miércoles, 2 de julio de 2014

Diagnóstico

El día 4 de agosto de 1990, en la ciudad de París, la Ciudad Luz, Astor Piazzolla sufrió una trombosis cerebral. Su estado era crítico.

El astro rey del bandoneón -ese instrumento creado por el mismísimo Demonio, de digitación imposible, que sabe a sueños incumplidos, a abrazos de esquina, a manos desesperadas en el cristal- no era un hombre mayor. Ni siquiera había cumplido 70 años. Pero bien vividos, con toda la polenta. Con intensidad máxima.

Los médicos franceses, racionalistas, cartesianos, prácticamente lo deshauciaron. "Una semana, dos a lo sumo...", fue su sentencia.

Yo quiero morir conmigo,
sin confesión y sin Dios.
Acurrucao en mis penas,
como abrazao a un rencor.

Nada le debo a la vida,
nada le debo al amor.
Aquella me dio amargura
y el amor... una traición.

Educadamente, Astor los mandó a la mierda y no se sabe bien cómo, se trasladó a Buenos Aires.

En la Reina del Plata, Astor Piazzolla, un antes y un después en la historia del tango, uno de los escasísimos ejemplos de músico popular cuya obra resulta tan impactante que el acartonado, elitista, frío y despreciativo mundo de la denominada "música clásica" (Gershwin o Duke Ellington serían otros ejemplos) le abre las puertas de par en par -raro es el día que alguna de sus obras no se interpreta en salas de conciertos del mundo entero-, logra vivir dos años más. Andá al médico, andá.

Murió el 4 de julio de 1992.

Su música me parte el alma.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"acartonado, elitista, frío y despreciativo mundo de la denominada "música clásica"

¿Perdón?