Ella fue la primera en amarme
y la última en abandonarme.
Suspendimos el tiempo,
la vida, el mañana.
Todo porvenir se tornó infancia.
Sin red quisimos soñar. Y a fe mía que lo hicimos.
Qué más da si duró un día o veinte años.
Pusimos las almenas en fuego.
Construimos catedrales en el vacío.
Fuimos una sola espada. Entre grito y risa.
Pisamos las calles, bailamos en la cocina.
Nos alimentamos de palabras, de labios,
manos y susurros de amanecida,
fortalezas erguidas en tierras yermas,
de un tiempo heroico, lejano e infiel.
Tu voz y la mía
Decidieron casarse.
La casa llena de flores
Restos de una nave
cóncava
que explotó en vuelo.
Abrazos como de la cólera de Dios
desde antes de tu llegada
al mundo, junto a un mar ebrio
de otoños, siempre embravecido.
Hollarás las arenas que no caminé contigo.
Verás arder mil fuegos lejos de mí.
No envejeceremos juntos.
No me verás morir, amor.
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