jueves, 12 de noviembre de 2009

Valdez. Cuatro

Era de noche en Buenos Aires. Corrientes estaba iluminada con tutti y la gente atiborraba las veredas. Una brisa fresca venía del río y hacía más soportable los calores primaverales. La ciudad era un hervidero de grillos, llena de locos y heridos solitarios que corrían de un lado para otro. El suelo parecía estar electrificado. Nadie miraba a nadie directamente a los ojos, no sea que se vaya a armar quilombo.

De repente, un tango surgió de una disquería y detuvo el tiempo. La voz del polaco Goyeneche cantaba a todo pulmón y paralizó el cuerpo de Valdez. Cómo cantaba el hijo de puta... Mirá bien cuando entran los bandoneones a marcar el ritmo. Sí, boludo. En la segunda estrofa, cuando dice "traías en tus ojos, en tus labios, tu voz". Escuchá el latido de Buenos Aires. Agarrate bien de ese tango que lo demás es pagar impuestos y hacerse pelota. Cuando un bandoneón marca el compás sale el sol. Fijate bien otario que andás penando, prestale mucha atención. Haceme caso.

Tú, con la magia de tu amor y tu bondad
Tú, me enseñaste a sonreír y a perdonar.
Yo era un grito de rencor
En la desesperación de mi trágico final
Ya ves.... todo eso terminó
Como brumas en el mar
Al llegar la luz del sol


Valdez se puso a cantar a voz en grito en plena Corrientes. Su alma de bohemio tomó el mando y pensó que la suerte aún no estaba echada, que podía cambiar el rumbo de las cosas, que aún quedaba tiempo. Tiempo para empezar de cero, lejos, para abrazar a un amor hasta hacerse sangre, tiempo, para soñar en otra aurora, para mirar el cielo infinito hasta quedarse sin aliento, para tocarse los huevos incluso, tiempo. Sólo eso.

La respuesta estaba ahí: el viejo gotán. “Este golpe y me pianto”, se dijo. Al carajo con todo...

Cuando llegó a la pensión ya era de madrugada. Abrió la puerta con cuidado para no despertar al resto de inquilinos y atravesó el pasillo con su paso alcohólico. Buscó a tientas el pomo de su puerta y entró. Se desvistió en dos patadas con la idea de meterse derecho en la cama. Se sentó y pegó un respingo. Había alguien más.

-Shhhh... tranquilo, Val. Soy yo. ¿No te acordás de mí?-

"Una mina en mi cama... ¿cómo habrá llegado hasta aquí?", pensó Valdez. "Bueno, qué importa. Pero ¿quién era esta loca?"

-¿No me conocés?- dijo la nami acariciándole el rostro. –Soy Nora... Hace siglos que no nos vemos, pero yo nunca me olvidé de vos.

Nora. ¿Qué Nora...? Mientras los combates se sucedían había tantas. Lo asaltaban en los sitios más inverosímiles, en los taxis, en los baños, en los ascensores de los hoteles, en los pasillos de los gimnasios, en los probadores de ropa. Siempre aparecían deseosas de unir sus destinos al de la gran promesa del boxeo rioplatense. O siquiera pasar unas horas en su compañía, decir que habían estado con él, salir en los medios de comunicación en programas de cuarta... lo que fuera. Muchas estaban desesperadas, querían escapar de sus destinos previsibles, de sus vidas sin brillo, sin salida. De tipos repugnantes que las sometían a toda clase de humillaciones cotidianas.


Eso de encontrar una mujer en su cama ya le había pasado en más de una ocasión, pero hacía tanto que no sucedía... Cuando los combates empezaron a escasear y las bolsas eran cada vez más pequeñas, ellas desaparecieron como por encanto. Incluso lo miraban con desdén: vos que fuiste, vos que pudiste... todo en tiempo pasado. Qué breve y qué intranquilo es el sueño de un campeón. Siempre pensando, temiendo que venga otro más joven y fuerte y le quite la corona, con la valentía ciega y el aguante de un toro. Pibes con pinta de moneda nueva. Relucientes. Valdez no se engañaba: sabía perfectamente que las primeras canas sellarían su sentencia de muerte.

Y ahora aquella sorpresa, aquel día justamente en que había delirado en compañía de Roberto Goyeneche en la avenida Corrientes. Una señal. No preguntó. No dijo nada. Se limitó a abrazarla en la oscuridad de aquel tugurio y le hizo el amor como Lancelot en sueños a la reina Ginebra, cuando aún era de Arturo. Desesperadamente, los dos.

La habitación se convirtió en un velero. Y toda la tierra echó a rodar.

Valdez. Uno
Valdez. Dos
Valdez. Tres

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