Inventar historias no tiene mayor sentido. Ahí está la prensa diaria.
La familia de un tipo descubre su infidelidad por las esquelas que publican su esposa y su amante. Los genios del periódico las publican una a continuación de la otra, de forma que se entera medio mundo. La esquela de la amante es una pieza de colección.
La diferencia de temperatura entre ambos mensajes resulta ostensible. Graciela, la esposa, parece castellana, aunque en tal caso puede que sobrara "con dolor". Sabido es que las mujeres florecen después de la muerte de sus maridos, sobre todo si han estado sometidas al yugo eterno de un cabrón con pintas, voz en grito, puñetazo en la mesa y porque lo digo yo. Resulta sorprendente que en pleno siglo XXI haya mujeres que aún soporten payasos trogloditas -desprovistos de cualquier clase de gracia- que viven en la Edad Media. Inexplicable.
Lo he comprobado en decenas de ocasiones. Si había amor, y ella se va primero, los tipos se arrastran por el fango como en un tango sombrío. "Hoy, después de un año atroz..."
Hay un cuento de Cortázar que se llama "Las puertas del cielo" y que no puedo releer sin sentir un puñal. "...Sin haber encontrado las puertas del cielo entre ese humo y esa gente". Sobran las palabras.
Las minas no. Reverdecen y a los 10 días, ¡a otra cosa!
Pero Susana, la amante.... ahhh... qué delicia de mujer. "Tu amor por siempre", firma. "Gracias por estos 5 años de felicidad". Qué salada.
¿Cómo transmutar una esposa en amante? He ahí la genuina piedra filosofal.
¡Vamos GORDITO todavía!
domingo, 21 de septiembre de 2014
sábado, 20 de septiembre de 2014
viernes, 19 de septiembre de 2014
Espirales
Charla apasionante con mi hijo Iván sobre la entropía y las espirales. Sobre las formas que adopta la materia para no consumir más energía de la estrictamente necesaria. Las proporciones, los órdenes. El sistema de afinación natural y la explosión armónica que posibilitó el sistema temperado. Sus relaciones con la proporción áurea, la clara implicación arquitectónica.
De telón de fondo, el ajedrez. Cómo ganar la partida de la vida. Iván es un bálsamo espiritual para mi cerebro vapuleado por gente mala hasta la hez. Personajes que he ido coleccionando estos años y que ni a un guionista borracho se le ocurrirían.
Para evitar la pérdida innecesaria de energía se me ocurre que, siguiendo a Mark Twain, es mucho mejor decir la verdad. Independientemente de consideraciones morales. Decir la verdad evita tener que recordar todo lo que se ha dicho.
Decir la verdad es apostar por el bajo consumo.
A modo de ejemplo: mi amigo Edmundo afirma que si te casas -dónde situar el límite..., una pareja de hecho también sirve para ponerte a los pies de los caballos-, compras una propiedad a medias con la mejor buena voluntad o tienes hijos en un país como España sabiendo todo lo que te puede pasar en caso de que vengan mal dadas (2 de cada 3 parejas se van a pique según las estadísticas), eres un imbécil de proporciones cósmicas. Hasta podría decirse que te lo mereces.
Tienes el 66,66 por ciento de posibilidades de acabar sin casa, con una deuda que supera en años a la condena más dura por conducta criminal y de ser tratado como si fueras basura por el simple hecho de ser hombre.
Hay más posibilidades de ganar dinero apostando toda la noche al 16, rojo, par y falta. Créeme.
De telón de fondo, el ajedrez. Cómo ganar la partida de la vida. Iván es un bálsamo espiritual para mi cerebro vapuleado por gente mala hasta la hez. Personajes que he ido coleccionando estos años y que ni a un guionista borracho se le ocurrirían.
Para evitar la pérdida innecesaria de energía se me ocurre que, siguiendo a Mark Twain, es mucho mejor decir la verdad. Independientemente de consideraciones morales. Decir la verdad evita tener que recordar todo lo que se ha dicho.
Decir la verdad es apostar por el bajo consumo.
A modo de ejemplo: mi amigo Edmundo afirma que si te casas -dónde situar el límite..., una pareja de hecho también sirve para ponerte a los pies de los caballos-, compras una propiedad a medias con la mejor buena voluntad o tienes hijos en un país como España sabiendo todo lo que te puede pasar en caso de que vengan mal dadas (2 de cada 3 parejas se van a pique según las estadísticas), eres un imbécil de proporciones cósmicas. Hasta podría decirse que te lo mereces.
Tienes el 66,66 por ciento de posibilidades de acabar sin casa, con una deuda que supera en años a la condena más dura por conducta criminal y de ser tratado como si fueras basura por el simple hecho de ser hombre.
Hay más posibilidades de ganar dinero apostando toda la noche al 16, rojo, par y falta. Créeme.
jueves, 18 de septiembre de 2014
Natalidad
El índice de natalidad de España se encuentra entre los más bajos de mundo. Las causas son múltiples: incorporación de la mujer al mercado de trabajo, crisis económica, retraso de la maternidad para consolidar carreras profesionales, prolongación de la edad fértil mediante técnicas de reproducción asistida (que se han transformado en un lucrativo negocio), etc.
Teniendo en cuenta el tratamiento que recibe un hombre en caso de separación con hijos -excepcionalidad de la custodia compartida, usufructo de la vivienda familiar por parte de la mujer e incluso su nueva pareja, pensiones varias, conflictos por gastos, etc.- y la nula ayuda que el estado español proporciona a las parejas que deciden traer hijos al mundo, no resulta extraño que las cifras sean las que son.
Si Tolstoi viviera en la España actual debería reescribir Anna Karenina. Por completo.
Después de encornar a Karenin en sucesivas ocasiones, su marido ante los ojos de Dios y de los hombres, con el disoluto Conde Vronski, Anna decide divorciarse. Por mandato judicial, Karenin debe abandonar el palacio familiar (de su familia desde la fundación de San Petersburgo) y se traslada al hostal La pulga saltarina, situado en los arrabales de la ciudad, ya que después de abonar la pensión por alimentos y la pensión compensatoria no le queda ni un kopek. Vronski visita a Anna a diario y a follar que son dos días. Total, las cenas a la luz de las velas las paga Karenin.
El hijo de ambos se queda con Anna como plan de pensiones hasta que el niño encuentre un puesto de trabajo convenientemente remunerado y socialmente reconocido. Karenin solo puede verlo el día de la celebración de la victoria sobre las tropas de Napoleón. Vronski, amante ocasional de la madre, se transforma en padre de facto y educador de Seriozha. Una vez leyó un libro sobre la crianza del caballo en cautividad. No consiguió terminarlo.
Karenin se da a la bebida. El alcohol que ingiere es de ínfima calidad. Deambula como alma en pena por la ciudad de los puentes y sus antiguos amigos, otrora poderosos, le vuelven la espalda. Separado... ¡apestado!
Finalmente, Karenin decide suicidarse lanzándose al vacío desde un quinto piso pero solo alcanza a romperse las piernas, la cadera y las costillas.
Es trasladado al hospital para indigentes Niño Boris y muere entre horribles sufrimientos ya que carece de rublos y tarjeta sanitaria imperial para abonar las dosis de láudano necesarias.
Es arrojado a la fosa común un frío día de enero. Asisten al evento un sacerdote en prácticas, algo borracho pero muy piadoso y un perro de raza indeterminada que responde al nombre de Volodia.
Las palas de cal corren a cargo del estado ruso.
No hay miedo. Una reciente sentencia judicial contribuirá a potenciar la natalidad en España. Pronto, esto será un recuerdo del pasado. Pasen y vean...
Cómo aumentar la natalidad en España.
Teniendo en cuenta el tratamiento que recibe un hombre en caso de separación con hijos -excepcionalidad de la custodia compartida, usufructo de la vivienda familiar por parte de la mujer e incluso su nueva pareja, pensiones varias, conflictos por gastos, etc.- y la nula ayuda que el estado español proporciona a las parejas que deciden traer hijos al mundo, no resulta extraño que las cifras sean las que son.
Si Tolstoi viviera en la España actual debería reescribir Anna Karenina. Por completo.
