El hombre de negro sabe. Una canción como cuchillo. Everyone I know goes away in the end...
miércoles, 23 de julio de 2014
Cada oveja
El
matrimonio perfecto es la unión de dos seres, uno que ama más y otro que ama
mejor.
Abogado y Procurador.
Ex y sus Amigas, tan ecuánimes.
Suegro y cuñao.
Reproductor de CDs y Qué bien me lo paso yo solito.
La Muerte y Hacienda.
Perderla de vista y porque era mía.
Que sí, lo que tú digas, morena salada.
Por más que lo intento nunca consigo ese punto. Tiene que ver con el aceite de oliva y el tiempo. Lo sé.
Por más que lo intento nunca consigo ese punto. Tiene que ver con el aceite de oliva y el tiempo. Lo sé.
martes, 22 de julio de 2014
Benditos
Bienaventurados aquellos que aman, aquellos que son amados y quienes deciden vivir sin la ilusión del amor.
lunes, 21 de julio de 2014
80 años
Una interesante reflexión de Oliver Sacks, neurólogo y escritor, autor de Los ojos de la mente, Despertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
Al cumplir los 80
Anoche soñé con el mercurio: enormes y relucientes glóbulos de azogue que subían y bajaban. El mercurio es el elemento número 80, y mi sueño fue un recordatorio de que muy pronto los años que iba a cumplir también serían 80. Desde que era un niño, cuando conocí los números atómicos, para mí los elementos de la tabla periódica y los cumpleaños han estado entrelazados. A los 11 años podía decir: “soy sodio” (elemento 11), y cuando tuve 79 años, fui oro. Hace unos años, cuando le di a un amigo una botella de mercurio por su 80º cumpleaños (una botella especial que no podía tener fugas ni romperse) me miró de una forma peculiar, pero más adelante me envió una carta encantadora en la que bromeaba: “tomo un poquito todas las mañanas, por salud”.
¡80 años! Casi no me lo creo. Muchas veces tengo la sensación de que la vida está a punto de empezar, para en seguida darme cuenta de que casi ha terminado. Mi madre era la decimosexta de 18 niños; yo fui el más joven de sus cuatro hijos, y casi el más joven del vasto número de primos de su lado de su familia. Siempre fui el más joven de mi clase en el instituto. He mantenido esta sensación de ser siempre el más joven, aunque ahora mismo ya soy prácticamente la persona más vieja que conozco.
A los 41 años pensé que me moriría: tuve una mala caída y me rompí una pierna haciendo a solas montañismo. Me entablillé la pierna lo mejor que pude y empecé a descender la montaña torpemente, ayudándome solo de los brazos. En las largas horas que siguieron me asaltaron los recuerdos, tanto los buenos como los malos. La mayoría surgían de la gratitud: gratitud por lo que me habían dado otros, y también gratitud por haber sido capaz de devolver algo (el año anterior se había publicado Despertares).
A los 80 años, con un puñado de problemas médicos y quirúrgicos, aunque ninguno de ellos vaya a incapacitarme. Me siento contento de estar vivo: “¡Me alegro de no estar muerto!”. Es una frase que se me escapa cuando hace un día perfecto. (Esto lo cuento como contraste a una anécdota que me contó un amigo. Paseando por París con Samuel Beckett durante una perfecta mañana de primavera, le dijo: “¿Un día como este no hace que le alegre estar vivo?”. A lo que Beckett respondió: “Yo no diría tanto”). Me siento agradecido por haber experimentado muchas cosas –algunas maravillosas, otras horribles— y por haber sido capaz de escribir una docena de libros, por haber recibido innumerables cartas de amigos, colegas, y lectores, y por disfrutar de mantener lo que Nathaniel Hawthorne llamaba “relaciones con el mundo”.
Siento haber perdido (y seguir perdiendo) tanto tiempo; siento ser tan angustiosamente tímido a los 80 como lo era a los 20; siento no hablar más idiomas que mi lengua materna, y no haber viajado ni haber experimentado otras culturas más ampliamente.
Siento que debería estar intentado completar mi vida, signifique lo que signifique eso de “completar una vida”. Algunos de mis pacientes, con 90 o 100 años, entonan el nunc dimittis —“He tenido una vida plena, y ahora estoy listo para irme”—. Para algunos de ellos, esto significa irse al cielo, y siempre es el cielo y no el infierno, aunque tanto a Samuel Johnson como a Boswell les estremecía la idea de ir al infierno, y se enfurecían con Hume, que no creía en tales cosas. Yo no tengo ninguna fe en (ni deseo de) una existencia posmortem, más allá de la que tendré en los recuerdos de mis amigos, y en la esperanza de que algunos de mis libros sigan “hablando” con la gente después de mi muerte.
Las reacciones se han vuelto más lentas pero, con todo, uno se encuentra lleno de vida
El poeta W. H. Auden decía a menudo que pensaba vivir hasta los 80 y luego “marcharse con viento fresco” (vivió solo hasta los 67). Aunque han pasado 49 años desde su muerte yo sueño a menudo con él, de la misma manera que sueño con Luria, y con mis padres y con antiguos pacientes. Todos se fueron hace ya mucho tiempo, pero los quise y fueron importantes en mi vida.
A los 80 se cierne sobre uno el espectro de la demencia o del infarto. Un tercio de mis contemporáneos están muertos, y muchos más se ven atrapados en existencias trágicas y mínimas, con graves dolencias físicas o mentales. A los 80 las marcas de la decadencia son más que aparentes. Las reacciones se han vuelto más lentas, los nombres se te escapan con más frecuencia y hay que administrar las energías pero, con todo, uno se encuentra muchas veces pletórico y lleno de vida, y nada “viejo”. Tal vez, con suerte, llegue, más o menos intacto, a cumplir algunos años más, y se me conceda la libertad de amar y de trabajar, las dos cosas más importantes de la vida, como insistía Freud.
Cuando me llegue la hora, espero poder morir en plena acción, como Francis Crick. Cuando le dijeron, a los 85 años, que tenía un cáncer mortal, hizo una breve pausa, miró al techo, y pronunció: “Todo lo que tiene un principio tiene que tener un final”, y procedió a seguir pensando en lo que le tenía ocupado antes. Cuando murió, a los 88, seguía completamente entregado a su trabajo más creativo.
Mi padre, que vivió hasta los 94, dijo muchas veces que sus 80 años habían sido una de las décadas en las que más había disfrutado en su vida. Sentía, como estoy empezando a sentir yo ahora, no un encogimiento, sino una ampliación de la vida y de la perspectiva mental. Uno tiene una larga experiencia de la vida, y no solo de la propia, sino también de la de los demás. Hemos visto triunfos y tragedias, ascensos y declives, revoluciones y guerras, grandes logros y también profundas ambigüedades. Hemos visto el surgimiento de grandes teorías, para luego ver cómo los hechos obstinados las derribaban. Uno es más consciente de que todo es pasajero, y también, posiblemente, más consciente de la belleza. A los 80 años uno puede tener una mirada amplia, y una sensación vívida, vivida, de la historia que no era posible tener con menos edad. Yo soy capaz de imaginar, de sentir en los huesos, lo que supone un siglo, cosa que no podía hacer cuando tenía 40 años, o 60. No pienso en la vejez como en una época cada vez más penosa que tenemos que soportar de la mejor manera posible, sino en una época de ocio y libertad, liberados de las urgencias artificiosas de días pasados, libres para explorar lo que deseemos, y para unir los pensamientos y las emociones de toda una vida. Tengo ganas de tener 80 años.
© Oliver Sacks, 2013
Traducción de Eva Cruz.
Al cumplir los 80
Anoche soñé con el mercurio: enormes y relucientes glóbulos de azogue que subían y bajaban. El mercurio es el elemento número 80, y mi sueño fue un recordatorio de que muy pronto los años que iba a cumplir también serían 80. Desde que era un niño, cuando conocí los números atómicos, para mí los elementos de la tabla periódica y los cumpleaños han estado entrelazados. A los 11 años podía decir: “soy sodio” (elemento 11), y cuando tuve 79 años, fui oro. Hace unos años, cuando le di a un amigo una botella de mercurio por su 80º cumpleaños (una botella especial que no podía tener fugas ni romperse) me miró de una forma peculiar, pero más adelante me envió una carta encantadora en la que bromeaba: “tomo un poquito todas las mañanas, por salud”.
¡80 años! Casi no me lo creo. Muchas veces tengo la sensación de que la vida está a punto de empezar, para en seguida darme cuenta de que casi ha terminado. Mi madre era la decimosexta de 18 niños; yo fui el más joven de sus cuatro hijos, y casi el más joven del vasto número de primos de su lado de su familia. Siempre fui el más joven de mi clase en el instituto. He mantenido esta sensación de ser siempre el más joven, aunque ahora mismo ya soy prácticamente la persona más vieja que conozco.
