viernes, 27 de marzo de 2015

Luz

Un hombre mayor, que ha perdido a su mujer, a su hija y a su nieta en el vuelo de Germanwings acaba de hablar. Con la voz firme, pese a sus años y al golpe mortal recibido.

"Quiero dar las gracias al fiscal francés por haberse enfrentado a 300 familiares con la mente perturbada por el dolor, por habernos dicho la verdad sin medias tintas y haber respondido a todas y cada una de nuestras preguntas. Alguien que tuvo que interrumpir en dos ocasiones su discurso, embargado por la emoción. Es un hombre excepcional".

Este hombre que habla así, sereno en medio de la tempestad, capaz de elogiar la delicadeza y la gallardía de su interlocutor aun con el corazón roto y este funcionario galo, que se queda sin palabras, representan, junto con los equipos de rescate y apoyo que se están volcando con las víctimas, lo mejor del ser humano.

La sensibilidad no es una sustancia radicalmente distinta de la inteligencia. La ausencia de sensibilidad, la incapacidad manifiesta para la emoción, la imposibilidad de ponerse en el lugar del otro -sean cuales sean las razones- implican una negación de aquello que nos hace humanos. Si no hay emoción, si no hay inteligencia, solo queda la bestia. Nada más.

Ambas personas, el hombre mayor hendido por el rayo, por un rayo ciego, de azar y estupidez extrema y el fiscal francés con un nudo en la garganta son el reflejo del dios que habita en todos nosotros.

La contracara del demonio.

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