Mozart. Una sola palabra basta para evocar el genio puro en las cuatro esquinas del globo.
Qué extraño destino me transporta a una tarde perfecta. El auditorio de San Lorenzo de El Escorial y Las Bodas de Fígaro, una de las óperas más representadas y, sin duda, una de las mejores obras del maestro de Salzburgo, en el cénit de su grandeza. La fuerza de la juventud en alguien prematuramente maduro. Una combinación imbatible.
Las bodas de Fígaro es una ópera bufa en cuatro actos, una suerte de comedia de enredos de finales del XVIII, en los albores de la Revolución Francesa. Cuando la Ilustración comenzaba a limitar el poder de la Iglesia y la razón se habría paso en un mundo presidido por las tinieblas de la superstición.
En el entonces Sacro Imperio Romano Germánico, el divino Wolfgang componía arias dignas del más exigente de los dioses. Y qué decir de los juegos corales... tres, cuatro, cinco... ¡hasta siete voces simultáneas! Un alarde de dominio técnico y, al mismo tiempo, una sensibilidad única, propia de alguien que ha vivido muchas vidas, que ha atravesado múltiples desiertos.
Mozart. Un milagro de la evolución humana.
Me conmovió especialmente la soprano Katerina Tretyakova, en el papel de Susanna. Nacida en Murmansk, el norte más desolado, y educada en Lituania. ¡Qué maravilla de voz! ¡Qué manera de suspender en el aire los sonidos!
Estamos tan acostumbrados a oír música realizada por no músicos, cantantes que no cantan, que cuando por fin oímos a alguien realmente cualificado sale el sol. Las voces de los cantantes "modernos" apenas serían nada sin los mecanismos electrónicos de compresión, ecualización, reverberación y un largo etc. Por no hablar de los casos en los que se aplica directamente un AFINADOR. Tal cual.
Tretyakova nos transporta a un manantial de bosque. Cada vez que camina por el escenario su voz se torna esquiva, un susurro, como en un efecto doppler en miniatura. Los silencios. Su fraseo delicioso. ¡Y la forma de cantar sotto voce! Digna de los encantamientos de los bosques de Nemi.
El edificio del auditorio y su localización -sobre todo su localización- hicieron el resto en una velada para recordar. Contemplar las luces de Madrid desde el Escorial siempre es un espectáculo. En El Escorial viví tres años: de los más felices de mi vida.
Amigos, almas gemelas, lectores todos de este blog... ¡Mozart! (En este caso con la también superlativa Anna Netrebko).
domingo, 23 de julio de 2017
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