Las imágenes que llegan de niños separados de sus padres como consecuencia de la nueva política migratoria de los Estados Unidos superan todo lo conocido hasta la fecha. Jaulas, prohibición a los carceleros -TAMBIÉN DE ORIGEN LATINOAMERICANO- de tocar a los niños, despropósitos sin cuento.
Más allá de la conocida táctica del presidente estadounidense de tensar la cuerda al máximo para negociar a la baja y agitar los medios de comunicación como si de un avispero se tratara, lo que están haciendo con los hijos de los emigrantes latinoamericanos indica que no hay límites para esta gente y podemos esperar cualquier cosa.
¿Qué está sucediendo con el pueblo norteamericano? ¿Qué manera es esta de solucionar los problemas? ¿Cómo puede permitirse en una democracia que una persona histriónica gobierne a golpe de ocurrencia saltándose todas las normas de convivencia universal, incluso aquellas no escritas?
Siento vergüenza de ser blanco y de pertenecer a la raza humana.
Esto tiene que acabar.
miércoles, 20 de junio de 2018
domingo, 17 de junio de 2018
Operación Bikini
Hoy, de madrugada y con viento de poniente, arriban los primeros refugiados del Aquarius al puerto de Valencia. El recuerdo de otras tragedias. La sierra de Aitana vista desde el mar como último fulgor de España. Los republicanos españoles rumbo al exilio.
Los cisnes negros... la imposibilidad de predecir los acontecimientos futuros. Hombres que combatieron a los sublevados franquistas, que se incorporaron a las tropas aliadas en la Segunda Guerra Mundial y que liberaron París con la esperanza de que, una vez acabados Hitler y Mussolini, le llegaría el turno a Franco. Pero la historia raramente tiene un comportamiento lógico o previsible.
Vivir lejos de España. ¿Cómo?
Nuestra Europa de hemorroides crónicas en el alma se queja de los inmigrantes, de las "hordas". Nadie se detiene a pensar en otros conflictos, en países como Líbano, Turquía, Pakistán, Irán o Uganda que, según cifras de ACNUR, acogen un número de refugiados infinitamente mayor que cualquier país de los 28 o 27 o nada. Turquía (2,9 millones), Pakistán (1,4 millones), Líbano (1 millón)...
Es muy interesante el mecanismo por el cual un ser humano se transforma en una masa informe, egoísta y pagada de sí misma. La gente de derechas al menos es sincera: odia al diferente, está muerta de miedo y lo expresa sin ambages. Vive en sus urbanizaciones con seguridad privada y el resto de la humanidad se la suda. Suelen ir mucho a la iglesia, incluso cuando veranean en su segunda o tercera residencia. Dios también les prepara un destino similar tras el cruce de la Estigia. Hasta podrán elegir nube en primera línea. Según el cerebro reptiliano del individuo de derechas ellos merecen todo lo que tienen y disfrutan y, por fuerza, eso debe tener un reflejo en el mundo del más allá. Por alguna razón se han reencarnado en elegidos, ergo lo Inefable los ama.
El fenómeno de los burgueses de izquierda, la "gauche divine" o los pijos progres es realmente fascinante. Se suelen dedicar a oficios relacionados con la "cultura" y reproducen el modo de vida de la derecha tradicional, con sus pisos en barrios de postín y su servicio doméstico (no vas a estar todo el día rodando documentales culturales o dirigiendo fundaciones y luego a lavar platos, qué cosas se te ocurren). Para limpiar su conciencia contribuyen con una mísera cuota a alguna ONG o se les llena la boca hablando de Podemos. Me gustaría ver lo que opinarían estos mismos pijo-progres en un gobierno de Podemos y teniendo que pagar el 80 por ciento de su sueldo en impuestos. Como Máxim (¿es con acento?). Ahí puede que menguara ostensiblemente su cacareado fervor revolucionario. Formentera y Menorca los esperan con los brazos abiertos.
Lógico. ¿Para qué vivir en el extrarradio pudiendo tener un casoplón y un Tesla aparcado en la puerta? Dónde va a parar...
En el fondo es un problema de modos de vida. La izquierda no ha generado un modo alternativo. Salvo excepciones contadas con los dedos de una mano como es el caso del ex-presidente Mujica (de la también única República Oriental del Uruguay), es muy raro que la izquierda predique con el ejemplo.
El caso de la reciente compra del chalet de capricho por parte de Pablo e Irene es de manual. ¿Cuáles son los valores alternativos? Cero. En cuanto puedo vivo como los burgueses a los que pretendo desacreditar. "Un proyecto familiar", dicen. Qué salaos. Como los proyectos familiares de Orcasitas, el Pozo del Tío Raimundo, Vallecas o Carabanchel. ¿Construiremos pues un país en el que los 47 millones de personas que habitan la piel de toro tengan un chalet en las afueras alicatado hasta el techo? Reactivaríamos definitivamente el sector, sin duda. Plan quinquenal.
Los refugiados no salen de su país a la desesperada porque sí. Hay que tener mucho coraje para hacer lo que ellos hacen, hay que ser de una pasta especial. En muchos casos, son la única esperanza de mejora social de toda su familia y sus padres les escupen a la cara: "si no logras cruzar, si no envías dinero como sea, no vuelvas, no regreses". Otros ni siquiera tienen familia, vienen solos, viajan solos y no tienen esperanza alguna. Se dejan arrastrar simplemente. Se arrullan cantando en voz muy baja, casi imperceptible.
Ninguno trae consigo la más mínima formación para incorporarse a un mundo que no entienden. Un mundo de viejos prematuros que se miran el ombligo y morirán definitivamente solos. Un mundo de viejos paseando perros, de esfinges con gato.
¿Imagen y semejanza? ¿De quién? ¿Acaso Dios es así? ¿Hay también en el cielo. como si de arquetipos de Platón se tratara, seres humanos de primera, de segunda y seres humanos con menos derechos que un animal de compañía?
Hace aproximadamente 50.000 años nuestros antepasados comenzaron un largo viaje que los llevó desde África hasta los confines del mundo. Ahora los neandertales somos nosotros, parapetados tras los muros invisibles de la Fortaleza Europa. Conocido es su destino: su rastro se estudia en los laboratorios.
Hoy, 17 de junio de 2018, llegan más desesperados a esta nave sin rumbo que es el mundo pretendidamente desarrollado. No es noticia siquiera.
Mañana habrá más. Muchos más.
Los cisnes negros... la imposibilidad de predecir los acontecimientos futuros. Hombres que combatieron a los sublevados franquistas, que se incorporaron a las tropas aliadas en la Segunda Guerra Mundial y que liberaron París con la esperanza de que, una vez acabados Hitler y Mussolini, le llegaría el turno a Franco. Pero la historia raramente tiene un comportamiento lógico o previsible.
Vivir lejos de España. ¿Cómo?