Después de encornar a Karenin en sucesivas ocasiones, su marido ante los ojos de Dios y de los hombres, con el disoluto Conde Vronski, Anna decide divorciarse. Por mandato judicial, Karenin debe abandonar el palacio familiar (de su familia desde la fundación de San Petersburgo) y se traslada al hostal La pulga saltarina, situado en los arrabales de la ciudad, ya que después de abonar la pensión por alimentos y la pensión compensatoria no le queda ni un kopek. Vronski visita a Anna a diario y a follar que son dos días. Total, las cenas a la luz de las velas las paga Karenin.
El hijo de ambos se queda con Anna como plan de pensiones hasta que el niño encuentre un puesto de trabajo convenientemente remunerado y socialmente reconocido. Karenin solo puede verlo el día de la celebración de la victoria sobre las tropas de Napoleón. Vronski, amante ocasional de la madre, se transforma en padre de facto y educador de Seriozha. Una vez leyó un libro sobre la crianza del caballo en cautividad. No consiguió terminarlo.
Karenin se da a la bebida. El alcohol que ingiere es de ínfima calidad. Deambula como alma en pena por la ciudad de los puentes y sus antiguos amigos, otrora poderosos, le vuelven la espalda. Separado... ¡apestado!
Finalmente, Karenin decide suicidarse lanzándose al vacío desde un quinto piso pero solo alcanza a romperse las piernas, la cadera y las costillas.
Es trasladado al hospital para indigentes Niño Boris y muere entre horribles sufrimientos ya que carece de rublos y tarjeta sanitaria imperial para abonar las dosis de láudano necesarias.
Es arrojado a la fosa común un frío día de enero. Asisten al evento un sacerdote en prácticas, algo borracho pero muy piadoso y un perro de raza indeterminada que responde al nombre de Volodia.
Las palas de cal corren a cargo del estado ruso.
No hay miedo. Una reciente sentencia judicial contribuirá a potenciar la natalidad en España. Pronto, esto será un recuerdo del pasado. Pasen y vean...
Cómo aumentar la natalidad en España.
La última pregunta
Un cuento magistral de Isaac Asimov. ¡Gracias, Iván!
La última pregunta se formuló por primera vez, medio en broma, el 21 de mayo de 2061, en momentos en que la humanidad (también por primera vez) se bañó en luz. La pregunta llegó como resultado de una apuesta por cinco dólares hecha entre dos hombres que bebían cerveza, y sucedió de esta manera:
Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac. Dentro de las dimensiones de lo humano sabían qué era lo que pasaba detrás del rostro frío, parpadeante e intermitentemente luminoso -kilómetros y kilómetros de rostro- de la gigantesca computadora. Al menos tenían una vaga noción del plan general de circuitos y retransmirores que desde hacía mucho tiempo habían superado toda posibilidad de ser dominados por una sola persona.
Multivac se autoajustaba y autocorregía. Así tenía que ser, porque nada que fuera humano podía ajustarla y corregirla con la rapidez suficiente o siquiera con la eficacia suficiente. De manera que Adell y Lupov atendían al monstruoso gigante sólo en forma ligera y superficial, pero lo hacían tan bien como podría hacerlo cualquier otro hombre. La alimentaban con información, adaptaban las preguntas a sus necesidades y traducían las respuestas que aparecían. Por cierto, ellos, y todos los demás asistentes tenían pleno derecho a compartir la gloria de Multivac.
Durante décadas, Multivac ayudó a diseñar naves y a trazar las trayectorias que permitieron al hombre llegar a la Luna, a Marte y a Venus, pero después de eso, los pobres recursos de la Tierra ya no pudieron serles de utilidad a las naves. Se necesitaba demasiada energía para los viajes largos y pese a que la Tierra explotaba su carbón y uranio con creciente eficacia había una cantidad limitada de ambos.
Pero lentamente, Multivac aprendió lo suficiente como para responder a las preguntas más complejas en forma más profunda, y el 14 de mayo de 2061 lo que hasta ese momento era teoría se convirtió en realidad.
La energía del Sol fue almacenada, modificada y utilizada directamente en todo el planeta. Cesó en todas partes el hábito de quemar carbón y fisionar uranio y toda la Tierra se conectó con una pequeña estación -de un kilómetro y medio de diámetro- que circundaba el planeta a mitad de distancia de la Luna, para funcionar con rayos invisibles de energía solar.
Siete días no habían alcanzado para empañar la gloria del acontecimiento, y Adell y Lupov finalmente lograron escapar de la celebración pública, para refugiarse donde nadie pensaría en buscarlos: en las desiertas cámaras subterráneas, donde se veían partes del poderoso cuerpo enterrado de Multivac. Sin asistentes, ociosa, clasificando datos con clicks satisfechos y perezosos, Multivac también se había ganado sus vacaciones y los asistentes la respetaban y originalmente no tenían intención de perturbarla.
Se habían llevado una botella, y su única preocupación en ese momento era relajarse y disfrutar de la bebida.
- Es asombroso, cuando uno lo piensa -dijo Adell. En su rostro ancho se veían huellas de cansancio, y removió lentamente la bebida con una varilla de vidrio, observando el movimiento de los cubos de hielo en su interior. - Toda la energía que podremos usar de ahora en adelante, gratis. Suficiente energía, si quisiéramos emplearla, como para derretir a toda la Tierra y convertirla en una enorme gota de hierro líquido impuro, y no echar de menos la energía empleada. Toda la energía que podremos usar por siempre y siempre y siempre.
Lupov ladeó la cabeza. Tenía el hábito de hacerlo cuando quería oponerse a lo que oía, y en ese momento quería oponerse; en parte porque había tenido que llevar el hielo y los vasos.
- No para siempre -dijo.
- Ah, vamos, prácticamente para siempre. Hasta que el Sol se apague, Bert.
- Entonces no es para siempre.
- Muy bien, entonces. Durante miles de millones de años. Veinte mil millones, tal vez. ¿Estás satisfecho?
Lupov se pasó los dedos por los escasos cabellos como para asegurarse de que todavía le quedaban algunos y tomó un pequeño sorbo de su bebida.
- Veinte mil millones de años no es 'para siempre'.
- Bien, pero superará nuestra época ¿verdad?
- También la superarán el carbón y el uranio.
- De acuerdo, pero ahora podemos conectar cada nave espacial individualmente con la Estación Solar, y hacer que vaya y regrese de Plutón un millón de veces sin que tengamos que preocuparnos por el combustible. No puedes hacer eso con carbón y uranio. Pregúntale a Multivac, si no me crees.
- No necesito preguntarle a Multivac. Lo sé. - Entonces deja de quitarle méritos a lo que Multivac ha hecho por nosotros -dijo Adell, malhumorado-. Se portó muy bien.
- ¿Quién dice que no? Lo que yo sostengo es que el Sol no durará eternamente. Eso es todo lo que digo. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero ¿y luego? -Lupov apuntó con un dedo tembloroso al otro. - Y no me digas que nos conectaremos con otro Sol.
Durante un rato hubo silencio. Adell se llevaba la copa a los labios sólo de vez en cuando, y los ojos de Lupov se cerraron lentamente. Descansaron.
De pronto Lupov abrió los ojos.
- Piensas que nos conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?
- No estoy pensando nada.
- Seguro que estás pensando. Eres malo en lógica, ése es tu problema. Eres como ese tipo del cuento a quien lo soprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en un monte y se paró bajo un árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando un árbol estuviera totalmente mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.
- Entiendo -dijo Adell-, no grites. Cuando el Sol muera, las otras estrellas habrán muerto también.
- Por supuesto -murmuró Lupov-. Todo comenzó con la explosión cósmica original, fuera lo que fuese, y todo terminará cuando todas las estrellas se extingan. Algunas se agotan antes que otras. Por Dios, los gigantes no durarán cien millones de años. El Sol durará veinte mil millones de años y tal vez las enanas durarán cien mil millones por mejores que sean. Pero en un trillón de años estaremos a oscuras. La entropía tiene que incrementarse al máximo, eso es todo.
- Sé todo lo que hay que saber sobre la entropía -dijo Adell, tocado en su amor propio.
- ¡Qué vas a saber!
- Sé tanto como tú.
- Entonces sabes que todo se extinguirá algún día.
