sábado, 5 de julio de 2014

Lo clásico y lo contemporáneo

He recibido algunos comentarios de amigos y lectores del blog sobre un pasaje de la nota que dediqué a Piazzolla.

Me parece que la afirmación "el acartonado, elitista, frío y despreciativo mundo de la denominada "música clásica"", que obviamente tenía un punto provocador, merita un comentario.

Considero que el peor enemigo de la música clásica es toda la parafernalia que hay montada alrededor de la misma. Es obvio que la música de Bach, Mozart, Beethoven, Brahms, Mahler y un largo etcétera constituyen edificios inmortales. Cimas de la creación musical difícilmente superables.

Pero datan, en el mejor de los casos, de hace 100 años. El último nombre de esta breve lista murió en 1911. ¿Resta esto valor a sus creaciones? Claramente, no. Pero es como si nos quedáramos extasiados con la arquitectura neoclásica o la pintura impresionista. Y no existieran Niemeyer, Le Corbusier, Picasso o Bacon.

El cisma que supuso la irrupción de la atonalidad y la posterior reacción de los neoconservadores complejizan el panorama a partir de comienzos del siglo XX. Dos nombres: Schönberg y Stravinsky. Desde entonces, un tira y afloja entre la vanguardia y el retorno a la tonalidad (si bien transformados por la experiencia al otro lado del espejo). Un difícil equilibrio tras la emancipación de la disonancia.

La música clásica contemporánea es un caleidoscopio de artistas y buscadores que desde hace décadas no logran crear escuela en un desesperado intento por conquistar la originalidad. Caiga quien caiga.

El divorcio entre público y creación musical contemporánea "culta" es un hecho patente. Sin embargo, grupos "alternativos" como Radiohead atraen miles de espectadores. Hay personajes de cruce que, de algún modo intentan congraciarse con el gran público (Philip Glass podría ser un ejemplo de "artista contemporáneo con vocación de gustar al público"). A mí me produce sueño. Un sueño repetitivo.

Hasta no hace demasiado tiempo, tradiciones como el jazz o el flamenco eran cosas extrañas para el músico clásico estándar. Las miraba desde un pedestal.

Theodor Adorno, sesudo filósofo, estudioso de la estética y especialista en la música de Mahler declaró que el jazz era "una música menor". Julio Cortázar bautizó a su gato con el nombre de "Adorno".

Las cosas que llegó a decir Andrés Segovia sobre el recientemente fallecido Paco de Lucía no son agradables de reproducir. Cuando el de Algeciras tuvo la ocurrencia de grabar el Concierto de Aranjuez leí cosas terribles dichas por primeros espadas del mundillo de la guitarra clásica.

Cuando a Montserrat Caballé le comentaron la posibilidad de hacer un duetto con Freddy Mercury respondió: ¿Con quién...? A menos que vivas en Venus es poco probable que no hayas oído hablar de Queen o de los Beatles. Cuando menos revela un desprecio absoluto por conocer la realidad de sus contemporáneos.

El mismo fenómeno del concierto clásico. Como espectáculo es aburrido y antiguo, como si no hubiera existido evolución escenográfica desde el siglo XIX.

Los conciertos deben hacerse al aire libre, la gente ha de ir vestida con bañador si le apetece. Basta de burgueses sordos calentando sillas. Hay que adaptar la estética del festival musical de rock'n'roll a la música clásica. Y deben estar subvencionados por el Estado con nuestros impuestos. La música buena es más terapéutica que el Prozac. Cambia vidas. Ilumina el alma.

Estoy absolutamente convencido de que, de vivir hoy, los propios compositores que todos consideramos genios se reirían de toda este engolamiento y serían los primeros en experimentar con máquinas, sonidos extremos y pondrían toda su libertad creativa a mil. Los electroacústicos saben de qué hablo.

No es la música clásica. ES TODO LO QUE GRAVITA A SU ALREDEDOR. La música clásica debería ser conocida por todos, ya que encierra tesoros inconmensurables. El martillo de Thor en la quinta de Sibelius, el trineo de la Cuarta de Mahler, el Adagietto de la Quinta, las cuatro sinfonías de Brahms, toda la obra de Bach que es ajedrez musical cumbre ¡Libera me Domine!, el Concierto para Violín de Beethoven, sus 32 sonatas para piano, la Novena, la Pavana para una Infanta Difunta de Ravel, La Catedral Sumergida de Debussy, Rachmaninov, La Consagración de la Primavera, la obra de Khachaturian, la ópera en su conjunto... es terrible pasar por el mundo sin tener contacto con estas maravillas.