A los 41 años pensé que me moriría: tuve una mala caída y me rompí una pierna haciendo a solas montañismo. Me entablillé la pierna lo mejor que pude y empecé a descender la montaña torpemente, ayudándome solo de los brazos. En las largas horas que siguieron me asaltaron los recuerdos, tanto los buenos como los malos. La mayoría surgían de la gratitud: gratitud por lo que me habían dado otros, y también gratitud por haber sido capaz de devolver algo (el año anterior se había publicado Despertares).
A los 80 años, con un puñado de problemas médicos y quirúrgicos, aunque ninguno de ellos vaya a incapacitarme. Me siento contento de estar vivo: “¡Me alegro de no estar muerto!”. Es una frase que se me escapa cuando hace un día perfecto. (Esto lo cuento como contraste a una anécdota que me contó un amigo. Paseando por París con Samuel Beckett durante una perfecta mañana de primavera, le dijo: “¿Un día como este no hace que le alegre estar vivo?”. A lo que Beckett respondió: “Yo no diría tanto”). Me siento agradecido por haber experimentado muchas cosas –algunas maravillosas, otras horribles— y por haber sido capaz de escribir una docena de libros, por haber recibido innumerables cartas de amigos, colegas, y lectores, y por disfrutar de mantener lo que Nathaniel Hawthorne llamaba “relaciones con el mundo”.
Siento haber perdido (y seguir perdiendo) tanto tiempo; siento ser tan angustiosamente tímido a los 80 como lo era a los 20; siento no hablar más idiomas que mi lengua materna, y no haber viajado ni haber experimentado otras culturas más ampliamente.
Siento que debería estar intentado completar mi vida, signifique lo que signifique eso de “completar una vida”. Algunos de mis pacientes, con 90 o 100 años, entonan el nunc dimittis —“He tenido una vida plena, y ahora estoy listo para irme”—. Para algunos de ellos, esto significa irse al cielo, y siempre es el cielo y no el infierno, aunque tanto a Samuel Johnson como a Boswell les estremecía la idea de ir al infierno, y se enfurecían con Hume, que no creía en tales cosas. Yo no tengo ninguna fe en (ni deseo de) una existencia posmortem, más allá de la que tendré en los recuerdos de mis amigos, y en la esperanza de que algunos de mis libros sigan “hablando” con la gente después de mi muerte.
Las reacciones se han vuelto más lentas pero, con todo, uno se encuentra lleno de vida
El poeta W. H. Auden decía a menudo que pensaba vivir hasta los 80 y luego “marcharse con viento fresco” (vivió solo hasta los 67). Aunque han pasado 49 años desde su muerte yo sueño a menudo con él, de la misma manera que sueño con Luria, y con mis padres y con antiguos pacientes. Todos se fueron hace ya mucho tiempo, pero los quise y fueron importantes en mi vida.
A los 80 se cierne sobre uno el espectro de la demencia o del infarto. Un tercio de mis contemporáneos están muertos, y muchos más se ven atrapados en existencias trágicas y mínimas, con graves dolencias físicas o mentales. A los 80 las marcas de la decadencia son más que aparentes. Las reacciones se han vuelto más lentas, los nombres se te escapan con más frecuencia y hay que administrar las energías pero, con todo, uno se encuentra muchas veces pletórico y lleno de vida, y nada “viejo”. Tal vez, con suerte, llegue, más o menos intacto, a cumplir algunos años más, y se me conceda la libertad de amar y de trabajar, las dos cosas más importantes de la vida, como insistía Freud.
Cuando me llegue la hora, espero poder morir en plena acción, como Francis Crick. Cuando le dijeron, a los 85 años, que tenía un cáncer mortal, hizo una breve pausa, miró al techo, y pronunció: “Todo lo que tiene un principio tiene que tener un final”, y procedió a seguir pensando en lo que le tenía ocupado antes. Cuando murió, a los 88, seguía completamente entregado a su trabajo más creativo.
Mi padre, que vivió hasta los 94, dijo muchas veces que sus 80 años habían sido una de las décadas en las que más había disfrutado en su vida. Sentía, como estoy empezando a sentir yo ahora, no un encogimiento, sino una ampliación de la vida y de la perspectiva mental. Uno tiene una larga experiencia de la vida, y no solo de la propia, sino también de la de los demás. Hemos visto triunfos y tragedias, ascensos y declives, revoluciones y guerras, grandes logros y también profundas ambigüedades. Hemos visto el surgimiento de grandes teorías, para luego ver cómo los hechos obstinados las derribaban. Uno es más consciente de que todo es pasajero, y también, posiblemente, más consciente de la belleza. A los 80 años uno puede tener una mirada amplia, y una sensación vívida, vivida, de la historia que no era posible tener con menos edad. Yo soy capaz de imaginar, de sentir en los huesos, lo que supone un siglo, cosa que no podía hacer cuando tenía 40 años, o 60. No pienso en la vejez como en una época cada vez más penosa que tenemos que soportar de la mejor manera posible, sino en una época de ocio y libertad, liberados de las urgencias artificiosas de días pasados, libres para explorar lo que deseemos, y para unir los pensamientos y las emociones de toda una vida. Tengo ganas de tener 80 años.
© Oliver Sacks, 2013
Traducción de Eva Cruz.
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jueves, 17 de julio de 2014
Concierto de Berlín
Berlín, 2006. Netrebko, Domingo y Villazón ofrecen un concierto magnífico. Lo descubrí en Málaga en una noche mágica. Tiene momentos de alto octanaje artístico.
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miércoles, 16 de julio de 2014
Into the Wild
Es una de las mejores películas que he visto en mi vida. Un trabajo soberbio. Supongo que mi amor incondicional por Jack London influye o tal vez mi doble condición de hijo y padre, heredero de una larga estirpe de solitarios. Personas que se pierden en la inmensidad de tierras yermas o naufragan en mares de azulejos, que no encuentran el camino de regreso.
Una hipersensibilidad que impide sobrevivir en este mundo de reglas, con sus ganadores y perdedores. De autómatas.
Alguien que quiso probarse al límite y respirar la libertad. Los compañeros de viaje. Sencillos, sin histerias. Sin despedidas.
La tarde en la playa.
Una historia digna de ser contada. Un abrazo directo al corazón.
"La fragilidad del cristal no habla de su debilidad, sino de su calidad..."
Estas cosas no se hacen. Que uno ya tiene una edad.
Una hipersensibilidad que impide sobrevivir en este mundo de reglas, con sus ganadores y perdedores. De autómatas.
Alguien que quiso probarse al límite y respirar la libertad. Los compañeros de viaje. Sencillos, sin histerias. Sin despedidas.
La tarde en la playa.
Una historia digna de ser contada. Un abrazo directo al corazón.
"La fragilidad del cristal no habla de su debilidad, sino de su calidad..."
Estas cosas no se hacen. Que uno ya tiene una edad.
domingo, 13 de julio de 2014
Clásicos y patafísicos
Cuentan las crónicas que en la segunda mitad del siglo XIX las élites culturales de la vieja Europa que eclosionó como un grano de pus en la Primera Guerra Mundial -el viejo orden que el Imperio Austrohúngaro representaba fielmente- se ensarzaban en apasionadas discusiones musicales que solían terminar a bastonazos.
¡Qué época tan apasionante! pensaba en mi ya lejana juventud. Duelos a cara descubierta entre wagnerianos y brahmsianos. Ole. Por las cosas del espíritu vale la pena batallar.
Tristes guerras, tristes si no es amor la empresa.
Joseba Lopezortega, querido amigo de fierro, contesta por duplicado las ideas expuestas en la nota "Lo clásico y lo contemporáneo". Joseba es un amante de la música clásica desde siempre. No solo es un amante, sino que la conoce por dentro y, además, escribe un blog que no me cansaré de recomendar por la enorme calidad de sus textos, muchas veces centrados en el hecho musical.
Reproduzco a continuación las dos (2) respuestas de Joseba al artículo comentado. Ambas tienen una genuina estructura musical, con exposición, crescendo y clímax final.
josebalopezortega.com dijo...
(1) Yo no iba tan al fondo, romano. Lo que pasa es que la frase "el acartonado, elitista, frío y despreciativo mundo de la denominada "música clásica” se puede aplicar con la misma intención y validez a cualquiera de los múltiples conciertos muy modernos y alternativos, de los de gran acampada y escasas duchas, que proliferan en torno a la música “no clásica” por todas partes, y cuya entrada de abono puede igualar o superar por tres días el precio de un abono de temporada de una orquesta sinfónica. “Alternativo” es una palabra que a mi me zarandea entre la incredulidad y el bostezo. La música clásica está muy lejos del régimen de extenuante explotación a que están sometidos pop o rock o lo que sean, creo que se me entiende. Muy lejos.
