jueves, 16 de julio de 2009

Winkofon Blues

En casa de mis padres había un viejo tocadisco que me regaló intensas y largas horas de felicidad. Una maravilla tecnológica de la era secundaria: el Winko. Recuerdo que tenía un selector de velocidades (33, 45 y 78 rpm, ríete de la NASA...), un brazo automático, radio AM y poco más. Mis primeros experimentos sonoros consistían en cambiarle la velocidad a las grabaciones y poner muñequitos sobre los discos para ver "qué pasaba".
Su fidelidad debía ser poco más o menos la de un auricular telefónico, pero para escuchar a Gardel bastaba y sobraba. Aún recuerdo el día en que por primera vez escuché en casa de mi tío Luis un equipo de Hi-Fi en condiciones. Sentí algo completamente nuevo: no podía creer que existieran esos graves...


Me encantaba ver cómo giraban los discos de vinilo. Cuando aparecía por casa un nuevo disco aquello se transformaba en un acontecimiento especial. Es extraño, gracias al mp3 y a las redes P2P, hoy la gente puede acceder a una cantidad de música ingente, pero no creo que disfrute tanto como cuando en compañía de los amigos "descubríamos" a los Beatles, a Pink Floyd o las sinfonías de Mahler. Escuchar discos era un acto social.
Tengo la impresión de que hoy ha desaparecido -o tiende a desaparecer- esa sensación de descubrimiento. Tener acceso a toda la música del mundo se ha convertido en tener acceso a nada. Como es sencillo obtener grabaciones de cualquier artista, la propia música se ha devaluado como objeto. Además, ha surgido una larga serie de artilugios que priman el disfrute de la música en solitario, relegando al olvido esas tardes gloriosas donde algún amigo aparecía con su última adquisición.
En Rayuela, el libro inmortal del viejo Cortázar, los protagonistas se encierran en un cuartucho del París más canalla. Se encierran con discos, libros, fuman, hacen el amor con la mente (y con el cuerpo). La gente del exterior se empeña en hacer cosas útiles, en correr de un lado para el otro, en contratar planes de pensiones, como si la muerte no fuera a alcanzarles.

Amor, la vida se nos va...
Quedémonos aquí...
Ya es hora de llegar...

Los vinilos estaban por todas partes. Tenían vida.
A mi viejo Winko se lo llevó la marea. A saber qué estará haciendo ahora. Miss you...

1 comentario:

la stessa ma altra dijo...

hola Martín, hoy estoy "comentera" con tu blog... este no es necesariamente un comentario para publicar, es más bien una "cartita al paso"... sabés que no se, no se, no se... yo tengo hijas grandes ( 21 y 23 años) y si bien no tienen que esperar en la puerta de la disquería hasta que traigan el nuevo de Dylan, cuando encuentran algo interesante en la red lo disfrutan como locas, buscar y encontrar para ellas tiene que ver mucho con nuestro esperar, desear... creo que tiene que ver más bien con una educación del disfrute, del hallazgo, de la joya encontrada... entre ellos se pasan la música, se juntan a escuchar, se llenan los oídos disfrutando... bueno, es mi experiencia, quizá tenga que ver con lo que pasa en casa, pero trabajo con adolescentes y con veinteañeros y la cosa viene también un poco por ahí, me traen música a puñados, y la compartimos... y siempre el asombro... me alegra que te gusten los vinilos, mis hijas heredaron los de mi hermano pero los míos... minga! siguen siendo míos! y los de 78 de mis tíos y mi abuelo... también son míos! y a joderse!!! : ) : ) : ) cariños. PD: me encanta tu blog, comparto tu punto de vista sobre nuestra realidad, aunque yo no escriba acerca de ello...llevo 29 años en la docencia pública en todos los niveles... en fin...