Nuestra Europa de hemorroides crónicas en el alma se queja de los inmigrantes, de las "hordas". Nadie se detiene a pensar en otros conflictos, en países como Líbano, Turquía, Pakistán, Irán o Uganda que, según cifras de ACNUR, acogen un número de refugiados infinitamente mayor que cualquier país de los 28 o 27 o nada. Turquía (2,9 millones), Pakistán (1,4 millones), Líbano (1 millón)...
Es muy interesante el mecanismo por el cual un ser humano se transforma en una masa informe, egoísta y pagada de sí misma. La gente de derechas al menos es sincera: odia al diferente, está muerta de miedo y lo expresa sin ambages. Vive en sus urbanizaciones con seguridad privada y el resto de la humanidad se la suda. Suelen ir mucho a la iglesia, incluso cuando veranean en su segunda o tercera residencia. Dios también les prepara un destino similar tras el cruce de la Estigia. Hasta podrán elegir nube en primera línea. Según el cerebro reptiliano del individuo de derechas ellos merecen todo lo que tienen y disfrutan y, por fuerza, eso debe tener un reflejo en el mundo del más allá. Por alguna razón se han reencarnado en elegidos, ergo lo Inefable los ama.
El fenómeno de los burgueses de izquierda, la "gauche divine" o los pijos progres es realmente fascinante. Se suelen dedicar a oficios relacionados con la "cultura" y reproducen el modo de vida de la derecha tradicional, con sus pisos en barrios de postín y su servicio doméstico (no vas a estar todo el día rodando documentales culturales o dirigiendo fundaciones y luego a lavar platos, qué cosas se te ocurren). Para limpiar su conciencia contribuyen con una mísera cuota a alguna ONG o se les llena la boca hablando de Podemos. Me gustaría ver lo que opinarían estos mismos pijo-progres en un gobierno de Podemos y teniendo que pagar el 80 por ciento de su sueldo en impuestos. Como Máxim (¿es con acento?). Ahí puede que menguara ostensiblemente su cacareado fervor revolucionario. Formentera y Menorca los esperan con los brazos abiertos.
Lógico. ¿Para qué vivir en el extrarradio pudiendo tener un casoplón y un Tesla aparcado en la puerta? Dónde va a parar...
En el fondo es un problema de modos de vida. La izquierda no ha generado un modo alternativo. Salvo excepciones contadas con los dedos de una mano como es el caso del ex-presidente Mujica (de la también única República Oriental del Uruguay), es muy raro que la izquierda predique con el ejemplo.
El caso de la reciente compra del chalet de capricho por parte de Pablo e Irene es de manual. ¿Cuáles son los valores alternativos? Cero. En cuanto puedo vivo como los burgueses a los que pretendo desacreditar. "Un proyecto familiar", dicen. Qué salaos. Como los proyectos familiares de Orcasitas, el Pozo del Tío Raimundo, Vallecas o Carabanchel. ¿Construiremos pues un país en el que los 47 millones de personas que habitan la piel de toro tengan un chalet en las afueras alicatado hasta el techo? Reactivaríamos definitivamente el sector, sin duda. Plan quinquenal.
Los refugiados no salen de su país a la desesperada porque sí. Hay que tener mucho coraje para hacer lo que ellos hacen, hay que ser de una pasta especial. En muchos casos, son la única esperanza de mejora social de toda su familia y sus padres les escupen a la cara: "si no logras cruzar, si no envías dinero como sea, no vuelvas, no regreses". Otros ni siquiera tienen familia, vienen solos, viajan solos y no tienen esperanza alguna. Se dejan arrastrar simplemente. Se arrullan cantando en voz muy baja, casi imperceptible.
Ninguno trae consigo la más mínima formación para incorporarse a un mundo que no entienden. Un mundo de viejos prematuros que se miran el ombligo y morirán definitivamente solos. Un mundo de viejos paseando perros, de esfinges con gato.
¿Imagen y semejanza? ¿De quién? ¿Acaso Dios es así? ¿Hay también en el cielo. como si de arquetipos de Platón se tratara, seres humanos de primera, de segunda y seres humanos con menos derechos que un animal de compañía?
Hace aproximadamente 50.000 años nuestros antepasados comenzaron un largo viaje que los llevó desde África hasta los confines del mundo. Ahora los neandertales somos nosotros, parapetados tras los muros invisibles de la Fortaleza Europa. Conocido es su destino: su rastro se estudia en los laboratorios.
Hoy, 17 de junio de 2018, llegan más desesperados a esta nave sin rumbo que es el mundo pretendidamente desarrollado. No es noticia siquiera.
Mañana habrá más. Muchos más.
jueves, 14 de junio de 2018
Error de bulto
Sánchez ha cometido un error de bulto al nombrar a José Guirao ministro de Cultura. Se trata de una persona culta, prudente, educada y que ha demostrado a lo largo de muchos años de duro trabajo, tanto al frente del Reina Sofía como de La casa encendida, su capacidad para capitanear proyectos de gestión cultural de largo alcance.
No dice cosas como "me encanta la cultura", expresiones más propias de una reina de la belleza de Wisconsin, y no participa en programas de televisión con el nivel de una ameba escasamente despierta incluso para ser un organismo unicelular.
Mal, Sánchez. Qué mal. Has desconectado del Zeitgeist. No estás en la onda, titi. Jibarizas mi ilusión y la de tantos españoles y españolas.
Cosas veredes, amigo Sánchez, que farán fablar las piedras. ¡Galopa caballo cuatralbo, jinete del pueblo, que la tierra es tuya...!
No dice cosas como "me encanta la cultura", expresiones más propias de una reina de la belleza de Wisconsin, y no participa en programas de televisión con el nivel de una ameba escasamente despierta incluso para ser un organismo unicelular.
Mal, Sánchez. Qué mal. Has desconectado del Zeitgeist. No estás en la onda, titi. Jibarizas mi ilusión y la de tantos españoles y españolas.
Cosas veredes, amigo Sánchez, que farán fablar las piedras. ¡Galopa caballo cuatralbo, jinete del pueblo, que la tierra es tuya...!
miércoles, 13 de junio de 2018
Armagedón
Lopetegui, Huerta y ahora esto...
https://www.larazon.es/sociedad/un-pasajero-borracho-y-su-muneca-hinchable-provocan-un-aterrizaje-de-emergencia-HI18679718
https://www.larazon.es/sociedad/un-pasajero-borracho-y-su-muneca-hinchable-provocan-un-aterrizaje-de-emergencia-HI18679718
lunes, 11 de junio de 2018
Ole
El barco que nadie quiere navega hacia puerto español. Esto es un país.
Ole Sánchez y ole el Gobierno de España. A la altura de este pueblo, solidario como pocos. Demostrado con creces en miles de ocasiones, desde la donación de órganos hasta la limpieza de las costas en desastres como el caso del Prestige o los incontables nacionales que se dejan la piel como cooperantes en las cuatro esquinas del globo. Los he visto trabajar personalmente, con los mapuches o los miskitos. Gente única.