- Muy bien. ¿Quién dice que no?
- Tú, grandísimo tonto. Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos, para siempre. Dijiste 'para siempre'.
Esa vez le tocó a Adell oponerse.
- Tal vez podamos reconstruir las cosas algún día.
- Nunca.
- ¿Por qué no? Algún día.
- Nunca.
- Pregúntale a Multivac.
- Pregúntale tú a Multivac. Te desafío. Te apuesto cinco dólares a que no es posible.
Adell estaba lo suficientemente borracho como para intentarlo y lo suficientemente sobrio como para traducir los símbolos y operaciones necesarias para formular la pregunta que, en palabras, podría haber correspondido a esto: ¿Podrá la humanidad algún día, sin el gasto neto de energía, devolver al Sol toda su juventud aún después que haya muerto de viejo?
O tal vez podría reducirse a una pregunta más simple, como ésta: ¿Cómo puede disminuirse masivamente la cantidad neta de entropía del universo?
Multivac enmudeció. Los lentos resplandores oscuros cesaron, los clicks distantes de los transmisores terminaron.
Entonces, mientras los asustados técnicos sentían que ya no podían contener más el aliento, el teletipo adjunto a la computadora cobró vida repentinamente. Aparecieron cinco palabras impresas: DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
- No hay apuesta -murmuró Lupov. Salieron apresuradamente.
A la mañana siguiente, los dos, con dolor de cabeza y la boca pastosa, habían olvidado el incidente.
Jerrodd, Jerrodine y Jerrodette I y II observaban la imagen estrellada en el visiplato mientras completaban el pasaje por el hiperespacio en un lapso fuera de las dimensiones del tiempo. Inmediatamente, el uniforme de polvo de estrellas dio paso al predominio de un único disco de mármol, brillante, centrado.
- Es X-23 - dijo Jerrodd con confianza. Sus manos delgadas se entrelazaron con fuerza detrás de su espalda y los nudillos se pusieron blancos.
Las pequeñas Jerrodettes, niñas ambas, habían experimentado el pasaje por el hiperespacio por primera vez en su vida. Contuvieron sus risas y se persiguieron locamente alrededor de la madre, gritando:
- Hemos llegado a X-23... hemos llegado a X-23... hemos llegado a X-23... hemos llegado...
- Tranquilas, niñas -dijo rápidamente Jerrodine-. ¿Estás seguro, Jerrodd?
- ¿De qué hay que estar seguro? -preguntó Jerrodd, echando una mirada al tubo de metal justo debajo del techo, que ocupaba toda la longitud de la habitación y desaparecía a través de la pared en cada extremo. Tenía la misma longitud que la nave.
Jerrodd sabía poquísimo sobre el grueso tubo de metal excepto que se llamaba Microvac, que uno le hacía preguntas si lo deseaba; que aunque uno no se las hiciera de todas maneras cumplía con su tarea de conducir la nave hacia un destino prefijado, de abastecerla de energía desde alguna de las diversas estaciones de Energía Subgaláctica y de computar las ecuaciones para los saltos hiperespaciales.
Jerrodd y su familia no tenían otra cosa que hacer sino esperar y vivir en los cómodos sectores residenciales de la nave.
Cierta vez alguien le había dicho a Jerrodd, que el 'ac' al final de 'Microvac' quería decir 'computadora análoga' en inglés antiguo, pero estaba a punto de olvidar incluso eso.
Los ojos de Jerrodine estaban húmedos cuando miró el visiplato.
- No puedo evitarlo. Me siento extraña al salir de la Tierra.
- ¿Por qué, caramba? -preguntó Jerrodd-. No teníamos nada allí. En X-23 tendremos todo. No estarás sola. No serás una pionera. Ya hay un millón de personas en ese planeta. Por Dios, nuestros bisnietos tendrán que buscar nuevos mundos porque llegará el día en que X-23 estará superpoblado. -Luego agregó, despues de una pausa reflexiva: - Te aseguro que es una suerte que las computadoras hayan desarrollado viajes interestelares, considerando el ritmo al que aumenta la raza.
- Lo sé, lo sé -respondió Jerrodine con tristeza.
Jerrodette I dijo de inmediato:
- Nuestra Microvac es la mejor Microvac del mundo.
- Eso creo yo también -repuso Jerrodd, desordenándole el pelo.
Era realmente una sensación muy agradable tener una Microvac propia y Jerrodd estaba contento de ser parte de su generación y no de otra. En la juventud de su padre las únicas computadoras eran unas enormes máquinas que ocupaban un espacio de ciento cincuenta kilómetros cuadrados. Sólo había una por planeta. Se llamaban ACs Planetarias. Durante mil años habían crecido constantemente en tamaño y luego, de pronto, llegó el refinamiento. En lugar de transistores hubo válvulas moleculares, de manera que hasta la AC Planetaria más grande podía colocarse en una nave espacial y ocupar sólo la mitad del espacio disponible.
Jerrodd se sentía eufórico siempre que pensaba que su propia Microvac personal era muchísimo más compleja que la antigua y primitiva Multivac que por primera vez había domado al Sol, y casi tan complicada como una AC Planetaria de la Tierra (la más grande) que por primera vez resolvió el problema del viaje hiperespacial e hizo posibles los viajes a las estrellas. - Tantas estrellas, tantos planetas -suspiró Jerrodine, inmersa en sus propios pensamientos-. Supongo que las familias seguirán emigrando siempre a nuevos planetas, tal como lo hacemos nosotros ahora.
- No siempre -respondió Jerrodd, con una sonrisa-. Todo esto terminará algún día, pero no antes de que pasen billones de años. Muchos billones. Hasta las estrellas se extinguen, ¿sabes? Tendrá que aumentar la entropía.
- ¿Qué es la entropía, papá? -preguntó Jerrodette II con voz aguda.
- Entropía, querida, es sólo una palabra que significa la cantidad de desgaste del universo. Todo se desgasta, como sabrás, por ejemplo tu pequeño robot walkie-talkie, ¿recuerdas?
- ¿No puedes ponerle una nueva unidad de energía, como a mi robot?
- Las estrellas son unidades de energía, querida. Una vez que se extinguen, ya no hay más unidades de energía.
Jerrodette I lanzó un chillido de inmediato.
- No las dejes, papá. No permitas que las estrellas se extingan.
- Mira lo que has hecho -susurró Jerrodine, exasperada. - ¿Cómo podía saber que iba a asustarla? -respondió Jerrodd también en un susurro.
- Pregúntale a la Microvac -gimió Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender las estrellas.
- Vamos -dijo Jerrodine-. Con eso se tranquilizarán. -(Jerrodette II ya se estaba echando a llorar, también).
Jerrodd se encogió de hombros.
- Ya está bien, queridas. Le preguntaré a Microvac. No se preocupen, ella nos lo dirá.
Le preguntó a la Microvac, y agregó rápidamente:
- Imprimir la respuesta.
Jerrodd retiró la delgada cinta de celufilm y dijo alegremente: - Miren, la Microvac dice que se ocupará de todo cuando llegue el momento, y que no se preocupen.
Jerrodine dijo:
- Y ahora, niñas, es hora de acostarse. Pronto estaremos en nuestro nuevo hogar.
Jerrodd leyó las palabras en el celufilm nuevamente antes de destruirlo:
DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
Se encogió de hombros y miró el visiplato. El X-23 estaba cerca.
VJ-23X de Lameth miró las negras profundidades del mapa tridimensional en pequeña escala de la Galaxia y dijo:
- ¿No será una ridiculez que nos preocupe tanto la cuestión?
MQ-17J de Nicron sacudió la cabeza.
- Creo que no. Sabes que la Galaxia estará llena en cinco años con el actual ritmo de expansión.
Los dos parecían jóvenes de poco más de veinte años. Ambos eran altos y de formas perfectas.
- Sin embargo, dijo VJ-23X- me resisto a presentar un informe pesimista al Consejo Galáctico.
- Yo no pensaría en presentar ningún otro tipo de informe. Tenemos que inquietarlos un poco. No hay otro remedio.
VJ-23X suspiró.
- El espacio es infinito. Hay cien billones de galaxias disponibles.
