miércoles, 4 de marzo de 2015

Arenosa

Para galopar y no parar. Aquí esta cueca inmortal con la Negra en su mejor momento. Va para mi hermano Raúl que me envió el cassette de la actuación en 1982, cuando quedaban meses para que llegara el aire fresco.

El verano de 1982. Vos te fuiste, hermano querido, y dejaste un agujero en el corazón de mucha gente. Un mar de por medio que aún llevo clavado en la garganta.

Me cago en todo lo que se menea. ¡Estoy hasta los cojones de gilipolleces blandas! Este tema es la hostia. Voy a ponerlo a 1000 y voy a zapatear toda la tarde. Ciento catorce veces. hasta que vengan los hombres de blanco.

La vida se compone de escasísimos momentos de euforia, asombro de estar vivo, y eternidades de aburrimiento y tedio. Tiempo de espera entre orgasmo y orgasmo. Tiempos muertos. Estudios interminables, largas cuaresmas, amores absurdos, separaciones, mudanzas, pensiones, codazos, aquí estoy yo, pasos adelante y atrás, dudas existenciales, dudas irracionales, dudas razonables, dudas metafísicas, certezas entrópicas, trámites administrativos, títulos, papeles, películas alimenticias, rebajas, encuentros tibios, silencios, iniciaciones, círculos de fuego, finales, coñazos de gran tonelaje. Tiempo al reverendo pedo. No se trata de ser bipolar. La proporción entre ambas sustancias, la luz que quema y el éter, es 1 a 1 millón. Después, La Nada. Con mayúsculas.

Ocurre en las sinfonías de los grandes maestros. A mí me ocurre, digo. Un edificio descomunal de 76 minutos para un par de situaciones que transportan al cielo. Claro que, de no existir el aparataje, el oficio, la delicada urdimbre, quizás tampoco se produciría lo sublime, la conexión con lo inefable. Tal vez deba ser así.

Hagámonos a la mar con las cuatro cosas que valen la pena. Que no haya soledad. Cerrad los ojos y a galopar. Hasta enterrarlos bien hondo.




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