Hay que atraer a las jóvenes generaciones, hacer que disfruten de las genialidades pero, si analizamos la cuestión en términos de éxito empresarial, el resultado es un desastre. Si se compara con otras épocas, el público es escaso. Ir a un concierto de música contemporánea es una experiencia terrorífica: el público está compuesto de OTROS COMPOSITORES CONTEMPORÁNEOS o sus respectivas familias. Pareciera haber un pacto tácito para aplaudirse entre sí: hoy por ti y mañana por mí.

El propio estudiante de música clásica se siente un bicho raro, como si estudiara latín o griego clásico y luego pretendiera hablarlo con sus amigos. Están desconectados de lo que pasa en la calle.

Algo ha de cambiar radicalmente. Los gestores, los responsables de la programación, los políticos y los propios actores han de poner de su parte, porque el daño que hacen a la población es irreparable.

Propongo arrancar por aquí: música digna de ser tenida en consideración es todo aquel fenómeno sonoro que produce emoción. Y, de la misma manera que los músicos de jazz, flamenco, rock'n'roll o música electrónica han de conocer las formas de la música culta (porque les aporta muchísimo y ensancha los límites de su mundo), los hombres y mujeres de la música clásica han de abrirse a lo que ocurre en la creación popular.

Todo ha cambiado. Los instrumentos han cambiado. Por primera vez en siglos, el compositor no depende de los intérpretes en exclusiva. Hay mil maneras de abordar la creación musical.

En tiempos, la música clásica extraía sus motivos de los aires populares, existía una retroalimentación entre el folklore popular y la sublimación culta. Bártok fue un momento de especial intensidad. Curiosamente, fue el modelo de músico que quiso emular el propio Piazzolla.

Ahora bien, podemos discutir hasta la saciedad qué es la emoción. Si una obra es demasiado previsible, es un insulto a la inteligencia. Pero si es demasiado imprevisible, también lo es.

Pero eso es otra historia.

Más Harpo Marx, por favor.













8 comentarios:

Raúl dijo...

Si bien es un tema que para mucho, coincido en todo lo que decís. Creo que la clave es la fusión. Esto no es nuevo por supuesto. Lo supieron mucho antes, y lo practicaron músicos que van desde Debussy, Bartok hasta Paco de Lucía, The Beatles y muchos más. Creo que si una parte de la música llamada "de concierto", sea de cámara, electroacústica, orquestal, etc, continúa mirándose el ombligo con especulaciones abstractas, es porque realmente no le interesa conectarse con otro tipo de público que sea el de especialistas. ¿Porque el público va a interesarse por ella? Los díalogos son de a dos. Como mínimo. Y ahí, a veces y con suerte, puede aparecer la emoción. En mi caso, es lo que me importa. Lo demás es pura "justificación" que a nadie, fuera de un mundillo de diez o veinte tipos, importa. Al menos, es lo que yo creo. Mi opinión. Que tampoco a nadie importa!!

Anónimo dijo...

¿Música digna de ser tenida en cuenta es todo fenómeno sonoro que produce emoción?
Mmmmmmm...
https://m.youtube.com/watch?v=LNMVMNmrqJE

Martin Rasskin dijo...

Don Raúl, a mí tu opinión sí me importa. Y mucho. Especulando con la posibilidad de que a ti también te importe tu propia opinión, cuentas ya con dos votos asegurados.

Martin Rasskin dijo...

Don Anónimo, por la misma regla de tres, se cargaría usted todo Wagner. Barenboim ya tuvo que lidiar con la intolerancia en su propio país de adopción (comprensible por el signicado extramusical de la figura de Wagner).
En mi opinión, el hecho de que Wagner fuera un declarado antisemita o que el propio Hitler fuera un adorador de sus óperas no resta valor artístico a su obra.
Si indagara en la vida privada de un gran número de artistas encontraría cosas bien desagradables. Mejor escuchar, leer o ver sus obras. Hasta ahí.

Anónimo dijo...

Estimado bloguero,
Lo que me atrevía a plantear en este digno foro es que millones de seres se emocionan al son de Roberto Carlos, Julio Iglesias o innumerables marchas e himnos de todo pelaje y condición pero musicalmente pobres la mayoría de las veces.
La emoción como patrón de medida para determinar la calidad musical tal vez puede inducir a confusión. Quedaría muy agradecido si usted reflexionara sobre este asunto, que desde hace algún tiempo ocupa mi atención.
Atentamente,
Scaramouche.

Anónimo dijo...

Estimado bloguero,
Lo que me atrevía a plantear en este digno foro es que millones de seres se emocionan al son de Roberto Carlos, Julio Iglesias o innumerables marchas e himnos de todo pelaje y condición pero musicalmente pobres la mayoría de las veces.
La emoción como patrón de medida para determinar la calidad musical tal vez puede inducir a confusión. Quedaría muy agradecido si usted reflexionara sobre este asunto, que desde hace algún tiempo ocupa mi atención.
Atentamente,
Scaramouche.