Sánchez ha hecho lo que había que hacer y empieza recuperando los valores tradicionales de la izquierda. Entre la apuesta por un gobierno con mayoría de mujeres (una amiga muy querida me envió ayer un comentario en tono jocoso sobre los ministros hombres en el gobierno Sánchez preguntándose si están ahí por "méritos propios" o simplemente por cumplir con "la cuota masculina", la clase de estupideces que se suelen decir en el caso contrario) y este gesto hacia el barco de inmigrantes está marcando la diferencia. Si sigue por ahí logrará reflotar el PSOE.
La siguiente pregunta es ¿hasta cuándo la inhibición de la Unión Europea sobre la inmigración a la desesperada? ¿Qué clase de solidaridad interna es esta?
Aunque solo sea por interés propio ante la marea de populismos de ultraizquierda y ultraderecha, la Unión Europea debe encontrar el rumbo en un escenario que cambia a la velocidad del rayo o simplemente desaparecerá.
Ole Sánchez y ole el Gobierno de España. A la altura de este pueblo, solidario como pocos. Demostrado con creces en miles de ocasiones, desde la donación de órganos hasta la limpieza de las costas en desastres como el caso del Prestige o los incontables nacionales que se dejan la piel como cooperantes en las cuatro esquinas del globo. Los he visto trabajar personalmente, con los mapuches o los miskitos. Gente única.
Sánchez ha hecho lo que había que hacer y empieza recuperando los valores tradicionales de la izquierda. Entre la apuesta por un gobierno con mayoría de mujeres (una amiga muy querida me envió ayer un comentario en tono jocoso sobre los ministros hombres en el gobierno Sánchez preguntándose si están ahí por "méritos propios" o simplemente por cumplir con "la cuota masculina", la clase de estupideces que se suelen decir en el caso contrario) y este gesto hacia el barco de inmigrantes está marcando la diferencia. Si sigue por ahí logrará reflotar el PSOE.
La siguiente pregunta es ¿hasta cuándo la inhibición de la Unión Europea sobre la inmigración a la desesperada? ¿Qué clase de solidaridad interna es esta?
Aunque solo sea por interés propio ante la marea de populismos de ultraizquierda y ultraderecha, la Unión Europea debe encontrar el rumbo en un escenario que cambia a la velocidad del rayo o simplemente desaparecerá.
domingo, 10 de junio de 2018
Sin destino
Europa empieza a recordar viejos fantasmas. El Brexit, los ultras en los antiguos países del Pacto de Varsovia y ahora, Italia.
De la mano de los neofascistas de la Liga Norte y de los no se sabe qué Cinco Estrellas, Italia rememora el espíritu genuinamente mussoliniano.
El primer ministro Matteo Salvini no ha tardado en cumplir su amenaza: ha cerrado las fronteras de Italia a un barco de rescate con 629 inmigrantes a bordo, 123 de ellos niños.
De la mano de los neofascistas de la Liga Norte y de los no se sabe qué Cinco Estrellas, Italia rememora el espíritu genuinamente mussoliniano.
El primer ministro Matteo Salvini no ha tardado en cumplir su amenaza: ha cerrado las fronteras de Italia a un barco de rescate con 629 inmigrantes a bordo, 123 de ellos niños.
El recuerdo de otros barcos, de otros inmigrantes a los que cerraron el paso. Gente que venía con lo puesto, sin dinero, sin nada. Italia también tuvo hambre en su momento y las riadas de italianos desesperados inundaron el Nuevo Mundo.
Debería existir un infierno particular para toda la gente sin alma de este mundo. Un barco flotando junto a alguna de las numerosas islas de plástico y basura con que estamos destruyendo el planeta cargado hasta los topes con los hijos de todos los políticos y los pijos de escuela de pago que alientan este tipo de indiferencia. Ellos tranquilos en sus cómodos casoplones.
Todos los europeos, por acción u omisión contribuimos a este estado de cosas.
Las vacaciones ya están aquí. La más metafísica de las preocupaciones actuales.
sábado, 9 de junio de 2018
Johnny Guitar
Interesante articulo publicado por Juan José Millás en El País de hoy. Trajo hasta mí el inmortal diálogo de Johnny Guitar, una de las películas míticas de mi juventud que aún me sigue conmoviendo. No es Cesare Pavese reflexionando sobre el oficio del escritor: el diálogo se establece en este caso de forma más directa, más a pie de obra, acerca de qué buscamos en la literatura y cómo podemos expresar lo que anida en los corazones. La diferencia entre lo natural y el Deus ex machina.
¿Buscamos en el arte cosas que nos tranquilicen, que nos den la razón? ¿Y en las personas...? Los toreros dicen: el halago debilita. Olé. No se puede expresar mejor y de forma más concisa.
Me considero un experto en esta materia. Viví ambos extremos. De las relaciones más largas de mi vida una mujer me adoraba y me daba la razón en todo. Y el caso es que nunca aprendí nada oyéndome a mí mismo. La otra me adoraba igualmente y me llevaba la contraria por definición. Vacaciones en el sillón del dentista. ¿Qué significa todo esto? ¿Y yo qué sé...? ¿Se supone que la vida tiene sentido? ¿Desde cuándo?
¿Acaso el propio lenguaje supone un corsé para nuestra imaginación? Llevada esta idea al mundo de la creación musical, ¿el lenguaje armónico y contrapuntístico del periodo denominado "de la práctica común" supuso una rémora para la evolución en el sentido de que los límites parecían infranqueables y hubo que dinamitarlos, léase Schönberg, Webern, Berg y todo lo que sucedió en el siglo XX? Recuerdo haber leído textos del propio Schönberg en su ocaso californiano donde afirmaba sobre sí mismo que "había ido demasiado lejos". Qué grandeza insondable hay que tener para alcanzar esos niveles de sinceridad.
En fin, doctores tiene la Iglesia. En esta etapa de mi vida solo tengo preguntas. Y a veces ni eso...
El hijo del joyero, por Juan José Millás (El País, 9 de junio de 2018)
En una clase de escritura creativa, después de que una alumna hubiera leído un texto de encargo, pregunté a uno de sus compañeros qué le había parecido.
—Me ha gustado mucho porque lo he entendido y a mí me gustan las cosas que entiendo —dijo.
Su afirmación acerca de las virtudes de lo inteligible fue tan categórica, tan agresiva incluso, que no me atreví a replicar. Esperé a la siguiente clase para decir algo.
—¿Te gusta alguna cosa que no entiendas? —le pregunté con cautela.
—No —repitió tajante—, lo que no entiendo no me gusta. Desconecto, me voy.
