sábado, 10 de septiembre de 2011

Iván

Encuentro con mi hijo Iván en una taberna de mi juventud. Iván Rasskin es mi hijo mayor. Acaba de regresar de Londres y está a menos de un mes de cumplir veinte años. ¡Tengo un hijo de casi veinte años! Ergo, soy un jovato.

Me da un abrazo que me desarma figurada y literalmente, y charlamos de todo. La dificultad de la vida en pareja (ah, hijo mío, a Noé le vas a hablar de lluvia...!), la dureza de Londres y los ingleses -I told you-, inventores del liberalismo, el utilitarismo y el individualismo extremo, la complejidad creciente de sus estudios de matemáticas, las opciones de continuarlos en el Imperial College, el omnipresente ajedrez, los mil proyectos de una mente inquieta.

Hace aproximadamente cinco minutos eras un niño reservado que siempre sonreía y gustaba de lanzarse a correr sin razón aparente. 1997. Primer viaje a París juntos. Subimos las escaleras de la Torre Eiffel a toda pastilla. Superada la primera planta de la torre compruebo que Iván se me escapa como un ratón escaleras arriba. Tengo 32 años y aún puedo subir los escalones de cuatro en cuatro. Las escaleras se hacen eternas. Hago un esfuerzo supremo y estamos casi a la par. Faltan escasos metros para llegar a la meta... ¡Vamos, todavía!... E Iván llega primero por un pelo. La gente aplaude el esfuerzo de servidor y figlio, en un agosto húmedo y pesado.

Durante años aquello fue motivo de controversia. ¿Quién ganó la carrera? ¿El padre o el hijo? Hijo querido, confieso que te he engañado un poquito estos años sembrando la duda: ganaste tú. Como enseñaba el viejo preceptor de Alejandro Magno, los hijos actualizan las formas. Verte ahora, brillando como una moneda que acaba de salir del troquel, lleno de vida, con novia guerrera, ¡con problemas de convivencia! (bienvenido a una de las certezas de la vida junto con Hacienda y la Muerte). Qué decir.

Distinto de mí hasta la saciedad y sin embargo, extrañamente familiar. Me conmueve especialmente que tú seas tú, con tu propia personalidad, con un talento infinito, independiente y con un sentido de la dignidad que me admira. Como padre, nada puede igualar la sensación de haber invitado a este mundo a alguien que hace sombra y camina con sus propios pies.

He conocido decenas de personas mayores que se consideran profundamente desgraciadas porque sus padres nunca les dijeron una sola palabra amable ni celebraron sus logros. Fábricas de hielo seco.

Sabes que ese no es mi caso pero, por si las moscas, dejo constancia por escrito: ¡eres lo más grande!

No hay comentarios: