La línea 4 fue la puerta a la libertad. 11 pesetas y atravesar la ciudad recorriendo sus tripas, buscando vaya a saber qué. Una aventura, un amor, algo que haga que los días no sean uno exactamente igual a otro.
Alfonso XIII, Prosperidad, Avenida América, Diego de León... el barrio de Salamanca al completo, Colón, los bulevares y Argüelles.
Conocí a otra compatriota en aquellos años que hacía el mismo recorrido. Ambos éramos fragmentos de una nave que había estallado en vuelo.
Me llevó a su casa en Santa Susana, en los límites de la ciudad. Compartía el piso con otra chica. En la puerta de su habitación había un cartel que decía «contra la depresión... ¡poesía!» Estaba escrito con letras de niña. Entonces supe que algunas personas vivían en un planeta de vapores de llanto.
Era mayor que yo. Creo que fue la primera vez que vi a una mujer ataviada como para bailarse todos los tangos de la ciudad. Medias de red, zapatos de tacón. Yo era un adolescente. Ella me invitó a fumar. Estaba realmente hermosa. Una mujer hace el amor con su cigarrillo, lo acaricia dulcemente entre los dedos: nunca he podido resistir esa tentación de abrazarlas, de acompañarlas a casa, de besar sus esculturas de humo. Mucho más frágiles que un segundo.
Pasamos la noche juntos. Me habló de sus sueños, me dijo que todos los hombres que había conocido intentaban salvarla. Me alejé despacio. O fue ella quien no quiso arrastrarme a su abismo de desayunos empapados en tristezas. No lo sé. Era una paloma de ciudad.
Línea 4. Al salir, no obstruyan las puertas.
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