Estuve por hurgar un poco en el asunto. Pero juzgué que no era el momento. Además, no quería poner en aprietos al chico, que me caía bien; era un buen tipo. Había acudido al taller para aprender a escribir como se habla porque pretendía hacer diálogos para el cine y la televisión.
—Si quieres escribir como se habla —le dije al principio—, no me necesitas a mí. Basta con que grabes a la gente y transcribas a continuación la cinta.
—Sospecho que hay un truco —respondió él.
—El truco —le dije— consiste en otorgar a la escritura una apariencia de oralidad.
—¿Una apariencia? —dijo él.
—Una apariencia —dije yo.
—¿Significa que parezca oral, pero que no lo sea? —dijo él.
—Exactamente —dije yo.
—¿Y eso cómo se logra? —preguntó él.
—Buscándose uno la vida —respondí yo.
Por alguna misteriosa razón, pensaba mucho en este chico. Había en él una suerte de opacidad que me resultaba conmovedora. Un día leí en el taller la primera frase de La Regenta, la novela de Clarín.
—Escuchad esto —pronuncié abriendo el libro—: “La heroica ciudad dormía la siesta”.
Me dirigí luego al chico al que solo le gustaba lo que entendía y al que en el futuro llamaremos Pedro:
—Pedro, ¿te gusta este comienzo?
—¿Te importaría volver a leerlo? —dijo él.
—“La heroica ciudad dormía la siesta” —repetí yo.
—Está bien —dijo él.
—¿Pero es una obra maestra? —dije yo.
—Hombre, tanto como obra maestra… —dudó él.
—A lo mejor no lo has entendido —aventuré yo.
—Sí que lo he entendido —se ofendió él—. Dice que la heroica ciudad dormía la siesta. No tiene más misterio.
—¿Y tú te imaginas a un héroe durmiendo la siesta? —pregunté yo.
—Perfectamente —dijo él.
—Ponme un ejemplo —dije yo.
—Mi padre —dijo él—. Mi padre se levanta a las tres de la madrugada, va al mercado central, compra la carne del día, la transporta hasta su puesto en el mercado del barrio, la coloca, abre la tienda, atiende a los clientes. Mi padre pesa 120 kilos. Es un gigante, no le tiene miedo a nada. Y después de comer da una cabezada en el sofá.
¿Qué responder a eso? El heroico padre de Pedro dormía la siesta.
Un día que fuimos a tomar una cerveza al terminar la clase le pregunté:
—Pedro, ¿tú me entiendes?
—No —dijo.
—¿Y te gusto como profesor?
—No —respondió sin vacilar.
—¿Por qué vienes entonces a mis clases?
—Porque sabes algo sobre la construcción de los diálogos que yo no sé.
Al día siguiente, leí en clase el comienzo de un cuento de Raymond Chandler que dice así: “Era uno de esos hermosos días de finales de abril, si a uno le importan esas cosas”. Pregunté a Pedro si le parecía genial.
—Creo que sí —dijo—, creo que es muy bueno.
—¿Por qué? —pregunté yo.
—Porque da, en muy poco espacio, mucha información sobre el que habla. Nos dice que es un tipo cansado.
—¿Y crees que las personas se expresan de ese modo?
Dudó. Me dirigí a la clase y pregunté si la gente, en la vida real, habla como los personajes en las novelas y en el cine. Los alumnos se miraron unos a otros. No era un grupo muy participativo. Saqué de mi cartera un papel donde llevaba impreso el famoso diálogo entre los dos protagonistas de Johnny Guitar:
Él: ¿A cuántos hombres has olvidado?
Ella: A tantos como mujeres tú recuerdas.
Él: No te vayas.
Ella: No me he movido.
Él: Dime algo agradable.
Ella: Claro, qué quieres que te diga.
Él: Miénteme, dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.
Ella: Te he esperado todos estos años.
Él: Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto.
Ella: Habría muerto si no hubieses vuelto.
Él: Dime que aún me quieres como yo te quiero.
Ella: Aún te quiero como tú me quieres.
Él: Gracias, muchas gracias.
Me volví de nuevo a la clase. Volví a preguntar si la gente hablaba así en la vida.
Tuvieron que aceptar que no. Les dije que el día anterior, preparando la clase, había tropezado en Internet con una curiosa demanda. Alguien solicitaba una especie de catálogo de frases típicas de telenovela. La respuesta con más puntos citaba las siguientes:
—No soy más que una simple criada.
—¿Por qué tuve que nacer ciega?
—Hay que impedirlo a toda costa.
—Estoy esperando un hijo tuyo.
Los alumnos rieron al reconocer el lenguaje del melodrama, muy parecido al lenguaje de la vida. La vida les hacía gracia.
Pedro, en cambio, se había quedado pensativo. Me pidió que desmontara la frase con la que había comenzado todo: “Era uno de esos hermosos días de finales de abril, si a uno le importan esas cosas”. Se trataba de un ejercicio, el de desmontar frases, que hacíamos a veces, y que les gustaba.
Les solicité que pensaran en avenidas y en callejones. Dije que a veces uno camina por la avenida principal de una ciudad cuando le sale al paso un callejón más atractivo, en el que se introduce con la intuición de que romperá así la monotonía grandiosa, aunque previsible, de la avenida.
—Lo curioso —añadí— es que todo el mundo sabe lo que es un callejón, pero no todo el mundo sabe lo que es una oración subordinada.
La que nos habíamos propuesto desmontar era una oración compuesta por una principal (era uno de esos hermosos días de finales de abril) y una subordinada (si a uno le importan esas cosas). La principal, les expliqué, era principal porque podría sobrevivir sin la subordinada, y la subordinada era subordinada porque carecía de sentido por sí sola.
Ahora bien, añadí, la principal, pese a su capacidad de supervivencia, parecía idiota. “Era uno de esos hermosos días de finales de abril” se le ocurre a cualquiera. De hecho la inteligencia de la frase residía en la subordinada (“si a uno le importan esas cosas”). Observad, les pedí, la capacidad irónica de ese callejón gramatical. Repetimos: si a uno le importan esas cosas. De súbito, y gracias a su subordinada, la frase principal, que por sí misma no valía un céntimo, adquiere una fuerza asombrosa.
Bueno, estaba intentando explicarles (y explicar a Pedro en particular) lo que diferencia a la escritura creativa de la prosa común, del habla. Una frase pretenciosa, manoseada, mala (era uno de esos hermosos días de finales de abril) se convierte en buena si haces salir de ella, a modo de apéndice, un callejón inesperado (si a uno le importan esas cosas).
El lenguaje literario era en cierto modo un intruso que intentaba pasar inadvertido entre el lenguaje común. Parte de su interés, si no todo, residía en esa capacidad no ya de ser tolerado por el sistema siendo tan diferente a él, sino de confundirse con él hasta el punto de que mucha gente, como Pedro, suponía que aprender a escribir diálogos consistía en aprender a escribir como se habla. Confundía la literatura con la vida. Quería llevar su vida (su habla) a la escritura, quizá quería convertir su vida en una película.
