Tres meses antes de la caída del muro de Berlín, Gorbachov, por entonces máximo dirigente de la Unión Soviética, aseguraba que la desaparición del muro que dividía en dos la capital germana era una cuestión que se resolvería, como muy pronto, en el siglo XXI.
En noviembre de 1989, el muro caía aplastado y los berlineses se daban un abrazo gigantesco en Unter den Linden. Era el fin de la guerra fría y el comienzo de una nueva era.
Nadie podía prever que aquello iba a ocurrir. Una vez más se confirma que no hay nada peor que un especialista. Nuestro cerebro racional está preparado para lo posible, pero es lo imposible, lo imprevisto, lo que acaba sucediendo. De otro modo, no habría forma de explicar cientos de acontecimientos en la historia de la humanidad.
Si esto es así, lo lógico es ser irracional y pedir imposibles: que se acabe el hambre en esta generación, que las personas que nos gobiernan acrediten una preparación mínima en lugar de improvisar continuamente, que se adopte un modelo de consumo sostenible, que nadie más duerma en la calle, que el reparto de la riqueza sea justo y equilibrado, que se termine la venta de armas de países "avanzados" a países supuestamente "atrasados", que se acaben los sermones que amenazan con el fuego infernal, que el matrimonio de los curas esté bien visto -sobre todo si se trata de curas gays-, etc., etc.
La racionalidad ya nos ha mostrado adónde podemos llegar. No hay nada más racional que las cámaras de gas en Auschwitz. El salto cualitativo desde el uso del escape de camiones para exterminar seres humanos al empleo del gas Zyklon B no podría haberse logrado sin una mente calculadora detrás. El muro que Israel levanta para ahogar a los palestinos también tiene una pinta muy racional. Decenas de ingenieros y arquitectos comprometidos en un trazado inaudito. Una maravilla de la técnica moderna.
Cuando se trata de machacar al prójimo, el ser humano se convierte en el Dios del Antiguo Testamento. No hay piedad. Los avances científicos y tecnológicos que se produjeron durante los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial no tienen precedentes. Ya lo dijo el viejo Heráclito: "La guerra es el padre de todas las cosas". La paz aburre y engorda.
Vista la historia del mundo y comprendida la esencia del poder, sólo queda aspirar a lo imposible. Siendo realistas, naturalmente.
lunes, 30 de noviembre de 2009
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