Elitismo: pues cuando escucho a los amantes de un grupo hablar de guitarristas, guitarras, púas y demás a mi me parecen élite pura. Y en cuanto a “despreciativo”, precisamente tú Martin sabes de primera mano hasta qué punto los que no aprecian la música clásica la desprecian. Su ignorancia es oceánica. Sucede igual en la dirección contraria.
12 de julio de 2014, 12:55
OpenID josebalopezortega.com dijo...
(2) Yo me enteré a los 19 años de la existencia de un grupo llamado Rolling Stones, y ya llevaban tocando juntos unos cuantos años. No alardeo de ello, al contrario, lo digo para ilustrar que incluso alguien musicalmente tan cerrado/obtuso como yo sabe, porque es evidente, que Alan Parsons, Judas Priest, los Beatles y un largo y libérrimo etcétera son clásicos (al menos para alguien), mientras que la inmensa mayoría de los contemporáneos de Bach, Mozart o Mahler no son clásicos, porque su música no existe, dado que sencillamente jamás se interpreta. Sospecho que los dos conocemos los peines del archivo de la Zarzuela que esconde el Palacio de Longoria, ¿verdad? Clásica no es sinónimo de fósil, ni actual lo es de vigencia. Y hay mucha música actual que tiene poco de “contemporánea”: cfr don Julio Iglesias.
Respecto al resto de tu explicación, qué puedo decirte. Llevo años escuchando con alguna asiduidad música de compositores no ya contemporáneos, sino activos, vivos y coleando, y encuentro mucha producción de gran calidad. Mucha, mucha. Incluso –faltaría- en Glass. Otra cosa distinta es que a ti te aburra. Pues vale. No pienso en Maderna o Boulez o aquellos jóvenes ya muertos o en puertas, pienso en decenas de músicos activos y brillantes que serán sometidos al paso realmente exigente del tiempo y probablemente jamás sean clásicos.
“El propio estudiante de música clásica se siente un bicho raro, como si estudiara latín o griego clásico y luego pretendiera hablarlo con sus amigos. Están desconectados de lo que pasa en la calle.” Repito mi primera pregunta, ¿perdón? ¿Desconectados de lo que pasa en la calle? Eso es puro tópico. Basta asomarse un poco al mundo de la interpretación de órgano para encontrar estupendos intérpretes jovencísimos que bailan en discotecas y vibran con grupos rock y luchan contra ese tópico, que les hastía. El estereotipo de Bruckner al órgano es eso, un estereotipo.
Respecto a la emoción como punto de partida, estoy de acuerdo con el último participante. Rosa, Bustamante y Bisbal causaban desmayos, y alguno de los tres seguro que todavía los causa. La emoción es un punto de partida inconsistente o que al menos merece una reflexión mas pausada. Quizá tenga que ir a un concierto de playa a que me rieguen con mangueras para resistir la solana para desentumecerme, pero no alcanzo a entender qué valor aporta esa palabra a tu deliciosa provocación.
Una última consideración. Hablando de Caballé dices “A menos que vivas en Venus es poco probable que no hayas oído hablar de Queen o de los Beatles. Cuando menos revela un desprecio absoluto por conocer la realidad de sus contemporáneos”. Pues no, Martin, no: lo que pasa es que Caballé es el ejemplo perfecto de artista/naranja exprimida, aislada y virtualmente secuestrada por un entorno explotador, has ido a un caso extremo… y lo sabes. Y en todo caso no habría traza de desprecio en no saber quién era Mercury. Yo lo supe muy tarde, pero respetaba perfectamente a quienes andaban hurgando en yacimientos distintos de los míos. No es desprecio, sino ignorancia y predilección. Sencillamente me daba igual.
Disfruta del olor de la noche romana.
Bien, como decía el bueno de Jack -también conocido como "El Destripador"- vamos por partes.
Vaya por delante que soy un convencido. Es decir, gracias al cielo, he tenido la oportunidad de conocer la música clásica desde muy joven y la disfruto desde entonces. Me emociona y me gusta. Y no me canso de escucharla. Con mis idas y venidas. Porque al padre hay que matarlo para ir un paso más allá, aunque uno sepa que volverá a casa algún día. Cargado con otras alforjas. Si Dios y los hados quieren, naturalmente.
Primera cuestión. Cuando propuse la consideración del fenómeno de la emoción como elemento a tener en cuenta para hablar del fenómeno musical contemporáneo no me refería a Bustamante, ni a Rosa de España, ni Bisbal y sus ricitos de oro, ni a los triunfitos ni a la madre que los parió. Podías haberme llamarme imbécil a la cara y me habría parecido más amable. No tenía constancia de que me tuvieras en tan baja consideración. Tomo nota...;;;). A modo de compensación, acepto invitaciones a cualquier sociedad gastronómica de esas que tú conoces.
Pues no. Cuando hablé de emoción, apunté que no tenía muy claro qué es eso que llamamos emoción. Incluso apunté que si la obra de arte es demasiado previsible constituye un insulto a la inteligencia pero si es demasiado imprevisible, de alguna manera también lo es.
Era una pregunta, antes que una afirmación. Trataba de decir que, de tan especulativa que se había vuelto la música contemporánea "culta" -ya sé que Julio Iglesias es también contemporáneo pero dudo que haya oído hablar de lo que es un acorde de sexta napolitana, una cadencia rota o la música serial y creerá que Stockhausen es un equipo de fútbol, el Bayern Stockhausen-, a mi modo de ver había perdido cierto contacto con un fenómeno más primitivo si se quiere, pero fundamental en el hecho musical: la emoción. Es como pensar en jazz sin swing. Desde un punto de vista teórico tiene interés. Aumenta la combinatoria de soluciones posibles pero ¿qué queda de un fenómeno que llegó a ser música de baile sin swing?
Al modo platónico, deberíamos aclararnos y poner en común qué consideramos "emoción".
Nombras a Boulez, Maderna o Glass. ¿Acaso su música genera combates puñoenrostro como los enfrentamientos entre brahmsianos y wagnerianos? Me temo que no.
El 99,99 % de la población ni siquiera conoce sus nombres. ¿Debemos colegir entonces que el 99,99% de la población es subnormal porque no sabe, ni le interesa y considera la música contemporánea un experimento de ratas de laboratorio? Si eso no es elitista, entonces hemos de definir también qué entendemos por élite.
Si el porcentaje de suspensos está en el entorno del 30-50 por ciento, es un problema de los alumnos y su bajo nivel. Si el porcentaje supera con creces el 80 por ciento, me inclino a pensar que el problema es del profesor. No está capacido para transmitir conocimientos. No se le entiende. Habla en otro idioma.
Conciertos para perro y orquesta. Espera un momentito que hay que afinar bien ese serrucho. Dame un octavo de tono. Ahora, sí. ¿Ha llegado ya el solista de gato en celo? Sí, está en el camerino.
¿No sería más fácil aceptar que existe un divorcio absoluto entre la práctica compositiva contemporánea y el público?
Soy un gran consumidor de radio. De toda la vida. Cuando escucho a Cifu, el decano del jazz, me contagia la pasión -no exenta de un conocimiento técnico fabuloso- que siente por esa clase de música.
Cuando escucho Radio 2, Radio Clásica, tengo la impresión de estar en misa. No distingo bien si se trata de un programa musical o de una homilía. Curas estreñidos.
Por el trabajo que realicé hace algunos años -para el Príncipe Negro- tuve la oportunidad de tratar de primera mano con músicos de todo pelaje y condición. Desde los primeros espadas de Berklee, hasta compositores patrios laureados no con uno, sino tres premios nacionales de música. Y no digo más. Decenas y decenas de personajes. La West-Eastern Divan Orchestra de Barenboim. Y un largo etcétera.
En resumidas cuentas, de mis incontables entrevistas de trabajo afirmo que el músico clásico considera al músico de jazz un músico inferior (el gato Adorno). Al fenómeno del rock'n'roll y sus infinitas variaciones lo contempla con una mezcla de asco y desdén profundos (muchas veces con razón, porque se trata de fenómenos puramente comerciales). Al músico flamenco también lo miran por encima del hombro. "Una tradición oral..." Por eso trabajar con flamencos es una tortura: tienen la violencia y las ganas de pasar por encima de quien sea propias de un animal apaleado. A Paco de Lucía le han dado con un caño oxidado en la cabeza. Una vez muerto es una gloria nacional incontestable. Españas tengas y las ganes.
Oír hablar a los clásicos de sus propios competidores es todo un poema. Ese no sabe, el otro es un tarado, aquel no tiene ni idea. Acaba uno asfixiado de tanto ego ridículo.