¿Qué distingue a las frases magnéticas de las comunes? Que en su interior sucede un drama de carácter semántico. “La heroica ciudad dormía la siesta”. “Era uno de esos hermosos días de finales de abril si a uno le importan esas cosas”. Por cierto, que Pedro, mi alumno del taller de escritura, era un tipo magnético, aunque de un magnetismo turbio, oscuro, un magnetismo con lagunas de opacidad.
En una ocasión leí en el taller un verso de Anne Sexton que dice así: “Cuando fuiste mía llevabas un audífono”. Se rieron todos, menos Pedro.
—¿Por qué os reís? —pregunté.
Las explicaciones fueron al principio confusas, pero poco a poco fuimos aproximándonos a la cuestión. “Cuando fuiste mía”, la oración subordinada, en este caso, carecía de interés. La sorpresa salta al leer la principal, “llevabas un audífono”. ¡Dios mío!, a quién, si no a un genio, se le ocurriría completarla de este modo. Llevabas un audífono. Cuando fuiste mía llevabas un audífono. Si ustedes escriben en Google el sintagma “cuando fuiste mía”, les salen 3.480.000 resultados. Es el primer verso de miles canciones. Pero ninguno, de entre esos millones de “cuando fuiste mía”, se completa con un “llevabas un audífono”. En este caso, la frase principal es la intrusa. ¿Qué rayos hace ahí el “llevabas un audífono”? Se enfrenta al tópico, lo destroza, lo vuelve a su favor. Engaña a la lengua, al monstruo, le hace creer que va a escribir un poema romántico, un poema idiota, un texto de todo a cien, y al dar la vuelta a la frase le da esquinazo, le cuela el “llevabas un audífono”. En resumen, “llevabas un audífono” hace antiliteratura, que es la única forma posible de hacer literatura.
Un día leí en el periódico la reseña de una novela a la que el crítico calificaba de “rara”. Imaginé el caso contrario, una crítica sobre una novela cualquiera de la que se dijera que era normal. Tienen ante ustedes una novela normal. ¿Hay novelas normales? Quizá sí. Y quizá sean las que definan el gusto dominante. Las novelas normales poseen una facultad que no tiene precio: que se entienden. Se entienden, digámoslo todo, al modo en que Pedro había entendido el ejercicio de la alumna al que aludíamos al principio de estas líneas. Y no solo se entienden, sino que te entienden. Saben que estás agotado, que tienes en la cabeza mil cosas que resolver. Hay que llamar al servicio técnico del gas para que vengan a hacer la revisión anual, has de llevar el coche a la ITV y el gato al veterinario. La vida diaria está repleta de pequeñas ansiedades que dificultan la concentración. Si aún te queda un hueco para leer una novela, le pides entenderla y que te entienda, es decir, que te dé la razón. ¿Quién quiere una novela que no le dé la razón? ¿Quién quiere un poema de amor que diga que cuando fuiste mía llevabas un audífono? Cuando fuiste mía, no sé, la tormenta arreciaba, o se escuchó el canto de una alondra.
Pasaron los años y un día tropecé
—Claro —dijo él.
Nos metimos en un bar y continuamos intercambiando banalidades. Casi a punto de despedirnos, Pedro me apuntó con el dedo y me dijo con una sonrisa rara, una sonrisa que podía ser la imitación de una sonrisa:
—De modo que la heroica ciudad dormía la siesta.
—Sí —dije yo—, y cuando fuiste mía llevabas un audífono.
—Verás —dijo él—, entendí perfectamente, a la primera, la heroica ciudad dormía la siesta. La entendí tanto que me asustó y por eso intenté devaluarla. Mi padre no tenía una carnicería ni se levantaba a las tres de la madrugada para ir al mercado central ni pesaba 120 kilos. Mi padre no era un héroe. Mi padre tenía cinco joyerías, cinco; ahora tenemos diez porque me he incorporado yo al negocio. Y me gusta. Entonces, no. Estaba en la época de la rebeldía. No quería parecerme a mi padre. Ignoraba que escribir como se habla era un modo de parecerme a él por otra vía. Tú, sin darte cuenta, me hiciste ver que en el fondo quería ser como él. Un día dijiste en clase que se escribe desde el conflicto, que si no hay conflicto se puede escribir el código penal pero no Crimen y castigo. Yo creía que quería escribir Crimen y castigo, pero no era cierto. Me interesa más el código penal, lo entiendo mejor que Crimen y castigo. Gracias de todo corazón por abrirme los ojos.
Me quedé perplejo. Pedro no había acudido al taller para aprender a escribir, sino para aprender a escribirse. Cada vez que abría una joyería, añadía un capítulo a su existencia. Un capítulo de un libro que entendía a la perfección, un capítulo de una novela “normal”, perfectamente inteligible. Y de esto era de lo que pretendíamos hablar desde el principio de estas líneas, de las fronteras entre lo inteligible y lo ininteligible; de los problemas de lo que entendemos y las virtudes de lo que no entendemos; de la diferencia entre hablar y ser hablado o escribir y ser escrito.
Juan Benet decía que con los libros nos pasa a los seres humanos lo mismo que les pasa a los hombres con las mujeres y a las mujeres con los hombres. Desde el punto de vista del hombre, hay mujeres que nos gustan, pero que no nos interesan, y mujeres que nos interesan, pero que no nos gustan. Nos casamos cuando coinciden el interés y el gusto. Quizá sea así. En todo caso, es verdad que hay libros que nos gustan y libros que nos interesan. No podemos entregarnos solo a los que nos gustan por el mero hecho de que los entendamos. Son los que nos dan la razón, cuando lo que hay que buscar en los libros, y en los cónyuges, es que nos la quiten.
¿Buscamos en el arte cosas que nos tranquilicen, que nos den la razón? ¿Y en las personas...? Los toreros dicen: el halago debilita. Olé. No se puede expresar mejor y de forma más concisa.
Me considero un experto en esta materia. Viví ambos extremos. De las relaciones más largas de mi vida una mujer me adoraba y me daba la razón en todo. Y el caso es que nunca aprendí nada oyéndome a mí mismo. La otra me adoraba igualmente y me llevaba la contraria por definición. Vacaciones en el sillón del dentista. ¿Qué significa todo esto? ¿Y yo qué sé...? ¿Se supone que la vida tiene sentido? ¿Desde cuándo?
¿Acaso el propio lenguaje supone un corsé para nuestra imaginación? Llevada esta idea al mundo de la creación musical, ¿el lenguaje armónico y contrapuntístico del periodo denominado "de la práctica común" supuso una rémora para la evolución en el sentido de que los límites parecían infranqueables y hubo que dinamitarlos, léase Schönberg, Webern, Berg y todo lo que sucedió en el siglo XX? Recuerdo haber leído textos del propio Schönberg en su ocaso californiano donde afirmaba sobre sí mismo que "había ido demasiado lejos". Qué grandeza insondable hay que tener para alcanzar esos niveles de sinceridad.
