Hay en Lisboa dos cines que me producen una tristeza infinita. O Cinema São Jorge, que está en la Avenida da Liberdade, y me recuerda a los cines grandes de Buenos Aires, esos cines de programa continuo, decorados como palacios del Zar. En el São Jorge no puedo entrar porque me invade una especie de nostalgia deletérea. El caso es que la última vez que fui acompañé a mi consorte que era jurado de un festival de cine africano. No vuelvo a ir. Decidido.
El otro cine ya no existe, queda el esqueleto. Se trata del Cinema Roxy. Está en la Avenida Almirante Reis. Es mucho más pobre, un cine de barrio. De esos cines de primeros besos furtivos. Pero justo enfrente había un café donde solía ir a leer y escribir y desde allí contemplaba la cúpula blanca del cinema Roxy e imaginaba mil historias.
Quizá porque Almirante Reis a la altura de Intendente -justo antes de la Fábrica de Cerveja- es la rua de las prostitutas y algunas al verme escribir siempre en la misma mesa me sonreían con dulzura desde la barra. Sobre todo Manuela... que a veces se sentaba conmigo y me acompañaba un café. Uma bica bem quentinha. Era una reina africana de ébano, siempre sonriente. Decía que me esperaría en África, que las playas de Angola irían bien con el color de mis ojos.
Uno de los camareros creyó que éramos pareja y nos trataba con especial cortesía, esa cortesía lisboeta de voz templada, sin estridencias. El alma portuguesa está llena de naufragios. En sus ojos pude ver que él tuvo un amor marinero también. Quizá en Mozambique.
Os senhores... Mas o que os senhores querem beber hoje? Me gusta el sonido de "hoy" en portugués. Me gusta ontem también.
Un día no llegó. Quedé esperando. Luego me contaron que había regresado a Luanda.
No puedo caminar ese tramo de Almirante Reis.
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