miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cámara lenta

El frío ha llegado a traición a España y, como resulta habitual en mí, me he resfriado. Llevo algunos días viendo todo como a cámara lenta. Y empieza a gustarme.

¿Cuál es el verdadero lujo en esta época? Sin lugar a dudas: tiempo. Para hacer lo que sea con él, desde estudiar el violoncello, a aprender matemáticas, hablar con un amigo de bueyes perdidos o quedarse simplemente mirando por la ventana.

También ayuda no depender de nadie. Cuando le preguntaron a Keith Richards, su satánica majestad, cuál era el secreto de los Rolling Stones para mantenerse tan jóvenes, brincando de un lado al otro del mundo, rodeados de minas que bien podrían ser sus nietas, respondió:

-"Es que no tener que decir "sí, señor" te quita muchos años de encima..."

Cuánta razón, amigo Keith. Supongo que su caso no es extrapolable al resto de los mortales. Aunque pensándolo bien, quizás sí. Si uno empieza a negarse a hacer todo aquello que le resulte desagradable en plan Bartleby el Escribiente, puede que se produzcan hechos sorprendentes. Cambios inesperados. Nadie debería estar subordinado a nadie. Nadie debería soportar la más mínima humillación. Sólo habría que trabajar en el perfeccionamiento del espíritu. Claro, una vez hecha la revolución. Pero la revolución fue un desastre. La recompensa de la riqueza material no se basa en disfrutar de las posesiones -ganadas legítima o ilegítimamente- sino en que otros no las tengan. Pon un poco de dinero en manos de la segunda generación de nuevos ricos y contemplarás hechos tragicómicos. Mark Twain solía decir "no conoces a nadie hasta que te toca compartir una herencia con él".

David Hume, en su Tratado de la naturaleza humana, obra cumbre que fue un fracaso editorial estrepitoso, habla en la introducción (añadida al final de sus días) de cómo debió adaptar su vida a una frugalidad extrema para mantener siempre a flote su independencia de criterio. Lo cuenta con una gracia y un empirismo tan inglés -perdón... escocés- que realmente vale la pena leerlo. Incluso recordarlo en distintos momentos vitales, cuando sintamos que perdemos el norte. Cuando creamos que estamos cumpliendo los sueños de otro. No los nuestros.

Una vez leí en un artículo de un famoso entomólogo que el setenta por ciento del tiempo, las hormigas -el paradigma de la actividad frenética- no hacen NADA. No hacer nada está ampliamente penado en nuestra sociedad. Aunque, como a veces ocurre en el ajedrez, la mejor jugada en la vida puede ser quedarse en el molde. Paciencia y barajar como dicen los chinos.

"En tiempos de tribulación, no hacer mudanza". Pero se mira mal a alguien que no hace nada. Hay que levantarse muy temprano: una vez tuve una novia procedente del norte de Europa con la que vivimos en las montañas. Una genuina walkiria. Al segundo o tercer día, contemplamos juntos un amanecer glorioso -de los que están realmente contados, al decir de Bowles- y ella me miró con pasión y dijo: "La madrugada tiene oro en la boca". Qué lo parió. Una poeta. Cómo te quiero, mi amor. En mi cabeza sonaba Bramhs. Aimez-vous Bramhs? NO. La mina se refería a que hay que levantarse temprano para hacer guita. Para laburar más (seré pánfilo...). En su país la poesía dejó de existir hace muchos años. Se convirtió en estatua de sal, como la mujer de Lot.

¿Guita para quién? ¿Para Madoff? ¿Para los bancos? Si la guita se convierte en un fin en sí mismo, el proceso nunca terminará. Con suerte, te convertirás en el muerto más rico de todo el cementerio. Conozco gente tan pobre, pero tan pobre tan pobre que sólo tiene dinero. Nada más.

Cuando manyés que a tu lado
se prueban la ropa
que vas a dejar...

Todas estas máquinas para ir más rápido, para ser más productivo, destruyen el vínculo con el proceso natural de crecimiento. El tiempo necesario de maduración que requieren las cosas. Todo ocurre como en un videoclip de un grupo de hardcore empapado en cocaína. La gente hace -hacemos- más cosas pero no por eso somos necesariamente más sabios ni mejores. Es la diferencia que hay entre tocar un instrumento acústico, acariciar la madera, sentir cómo vibra su alma y tocar su contraparte eléctrica: hay algo que no nos pertenece. Miente.

Viví demasiados años en el campo como para acostumbrarme al ruido de la ciudad. No me gusta. En el campo se vive por la cuarta parte del dinero que cuesta un apartamento en la ciudad. No hay un bombardeo constante de cosas para comprar. Recuerdo los infinitos paseos con mi fantástico perro Fidel, por el camino que lleva a los almendros. Corría que daba gloria verlo. 1997, el año del cometa. Las estrellas eran como naranjas pulsantes en el jardín de casa. Planté con mis hijos árboles que vi crecer año tras año, excepto un arce que sólo aguantó dos inviernos. Me encantaba ver cómo Casiopea se encaraba con la Osa Mayor. Sentía la tierra rodar. En verano podía quedarme toda la noche mirando el cielo. Buscar la Estrella Polar. Siempre el norte. Ahora todo eso ya no es.

Et pourtant, hay cosas que sólo ocurren en las grandes urbes. Supongo que ésa es nuestra verdadera esencia: estar siempre de paso. Querer atrapar un globo rojo que no es el sol.

1 comentario:

Destin dijo...

Hola Martín, creo que tengo que agenciarme esa frase de Keith: si señor!
Cariños mexicanos,