En fin, doctores tiene la Iglesia. En esta etapa de mi vida solo tengo preguntas. Y a veces ni eso...
El hijo del joyero, por Juan José Millás (El País, 9 de junio de 2018)
En una clase de escritura creativa, después de que una alumna hubiera leído un texto de encargo, pregunté a uno de sus compañeros qué le había parecido.
—Me ha gustado mucho porque lo he entendido y a mí me gustan las cosas que entiendo —dijo.
Su afirmación acerca de las virtudes de lo inteligible fue tan categórica, tan agresiva incluso, que no me atreví a replicar. Esperé a la siguiente clase para decir algo.
—¿Te gusta alguna cosa que no entiendas? —le pregunté con cautela.
—No —repitió tajante—, lo que no entiendo no me gusta. Desconecto, me voy.
Estuve por hurgar un poco en el asunto. Pero juzgué que no era el momento. Además, no quería poner en aprietos al chico, que me caía bien; era un buen tipo. Había acudido al taller para aprender a escribir como se habla porque pretendía hacer diálogos para el cine y la televisión.
—Si quieres escribir como se habla —le dije al principio—, no me necesitas a mí. Basta con que grabes a la gente y transcribas a continuación la cinta.
—Sospecho que hay un truco —respondió él.
—El truco —le dije— consiste en otorgar a la escritura una apariencia de oralidad.
—¿Una apariencia? —dijo él.
—Una apariencia —dije yo.
—¿Significa que parezca oral, pero que no lo sea? —dijo él.
—Exactamente —dije yo.
—¿Y eso cómo se logra? —preguntó él.
—Buscándose uno la vida —respondí yo.
Por alguna misteriosa razón, pensaba mucho en este chico. Había en él una suerte de opacidad que me resultaba conmovedora. Un día leí en el taller la primera frase de La Regenta, la novela de Clarín.
—Escuchad esto —pronuncié abriendo el libro—: “La heroica ciudad dormía la siesta”.
Me dirigí luego al chico al que solo le gustaba lo que entendía y al que en el futuro llamaremos Pedro:
—Pedro, ¿te gusta este comienzo?
—¿Te importaría volver a leerlo? —dijo él.
—“La heroica ciudad dormía la siesta” —repetí yo.
—Está bien —dijo él.
—¿Pero es una obra maestra? —dije yo.
—Hombre, tanto como obra maestra… —dudó él.
—A lo mejor no lo has entendido —aventuré yo.
—Sí que lo he entendido —se ofendió él—. Dice que la heroica ciudad dormía la siesta. No tiene más misterio.
—¿Y tú te imaginas a un héroe durmiendo la siesta? —pregunté yo.
—Perfectamente —dijo él.
—Ponme un ejemplo —dije yo.
—Mi padre —dijo él—. Mi padre se levanta a las tres de la madrugada, va al mercado central, compra la carne del día, la transporta hasta su puesto en el mercado del barrio, la coloca, abre la tienda, atiende a los clientes. Mi padre pesa 120 kilos. Es un gigante, no le tiene miedo a nada. Y después de comer da una cabezada en el sofá.
¿Qué responder a eso? El heroico padre de Pedro dormía la siesta.
Un día que fuimos a tomar una cerveza al terminar la clase le pregunté:
—Pedro, ¿tú me entiendes?
—No —dijo.
—¿Y te gusto como profesor?
—No —respondió sin vacilar.
—¿Por qué vienes entonces a mis clases?
—Porque sabes algo sobre la construcción de los diálogos que yo no sé.
Al día siguiente, leí en clase el comienzo de un cuento de Raymond Chandler que dice así: “Era uno de esos hermosos días de finales de abril, si a uno le importan esas cosas”. Pregunté a Pedro si le parecía genial.
—Creo que sí —dijo—, creo que es muy bueno.
—¿Por qué? —pregunté yo.
—Porque da, en muy poco espacio, mucha información sobre el que habla. Nos dice que es un tipo cansado.
—¿Y crees que las personas se expresan de ese modo?
Dudó. Me dirigí a la clase y pregunté si la gente, en la vida real, habla como los personajes en las novelas y en el cine. Los alumnos se miraron unos a otros. No era un grupo muy participativo. Saqué de mi cartera un papel donde llevaba impreso el famoso diálogo entre los dos protagonistas de Johnny Guitar:
Él: ¿A cuántos hombres has olvidado?
Ella: A tantos como mujeres tú recuerdas.
Él: No te vayas.
Ella: No me he movido.
Él: Dime algo agradable.
Ella: Claro, qué quieres que te diga.
Él: Miénteme, dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.
Ella: Te he esperado todos estos años.
Él: Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto.
Ella: Habría muerto si no hubieses vuelto.
Él: Dime que aún me quieres como yo te quiero.
Ella: Aún te quiero como tú me quieres.
Él: Gracias, muchas gracias.
Me volví de nuevo a la clase. Volví a preguntar si la gente hablaba así en la vida.
Tuvieron que aceptar que no. Les dije que el día anterior, preparando la clase, había tropezado en Internet con una curiosa demanda. Alguien solicitaba una especie de catálogo de frases típicas de telenovela. La respuesta con más puntos citaba las siguientes:
—No soy más que una simple criada.
—¿Por qué tuve que nacer ciega?
—Hay que impedirlo a toda costa.
—Estoy esperando un hijo tuyo.
Los alumnos rieron al reconocer el lenguaje del melodrama, muy parecido al lenguaje de la vida. La vida les hacía gracia.
Pedro, en cambio, se había quedado pensativo. Me pidió que desmontara la frase con la que había comenzado todo: “Era uno de esos hermosos días de finales de abril, si a uno le importan esas cosas”. Se trataba de un ejercicio, el de desmontar frases, que hacíamos a veces, y que les gustaba.
Les solicité que pensaran en avenidas y en callejones. Dije que a veces uno camina por la avenida principal de una ciudad cuando le sale al paso un callejón más atractivo, en el que se introduce con la intuición de que romperá así la monotonía grandiosa, aunque previsible, de la avenida.
—Lo curioso —añadí— es que todo el mundo sabe lo que es un callejón, pero no todo el mundo sabe lo que es una oración subordinada.
La que nos habíamos propuesto desmontar era una oración compuesta por una principal (era uno de esos hermosos días de finales de abril) y una subordinada (si a uno le importan esas cosas). La principal, les expliqué, era principal porque podría sobrevivir sin la subordinada, y la subordinada era subordinada porque carecía de sentido por sí sola.
