Llevábamos un tiempo mal. En realidad, "mal" no lo describe a cabalidad. De recriminaciones y broncas constantes. La misma intensidad que poníamos al amarnos la empleábamos para lanzarnos torpedos tipo Armada Soviética, división Flota de Murmansk, a la línea de flotación. El horror, el horrrrroooorrrr..., que diría Conrad.
Para tratar de salvar lo nuestro contratamos una terapia de pareja en la superficie lunar a pagar en cómodos plazos. Según los científicos la ausencia de gravedad le quita hierro a las discusiones maritales y te entra la risa tonta.
En nuestro caso ni por esas. Teníamos energía de sobra para hacer el amor en modo leones de la sabana entre las ídem, llamarnos de todo menos guapo, volver a la cama, discutir por cualquier gilipollez y así hasta el amanecer y más p'allá. Y al día siguiente vuelta a empezar. Zombies estábamos de no dormir. Pasión animal.
El tratamiento lunar fracasó. Estrepitosamente. Y por si fuera poco, regresando a la Tierra, nuestra nave para dos explotó. Salimos eyectados en nuestros trajes espaciales y cuando quisimos darnos cuenta caíamos al vacío en dirección a casa. La gravedad es así de desalmada.
Empezamos a discutir por radio. Ahora no podíamos tocarnos.
—Mira que te lo dije... "viajes a la luna". Como si no tuviéramos suficientes problemas. Eres un subnormal.
—Que me olvides, hombre. Siempre dando por saco. No puedes parar, ¿eh?
—No te soporto. En qué hora... y mira en la que nos hemos metido.
—Estamos de acuerdo. Tampoco te soporto. Ni un minuto más. No puedo contigo.
—Te odio como no sabía que se podía odiar...
—¡Maldigo el día en que te encontré!
—¡¡¡So mamón!!!
—¡¡¡Desgraciada!!!
[...] [...]
—Oye... ¿qué va a suceder ahora?
—En diez minutos o menos entraremos en la atmósfera y arderemos como antorchas.
—Diez minutos... ¿sabes? Ya no podré tocarte nunca más. Solo tengo tu voz, como al principio, ¿te acuerdas?
—Sí, claro. A mí también me sucedía. Oía tu voz y me volvía loco. Escuchaba los audios que me enviabas una y otra vez. Me sigue gustando oírte. Me matas de deseo.
—Y tú a mí, vida. Vivimos cosas maravillosas... ¿verdad?
—Sí, mi amor. Así fue. Siempre en el extremo, pero maravillosas. Irrepetibles.
—No he amado nunca con tanta intensidad. No sabía que era posible perder el sueño, la razón, el equilibrio. Me dolías físicamente cada vez que te sentía lejos. Dolor real.
—Cariño... somos cielo e infierno. Con todas las letras. Pero no te cambio por nadie. Ni cambio un solo instante juntos.
—¡Te quiero, loco! Daría cualquier cosa por poder abrazarte.
—¡Te amo, fea! Cierro los ojos y vuelvo a besarte. Lo recuerdo todo...!
—¡Te llevo conmigo!
—¡Estás en mí!
*
Dos niños jugando en las playas del sur de España. Uno señala al cielo.
—¡Dos estrellas fugaces juntas! Rápido... ¡pide un deseo!
—Ya lo he hecho. Deseo sentir como una estrella.
—¡Yo también!
—¡Copiota!
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