El fenómeno del ego cuando alcanza ciertas cimas (o "simas") se torna imposible de describir con palabras. El ego desatado y sin control, incapaz de reírse de sí mismo, es sin lugar a dudas la forma más estúpida de vida conocida.
Recuerdo el experimento de "divulgación" de los 3 tenores. Carreras, Plácido y Pavarotti. Kraus, que no fue invitado, declaró que "a ciertos niveles de calidad es imposible ser popular". Luego dicen de los argentinos.
Por increíble que parezca, esta historia es totalmente verídica. Otra vez la Caballé. Hace unos 15 años, una amiga portuguesa, productora de televisión, invitó a la diva a participar en un programa infantil. Se rodaba en Portalegre, perto da fronteira.
Según el guión, se suponía que la Caballé iba a cantar para los niños o con los niños, no recuerdo bien. En el programa salían muñecos al estilo "Un globo, dos globos..." De hecho, había uno parecido a Espinete. Pinchinho, sería. Vaya usted a saber.
Cuando llegó el turno de salir a "escena", la soprano descubrió que el Espinete luso también cantaba. Entonces, como dicen nuestros hermanos portugueses, ela "entrou em parafuso" y se negó en redondo a continuar con el programa. Dijo que ahí la única que cantaba era ella. Y no hubo forma. PROBLEMAS DE EGO CON ESPINETE. Fascinante. Es muy difícil que se te ocurra esta historia, ya sea drogado o especialmente sembrado.
En 1994 entrevisté a Luis de Pablo para el libro "Música Virtual". La charla fue más allá de una simple entrevista y terminó en una cena hasta altas horas. Hablamos de todo lo divino y humano. Expresó una opinión sobre el de Algeciras y lo que a su juicio representaba para el mundo del flamenco que me niego a comentar. Simplemente brutal. Nunca oí nada tan bestia sobre nadie.
Sí. El músico de conservatorio vive en Venus. Tocando piezas de hace 250 años y no entiende nada de lo que hacen los contemporáneos, porque ni ellos mismos lo entienden. Es como la física cuántica. Ni el propio Einstein entendía qué era todo aquello.
Ver un clásico "relajarse", "improvisar", etc. produce, en el mejor de los casos, desazón. Son máquinas de tocar cosas escritas por otros. El sueño de la razón produce MONSTRUOS. John Lennon, con su particular sentido de la contención, los definía como retrasados mentales. Decía que alguien al que hay que decirle lo que tiene que hacer no es digno de ser llamado creador.
Cuando un clásico decide bajar de su pedestal de nube de pedo, léase Plácido Domingo cantando tangos o Barenboim tocando a Piazzolla en trío con Mederos y Héctor Console, el resultado es, en el mejor de los casos, insulso. Correcto. TODAS LAS NOTAS ESTÁN EN SU SITIO, pero sin garra, sin duende, sin alma. Música para ascensores. ¿Qué es eso que no está en la partitura? ¿Cómo se expresa? ¿Cómo se transmite? El misterio.
¿Acaso no tendrá que ver con heridas como cuchillos, con calles sin luz, con vivir con intensidad?
De cada amor que tuve tengo heridas
heridas que no cierran y sangran todavía.
¿Sabía Borges lo que se siente en una pelea callejera? Y sin embargo el valor y la cobardía pueblan sus cuentos. ¿O hace falta ser boxeador como John Huston para hacer "El tesoro de Sierra Madre" o sentir la posibilidad del amor como un puñal envenenado en "La noche de la iguana"?
El negocio de la músical clásica, porque no seamos ingenuos, la música clásica es un negocio como cualquier otro, con sus CDs, sus DVDs, sus productores, sus orquestas, sus divos y divas, sus abonos y sus sponsors, etc., apenas supone el 8 por ciento del negocio musical en su conjunto.
¿No eso un fenómeno elitista? Entonces no entiendo nada.
Preparar un pianista para llegar a ser un Ivo Pogorelich cuesta al estado una millonada. Y llegan 2 de 2 millones. Por número de oyentes, sería más barato comprarle a cada aficionado poseso de la música clásica de este santo país un reproductor de CDs y una nutrida colección de grabaciones que mantener la estructura de la radio y sus plúmbeos locutores. Salvo Fernando Argenta, Dios lo tenga en su Santa Gloria.
Luz, más luz. Aire fresco. Para que el pueblo conozca los tesoros de la música culta hay que seducirlo, emocionarlo. Convencerlo. Y no se convence desde un púlpito. Hay que ganarse los corazones.
Los conciertos o los encuentros de música clásica contemporánea suelen estar trufados de sesudas explicaciones. Hay más páginas escritas que partituras. "He pretendido hacer...", "lo que intento sublimar es...", "mi obra es un intento de...". NO ME CUENTE USTED MILONGAS. El mundo de la emoción no requiere explicaciones. No me explique nada porque me importan un pimiento sus detalles de cocina. Déjeme probar el plato y ya le diré yo si es un manjar o hay que guillotinar al delincuente.
Orquestas como las de Venezuela por todas partes. Porque el arte puede salvar almas (ahora el cura soy yo, Francesco...! Parala...). Eso LO SÉ. Pero ¿cómo resolver la ecuación del sacrificio que exige la perfección y el disfrute inmediato?
El problema de la música clásica está directamente relacionado con el espíritu de los tiempos. La gente lo quiere todo. Y lo quiere YA. No tolera la más mínima frustración. No entiende lo que significa el sacrificio.
En el mejor de los casos, una carrera de intérprete clásico exige 20, 30 años de estudio monástico, de vida sin luz. Como mi pianista favorito de todos los tiempos, Sviatoslav Richter, para quien la idea del relax era marchar a su dacha y encerrarse en una habitación sin ventanas a estudiar piano. TODO EL DÍA.
¿Quién está dispuesto a esto con los tiempos que corren? Alguien que no es muy normal que digamos. Alguien que vive en su torre de marfil, como la Caballé.
¿Te parece que digo muchos tópicos, Joseba? Serán los años.
Me duele que la cultura esté en manos de cuatro gatos. Me irrita ver las actitudes de unos y otros. Mundos absolutamente incomunicados.
Tópico utópico.
Joseba Lopezortega, en breve recibiréis la vista de mis padrinos. Os espero a las seis en la fuente. Podéis escoger armas.
Bombardinos o Tubas wagnerianas.
¡Qué época tan apasionante! pensaba en mi ya lejana juventud. Duelos a cara descubierta entre wagnerianos y brahmsianos. Ole. Por las cosas del espíritu vale la pena batallar.
Tristes guerras, tristes si no es amor la empresa.
Joseba Lopezortega, querido amigo de fierro, contesta por duplicado las ideas expuestas en la nota "Lo clásico y lo contemporáneo". Joseba es un amante de la música clásica desde siempre. No solo es un amante, sino que la conoce por dentro y, además, escribe un blog que no me cansaré de recomendar por la enorme calidad de sus textos, muchas veces centrados en el hecho musical.
Reproduzco a continuación las dos (2) respuestas de Joseba al artículo comentado. Ambas tienen una genuina estructura musical, con exposición, crescendo y clímax final.
josebalopezortega.com dijo...
(1) Yo no iba tan al fondo, romano. Lo que pasa es que la frase "el acartonado, elitista, frío y despreciativo mundo de la denominada "música clásica” se puede aplicar con la misma intención y validez a cualquiera de los múltiples conciertos muy modernos y alternativos, de los de gran acampada y escasas duchas, que proliferan en torno a la música “no clásica” por todas partes, y cuya entrada de abono puede igualar o superar por tres días el precio de un abono de temporada de una orquesta sinfónica. “Alternativo” es una palabra que a mi me zarandea entre la incredulidad y el bostezo. La música clásica está muy lejos del régimen de extenuante explotación a que están sometidos pop o rock o lo que sean, creo que se me entiende. Muy lejos.
Elitismo: pues cuando escucho a los amantes de un grupo hablar de guitarristas, guitarras, púas y demás a mi me parecen élite pura. Y en cuanto a “despreciativo”, precisamente tú Martin sabes de primera mano hasta qué punto los que no aprecian la música clásica la desprecian. Su ignorancia es oceánica. Sucede igual en la dirección contraria.
12 de julio de 2014, 12:55
OpenID josebalopezortega.com dijo...
(2) Yo me enteré a los 19 años de la existencia de un grupo llamado Rolling Stones, y ya llevaban tocando juntos unos cuantos años. No alardeo de ello, al contrario, lo digo para ilustrar que incluso alguien musicalmente tan cerrado/obtuso como yo sabe, porque es evidente, que Alan Parsons, Judas Priest, los Beatles y un largo y libérrimo etcétera son clásicos (al menos para alguien), mientras que la inmensa mayoría de los contemporáneos de Bach, Mozart o Mahler no son clásicos, porque su música no existe, dado que sencillamente jamás se interpreta. Sospecho que los dos conocemos los peines del archivo de la Zarzuela que esconde el Palacio de Longoria, ¿verdad? Clásica no es sinónimo de fósil, ni actual lo es de vigencia. Y hay mucha música actual que tiene poco de “contemporánea”: cfr don Julio Iglesias.