Anónimo dijo...

(1) Yo no iba tan al fondo, romano. Lo que pasa es que la frase "el acartonado, elitista, frío y despreciativo mundo de la denominada "música clásica” se puede aplicar con la misma intención y validez a cualquiera de los múltiples conciertos muy modernos y alternativos, de los de gran acampada y escasas duchas, que proliferan en torno a la música “no clásica” por todas partes, y cuya entrada de abono puede igualar o superar por tres días el precio de un abono de temporada de una orquesta sinfónica. “Alternativo” es una palabra que a mi me zarandea entre la incredulidad y el bostezo. La música clásica está muy lejos del régimen de extenuante explotación a que están sometidos pop o rock o lo que sean, creo que se me entiende. Muy lejos.
Elitismo: pues cuando escucho a los amantes de un grupo hablar de guitarristas, guitarras, púas y demás a mi me parecen élite pura. Y en cuanto a “despreciativo”, precisamente tú Martin sabes de primera mano hasta qué punto los que no aprecian la música clásica la desprecian. Su ignorancia es oceánica. Sucede igual en la dirección contraria.

Anónimo dijo...

(2) Yo me enteré a los 19 años de la existencia de un grupo llamado Rolling Stones, y ya llevaban tocando juntos unos cuantos años. No alardeo de ello, al contrario, lo digo para ilustrar que incluso alguien musicalmente tan cerrado/obtuso como yo sabe, porque es evidente, que Alan Parsons, Judas Priest, los Beatles y un largo y libérrimo etcétera son clásicos (al menos para alguien), mientras que la inmensa mayoría de los contemporáneos de Bach, Mozart o Mahler no son clásicos, porque su música no existe, dado que sencillamente jamás se interpreta. Sospecho que los dos conocemos los peines del archivo de la Zarzuela que esconde el Palacio de Longoria, ¿verdad? Clásica no es sinónimo de fósil, ni actual lo es de vigencia. Y hay mucha música actual que tiene poco de “contemporánea”: cfr don Julio Iglesias.
Respecto al resto de tu explicación, qué puedo decirte. Llevo años escuchando con alguna asiduidad música de compositores no ya contemporáneos, sino activos, vivos y coleando, y encuentro mucha producción de gran calidad. Mucha, mucha. Incluso –faltaría- en Glass. Otra cosa distinta es que a ti te aburra. Pues vale. No pienso en Maderna o Boulez o aquellos jóvenes ya muertos o en puertas, pienso en decenas de músicos activos y brillantes que serán sometidos al paso realmente exigente del tiempo y probablemente jamás sean clásicos.
“El propio estudiante de música clásica se siente un bicho raro, como si estudiara latín o griego clásico y luego pretendiera hablarlo con sus amigos. Están desconectados de lo que pasa en la calle.” Repito mi primera pregunta, ¿perdón? ¿Desconectados de lo que pasa en la calle? Eso es puro tópico. Basta asomarse un poco al mundo de la interpretación de órgano para encontrar estupendos intérpretes jovencísimos que bailan en discotecas y vibran con grupos rock y luchan contra ese tópico, que les hastía. El estereotipo de Bruckner al órgano es eso, un estereotipo.
Respecto a la emoción como punto de partida, estoy de acuerdo con el último participante. Rosa, Bustamante y Bisbal causaban desmayos, y alguno de los tres seguro que todavía los causa. La emoción es un punto de partida inconsistente o que al menos merece una reflexión mas pausada. Quizá tenga que ir a un concierto de playa a que me rieguen con mangueras para resistir la solana para desentumecerme, pero no alcanzo a entender qué valor aporta esa palabra a tu deliciosa provocación.
Una última consideración. Hablando de Caballé dices “A menos que vivas en Venus es poco probable que no hayas oído hablar de Queen o de los Beatles. Cuando menos revela un desprecio absoluto por conocer la realidad de sus contemporáneos”. Pues no, Martin, no: lo que pasa es que Caballé es el ejemplo perfecto de artista/naranja exprimida, aislada y virtualmente secuestrada por un entorno explotador, has ido a un caso extremo… y lo sabes. Y en todo caso no habría traza de desprecio en no saber quién era Mercury. Yo lo supe muy tarde, pero respetaba perfectamente a quienes andaban hurgando en yacimientos distintos de los míos. No es desprecio, sino ignorancia y predilección. Sencillamente me daba igual.
Disfruta del olor de la noche romana.