Otra vez ruido de sables, que nos devuelve en pleno siglo XXI al pasado más atroz de América Latina, cuando el ejército era un elemento omnipresente en la vida política de nuestros países. Entonces eran moneda corriente las desapariciones, las torturas y los asesinatos cometidos con absoluta impunidad.
Parece que se nos olvida, pero fue antes de ayer. Funcionando bajo una apariencia de legalidad, toda la maquinaria del estado se ponía al servicio del ideario fascista. No hay gran diferencia entre el funcionamiento de la Alemania de Hitler desde enero de 1933 hasta el comienzo de la guerra en 1939 y la Argentina de Videla y el resto de asesinos. La gente desaparecía sin dejar rastro, era internada en campos clandestinos y el poder judicial se declaraba incompetente para mediar entre el poder político-militar y los ciudadanos.
Nuestros eternos amigos del norte siempre estaban por allí. Si se trataba de Europa, desembarcaban en Normandía, pero a nosotros nos tenían reservados los gorilas de la Escuela de las Américas. Y así Pinochet, Videla, Duvalier, Somoza, Stroessner, Banzer y un largo etcétera de padres de la patria, siempre dispuestos a mostrar su hombría frente a la población civil. Desde luego, hay que tener mucho valor para torturar a un pibe, reventar a un anciano o violar a una mujer: se ve que las tropas estaban muy bien entrenadas. Claro que otra cosa es enfrentarse a un ejército de verdad... Ahí está el gran ejemplo del capitán Alfredo Astiz, ínclito prócer, en la guerra de las Malvinas que en 1982 enfrentó a la Argentina con Gran Bretaña.
Astiz demostró su valentía infiltrándose en las filas de las madres de plaza de Mayo. Peligrosas septuagenarias que, tocadas de un pañuelo blanco, daban vueltas a la plaza pidiendo saber de sus hijos. Astiz, con la pinta de un jugador de polo argentino -¿viste qué lindo, ché?-, rubio, con ojos azules y carita de ángel, se ganó la confianza de las pobres abuelas. En cumplimiento de su peligrosa misión, contó a las madres que también era familiar de desaparecidos y logró obtener nuevos nombres de peligrosos agentes del marxismo internacional. Es una pena que Sean Connery no estuviera en forma para llevar a la gran pantalla las hazañas de nuestro intrépido 007 rioplatense, que demostró su inconmensurable valor disparando a una joven sueca de 17 años llamada Dagmar Hagelin. Le disparó por la espalda a una piba desarmada, así, como hacen los hombres bien machos, los hombres de verdad.
Para compensar los servicios al Estado, la Junta Militar decidió otorgarle un "virreinato". Bueno, en realidad se trataba de un virreinatillo...
Cuando las tropas argentinas invadieron las islas Malvinas en 1982, el capitán de fragata Alfredo Astiz, el ángel rubio, obtuvo el mando de la base de las islas Georgias del Sur. El 25 de abril de 1982, las tropas británicas desembarcan en dichas islas. ¿Cuál fue la reacción de Astiz? ¿Numancia, Troya, Stalingrado? ¿Se apresuró a atrincherarse, a jurar resistencia hasta el último hombre, a morder cápsulas de cianuro siguiendo el código de todo Samurai que se precie? No. Ante el primer disparo de los británicos -el primer disparo, no hubo que esperar a un segundo, hasta se sabe que fue un misil Carl Gustav de 84 mm-, Astiz entregó las islas sin la más mínima resistencia. Se volvió pacifista de repente. Sacó la túnica azafrán del baúl de milico y entonó el Om Mani Padme Hum. Un orgullo para su patria: el torturadorcito valiente, qué ejemplo de coraje sin límites.
En esta foto aparece con barba -el desgaste del "combate" hizo mella en su look, los azorados vencedores no le dieron tiempo a afeitarse para tomar esta foto histórica- firmando la rendición incondicional ante los comandantes británicos. Nunca antes tan poco fue necesario para ganar una batalla tan poco batalla, habría escrito el bueno de Churchill.
Mientras escribo esto, hermanos hondureños, un pueblo condenado a la miseria desde la independencia con sucesivos regímenes militares turnándose en el poder, se enfrentan al ejército desplegado en las calles de Tegucigalpa. Con dos cojones.
¿Qué tiene que pasar para que los milicos aprendan que no están para matar a su gente, que supuestamente están para protegerlos? (¿de quién? ¿de los marcianos?).
Algo parece que ha cambiado en la administración yanqui -espero que Obama contrate a la competencia de la empresa de seguridad que contrató Kennedy-, ya que no han reconocido al gobierno usurpador de Honduras.