Respecto al resto de tu explicación, qué puedo decirte. Llevo años escuchando con alguna asiduidad música de compositores no ya contemporáneos, sino activos, vivos y coleando, y encuentro mucha producción de gran calidad. Mucha, mucha. Incluso –faltaría- en Glass. Otra cosa distinta es que a ti te aburra. Pues vale. No pienso en Maderna o Boulez o aquellos jóvenes ya muertos o en puertas, pienso en decenas de músicos activos y brillantes que serán sometidos al paso realmente exigente del tiempo y probablemente jamás sean clásicos.
“El propio estudiante de música clásica se siente un bicho raro, como si estudiara latín o griego clásico y luego pretendiera hablarlo con sus amigos. Están desconectados de lo que pasa en la calle.” Repito mi primera pregunta, ¿perdón? ¿Desconectados de lo que pasa en la calle? Eso es puro tópico. Basta asomarse un poco al mundo de la interpretación de órgano para encontrar estupendos intérpretes jovencísimos que bailan en discotecas y vibran con grupos rock y luchan contra ese tópico, que les hastía. El estereotipo de Bruckner al órgano es eso, un estereotipo.
Respecto a la emoción como punto de partida, estoy de acuerdo con el último participante. Rosa, Bustamante y Bisbal causaban desmayos, y alguno de los tres seguro que todavía los causa. La emoción es un punto de partida inconsistente o que al menos merece una reflexión mas pausada. Quizá tenga que ir a un concierto de playa a que me rieguen con mangueras para resistir la solana para desentumecerme, pero no alcanzo a entender qué valor aporta esa palabra a tu deliciosa provocación.
Una última consideración. Hablando de Caballé dices “A menos que vivas en Venus es poco probable que no hayas oído hablar de Queen o de los Beatles. Cuando menos revela un desprecio absoluto por conocer la realidad de sus contemporáneos”. Pues no, Martin, no: lo que pasa es que Caballé es el ejemplo perfecto de artista/naranja exprimida, aislada y virtualmente secuestrada por un entorno explotador, has ido a un caso extremo… y lo sabes. Y en todo caso no habría traza de desprecio en no saber quién era Mercury. Yo lo supe muy tarde, pero respetaba perfectamente a quienes andaban hurgando en yacimientos distintos de los míos. No es desprecio, sino ignorancia y predilección. Sencillamente me daba igual.
Disfruta del olor de la noche romana.
Bien, como decía el bueno de Jack -también conocido como "El Destripador"- vamos por partes.
Vaya por delante que soy un convencido. Es decir, gracias al cielo, he tenido la oportunidad de conocer la música clásica desde muy joven y la disfruto desde entonces. Me emociona y me gusta. Y no me canso de escucharla. Con mis idas y venidas. Porque al padre hay que matarlo para ir un paso más allá, aunque uno sepa que volverá a casa algún día. Cargado con otras alforjas. Si Dios y los hados quieren, naturalmente.
Primera cuestión. Cuando propuse la consideración del fenómeno de la emoción como elemento a tener en cuenta para hablar del fenómeno musical contemporáneo no me refería a Bustamante, ni a Rosa de España, ni Bisbal y sus ricitos de oro, ni a los triunfitos ni a la madre que los parió. Podías haberme llamarme imbécil a la cara y me habría parecido más amable. No tenía constancia de que me tuvieras en tan baja consideración. Tomo nota...;;;). A modo de compensación, acepto invitaciones a cualquier sociedad gastronómica de esas que tú conoces.
Pues no. Cuando hablé de emoción, apunté que no tenía muy claro qué es eso que llamamos emoción. Incluso apunté que si la obra de arte es demasiado previsible constituye un insulto a la inteligencia pero si es demasiado imprevisible, de alguna manera también lo es.
Era una pregunta, antes que una afirmación. Trataba de decir que, de tan especulativa que se había vuelto la música contemporánea "culta" -ya sé que Julio Iglesias es también contemporáneo pero dudo que haya oído hablar de lo que es un acorde de sexta napolitana, una cadencia rota o la música serial y creerá que Stockhausen es un equipo de fútbol, el Bayern Stockhausen-, a mi modo de ver había perdido cierto contacto con un fenómeno más primitivo si se quiere, pero fundamental en el hecho musical: la emoción. Es como pensar en jazz sin swing. Desde un punto de vista teórico tiene interés. Aumenta la combinatoria de soluciones posibles pero ¿qué queda de un fenómeno que llegó a ser música de baile sin swing?
Al modo platónico, deberíamos aclararnos y poner en común qué consideramos "emoción".
Nombras a Boulez, Maderna o Glass. ¿Acaso su música genera combates puñoenrostro como los enfrentamientos entre brahmsianos y wagnerianos? Me temo que no.
El 99,99 % de la población ni siquiera conoce sus nombres. ¿Debemos colegir entonces que el 99,99% de la población es subnormal porque no sabe, ni le interesa y considera la música contemporánea un experimento de ratas de laboratorio? Si eso no es elitista, entonces hemos de definir también qué entendemos por élite.
Si el porcentaje de suspensos está en el entorno del 30-50 por ciento, es un problema de los alumnos y su bajo nivel. Si el porcentaje supera con creces el 80 por ciento, me inclino a pensar que el problema es del profesor. No está capacido para transmitir conocimientos. No se le entiende. Habla en otro idioma.
Conciertos para perro y orquesta. Espera un momentito que hay que afinar bien ese serrucho. Dame un octavo de tono. Ahora, sí. ¿Ha llegado ya el solista de gato en celo? Sí, está en el camerino.
¿No sería más fácil aceptar que existe un divorcio absoluto entre la práctica compositiva contemporánea y el público?
Soy un gran consumidor de radio. De toda la vida. Cuando escucho a Cifu, el decano del jazz, me contagia la pasión -no exenta de un conocimiento técnico fabuloso- que siente por esa clase de música.
Cuando escucho Radio 2, Radio Clásica, tengo la impresión de estar en misa. No distingo bien si se trata de un programa musical o de una homilía. Curas estreñidos.
Por el trabajo que realicé hace algunos años -para el Príncipe Negro- tuve la oportunidad de tratar de primera mano con músicos de todo pelaje y condición. Desde los primeros espadas de Berklee, hasta compositores patrios laureados no con uno, sino tres premios nacionales de música. Y no digo más. Decenas y decenas de personajes. La West-Eastern Divan Orchestra de Barenboim. Y un largo etcétera.
En resumidas cuentas, de mis incontables entrevistas de trabajo afirmo que el músico clásico considera al músico de jazz un músico inferior (el gato Adorno). Al fenómeno del rock'n'roll y sus infinitas variaciones lo contempla con una mezcla de asco y desdén profundos (muchas veces con razón, porque se trata de fenómenos puramente comerciales). Al músico flamenco también lo miran por encima del hombro. "Una tradición oral..." Por eso trabajar con flamencos es una tortura: tienen la violencia y las ganas de pasar por encima de quien sea propias de un animal apaleado. A Paco de Lucía le han dado con un caño oxidado en la cabeza. Una vez muerto es una gloria nacional incontestable. Españas tengas y las ganes.
Oír hablar a los clásicos de sus propios competidores es todo un poema. Ese no sabe, el otro es un tarado, aquel no tiene ni idea. Acaba uno asfixiado de tanto ego ridículo.
El fenómeno del ego cuando alcanza ciertas cimas (o "simas") se torna imposible de describir con palabras. El ego desatado y sin control, incapaz de reírse de sí mismo, es sin lugar a dudas la forma más estúpida de vida conocida.
Recuerdo el experimento de "divulgación" de los 3 tenores. Carreras, Plácido y Pavarotti. Kraus, que no fue invitado, declaró que "a ciertos niveles de calidad es imposible ser popular". Luego dicen de los argentinos.
Por increíble que parezca, esta historia es totalmente verídica. Otra vez la Caballé. Hace unos 15 años, una amiga portuguesa, productora de televisión, invitó a la diva a participar en un programa infantil. Se rodaba en Portalegre, perto da fronteira.
Según el guión, se suponía que la Caballé iba a cantar para los niños o con los niños, no recuerdo bien. En el programa salían muñecos al estilo "Un globo, dos globos..." De hecho, había uno parecido a Espinete. Pinchinho, sería. Vaya usted a saber.
