Unión Europea. Un continente de 500 millones de consumidores atentos a sus propios ombligos. Porque sólo así cabe explicar las tibias reacciones -cuando no abiertamente aprobatorias, como en el caso de Berlusconi, pero qué podemos esperar del payaso fascista- que han suscitado las medidas del gobierno de Sarkozy en relación con la expulsión de los gitanos rumanos a su país de origen.
A diferencia de los colectivos gitanos de España, la comunidad gitana rumana constituye un problema social. Su integración es muy compleja, nadie lo niega: se acepta como un hecho la vinculación de una parte de dicho colectivo con actividades ilícitas. No digo que sea algo sencillo de resolver. Pero ¿expulsión? ¿de un colectivo étnicamente bien definido en un continente que ha visto toda clase de barbaridades en este sentido? Las últimas en los Balcanes en fechas bien recientes...
Francia, la pretendida tierra de la libertad. ¿Expulsados a otro país de la Unión Europea? De la misma forma que regresan a Bucarest volverán a introducirse en tierras galas. Las fronteras están abiertas. Entonces, desde un punto de vista práctico ¿qué sentido tiene esta expulsión? ¿No es posible encontrar otra forma, algo que concilie la educación con la integración y el respeto a sus formas de vida ancestrales?
¿Hay que culpabilizar a TODO el colectivo, niños incluidos? Así actuaban los nazis con los judíos europeos. Cuando se enternecían porque algún niño judío era suficientemente rubio, lo daban en adopción a una familia aria para su reeducación. También lo hicieron los genocidas argentinos con los hijos de los desaparecidos. Modos fascistas.
En los años cuarenta circulaban trenes por toda Europa transportando judíos. Incluso los países neutrales miraban para otro lado. Los trenes pasaban por Suiza, preferentemente de noche y sin hacer paradas, procedentes de Italia o los Balcanes. Nadie vió. Nadie oyó nada. Es obvio que la comparación con lo que hicieron los nazis resulta desmedida, pero activa la huella del recuerdo: expulsión por motivos étnicos. El recuerdo de lo que nunca debió suceder.
Esa facilidad que tiene nuestra especie para transmitir el estrés a terceros. Siempre buscando cabezas de turco: los gitanos, los judíos, los palestinos, los chechenos, los bosnios, todo aquel que se ponga por delante y esté en minoría o en inferioridad de condiciones.
La comisaria Reding -ole, ole y ole- se ha enfrentado con gran valentía casi en soledad a los que, con la ley en la mano, dictaminan: deben irse. A ellos y a sus hijos no les toca. De momento.
Esta noche, el enano de apellido húngaro (¿correrá algo de sangre gitana por sus venas? Seguramente no. No lo veo cantando una bulería que te parta el alma, bailando como un dios o tocando la guitarra como Django) bajará en batín a cenar con su lúbrica esposa de diseño, hábilmente recauchutada por los cirujanos más exclusivos.
Distraídamente, Fifi roe su hueso perfumado en su canastilla de mimbre del Nilo. Suena música suave de Debussy.
A los postres, Monsieur Le Président ingerirá una pastillita azul traída en bandeja de plata por un ujier ataviado como el almirante Nelson e intentará estar a la altura de las circunstancias. Algo que, en su caso, resulta triplemente difícil.
Europa entera mira para otro lado.
Qué planeta de mierda.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
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