Ahora bien, añadí, la principal, pese a su capacidad de supervivencia, parecía idiota. “Era uno de esos hermosos días de finales de abril” se le ocurre a cualquiera. De hecho la inteligencia de la frase residía en la subordinada (“si a uno le importan esas cosas”). Observad, les pedí, la capacidad irónica de ese callejón gramatical. Repetimos: si a uno le importan esas cosas. De súbito, y gracias a su subordinada, la frase principal, que por sí misma no valía un céntimo, adquiere una fuerza asombrosa.
Bueno, estaba intentando explicarles (y explicar a Pedro en particular) lo que diferencia a la escritura creativa de la prosa común, del habla. Una frase pretenciosa, manoseada, mala (era uno de esos hermosos días de finales de abril) se convierte en buena si haces salir de ella, a modo de apéndice, un callejón inesperado (si a uno le importan esas cosas).
El lenguaje literario era en cierto modo un intruso que intentaba pasar inadvertido entre el lenguaje común. Parte de su interés, si no todo, residía en esa capacidad no ya de ser tolerado por el sistema siendo tan diferente a él, sino de confundirse con él hasta el punto de que mucha gente, como Pedro, suponía que aprender a escribir diálogos consistía en aprender a escribir como se habla. Confundía la literatura con la vida. Quería llevar su vida (su habla) a la escritura, quizá quería convertir su vida en una película.
¿Qué distingue a las frases magnéticas de las comunes? Que en su interior sucede un drama de carácter semántico. “La heroica ciudad dormía la siesta”. “Era uno de esos hermosos días de finales de abril si a uno le importan esas cosas”. Por cierto, que Pedro, mi alumno del taller de escritura, era un tipo magnético, aunque de un magnetismo turbio, oscuro, un magnetismo con lagunas de opacidad.
En una ocasión leí en el taller un verso de Anne Sexton que dice así: “Cuando fuiste mía llevabas un audífono”. Se rieron todos, menos Pedro.
—¿Por qué os reís? —pregunté.
Las explicaciones fueron al principio confusas, pero poco a poco fuimos aproximándonos a la cuestión. “Cuando fuiste mía”, la oración subordinada, en este caso, carecía de interés. La sorpresa salta al leer la principal, “llevabas un audífono”. ¡Dios mío!, a quién, si no a un genio, se le ocurriría completarla de este modo. Llevabas un audífono. Cuando fuiste mía llevabas un audífono. Si ustedes escriben en Google el sintagma “cuando fuiste mía”, les salen 3.480.000 resultados. Es el primer verso de miles canciones. Pero ninguno, de entre esos millones de “cuando fuiste mía”, se completa con un “llevabas un audífono”. En este caso, la frase principal es la intrusa. ¿Qué rayos hace ahí el “llevabas un audífono”? Se enfrenta al tópico, lo destroza, lo vuelve a su favor. Engaña a la lengua, al monstruo, le hace creer que va a escribir un poema romántico, un poema idiota, un texto de todo a cien, y al dar la vuelta a la frase le da esquinazo, le cuela el “llevabas un audífono”. En resumen, “llevabas un audífono” hace antiliteratura, que es la única forma posible de hacer literatura.
Un día leí en el periódico la reseña de una novela a la que el crítico calificaba de “rara”. Imaginé el caso contrario, una crítica sobre una novela cualquiera de la que se dijera que era normal. Tienen ante ustedes una novela normal. ¿Hay novelas normales? Quizá sí. Y quizá sean las que definan el gusto dominante. Las novelas normales poseen una facultad que no tiene precio: que se entienden. Se entienden, digámoslo todo, al modo en que Pedro había entendido el ejercicio de la alumna al que aludíamos al principio de estas líneas. Y no solo se entienden, sino que te entienden. Saben que estás agotado, que tienes en la cabeza mil cosas que resolver. Hay que llamar al servicio técnico del gas para que vengan a hacer la revisión anual, has de llevar el coche a la ITV y el gato al veterinario. La vida diaria está repleta de pequeñas ansiedades que dificultan la concentración. Si aún te queda un hueco para leer una novela, le pides entenderla y que te entienda, es decir, que te dé la razón. ¿Quién quiere una novela que no le dé la razón? ¿Quién quiere un poema de amor que diga que cuando fuiste mía llevabas un audífono? Cuando fuiste mía, no sé, la tormenta arreciaba, o se escuchó el canto de una alondra.
Pasaron los años y un día tropecé
—Claro —dijo él.
Nos metimos en un bar y continuamos intercambiando banalidades. Casi a punto de despedirnos, Pedro me apuntó con el dedo y me dijo con una sonrisa rara, una sonrisa que podía ser la imitación de una sonrisa:
—De modo que la heroica ciudad dormía la siesta.
—Sí —dije yo—, y cuando fuiste mía llevabas un audífono.
—Verás —dijo él—, entendí perfectamente, a la primera, la heroica ciudad dormía la siesta. La entendí tanto que me asustó y por eso intenté devaluarla. Mi padre no tenía una carnicería ni se levantaba a las tres de la madrugada para ir al mercado central ni pesaba 120 kilos. Mi padre no era un héroe. Mi padre tenía cinco joyerías, cinco; ahora tenemos diez porque me he incorporado yo al negocio. Y me gusta. Entonces, no. Estaba en la época de la rebeldía. No quería parecerme a mi padre. Ignoraba que escribir como se habla era un modo de parecerme a él por otra vía. Tú, sin darte cuenta, me hiciste ver que en el fondo quería ser como él. Un día dijiste en clase que se escribe desde el conflicto, que si no hay conflicto se puede escribir el código penal pero no Crimen y castigo. Yo creía que quería escribir Crimen y castigo, pero no era cierto. Me interesa más el código penal, lo entiendo mejor que Crimen y castigo. Gracias de todo corazón por abrirme los ojos.
Me quedé perplejo. Pedro no había acudido al taller para aprender a escribir, sino para aprender a escribirse. Cada vez que abría una joyería, añadía un capítulo a su existencia. Un capítulo de un libro que entendía a la perfección, un capítulo de una novela “normal”, perfectamente inteligible. Y de esto era de lo que pretendíamos hablar desde el principio de estas líneas, de las fronteras entre lo inteligible y lo ininteligible; de los problemas de lo que entendemos y las virtudes de lo que no entendemos; de la diferencia entre hablar y ser hablado o escribir y ser escrito.
Juan Benet decía que con los libros nos pasa a los seres humanos lo mismo que les pasa a los hombres con las mujeres y a las mujeres con los hombres. Desde el punto de vista del hombre, hay mujeres que nos gustan, pero que no nos interesan, y mujeres que nos interesan, pero que no nos gustan. Nos casamos cuando coinciden el interés y el gusto. Quizá sea así. En todo caso, es verdad que hay libros que nos gustan y libros que nos interesan. No podemos entregarnos solo a los que nos gustan por el mero hecho de que los entendamos. Son los que nos dan la razón, cuando lo que hay que buscar en los libros, y en los cónyuges, es que nos la quiten.