Cuando llegó el turno de salir a "escena", la soprano descubrió que el Espinete luso también cantaba. Entonces, como dicen nuestros hermanos portugueses, ela "entrou em parafuso" y se negó en redondo a continuar con el programa. Dijo que ahí la única que cantaba era ella. Y no hubo forma. PROBLEMAS DE EGO CON ESPINETE. Fascinante. Es muy difícil que se te ocurra esta historia, ya sea drogado o especialmente sembrado.
En 1994 entrevisté a Luis de Pablo para el libro "Música Virtual". La charla fue más allá de una simple entrevista y terminó en una cena hasta altas horas. Hablamos de todo lo divino y humano. Expresó una opinión sobre el de Algeciras y lo que a su juicio representaba para el mundo del flamenco que me niego a comentar. Simplemente brutal. Nunca oí nada tan bestia sobre nadie.
Sí. El músico de conservatorio vive en Venus. Tocando piezas de hace 250 años y no entiende nada de lo que hacen los contemporáneos, porque ni ellos mismos lo entienden. Es como la física cuántica. Ni el propio Einstein entendía qué era todo aquello.
Ver un clásico "relajarse", "improvisar", etc. produce, en el mejor de los casos, desazón. Son máquinas de tocar cosas escritas por otros. El sueño de la razón produce MONSTRUOS. John Lennon, con su particular sentido de la contención, los definía como retrasados mentales. Decía que alguien al que hay que decirle lo que tiene que hacer no es digno de ser llamado creador.
Cuando un clásico decide bajar de su pedestal de nube de pedo, léase Plácido Domingo cantando tangos o Barenboim tocando a Piazzolla en trío con Mederos y Héctor Console, el resultado es, en el mejor de los casos, insulso. Correcto. TODAS LAS NOTAS ESTÁN EN SU SITIO, pero sin garra, sin duende, sin alma. Música para ascensores. ¿Qué es eso que no está en la partitura? ¿Cómo se expresa? ¿Cómo se transmite? El misterio.
¿Acaso no tendrá que ver con heridas como cuchillos, con calles sin luz, con vivir con intensidad?
De cada amor que tuve tengo heridas
heridas que no cierran y sangran todavía.
¿Sabía Borges lo que se siente en una pelea callejera? Y sin embargo el valor y la cobardía pueblan sus cuentos. ¿O hace falta ser boxeador como John Huston para hacer "El tesoro de Sierra Madre" o sentir la posibilidad del amor como un puñal envenenado en "La noche de la iguana"?
El negocio de la músical clásica, porque no seamos ingenuos, la música clásica es un negocio como cualquier otro, con sus CDs, sus DVDs, sus productores, sus orquestas, sus divos y divas, sus abonos y sus sponsors, etc., apenas supone el 8 por ciento del negocio musical en su conjunto.
¿No eso un fenómeno elitista? Entonces no entiendo nada.
Preparar un pianista para llegar a ser un Ivo Pogorelich cuesta al estado una millonada. Y llegan 2 de 2 millones. Por número de oyentes, sería más barato comprarle a cada aficionado poseso de la música clásica de este santo país un reproductor de CDs y una nutrida colección de grabaciones que mantener la estructura de la radio y sus plúmbeos locutores. Salvo Fernando Argenta, Dios lo tenga en su Santa Gloria.
Luz, más luz. Aire fresco. Para que el pueblo conozca los tesoros de la música culta hay que seducirlo, emocionarlo. Convencerlo. Y no se convence desde un púlpito. Hay que ganarse los corazones.
Los conciertos o los encuentros de música clásica contemporánea suelen estar trufados de sesudas explicaciones. Hay más páginas escritas que partituras. "He pretendido hacer...", "lo que intento sublimar es...", "mi obra es un intento de...". NO ME CUENTE USTED MILONGAS. El mundo de la emoción no requiere explicaciones. No me explique nada porque me importan un pimiento sus detalles de cocina. Déjeme probar el plato y ya le diré yo si es un manjar o hay que guillotinar al delincuente.
Orquestas como las de Venezuela por todas partes. Porque el arte puede salvar almas (ahora el cura soy yo, Francesco...! Parala...). Eso LO SÉ. Pero ¿cómo resolver la ecuación del sacrificio que exige la perfección y el disfrute inmediato?
El problema de la música clásica está directamente relacionado con el espíritu de los tiempos. La gente lo quiere todo. Y lo quiere YA. No tolera la más mínima frustración. No entiende lo que significa el sacrificio.
En el mejor de los casos, una carrera de intérprete clásico exige 20, 30 años de estudio monástico, de vida sin luz. Como mi pianista favorito de todos los tiempos, Sviatoslav Richter, para quien la idea del relax era marchar a su dacha y encerrarse en una habitación sin ventanas a estudiar piano. TODO EL DÍA.
¿Quién está dispuesto a esto con los tiempos que corren? Alguien que no es muy normal que digamos. Alguien que vive en su torre de marfil, como la Caballé.
¿Te parece que digo muchos tópicos, Joseba? Serán los años.
Me duele que la cultura esté en manos de cuatro gatos. Me irrita ver las actitudes de unos y otros. Mundos absolutamente incomunicados.
Tópico utópico.
Joseba Lopezortega, en breve recibiréis la vista de mis padrinos. Os espero a las seis en la fuente. Podéis escoger armas.
Bombardinos o Tubas wagnerianas.
viernes, 11 de julio de 2014
El tormento y el éxtasis
El corazón tiene razones que la razón no entiende dijo uno. El corazón es tonto. La razón, mucho más. Con el corazón se alcanzan las montañas de la locura. La razón muerde habitaciones vacías. Impolutas.
¡Torniamo a Roma! ¡Torniamo subito...!
jueves, 10 de julio de 2014
Argentina a la final
Recuerdo a Manuel. 1986. Su casa de Pozuelo, que era casa y local de ensayo. Llena de música, mate y sonrisas. Han pasado tantos años...
Manuel Picón, además de ser un poeta, cantante y músico de una sensibilidad y un talento especiales, había sido jugador de fútbol profesional en su juventud. Saltó de Uruguay a Atlanta, club de primera en la liga argentina. Modesto. Pero Maradona empezó en uno aún más modesto, Argentinos Juniors.
Muchas veces, después de los conciertos, jugábamos unos pases. Era increíble lo que lograba hacer con el balón. La tenía pegada al pie, como le ocurre al ratón, que hoy se tomó vacaciones. Merecidas.
Argentina vuelve a la final de un mundial. Y es la quinta. Han pasado 24 años desde la última vez. También contra Alemania.
Fue en 1990. En Córdoba. Aún no entiendo bien por qué no me quedé a vivir en algún patio, disfrazado de geranio. Córdoba tiene arte. El día que por fin encajan las piezas del rompecabezas es el del túnel. Ya sabes, ve hacia la luz... la luz.
1978 fue el primer año aquí. El año de los descubrimientos y de la soledad. Ahora 2014. Según Bradbury, Marte a tiro de piedra. Cuándo se plegará la realidad a la literatura.
El año en que pude conocer a Cortázar.
Cifras. Muertos. Abrazos. Gente que cambió para siempre.
El último gol, el 3 a 2 de Valdano. Un estallido de alegría. Rompimos un par de estanterías de la emoción. Recuerdo los libros de Neruda volando. Todos juntos. Manuel desconocía que le quedaban pocos años de vida.
Lo recuerdo todos los días.
Manuel Picón, además de ser un poeta, cantante y músico de una sensibilidad y un talento especiales, había sido jugador de fútbol profesional en su juventud. Saltó de Uruguay a Atlanta, club de primera en la liga argentina. Modesto. Pero Maradona empezó en uno aún más modesto, Argentinos Juniors.
Muchas veces, después de los conciertos, jugábamos unos pases. Era increíble lo que lograba hacer con el balón. La tenía pegada al pie, como le ocurre al ratón, que hoy se tomó vacaciones. Merecidas.
Argentina vuelve a la final de un mundial. Y es la quinta. Han pasado 24 años desde la última vez. También contra Alemania.
Fue en 1990. En Córdoba. Aún no entiendo bien por qué no me quedé a vivir en algún patio, disfrazado de geranio. Córdoba tiene arte. El día que por fin encajan las piezas del rompecabezas es el del túnel. Ya sabes, ve hacia la luz... la luz.
1978 fue el primer año aquí. El año de los descubrimientos y de la soledad. Ahora 2014. Según Bradbury, Marte a tiro de piedra. Cuándo se plegará la realidad a la literatura.
El año en que pude conocer a Cortázar.
Cifras. Muertos. Abrazos. Gente que cambió para siempre.
El último gol, el 3 a 2 de Valdano. Un estallido de alegría. Rompimos un par de estanterías de la emoción. Recuerdo los libros de Neruda volando. Todos juntos. Manuel desconocía que le quedaban pocos años de vida.
