esculpidos en el aire, subamos las escaleras hacia atrás en plena medianoche, desayunemos a deshoras.

Fuimos a visitar directamente a Dona Lina, en la Calçada do Marquês de Tancos. Salió ella en persona a recibirnos y nos abrazó a los dos. Dona Lina tenía fado en las venas. Sus abrazos sabían a despedida en el puerto y por eso duraban para siempre. Eran abrazos de no te vayas, no te vayas nunca porque no podré seguir, no sabría cómo ni por dónde empezar. Y eran los mejores abrazos del mundo, abrazos de Praia de Angola. Un café que alguien dejó pagado en alguna esquina de la Praça do Rossío, en el mostrador de una taberna mal iluminada. Uma bica bem quentinha para los que vendrán, los que estrenarán el amor como si fuera la primera vez que alguien ama sobre esta tierra que rueda incesante, estruendosa e inconmovible. Que navega con sus vivos y sus muertos. Esperándonos. [...]

No hay comentarios: