A medida que los años se van uno se levanta más temprano, recorre la casa en silencio, echa de menos el viento.
Al concierto del día 30, en el que Mauricio Vuoto al piano y el que suscribe cantando (juntos somos Profesor Neurus) tejimos tango para que los habituales de La Romántica -la elegante milonga de la exquisita Carmen de la Rosa- bailasen a compás, acudió gente muy querida. Otros no pudieron venir: las milongas tienen horarios algo "incompatibles" con una vida normal.
Dos presencias me emocionaron especialmente: Doña Angelina, apasionada, progenitora de mi amigo Juan Enís, compañero de farras que recala en Miami, y el impecable coronel De la Pascua, del Quinto de Lanceros de Su Majestad. Ambos alcanzaron a vivir en primera persona un mundo en el que el tango estaba vivo y brillaba con luz propia. Verlos con los ojos encendidos y llenos de entusiasmo fue algo inenarrable para este humilde cantor. Me sentí por momentos protagonista de un cuento de Borges, de Cortázar, buscando un amor perdido entre el humo y la penumbra de la milonga. El camino de vuelta a casa, de improbable urdimbre.
Arrancamos con una versión muy nuestra de Volver, sotto voce. Y comenzó el baile. Una tanda troileana, en homenaje a El Gordo, Aníbal Troilo, grande entre los grandes (esa iba por vos, Joseba). Después, cuatro de Caló, pa que ustedes lo bailen, con el eje de la dupla inmortal Caló-Berón y terminamos con tangos de Mariano Mores y Pascual Contursi. Los milongueros dibujando como locos, pasajeros de una nave de solo ida, mantos de olvido para no pensar más en vos.
La materia que conforma los sueños.
A los bises se unió José Luis Yanguas, milonguero de toda la vida. José Luis resultó ser pariente de mi amigo Rodrigo Muñoz Avia, excelente escritor y, a la sazón, participante en la ceremonia. Momento especialmente alegre. El tango era una fiesta. En tiempos, la mitad de los habitantes de Buenos Aires salía a milonguear. Mientras se baila abrazado a un amor que no será la arena deja de caer, en esos tres minutos todo puede ser. Hasta lo nuestro, linda.
Y hoy que vivo enloquecido
porque no te olvidé,
ni te acuerdas de mí.
Mi compañero, Mauricio Vuoto, apasionado rosarino canalla, un capo absoluto del piano de tango, estuvo particularmente brillante esa noche. Es un privilegio ponerle voz a esas teclas y a esos arreglos tuyos, che pibe. Compendio de sabiduría tanguera.
Y vinieron compañeros de los quince años. Un nudo en la garganta verlos juntos. Raúl, Fernando, Carmen, Fausto, Humberto. Sin palabras. Hace quince minutos...
Gracias con el cuore a todos.
Después se apagan las luces y hay que partir.
Sobre tus mesas
que nunca preguntan
lloré una tarde
el primer desengaño.
Nací a las penas,
bebí mis años
y me entregué
sin luchar.
Cuando canto tangos vuelvo a verlos a todos, a mi abuelo Lázaro, a mi tío Santiago, al poeta y cantor Manuel Picón. Al queridísimo Luis Luchi, cuyo cancionero de tangos es mi libro de cabecera. Desfilan entonces sonidos, voces, humo de asados, rumores de patios porteños. Desfilan entonces vidas que no viví. Pugliese, Goyeneche, El Zorzal, el corazón mirando al sur.
Siempre.
miércoles, 6 de junio de 2018
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1 comentario:
Un privilegio escucharos,derroche de talento y generosidad. Gracias
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