Lo recuerdo todos los días.
miércoles, 9 de julio de 2014
sábado, 5 de julio de 2014
Lo clásico y lo contemporáneo
He recibido algunos comentarios de amigos y lectores del blog sobre un pasaje de la nota que dediqué a Piazzolla.
Me parece que la afirmación "el acartonado, elitista, frío y despreciativo mundo de la denominada "música clásica"", que obviamente tenía un punto provocador, merita un comentario.
Considero que el peor enemigo de la música clásica es toda la parafernalia que hay montada alrededor de la misma. Es obvio que la música de Bach, Mozart, Beethoven, Brahms, Mahler y un largo etcétera constituyen edificios inmortales. Cimas de la creación musical difícilmente superables.
Pero datan, en el mejor de los casos, de hace 100 años. El último nombre de esta breve lista murió en 1911. ¿Resta esto valor a sus creaciones? Claramente, no. Pero es como si nos quedáramos extasiados con la arquitectura neoclásica o la pintura impresionista. Y no existieran Niemeyer, Le Corbusier, Picasso o Bacon.
El cisma que supuso la irrupción de la atonalidad y la posterior reacción de los neoconservadores complejizan el panorama a partir de comienzos del siglo XX. Dos nombres: Schönberg y Stravinsky. Desde entonces, un tira y afloja entre la vanguardia y el retorno a la tonalidad (si bien transformados por la experiencia al otro lado del espejo). Un difícil equilibrio tras la emancipación de la disonancia.
La música clásica contemporánea es un caleidoscopio de artistas y buscadores que desde hace décadas no logran crear escuela en un desesperado intento por conquistar la originalidad. Caiga quien caiga.
El divorcio entre público y creación musical contemporánea "culta" es un hecho patente. Sin embargo, grupos "alternativos" como Radiohead atraen miles de espectadores. Hay personajes de cruce que, de algún modo intentan congraciarse con el gran público (Philip Glass podría ser un ejemplo de "artista contemporáneo con vocación de gustar al público"). A mí me produce sueño. Un sueño repetitivo.
Hasta no hace demasiado tiempo, tradiciones como el jazz o el flamenco eran cosas extrañas para el músico clásico estándar. Las miraba desde un pedestal.
Theodor Adorno, sesudo filósofo, estudioso de la estética y especialista en la música de Mahler declaró que el jazz era "una música menor". Julio Cortázar bautizó a su gato con el nombre de "Adorno".
Las cosas que llegó a decir Andrés Segovia sobre el recientemente fallecido Paco de Lucía no son agradables de reproducir. Cuando el de Algeciras tuvo la ocurrencia de grabar el Concierto de Aranjuez leí cosas terribles dichas por primeros espadas del mundillo de la guitarra clásica.
Cuando a Montserrat Caballé le comentaron la posibilidad de hacer un duetto con Freddy Mercury respondió: ¿Con quién...? A menos que vivas en Venus es poco probable que no hayas oído hablar de Queen o de los Beatles. Cuando menos revela un desprecio absoluto por conocer la realidad de sus contemporáneos.
El mismo fenómeno del concierto clásico. Como espectáculo es aburrido y antiguo, como si no hubiera existido evolución escenográfica desde el siglo XIX.
Los conciertos deben hacerse al aire libre, la gente ha de ir vestida con bañador si le apetece. Basta de burgueses sordos calentando sillas. Hay que adaptar la estética del festival musical de rock'n'roll a la música clásica. Y deben estar subvencionados por el Estado con nuestros impuestos. La música buena es más terapéutica que el Prozac. Cambia vidas. Ilumina el alma.
Estoy absolutamente convencido de que, de vivir hoy, los propios compositores que todos consideramos genios se reirían de toda este engolamiento y serían los primeros en experimentar con máquinas, sonidos extremos y pondrían toda su libertad creativa a mil. Los electroacústicos saben de qué hablo.
No es la música clásica. ES TODO LO QUE GRAVITA A SU ALREDEDOR. La música clásica debería ser conocida por todos, ya que encierra tesoros inconmensurables. El martillo de Thor en la quinta de Sibelius, el trineo de la Cuarta de Mahler, el Adagietto de la Quinta, las cuatro sinfonías de Brahms, toda la obra de Bach que es ajedrez musical cumbre ¡Libera me Domine!, el Concierto para Violín de Beethoven, sus 32 sonatas para piano, la Novena, la Pavana para una Infanta Difunta de Ravel, La Catedral Sumergida de Debussy, Rachmaninov, La Consagración de la Primavera, la obra de Khachaturian, la ópera en su conjunto... es terrible pasar por el mundo sin tener contacto con estas maravillas.
Hay que atraer a las jóvenes generaciones, hacer que disfruten de las genialidades pero, si analizamos la cuestión en términos de éxito empresarial, el resultado es un desastre. Si se compara con otras épocas, el público es escaso. Ir a un concierto de música contemporánea es una experiencia terrorífica: el público está compuesto de OTROS COMPOSITORES CONTEMPORÁNEOS o sus respectivas familias. Pareciera haber un pacto tácito para aplaudirse entre sí: hoy por ti y mañana por mí.
El propio estudiante de música clásica se siente un bicho raro, como si estudiara latín o griego clásico y luego pretendiera hablarlo con sus amigos. Están desconectados de lo que pasa en la calle.
Algo ha de cambiar radicalmente. Los gestores, los responsables de la programación, los políticos y los propios actores han de poner de su parte, porque el daño que hacen a la población es irreparable.
Propongo arrancar por aquí: música digna de ser tenida en consideración es todo aquel fenómeno sonoro que produce emoción. Y, de la misma manera que los músicos de jazz, flamenco, rock'n'roll o música electrónica han de conocer las formas de la música culta (porque les aporta muchísimo y ensancha los límites de su mundo), los hombres y mujeres de la música clásica han de abrirse a lo que ocurre en la creación popular.
Todo ha cambiado. Los instrumentos han cambiado. Por primera vez en siglos, el compositor no depende de los intérpretes en exclusiva. Hay mil maneras de abordar la creación musical.
En tiempos, la música clásica extraía sus motivos de los aires populares, existía una retroalimentación entre el folklore popular y la sublimación culta. Bártok fue un momento de especial intensidad. Curiosamente, fue el modelo de músico que quiso emular el propio Piazzolla.
Ahora bien, podemos discutir hasta la saciedad qué es la emoción. Si una obra es demasiado previsible, es un insulto a la inteligencia. Pero si es demasiado imprevisible, también lo es.
Pero eso es otra historia.
Más Harpo Marx, por favor.
Me parece que la afirmación "el acartonado, elitista, frío y despreciativo mundo de la denominada "música clásica"", que obviamente tenía un punto provocador, merita un comentario.
Considero que el peor enemigo de la música clásica es toda la parafernalia que hay montada alrededor de la misma. Es obvio que la música de Bach, Mozart, Beethoven, Brahms, Mahler y un largo etcétera constituyen edificios inmortales. Cimas de la creación musical difícilmente superables.
Pero datan, en el mejor de los casos, de hace 100 años. El último nombre de esta breve lista murió en 1911. ¿Resta esto valor a sus creaciones? Claramente, no. Pero es como si nos quedáramos extasiados con la arquitectura neoclásica o la pintura impresionista. Y no existieran Niemeyer, Le Corbusier, Picasso o Bacon.
El cisma que supuso la irrupción de la atonalidad y la posterior reacción de los neoconservadores complejizan el panorama a partir de comienzos del siglo XX. Dos nombres: Schönberg y Stravinsky. Desde entonces, un tira y afloja entre la vanguardia y el retorno a la tonalidad (si bien transformados por la experiencia al otro lado del espejo). Un difícil equilibrio tras la emancipación de la disonancia.
La música clásica contemporánea es un caleidoscopio de artistas y buscadores que desde hace décadas no logran crear escuela en un desesperado intento por conquistar la originalidad. Caiga quien caiga.
El divorcio entre público y creación musical contemporánea "culta" es un hecho patente. Sin embargo, grupos "alternativos" como Radiohead atraen miles de espectadores. Hay personajes de cruce que, de algún modo intentan congraciarse con el gran público (Philip Glass podría ser un ejemplo de "artista contemporáneo con vocación de gustar al público"). A mí me produce sueño. Un sueño repetitivo.
Hasta no hace demasiado tiempo, tradiciones como el jazz o el flamenco eran cosas extrañas para el músico clásico estándar. Las miraba desde un pedestal.
Theodor Adorno, sesudo filósofo, estudioso de la estética y especialista en la música de Mahler declaró que el jazz era "una música menor". Julio Cortázar bautizó a su gato con el nombre de "Adorno".
Las cosas que llegó a decir Andrés Segovia sobre el recientemente fallecido Paco de Lucía no son agradables de reproducir. Cuando el de Algeciras tuvo la ocurrencia de grabar el Concierto de Aranjuez leí cosas terribles dichas por primeros espadas del mundillo de la guitarra clásica.