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la realidad y el deseo
miércoles, 6 de junio de 2018
Vendrán suaves lluvias
A medida que los años se van uno se levanta más temprano, recorre la casa en silencio, echa de menos el viento.
Al concierto del día 30, en el que Mauricio Vuoto al piano y el que suscribe cantando (juntos somos Profesor Neurus) tejimos tango para que los habituales de La Romántica -la elegante milonga de la exquisita Carmen de la Rosa- bailasen a compás, acudió gente muy querida. Otros no pudieron venir: las milongas tienen horarios algo "incompatibles" con una vida normal.
Dos presencias me emocionaron especialmente: Doña Angelina, apasionada, progenitora de mi amigo Juan Enís, compañero de farras que recala en Miami, y el impecable coronel De la Pascua, del Quinto de Lanceros de Su Majestad. Ambos alcanzaron a vivir en primera persona un mundo en el que el tango estaba vivo y brillaba con luz propia. Verlos con los ojos encendidos y llenos de entusiasmo fue algo inenarrable para este humilde cantor. Me sentí por momentos protagonista de un cuento de Borges, de Cortázar, buscando un amor perdido entre el humo y la penumbra de la milonga. El camino de vuelta a casa, de improbable urdimbre.
Arrancamos con una versión muy nuestra de Volver, sotto voce. Y comenzó el baile. Una tanda troileana, en homenaje a El Gordo, Aníbal Troilo, grande entre los grandes (esa iba por vos, Joseba). Después, cuatro de Caló, pa que ustedes lo bailen, con el eje de la dupla inmortal Caló-Berón y terminamos con tangos de Mariano Mores y Pascual Contursi. Los milongueros dibujando como locos, pasajeros de una nave de solo ida, mantos de olvido para no pensar más en vos.
La materia que conforma los sueños.
A los bises se unió José Luis Yanguas, milonguero de toda la vida. José Luis resultó ser pariente de mi amigo Rodrigo Muñoz Avia, excelente escritor y, a la sazón, participante en la ceremonia. Momento especialmente alegre. El tango era una fiesta. En tiempos, la mitad de los habitantes de Buenos Aires salía a milonguear. Mientras se baila abrazado a un amor que no será la arena deja de caer, en esos tres minutos todo puede ser. Hasta lo nuestro, linda.
Y hoy que vivo enloquecido
porque no te olvidé,
ni te acuerdas de mí.
Mi compañero, Mauricio Vuoto, apasionado rosarino canalla, un capo absoluto del piano de tango, estuvo particularmente brillante esa noche. Es un privilegio ponerle voz a esas teclas y a esos arreglos tuyos, che pibe. Compendio de sabiduría tanguera.
Y vinieron compañeros de los quince años. Un nudo en la garganta verlos juntos. Raúl, Fernando, Carmen, Fausto, Humberto. Sin palabras. Hace quince minutos...
Gracias con el cuore a todos.
Después se apagan las luces y hay que partir.
Sobre tus mesas
que nunca preguntan
lloré una tarde
el primer desengaño.
Nací a las penas,
bebí mis años
y me entregué
sin luchar.
Cuando canto tangos vuelvo a verlos a todos, a mi abuelo Lázaro, a mi tío Santiago, al poeta y cantor Manuel Picón. Al queridísimo Luis Luchi, cuyo cancionero de tangos es mi libro de cabecera. Desfilan entonces sonidos, voces, humo de asados, rumores de patios porteños. Desfilan entonces vidas que no viví. Pugliese, Goyeneche, El Zorzal, el corazón mirando al sur.
Siempre.
Al concierto del día 30, en el que Mauricio Vuoto al piano y el que suscribe cantando (juntos somos Profesor Neurus) tejimos tango para que los habituales de La Romántica -la elegante milonga de la exquisita Carmen de la Rosa- bailasen a compás, acudió gente muy querida. Otros no pudieron venir: las milongas tienen horarios algo "incompatibles" con una vida normal.
Dos presencias me emocionaron especialmente: Doña Angelina, apasionada, progenitora de mi amigo Juan Enís, compañero de farras que recala en Miami, y el impecable coronel De la Pascua, del Quinto de Lanceros de Su Majestad. Ambos alcanzaron a vivir en primera persona un mundo en el que el tango estaba vivo y brillaba con luz propia. Verlos con los ojos encendidos y llenos de entusiasmo fue algo inenarrable para este humilde cantor. Me sentí por momentos protagonista de un cuento de Borges, de Cortázar, buscando un amor perdido entre el humo y la penumbra de la milonga. El camino de vuelta a casa, de improbable urdimbre.
Arrancamos con una versión muy nuestra de Volver, sotto voce. Y comenzó el baile. Una tanda troileana, en homenaje a El Gordo, Aníbal Troilo, grande entre los grandes (esa iba por vos, Joseba). Después, cuatro de Caló, pa que ustedes lo bailen, con el eje de la dupla inmortal Caló-Berón y terminamos con tangos de Mariano Mores y Pascual Contursi. Los milongueros dibujando como locos, pasajeros de una nave de solo ida, mantos de olvido para no pensar más en vos.
La materia que conforma los sueños.
A los bises se unió José Luis Yanguas, milonguero de toda la vida. José Luis resultó ser pariente de mi amigo Rodrigo Muñoz Avia, excelente escritor y, a la sazón, participante en la ceremonia. Momento especialmente alegre. El tango era una fiesta. En tiempos, la mitad de los habitantes de Buenos Aires salía a milonguear. Mientras se baila abrazado a un amor que no será la arena deja de caer, en esos tres minutos todo puede ser. Hasta lo nuestro, linda.
Y hoy que vivo enloquecido
porque no te olvidé,
ni te acuerdas de mí.
Mi compañero, Mauricio Vuoto, apasionado rosarino canalla, un capo absoluto del piano de tango, estuvo particularmente brillante esa noche. Es un privilegio ponerle voz a esas teclas y a esos arreglos tuyos, che pibe. Compendio de sabiduría tanguera.
Y vinieron compañeros de los quince años. Un nudo en la garganta verlos juntos. Raúl, Fernando, Carmen, Fausto, Humberto. Sin palabras. Hace quince minutos...
Gracias con el cuore a todos.
Después se apagan las luces y hay que partir.
Sobre tus mesas
que nunca preguntan
lloré una tarde
el primer desengaño.
Nací a las penas,
bebí mis años
y me entregué
sin luchar.
Cuando canto tangos vuelvo a verlos a todos, a mi abuelo Lázaro, a mi tío Santiago, al poeta y cantor Manuel Picón. Al queridísimo Luis Luchi, cuyo cancionero de tangos es mi libro de cabecera. Desfilan entonces sonidos, voces, humo de asados, rumores de patios porteños. Desfilan entonces vidas que no viví. Pugliese, Goyeneche, El Zorzal, el corazón mirando al sur.
Siempre.
viernes, 1 de junio de 2018
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