- Cien billones no es infinito, y cada vez se hace menos infinito. ¡Piénsalo! Hace veinte mil años, la humanidad resolvió por primera vez el problema de utilizar energía estelar, y algunos siglos después se hicieron posibles los viajes interestelares. A la humanidad le llevó un millón de años llenar un pequeño mundo y luego sólo quince mil años llenar el resto de la Galaxia. Ahora la población se duplica cada diez años...
VJ-23X lo interrumpió.
- Eso debemos agradecérselo a la inmnortalidad.
- Muy bien. La inmortalidad existe y debemos considerarla. Admito que esta inmortalidad tiene su lado complicado. La galáctica AC nos ha solucionado muchos problemas, pero al resolver el problema de evitar la vejez y la muerte, anuló todas las otras cuestiones.
- Sin embargo no creo que desees abandonar la vida.
- En absoluto -saltó MQ-17J, y luego se suavizó de inmediato-. No todavía. No soy tan viejo. ¿Cuántos años tienes tú?
- Doscientos veintitrés. ¿Y tú?
- Yo todavía no tengo doscientos. Pero, volvamos a lo que decía. La población se duplica cada diez años. Una vez que se llene esta galaxia, habremos llenado otra en diez años. Diez años más y habremos llenado dos más. Otra década, cuatro más. En cien años, habremos llenado mil galaxias; en mil años, un millón de galaxias. En diez mil años, todo el universo conocido. Y entonces, ¿qué?
VJ-23X dijo:
- Como problema paralelo, está el del transporte. Me pregunto cuántas unidades de energía solar se necesitarán para trasladar galaxias de individuos de una galaxia a la siguiente.
- Muy buena observación. La humanidad ya consume dos unidades de energía solar por año.
- La mayor parte de esta energía se desperdicia. Al fin y al cabo, nuestra propia galaxia sola gasta mil unidades de energía solar por año, y nosotros solamente usamos dos de ellas.
- De acuerdo, pero aún con una eficiencia de un cien por ciento, sólo podemos postergar el final. Nuestras necesidades energéticas crecen en progresión geométrica, y a un ritmo mayor que nuestra población. Nos quedaremos sin energía todavía más rápido que sin galaxias. Muy buena observación. Muy, muy buena observación.
- Simplemente tendremos que construir nuevas estrellas con gas interestelar.
- ¿O con calor disipado? -preguntó MQ-17J, con tono sarcástico.
- Puede haber alguna forma de revertir la entropía. Tenemos que preguntárselo a la Galáctica AC.
VJ-23X no hablaba realmente en serio, pero MQ-17J sacó su contacto AC del bolsillo y lo colocó sobre la mesa frente a él.
- No me faltan ganas -dijo-. Es algo que la raza humana tendrá que enfrentar algún día.
Miró sombríamente su pequeño contacto AC. Era un objeto de apenas cinco centímetros cúbicos, nada en sí mismo, pero estaba conectado a través del hiperespacio con la gran Galáctica AC que servía a toda la humanidad y, a su vez era parte integral suya.
MQ-17J hizo una pausa para preguntarse si algún día, en su vida inmortal, llegaría a ver la Galáctica AC. Era un pequeño mundo propio, una telaraña de rayos de energía que contenía la materia dentro de la cual las oleadas de los planos medios ocupaban el lugar de las antiguas y pesadas válvulas moleculares. Sin embargo, a pesar de esos funcionamientos subetéreos, se sabía que la Galáctica AC tenía mil diez metros de ancho.
Repentinamente, MQ-17J preguntó a su contacto AC:
- ¿Es posible revertir la entropía?
VJ-23X, sobresaltado, dijo de inmediato:
- Ah, mira, realmente yo no quise decir que tenías que preguntar eso.
- ¿Por qué no?
- Los dos sabemos que la entropía no puede revertirse. No puedes volver a convertir el humo y las cenizas en un árbol.
- ¿Hay árboles en tu mundo? -preguntó MQ-17J.
El sonido de la Galáctica AC los sobresaltó y les hizo guardar silencio. Se oyó su voz fina y hermosa en el contacto AC en el escritorio. Dijo:
DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
VJ-23X dijo:
- ¡Ves!
Entonces los dos hombres volvieron a la pregunta del informe que tenían que hacer para el Consejo Galáctico.
La mente de Zee Prime abarcó la nueva galaxia con un leve interés en los incontables racimos de estrellas que la poblaban. Nunca había visto eso antes. ¿Alguna vez las vería todas? Tantas estrellas, cada una con su carga de humanidad... una carga que era casi un peso muerto. Cada vez más, la verdadera esencia del hombre había que encontrarla allá afuera, en el espacio.
¡En las mentes, no en los cuerpos! Los cuerpos inmortales permanecían en los planetas, suspendidos sobre los eones. A veces despertaban a una actividad material pero eso era cada vez más raro. Pocos individuos nuevos nacían para unirse a la multitud increíblemente poderosa, pero, ¿qué importaba? Había poco lugar en el universo para nuevos individuos.
Zee Prime despertó de su ensoñación al encontrarse con los sutiles manojos de otra mente.
- Soy Zee Prime. ¿Y tú?
- Soy Dee Sub Wun. ¿Tu galaxia?
- Sólo la llamamos Galaxia. ¿Y tú?
- Llamamos de la misma manera a la nuestra. Todos los hombres llaman Galaxia a su galaxia, y nada más. ¿Por qué será?
- Porque todas las galaxias son iguales.
- No todas. En una galaxia en particular debe de haberse originado la raza humana. Eso la hace diferente.
Zee Prime dijo:
- ¿En cuál?
- No sabría decirte. La Universal AC debe estar enterada.
- ¿Se lo preguntamos? De pronto tengo curiosidad por saberlo.
Las percepciones de Zee Prime se ampliaron hasta que las galaxias mismas se encogieron y se convirtieron en un polvo nuevo, más difuso, sobre un fondo mucho más grande. Tantos cientos de billones de galaxias, cada una con sus seres inmortales, todas llevando su carga de inteligencias, con mentes que vagaban libremente por el espacio. Y sin embargo una de ellas era única entre todas por ser la Galaxia original. Una de ellas tenía en su pasado vago y distante, un período en que había sido la única galaxia poblada por el hombre.
Zee Prime se consumía de curiosidad por ver esa galaxia y gritó:
- ¡Universal AC! ¿En qué galaxia se originó el hombre?
La Universal AC oyó, porque en todos los mundos tenía listos sus receptores, y cada receptor conducía por el hiperespacio a algún punto desconocido donde la Universal AC se mantenía independiente.
ee Prime sólo sabía de un hombre cuyos pensamientos habían penetrado a distancia sensible de la Universal AC, y sólo informó sobre un globo brillante, de sesenta centímetros de diámetro, difícil de ver.
- ¿Pero cómo puede ser eso toda la Universal AC? -había preguntado Zee Prime.
La mayor parte -fue la respuesta- está en el hiperespacio. No puedo imaginarme en qué forma está allí.
Nadie podía imaginarlo, porque hacía mucho que había pasado el día- y eso Zee Prime lo sabía- en que algún hombre tuvo parte en construir la Universal AC. Cada Universal AC diseñaba y construía a su sucesora. Cada una, durante su existencia de un millón de años o más, acumulaba la información necesaria como para construir una sucesora mejor, más intrincada, más capaz en la cual dejar sumergido y almacenado su propio acopio de información e individualidad.
La Universal AC interrumpió los pensamientos erráticos de Zee Prime, no con palabras, sino con directivas. La mentalidad de Zee Prime fue dirigida hacia un difuso mar de Galaxias donde una en particular se agrandaba hasta convertirse en estrellas.
Llegó un pensamiento, infinitamente distante, pero infinitamente claro.
ÉSTA ES LA GALAXIA ORIGINAL DEL HOMBRE.
Pero era igual, al fin y al cabo, igual que cualquier otra, y Zee Prime resopló de desilusión.
Dee Sub Wun, cuya mente había acompañado a Zee Prime, dijo de pronto:
- ¿Y una de estas estrellas es la estrella original del hombre?
La Universal AC respondió:
LA ESTRELLA ORIGINAL DEL HOMBRE SE HA HECHO NOVA. ES UNA ENANA BLANCA.