Cuando a Montserrat Caballé le comentaron la posibilidad de hacer un duetto con Freddy Mercury respondió: ¿Con quién...? A menos que vivas en Venus es poco probable que no hayas oído hablar de Queen o de los Beatles. Cuando menos revela un desprecio absoluto por conocer la realidad de sus contemporáneos.
El mismo fenómeno del concierto clásico. Como espectáculo es aburrido y antiguo, como si no hubiera existido evolución escenográfica desde el siglo XIX.
Los conciertos deben hacerse al aire libre, la gente ha de ir vestida con bañador si le apetece. Basta de burgueses sordos calentando sillas. Hay que adaptar la estética del festival musical de rock'n'roll a la música clásica. Y deben estar subvencionados por el Estado con nuestros impuestos. La música buena es más terapéutica que el Prozac. Cambia vidas. Ilumina el alma.
Estoy absolutamente convencido de que, de vivir hoy, los propios compositores que todos consideramos genios se reirían de toda este engolamiento y serían los primeros en experimentar con máquinas, sonidos extremos y pondrían toda su libertad creativa a mil. Los electroacústicos saben de qué hablo.
No es la música clásica. ES TODO LO QUE GRAVITA A SU ALREDEDOR. La música clásica debería ser conocida por todos, ya que encierra tesoros inconmensurables. El martillo de Thor en la quinta de Sibelius, el trineo de la Cuarta de Mahler, el Adagietto de la Quinta, las cuatro sinfonías de Brahms, toda la obra de Bach que es ajedrez musical cumbre ¡Libera me Domine!, el Concierto para Violín de Beethoven, sus 32 sonatas para piano, la Novena, la Pavana para una Infanta Difunta de Ravel, La Catedral Sumergida de Debussy, Rachmaninov, La Consagración de la Primavera, la obra de Khachaturian, la ópera en su conjunto... es terrible pasar por el mundo sin tener contacto con estas maravillas.
Hay que atraer a las jóvenes generaciones, hacer que disfruten de las genialidades pero, si analizamos la cuestión en términos de éxito empresarial, el resultado es un desastre. Si se compara con otras épocas, el público es escaso. Ir a un concierto de música contemporánea es una experiencia terrorífica: el público está compuesto de OTROS COMPOSITORES CONTEMPORÁNEOS o sus respectivas familias. Pareciera haber un pacto tácito para aplaudirse entre sí: hoy por ti y mañana por mí.
El propio estudiante de música clásica se siente un bicho raro, como si estudiara latín o griego clásico y luego pretendiera hablarlo con sus amigos. Están desconectados de lo que pasa en la calle.
Algo ha de cambiar radicalmente. Los gestores, los responsables de la programación, los políticos y los propios actores han de poner de su parte, porque el daño que hacen a la población es irreparable.
Propongo arrancar por aquí: música digna de ser tenida en consideración es todo aquel fenómeno sonoro que produce emoción. Y, de la misma manera que los músicos de jazz, flamenco, rock'n'roll o música electrónica han de conocer las formas de la música culta (porque les aporta muchísimo y ensancha los límites de su mundo), los hombres y mujeres de la música clásica han de abrirse a lo que ocurre en la creación popular.
Todo ha cambiado. Los instrumentos han cambiado. Por primera vez en siglos, el compositor no depende de los intérpretes en exclusiva. Hay mil maneras de abordar la creación musical.
En tiempos, la música clásica extraía sus motivos de los aires populares, existía una retroalimentación entre el folklore popular y la sublimación culta. Bártok fue un momento de especial intensidad. Curiosamente, fue el modelo de músico que quiso emular el propio Piazzolla.
Ahora bien, podemos discutir hasta la saciedad qué es la emoción. Si una obra es demasiado previsible, es un insulto a la inteligencia. Pero si es demasiado imprevisible, también lo es.
Pero eso es otra historia.
Más Harpo Marx, por favor.
El día del maestro
En 1894, Albert Einstein asistía al Luitpold Gymnasium. El instituto apenas le interesaba. De hecho, sus notas eran bastante mediocres. Es lógico, aprender cálculo infinitesimal de forma autodidacta debió restarle mucho tiempo.
Las cosas alcanzaron un punto crítico cuando Einstein cumplió 15 años. Refieren testigos calificados que cierto día un nuevo profesor, el Dr. Joseph Degenhart, sostuvo el siguiente diálogo con su alumno:
—Usted nunca llegará a nada en la vida.
—¿Por qué? No he cometido delito alguno...
—Su sola presencia aquí mina el respeto que me debe la clase.
Doctores tiene la Iglesia.
Las cosas alcanzaron un punto crítico cuando Einstein cumplió 15 años. Refieren testigos calificados que cierto día un nuevo profesor, el Dr. Joseph Degenhart, sostuvo el siguiente diálogo con su alumno:
—Usted nunca llegará a nada en la vida.
—¿Por qué? No he cometido delito alguno...
—Su sola presencia aquí mina el respeto que me debe la clase.
Doctores tiene la Iglesia.
jueves, 3 de julio de 2014
miércoles, 2 de julio de 2014
Diagnóstico
El día 4 de agosto de 1990, en la ciudad de París, la Ciudad Luz, Astor Piazzolla sufrió una trombosis cerebral. Su estado era crítico.
El astro rey del bandoneón -ese instrumento creado por el mismísimo Demonio, de digitación imposible, que sabe a sueños incumplidos, a abrazos de esquina, a manos desesperadas en el cristal- no era un hombre mayor. Ni siquiera había cumplido 70 años. Pero bien vividos, con toda la polenta. Con intensidad máxima.
Los médicos franceses, racionalistas, cartesianos, prácticamente lo deshauciaron. "Una semana, dos a lo sumo...", fue su sentencia.
Yo quiero morir conmigo,
sin confesión y sin Dios.
Acurrucao en mis penas,
como abrazao a un rencor.
Nada le debo a la vida,
nada le debo al amor.
Aquella me dio amargura
y el amor... una traición.
Educadamente, Astor los mandó a la mierda y no se sabe bien cómo, se trasladó a Buenos Aires.
En la Reina del Plata, Astor Piazzolla, un antes y un después en la historia del tango, uno de los escasísimos ejemplos de músico popular cuya obra resulta tan impactante que el acartonado, elitista, frío y despreciativo mundo de la denominada "música clásica" (Gershwin o Duke Ellington serían otros ejemplos) le abre las puertas de par en par -raro es el día que alguna de sus obras no se interpreta en salas de conciertos del mundo entero-, logra vivir dos años más. Andá al médico, andá.
Murió el 4 de julio de 1992.
Su música me parte el alma.
El astro rey del bandoneón -ese instrumento creado por el mismísimo Demonio, de digitación imposible, que sabe a sueños incumplidos, a abrazos de esquina, a manos desesperadas en el cristal- no era un hombre mayor. Ni siquiera había cumplido 70 años. Pero bien vividos, con toda la polenta. Con intensidad máxima.
Los médicos franceses, racionalistas, cartesianos, prácticamente lo deshauciaron. "Una semana, dos a lo sumo...", fue su sentencia.
Yo quiero morir conmigo,
sin confesión y sin Dios.
Acurrucao en mis penas,
como abrazao a un rencor.
Nada le debo a la vida,
nada le debo al amor.
Aquella me dio amargura
y el amor... una traición.
Educadamente, Astor los mandó a la mierda y no se sabe bien cómo, se trasladó a Buenos Aires.
En la Reina del Plata, Astor Piazzolla, un antes y un después en la historia del tango, uno de los escasísimos ejemplos de músico popular cuya obra resulta tan impactante que el acartonado, elitista, frío y despreciativo mundo de la denominada "música clásica" (Gershwin o Duke Ellington serían otros ejemplos) le abre las puertas de par en par -raro es el día que alguna de sus obras no se interpreta en salas de conciertos del mundo entero-, logra vivir dos años más. Andá al médico, andá.
Murió el 4 de julio de 1992.
Su música me parte el alma.
martes, 1 de julio de 2014
Argentina a cuartos
Un partido terrible que se resuelve en los últimos cinco minutos. ¡Bien, pibes, bien! Todo colapsado. Imposible ver nada por la red. Escuchando Radio Mitre a 100.000 kilómetros de casa y de mi gente. Me cagué de risa.
Gloria y loor. Vamos Argentina nomás.
Di María sos Gardel. El palo de Dios. Bergoglio. Emoción pura, viejo.
Messi desaparecido en combate y se saca esa jugada a último momento. Porque así es la vida, hasta que el referee no pita el final todo es posible. Todo. Hasta ser feliz es posible.
Por una cabeza, loco, por una cabeza.
ARGENTINA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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