Zelaya, el presidente constitucional del país, elegido democráticamente en las urnas, anuncia su regreso a Tegucigalpa este jueves. No hay vuelta atrás. Se acabaron los gobiernos asesinos para siempre.
¡Vamos Honduras, carajo!
Parece que se nos olvida, pero fue antes de ayer. Funcionando bajo una apariencia de legalidad, toda la maquinaria del estado se ponía al servicio del ideario fascista. No hay gran diferencia entre el funcionamiento de la Alemania de Hitler desde enero de 1933 hasta el comienzo de la guerra en 1939 y la Argentina de Videla y el resto de asesinos. La gente desaparecía sin dejar rastro, era internada en campos clandestinos y el poder judicial se declaraba incompetente para mediar entre el poder político-militar y los ciudadanos.
Nuestros eternos amigos del norte siempre estaban por allí. Si se trataba de Europa, desembarcaban en Normandía, pero a nosotros nos tenían reservados los gorilas de la Escuela de las Américas. Y así Pinochet, Videla, Duvalier, Somoza, Stroessner, Banzer y un largo etcétera de padres de la patria, siempre dispuestos a mostrar su hombría frente a la población civil. Desde luego, hay que tener mucho valor para torturar a un pibe, reventar a un anciano o violar a una mujer: se ve que las tropas estaban muy bien entrenadas. Claro que otra cosa es enfrentarse a un ejército de verdad... Ahí está el gran ejemplo del capitán Alfredo Astiz, ínclito prócer, en la guerra de las Malvinas que en 1982 enfrentó a la Argentina con Gran Bretaña.
Astiz demostró su valentía infiltrándose en las filas de las madres de plaza de Mayo. Peligrosas septuagenarias que, tocadas de un pañuelo blanco, daban vueltas a la plaza pidiendo saber de sus hijos. Astiz, con la pinta de un jugador de polo argentino -¿viste qué lindo, ché?-, rubio, con ojos azules y carita de ángel, se ganó la confianza de las pobres abuelas. En cumplimiento de su peligrosa misión, contó a las madres que también era familiar de desaparecidos y logró obtener nuevos nombres de peligrosos agentes del marxismo internacional. Es una pena que Sean Connery no estuviera en forma para llevar a la gran pantalla las hazañas de nuestro intrépido 007 rioplatense, que demostró su inconmensurable valor disparando a una joven sueca de 17 años llamada Dagmar Hagelin. Le disparó por la espalda a una piba desarmada, así, como hacen los hombres bien machos, los hombres de verdad.
Para compensar los servicios al Estado, la Junta Militar decidió otorgarle un "virreinato". Bueno, en realidad se trataba de un virreinatillo...
Cuando las tropas argentinas invadieron las islas Malvinas en 1982, el capitán de fragata Alfredo Astiz, el ángel rubio, obtuvo el mando de la base de las islas Georgias del Sur. El 25 de abril de 1982, las tropas británicas desembarcan en dichas islas. ¿Cuál fue la reacción de Astiz? ¿Numancia, Troya, Stalingrado? ¿Se apresuró a atrincherarse, a jurar resistencia hasta el último hombre, a morder cápsulas de cianuro siguiendo el código de todo Samurai que se precie? No. Ante el primer disparo de los británicos -el primer disparo, no hubo que esperar a un segundo, hasta se sabe que fue un misil Carl Gustav de 84 mm-, Astiz entregó las islas sin la más mínima resistencia. Se volvió pacifista de repente. Sacó la túnica azafrán del baúl de milico y entonó el Om Mani Padme Hum. Un orgullo para su patria: el torturadorcito valiente, qué ejemplo de coraje sin límites.
En esta foto aparece con barba -el desgaste del "combate" hizo mella en su look, los azorados vencedores no le dieron tiempo a afeitarse para tomar esta foto histórica- firmando la rendición incondicional ante los comandantes británicos. Nunca antes tan poco fue necesario para ganar una batalla tan poco batalla, habría escrito el bueno de Churchill.
Mientras escribo esto, hermanos hondureños, un pueblo condenado a la miseria desde la independencia con sucesivos regímenes militares turnándose en el poder, se enfrentan al ejército desplegado en las calles de Tegucigalpa. Con dos cojones.
¿Qué tiene que pasar para que los milicos aprendan que no están para matar a su gente, que supuestamente están para protegerlos? (¿de quién? ¿de los marcianos?).
Algo parece que ha cambiado en la administración yanqui -espero que Obama contrate a la competencia de la empresa de seguridad que contrató Kennedy-, ya que no han reconocido al gobierno usurpador de Honduras.
Zelaya, el presidente constitucional del país, elegido democráticamente en las urnas, anuncia su regreso a Tegucigalpa este jueves. No hay vuelta atrás. Se acabaron los gobiernos asesinos para siempre.
¡Vamos Honduras, carajo!