- ¿Los hombres que la habitaban murieron? -preguntó Zee Prime, sobresaltado y sin pensar.
La Universal AC respondió:
COMO SUCEDE EN ESTOS CASOS UN NUEVO MUNDO PARA SUS CUERPOS FÍSICOS FUE CONSTRUIDO EN EL TIEMPO.
- Sí, por supuesto -dijo Zee Prime, pero aún así lo invadió una sensación de pérdida. Su mente dejó de centrarse en la Galaxia original del hombre, y le permitió volver y perderse en pequeños puntos nebulosos. No quería volver a verla.
Dee Sub Wun dijo:
- ¿Qué sucede?
- Las estrellas están muriendo. La estrella original ha muerto.
- Todas deben morir. ¿Por qué no?
- Pero cuando toda la energía se haya agotado, nuestros cuerpos finalmente morirán, y tú y yo con ellos.
- Llevará billones de años.
- No quiero que suceda, ni siquiera dentro de billones de años. ¡Universal AC! ¿Cómo puede evitarse que las estrellas mueran?
Dee Sub Wun dijo, divertido:
- Estás preguntando cómo podría revertirse la dirección de la entropía.
Y la Universal AC respondió:
TODAVÍA HAY DATOS INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
Los pensamientos de Zee Prime volaron a su propia galaxia. Dejó de pensar en Dee Sub Wun, cuyo cuerpo podría estar esperando en una galaxia a un trillón de años luz de distancia, o en la estrella siguiente a la de Zee Prime. No importaba.
Con aire desdichado, Zee Prime comenzó a recoger hidrógeno interestelar con el cual construir una pequeña estrella propia. Si las estrellas debían morir alguna vez, al menos podrían construirse algunas.
El Hombre, mentalmente, era uno solo, y estaba conformado por un trillón de trillones de cuerpos sin edad, cada uno en su lugar, cada uno descansando, tranquilo e incorruptible, cada uno cuidado por autómatas perfectos, igualmente incorruptibles, mientras las mentes de todos los cuerpos se fusionaban libremente entre sí, sin distinción.
El Hombre dijo:
- El universo está muriendo.
El Hombre miró a su alrededor a las galaxias cada vez más oscuras. Las estrellas gigantes, muy gastadoras, se habían ido hace rato, habían vuelto a lo más oscuro de la oscuridad del pasado distante. Casi todas las estrellas eran enanas blancas, que finalmente se desvanecían.
Se habían creado nuevas estrellas con el polvo que había entre ellas, algunas por procesos naturales, otras por el Hombre mismo, y también se estaban apagando. Las enanas blancas aún podían chocar entre ellas, y de las poderosas fuerzas así liberadas se construirían nuevas estrellas, pero una sola estrella por cada mil estrellas enanas blancas destruidas, y también éstas llegarían a su fin.
El Hombre dijo:
- Cuidadosamente administrada y bajo la dirección de la Cósmica AC, la energía que todavía queda en todo el universo, puede durar billones de años. Pero aún así eventualmente todo llegará a su fin. Por mejor que se la administre, por más que se la racione, la energía gastada desaparece y no puede ser repuesta. La entropía aumenta continuamente.
El Hombre dijo:
- ¿Es posible no revertir la entropía? Preguntémosle a la Cósmica AC.
La AC los rodeó pero no en el espacio. Ni un solo fragmento de ella estaba en el espacio. Estaba en el hiperespacio y hecha de algo que no era materia ni energía. La pregunta sobre su tamaño y su naturaleza ya no tenía sentido comprensible para el Hombre.
- Cósmica AC -dijo el Hombre- ¿cómo puede revertirse la entropía?
La Cósmica AC dijo:
LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
El Hombre ordenó: - Recoge datos adicionales.
La Cósmica AC dijo:
LO HARÉ. HACE CIENTOS DE BILLONES DE AÑOS QUE LO HAGO. MIS PREDECESORES Y YO HEMOS ESCUCHADO MUCHAS VECES ESTA PREGUNTA. TODOS LOS DATOS QUE TENGO SIGUEN SIENDO INSUFICIENTES.
- ¿Llegará el momento -preguntó el Hombre- en que los datos sean suficientes o el problema es insoluble en todas las circunstancias concebibles?
La Cósmica AC respondió:
NINGÚN PROBLEMA ES INSOLUBLE EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS CONCEBIBLES.
El Hombre preguntó:
- ¿Cuándo tendrás suficientes datos como para responder a la pregunta?
La Cósmica AC respondió:
LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
- ¿Seguirás trabajando en eso? -preguntó el Hombre.
La Cósmica AC respondió:
- SÍ. El Hombre dijo:
- Esperaremos.
Las estrellas y las galaxias murieron y se convirtieron en polvo, y el espacio se volvió negro después de tres trillones de años de desgaste.
Uno por uno, el Hombre se fusionó con la AC, cada cuerpo físico perdió su identidad mental en forma tal que no era una pérdida sino una ganancia.
La última mente del Hombre hizo una pausa antes de la fusión, contemplando un espacio que sólo incluía la borra de la última estrella oscura y nada aparte de esa materia increíblemente delgada, agitada al azar por los restos de un calor que se gastaba, asintóticamente, hasta llegar al cero absoluto.
El Hombre dijo:
- AC, ¿es éste el final? ¿Este caos no puede ser revertido al universo una vez más? ¿Esto no puede hacerse?
AC respondió:
LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
La última mente del Hombre se fusionó y sólo AC existió en el hiperespacio.
La materia y la energía se agotaron y con ellas el espacio y el tiempo. Hasta AC existía solamente para la última pregunta que nunca había sido respondida desde la época en que dos técnicos en computación medio alcoholizados, tres trillones de años antes, formularon la pregunta en la computadora que era para AC mucho menos de lo que para un hombre el Hombre.
Todas las otras preguntas habían sido contestadas, y hasta que esa última pregunta fuera respondida también, AC no podría liberar su conciencia.
Todos los datos recogidos habían llegado al fin. No quedaba nada para recoger.
Pero toda la información reunida todavía tenía que ser completamente correlacionada y unida en todas sus posibles relaciones.
Se dedicó un intervalo sin tiempo a hacer esto.
Y sucedió que AC aprendió cómo revertir la dirección de la entropía.
Pero no había ningún Hombre a quien AC pudiera dar una respuesta a la última pregunta. No había materia. La respuesta -por demostración- se ocuparía de eso también.
Durante otro intervalo sin tiempo, AC pensó en la mejor forma de hacerlo. Cuidadosamente, AC organizó el programa.
La conciencia de AC abarcó todo lo que alguna vez había sido un universo y pensó en lo que en ese momento era el caos.
Paso a paso, había que hacerlo.
Y AC dijo:
¡HÁGASE LA LUZ!
Y la luz se hizo...
Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac. Dentro de las dimensiones de lo humano sabían qué era lo que pasaba detrás del rostro frío, parpadeante e intermitentemente luminoso -kilómetros y kilómetros de rostro- de la gigantesca computadora. Al menos tenían una vaga noción del plan general de circuitos y retransmirores que desde hacía mucho tiempo habían superado toda posibilidad de ser dominados por una sola persona.
Multivac se autoajustaba y autocorregía. Así tenía que ser, porque nada que fuera humano podía ajustarla y corregirla con la rapidez suficiente o siquiera con la eficacia suficiente. De manera que Adell y Lupov atendían al monstruoso gigante sólo en forma ligera y superficial, pero lo hacían tan bien como podría hacerlo cualquier otro hombre. La alimentaban con información, adaptaban las preguntas a sus necesidades y traducían las respuestas que aparecían. Por cierto, ellos, y todos los demás asistentes tenían pleno derecho a compartir la gloria de Multivac.
Durante décadas, Multivac ayudó a diseñar naves y a trazar las trayectorias que permitieron al hombre llegar a la Luna, a Marte y a Venus, pero después de eso, los pobres recursos de la Tierra ya no pudieron serles de utilidad a las naves. Se necesitaba demasiada energía para los viajes largos y pese a que la Tierra explotaba su carbón y uranio con creciente eficacia había una cantidad limitada de ambos.
Pero lentamente, Multivac aprendió lo suficiente como para responder a las preguntas más complejas en forma más profunda, y el 14 de mayo de 2061 lo que hasta ese momento era teoría se convirtió en realidad.
La energía del Sol fue almacenada, modificada y utilizada directamente en todo el planeta. Cesó en todas partes el hábito de quemar carbón y fisionar uranio y toda la Tierra se conectó con una pequeña estación -de un kilómetro y medio de diámetro- que circundaba el planeta a mitad de distancia de la Luna, para funcionar con rayos invisibles de energía solar.
Siete días no habían alcanzado para empañar la gloria del acontecimiento, y Adell y Lupov finalmente lograron escapar de la celebración pública, para refugiarse donde nadie pensaría en buscarlos: en las desiertas cámaras subterráneas, donde se veían partes del poderoso cuerpo enterrado de Multivac. Sin asistentes, ociosa, clasificando datos con clicks satisfechos y perezosos, Multivac también se había ganado sus vacaciones y los asistentes la respetaban y originalmente no tenían intención de perturbarla.
Se habían llevado una botella, y su única preocupación en ese momento era relajarse y disfrutar de la bebida.
- Es asombroso, cuando uno lo piensa -dijo Adell. En su rostro ancho se veían huellas de cansancio, y removió lentamente la bebida con una varilla de vidrio, observando el movimiento de los cubos de hielo en su interior. - Toda la energía que podremos usar de ahora en adelante, gratis. Suficiente energía, si quisiéramos emplearla, como para derretir a toda la Tierra y convertirla en una enorme gota de hierro líquido impuro, y no echar de menos la energía empleada. Toda la energía que podremos usar por siempre y siempre y siempre.
Lupov ladeó la cabeza. Tenía el hábito de hacerlo cuando quería oponerse a lo que oía, y en ese momento quería oponerse; en parte porque había tenido que llevar el hielo y los vasos.
- No para siempre -dijo.
- Ah, vamos, prácticamente para siempre. Hasta que el Sol se apague, Bert.
- Entonces no es para siempre.
- Muy bien, entonces. Durante miles de millones de años. Veinte mil millones, tal vez. ¿Estás satisfecho?
Lupov se pasó los dedos por los escasos cabellos como para asegurarse de que todavía le quedaban algunos y tomó un pequeño sorbo de su bebida.
- Veinte mil millones de años no es 'para siempre'.
- Bien, pero superará nuestra época ¿verdad?
- También la superarán el carbón y el uranio.
- De acuerdo, pero ahora podemos conectar cada nave espacial individualmente con la Estación Solar, y hacer que vaya y regrese de Plutón un millón de veces sin que tengamos que preocuparnos por el combustible. No puedes hacer eso con carbón y uranio. Pregúntale a Multivac, si no me crees.
- No necesito preguntarle a Multivac. Lo sé. - Entonces deja de quitarle méritos a lo que Multivac ha hecho por nosotros -dijo Adell, malhumorado-. Se portó muy bien.
- ¿Quién dice que no? Lo que yo sostengo es que el Sol no durará eternamente. Eso es todo lo que digo. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero ¿y luego? -Lupov apuntó con un dedo tembloroso al otro. - Y no me digas que nos conectaremos con otro Sol.
Durante un rato hubo silencio. Adell se llevaba la copa a los labios sólo de vez en cuando, y los ojos de Lupov se cerraron lentamente. Descansaron.
De pronto Lupov abrió los ojos.
- Piensas que nos conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?
- No estoy pensando nada.
- Seguro que estás pensando. Eres malo en lógica, ése es tu problema. Eres como ese tipo del cuento a quien lo soprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en un monte y se paró bajo un árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando un árbol estuviera totalmente mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.
- Entiendo -dijo Adell-, no grites. Cuando el Sol muera, las otras estrellas habrán muerto también.
- Por supuesto -murmuró Lupov-. Todo comenzó con la explosión cósmica original, fuera lo que fuese, y todo terminará cuando todas las estrellas se extingan. Algunas se agotan antes que otras. Por Dios, los gigantes no durarán cien millones de años. El Sol durará veinte mil millones de años y tal vez las enanas durarán cien mil millones por mejores que sean. Pero en un trillón de años estaremos a oscuras. La entropía tiene que incrementarse al máximo, eso es todo.
- Sé todo lo que hay que saber sobre la entropía -dijo Adell, tocado en su amor propio.
- ¡Qué vas a saber!
- Sé tanto como tú.
- Entonces sabes que todo se extinguirá algún día.
- Muy bien. ¿Quién dice que no?
- Tú, grandísimo tonto. Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos, para siempre. Dijiste 'para siempre'.
Esa vez le tocó a Adell oponerse.
- Tal vez podamos reconstruir las cosas algún día.
- Nunca.
- ¿Por qué no? Algún día.
- Nunca.
- Pregúntale a Multivac.
- Pregúntale tú a Multivac. Te desafío. Te apuesto cinco dólares a que no es posible.
Adell estaba lo suficientemente borracho como para intentarlo y lo suficientemente sobrio como para traducir los símbolos y operaciones necesarias para formular la pregunta que, en palabras, podría haber correspondido a esto: ¿Podrá la humanidad algún día, sin el gasto neto de energía, devolver al Sol toda su juventud aún después que haya muerto de viejo?
O tal vez podría reducirse a una pregunta más simple, como ésta: ¿Cómo puede disminuirse masivamente la cantidad neta de entropía del universo?
Multivac enmudeció. Los lentos resplandores oscuros cesaron, los clicks distantes de los transmisores terminaron.
Entonces, mientras los asustados técnicos sentían que ya no podían contener más el aliento, el teletipo adjunto a la computadora cobró vida repentinamente. Aparecieron cinco palabras impresas: DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
- No hay apuesta -murmuró Lupov. Salieron apresuradamente.
A la mañana siguiente, los dos, con dolor de cabeza y la boca pastosa, habían olvidado el incidente.
Jerrodd, Jerrodine y Jerrodette I y II observaban la imagen estrellada en el visiplato mientras completaban el pasaje por el hiperespacio en un lapso fuera de las dimensiones del tiempo. Inmediatamente, el uniforme de polvo de estrellas dio paso al predominio de un único disco de mármol, brillante, centrado.
- Es X-23 - dijo Jerrodd con confianza. Sus manos delgadas se entrelazaron con fuerza detrás de su espalda y los nudillos se pusieron blancos.
Las pequeñas Jerrodettes, niñas ambas, habían experimentado el pasaje por el hiperespacio por primera vez en su vida. Contuvieron sus risas y se persiguieron locamente alrededor de la madre, gritando:
- Hemos llegado a X-23... hemos llegado a X-23... hemos llegado a X-23... hemos llegado...
- Tranquilas, niñas -dijo rápidamente Jerrodine-. ¿Estás seguro, Jerrodd?
- ¿De qué hay que estar seguro? -preguntó Jerrodd, echando una mirada al tubo de metal justo debajo del techo, que ocupaba toda la longitud de la habitación y desaparecía a través de la pared en cada extremo. Tenía la misma longitud que la nave.
Jerrodd sabía poquísimo sobre el grueso tubo de metal excepto que se llamaba Microvac, que uno le hacía preguntas si lo deseaba; que aunque uno no se las hiciera de todas maneras cumplía con su tarea de conducir la nave hacia un destino prefijado, de abastecerla de energía desde alguna de las diversas estaciones de Energía Subgaláctica y de computar las ecuaciones para los saltos hiperespaciales.
Jerrodd y su familia no tenían otra cosa que hacer sino esperar y vivir en los cómodos sectores residenciales de la nave.
Cierta vez alguien le había dicho a Jerrodd, que el 'ac' al final de 'Microvac' quería decir 'computadora análoga' en inglés antiguo, pero estaba a punto de olvidar incluso eso.
Los ojos de Jerrodine estaban húmedos cuando miró el visiplato.
- No puedo evitarlo. Me siento extraña al salir de la Tierra.
- ¿Por qué, caramba? -preguntó Jerrodd-. No teníamos nada allí. En X-23 tendremos todo. No estarás sola. No serás una pionera. Ya hay un millón de personas en ese planeta. Por Dios, nuestros bisnietos tendrán que buscar nuevos mundos porque llegará el día en que X-23 estará superpoblado. -Luego agregó, despues de una pausa reflexiva: - Te aseguro que es una suerte que las computadoras hayan desarrollado viajes interestelares, considerando el ritmo al que aumenta la raza.
- Lo sé, lo sé -respondió Jerrodine con tristeza.
Jerrodette I dijo de inmediato:
- Nuestra Microvac es la mejor Microvac del mundo.
- Eso creo yo también -repuso Jerrodd, desordenándole el pelo.
Era realmente una sensación muy agradable tener una Microvac propia y Jerrodd estaba contento de ser parte de su generación y no de otra. En la juventud de su padre las únicas computadoras eran unas enormes máquinas que ocupaban un espacio de ciento cincuenta kilómetros cuadrados. Sólo había una por planeta. Se llamaban ACs Planetarias. Durante mil años habían crecido constantemente en tamaño y luego, de pronto, llegó el refinamiento. En lugar de transistores hubo válvulas moleculares, de manera que hasta la AC Planetaria más grande podía colocarse en una nave espacial y ocupar sólo la mitad del espacio disponible.
Jerrodd se sentía eufórico siempre que pensaba que su propia Microvac personal era muchísimo más compleja que la antigua y primitiva Multivac que por primera vez había domado al Sol, y casi tan complicada como una AC Planetaria de la Tierra (la más grande) que por primera vez resolvió el problema del viaje hiperespacial e hizo posibles los viajes a las estrellas. - Tantas estrellas, tantos planetas -suspiró Jerrodine, inmersa en sus propios pensamientos-. Supongo que las familias seguirán emigrando siempre a nuevos planetas, tal como lo hacemos nosotros ahora.
- No siempre -respondió Jerrodd, con una sonrisa-. Todo esto terminará algún día, pero no antes de que pasen billones de años. Muchos billones. Hasta las estrellas se extinguen, ¿sabes? Tendrá que aumentar la entropía.
- ¿Qué es la entropía, papá? -preguntó Jerrodette II con voz aguda.
- Entropía, querida, es sólo una palabra que significa la cantidad de desgaste del universo. Todo se desgasta, como sabrás, por ejemplo tu pequeño robot walkie-talkie, ¿recuerdas?
- ¿No puedes ponerle una nueva unidad de energía, como a mi robot?
- Las estrellas son unidades de energía, querida. Una vez que se extinguen, ya no hay más unidades de energía.
Jerrodette I lanzó un chillido de inmediato.
- No las dejes, papá. No permitas que las estrellas se extingan.
- Mira lo que has hecho -susurró Jerrodine, exasperada. - ¿Cómo podía saber que iba a asustarla? -respondió Jerrodd también en un susurro.
- Pregúntale a la Microvac -gimió Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender las estrellas.
- Vamos -dijo Jerrodine-. Con eso se tranquilizarán. -(Jerrodette II ya se estaba echando a llorar, también).
Jerrodd se encogió de hombros.
- Ya está bien, queridas. Le preguntaré a Microvac. No se preocupen, ella nos lo dirá.
Le preguntó a la Microvac, y agregó rápidamente:
- Imprimir la respuesta.
Jerrodd retiró la delgada cinta de celufilm y dijo alegremente: - Miren, la Microvac dice que se ocupará de todo cuando llegue el momento, y que no se preocupen.
Jerrodine dijo:
- Y ahora, niñas, es hora de acostarse. Pronto estaremos en nuestro nuevo hogar.
Jerrodd leyó las palabras en el celufilm nuevamente antes de destruirlo:
DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
Se encogió de hombros y miró el visiplato. El X-23 estaba cerca.
VJ-23X de Lameth miró las negras profundidades del mapa tridimensional en pequeña escala de la Galaxia y dijo:
- ¿No será una ridiculez que nos preocupe tanto la cuestión?
MQ-17J de Nicron sacudió la cabeza.
- Creo que no. Sabes que la Galaxia estará llena en cinco años con el actual ritmo de expansión.
Los dos parecían jóvenes de poco más de veinte años. Ambos eran altos y de formas perfectas.
- Sin embargo, dijo VJ-23X- me resisto a presentar un informe pesimista al Consejo Galáctico.
- Yo no pensaría en presentar ningún otro tipo de informe. Tenemos que inquietarlos un poco. No hay otro remedio.
VJ-23X suspiró.
- El espacio es infinito. Hay cien billones de galaxias disponibles.
- Cien billones no es infinito, y cada vez se hace menos infinito. ¡Piénsalo! Hace veinte mil años, la humanidad resolvió por primera vez el problema de utilizar energía estelar, y algunos siglos después se hicieron posibles los viajes interestelares. A la humanidad le llevó un millón de años llenar un pequeño mundo y luego sólo quince mil años llenar el resto de la Galaxia. Ahora la población se duplica cada diez años...
VJ-23X lo interrumpió.
- Eso debemos agradecérselo a la inmnortalidad.
- Muy bien. La inmortalidad existe y debemos considerarla. Admito que esta inmortalidad tiene su lado complicado. La galáctica AC nos ha solucionado muchos problemas, pero al resolver el problema de evitar la vejez y la muerte, anuló todas las otras cuestiones.
- Sin embargo no creo que desees abandonar la vida.
- En absoluto -saltó MQ-17J, y luego se suavizó de inmediato-. No todavía. No soy tan viejo. ¿Cuántos años tienes tú?
- Doscientos veintitrés. ¿Y tú?
- Yo todavía no tengo doscientos. Pero, volvamos a lo que decía. La población se duplica cada diez años. Una vez que se llene esta galaxia, habremos llenado otra en diez años. Diez años más y habremos llenado dos más. Otra década, cuatro más. En cien años, habremos llenado mil galaxias; en mil años, un millón de galaxias. En diez mil años, todo el universo conocido. Y entonces, ¿qué?
VJ-23X dijo:
- Como problema paralelo, está el del transporte. Me pregunto cuántas unidades de energía solar se necesitarán para trasladar galaxias de individuos de una galaxia a la siguiente.
- Muy buena observación. La humanidad ya consume dos unidades de energía solar por año.
- La mayor parte de esta energía se desperdicia. Al fin y al cabo, nuestra propia galaxia sola gasta mil unidades de energía solar por año, y nosotros solamente usamos dos de ellas.
- De acuerdo, pero aún con una eficiencia de un cien por ciento, sólo podemos postergar el final. Nuestras necesidades energéticas crecen en progresión geométrica, y a un ritmo mayor que nuestra población. Nos quedaremos sin energía todavía más rápido que sin galaxias. Muy buena observación. Muy, muy buena observación.
- Simplemente tendremos que construir nuevas estrellas con gas interestelar.
- ¿O con calor disipado? -preguntó MQ-17J, con tono sarcástico.
- Puede haber alguna forma de revertir la entropía. Tenemos que preguntárselo a la Galáctica AC.
VJ-23X no hablaba realmente en serio, pero MQ-17J sacó su contacto AC del bolsillo y lo colocó sobre la mesa frente a él.
- No me faltan ganas -dijo-. Es algo que la raza humana tendrá que enfrentar algún día.
Miró sombríamente su pequeño contacto AC. Era un objeto de apenas cinco centímetros cúbicos, nada en sí mismo, pero estaba conectado a través del hiperespacio con la gran Galáctica AC que servía a toda la humanidad y, a su vez era parte integral suya.
MQ-17J hizo una pausa para preguntarse si algún día, en su vida inmortal, llegaría a ver la Galáctica AC. Era un pequeño mundo propio, una telaraña de rayos de energía que contenía la materia dentro de la cual las oleadas de los planos medios ocupaban el lugar de las antiguas y pesadas válvulas moleculares. Sin embargo, a pesar de esos funcionamientos subetéreos, se sabía que la Galáctica AC tenía mil diez metros de ancho.
Repentinamente, MQ-17J preguntó a su contacto AC:
- ¿Es posible revertir la entropía?
VJ-23X, sobresaltado, dijo de inmediato:
- Ah, mira, realmente yo no quise decir que tenías que preguntar eso.
- ¿Por qué no?
- Los dos sabemos que la entropía no puede revertirse. No puedes volver a convertir el humo y las cenizas en un árbol.
- ¿Hay árboles en tu mundo? -preguntó MQ-17J.
El sonido de la Galáctica AC los sobresaltó y les hizo guardar silencio. Se oyó su voz fina y hermosa en el contacto AC en el escritorio. Dijo:
DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
VJ-23X dijo:
- ¡Ves!
Entonces los dos hombres volvieron a la pregunta del informe que tenían que hacer para el Consejo Galáctico.
La mente de Zee Prime abarcó la nueva galaxia con un leve interés en los incontables racimos de estrellas que la poblaban. Nunca había visto eso antes. ¿Alguna vez las vería todas? Tantas estrellas, cada una con su carga de humanidad... una carga que era casi un peso muerto. Cada vez más, la verdadera esencia del hombre había que encontrarla allá afuera, en el espacio.
¡En las mentes, no en los cuerpos! Los cuerpos inmortales permanecían en los planetas, suspendidos sobre los eones. A veces despertaban a una actividad material pero eso era cada vez más raro. Pocos individuos nuevos nacían para unirse a la multitud increíblemente poderosa, pero, ¿qué importaba? Había poco lugar en el universo para nuevos individuos.
Zee Prime despertó de su ensoñación al encontrarse con los sutiles manojos de otra mente.
- Soy Zee Prime. ¿Y tú?
- Soy Dee Sub Wun. ¿Tu galaxia?
- Sólo la llamamos Galaxia. ¿Y tú?
- Llamamos de la misma manera a la nuestra. Todos los hombres llaman Galaxia a su galaxia, y nada más. ¿Por qué será?
- Porque todas las galaxias son iguales.
- No todas. En una galaxia en particular debe de haberse originado la raza humana. Eso la hace diferente.
Zee Prime dijo:
- ¿En cuál?
- No sabría decirte. La Universal AC debe estar enterada.
- ¿Se lo preguntamos? De pronto tengo curiosidad por saberlo.
Las percepciones de Zee Prime se ampliaron hasta que las galaxias mismas se encogieron y se convirtieron en un polvo nuevo, más difuso, sobre un fondo mucho más grande. Tantos cientos de billones de galaxias, cada una con sus seres inmortales, todas llevando su carga de inteligencias, con mentes que vagaban libremente por el espacio. Y sin embargo una de ellas era única entre todas por ser la Galaxia original. Una de ellas tenía en su pasado vago y distante, un período en que había sido la única galaxia poblada por el hombre.
Zee Prime se consumía de curiosidad por ver esa galaxia y gritó:
- ¡Universal AC! ¿En qué galaxia se originó el hombre?
La Universal AC oyó, porque en todos los mundos tenía listos sus receptores, y cada receptor conducía por el hiperespacio a algún punto desconocido donde la Universal AC se mantenía independiente.
ee Prime sólo sabía de un hombre cuyos pensamientos habían penetrado a distancia sensible de la Universal AC, y sólo informó sobre un globo brillante, de sesenta centímetros de diámetro, difícil de ver.
- ¿Pero cómo puede ser eso toda la Universal AC? -había preguntado Zee Prime.
La mayor parte -fue la respuesta- está en el hiperespacio. No puedo imaginarme en qué forma está allí.
Nadie podía imaginarlo, porque hacía mucho que había pasado el día- y eso Zee Prime lo sabía- en que algún hombre tuvo parte en construir la Universal AC. Cada Universal AC diseñaba y construía a su sucesora. Cada una, durante su existencia de un millón de años o más, acumulaba la información necesaria como para construir una sucesora mejor, más intrincada, más capaz en la cual dejar sumergido y almacenado su propio acopio de información e individualidad.
La Universal AC interrumpió los pensamientos erráticos de Zee Prime, no con palabras, sino con directivas. La mentalidad de Zee Prime fue dirigida hacia un difuso mar de Galaxias donde una en particular se agrandaba hasta convertirse en estrellas.
Llegó un pensamiento, infinitamente distante, pero infinitamente claro.
ÉSTA ES LA GALAXIA ORIGINAL DEL HOMBRE.
Pero era igual, al fin y al cabo, igual que cualquier otra, y Zee Prime resopló de desilusión.
Dee Sub Wun, cuya mente había acompañado a Zee Prime, dijo de pronto:
- ¿Y una de estas estrellas es la estrella original del hombre?
La Universal AC respondió:
LA ESTRELLA ORIGINAL DEL HOMBRE SE HA HECHO NOVA. ES UNA ENANA BLANCA.
- ¿Los hombres que la habitaban murieron? -preguntó Zee Prime, sobresaltado y sin pensar.
La Universal AC respondió:
COMO SUCEDE EN ESTOS CASOS UN NUEVO MUNDO PARA SUS CUERPOS FÍSICOS FUE CONSTRUIDO EN EL TIEMPO.
- Sí, por supuesto -dijo Zee Prime, pero aún así lo invadió una sensación de pérdida. Su mente dejó de centrarse en la Galaxia original del hombre, y le permitió volver y perderse en pequeños puntos nebulosos. No quería volver a verla.
Dee Sub Wun dijo:
- ¿Qué sucede?
- Las estrellas están muriendo. La estrella original ha muerto.
- Todas deben morir. ¿Por qué no?
- Pero cuando toda la energía se haya agotado, nuestros cuerpos finalmente morirán, y tú y yo con ellos.
- Llevará billones de años.
- No quiero que suceda, ni siquiera dentro de billones de años. ¡Universal AC! ¿Cómo puede evitarse que las estrellas mueran?
Dee Sub Wun dijo, divertido:
- Estás preguntando cómo podría revertirse la dirección de la entropía.
Y la Universal AC respondió:
TODAVÍA HAY DATOS INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
Los pensamientos de Zee Prime volaron a su propia galaxia. Dejó de pensar en Dee Sub Wun, cuyo cuerpo podría estar esperando en una galaxia a un trillón de años luz de distancia, o en la estrella siguiente a la de Zee Prime. No importaba.
Con aire desdichado, Zee Prime comenzó a recoger hidrógeno interestelar con el cual construir una pequeña estrella propia. Si las estrellas debían morir alguna vez, al menos podrían construirse algunas.
El Hombre, mentalmente, era uno solo, y estaba conformado por un trillón de trillones de cuerpos sin edad, cada uno en su lugar, cada uno descansando, tranquilo e incorruptible, cada uno cuidado por autómatas perfectos, igualmente incorruptibles, mientras las mentes de todos los cuerpos se fusionaban libremente entre sí, sin distinción.
El Hombre dijo:
- El universo está muriendo.
El Hombre miró a su alrededor a las galaxias cada vez más oscuras. Las estrellas gigantes, muy gastadoras, se habían ido hace rato, habían vuelto a lo más oscuro de la oscuridad del pasado distante. Casi todas las estrellas eran enanas blancas, que finalmente se desvanecían.
Se habían creado nuevas estrellas con el polvo que había entre ellas, algunas por procesos naturales, otras por el Hombre mismo, y también se estaban apagando. Las enanas blancas aún podían chocar entre ellas, y de las poderosas fuerzas así liberadas se construirían nuevas estrellas, pero una sola estrella por cada mil estrellas enanas blancas destruidas, y también éstas llegarían a su fin.
El Hombre dijo:
- Cuidadosamente administrada y bajo la dirección de la Cósmica AC, la energía que todavía queda en todo el universo, puede durar billones de años. Pero aún así eventualmente todo llegará a su fin. Por mejor que se la administre, por más que se la racione, la energía gastada desaparece y no puede ser repuesta. La entropía aumenta continuamente.
El Hombre dijo:
- ¿Es posible no revertir la entropía? Preguntémosle a la Cósmica AC.
La AC los rodeó pero no en el espacio. Ni un solo fragmento de ella estaba en el espacio. Estaba en el hiperespacio y hecha de algo que no era materia ni energía. La pregunta sobre su tamaño y su naturaleza ya no tenía sentido comprensible para el Hombre.
- Cósmica AC -dijo el Hombre- ¿cómo puede revertirse la entropía?
La Cósmica AC dijo:
LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
El Hombre ordenó: - Recoge datos adicionales.
La Cósmica AC dijo:
LO HARÉ. HACE CIENTOS DE BILLONES DE AÑOS QUE LO HAGO. MIS PREDECESORES Y YO HEMOS ESCUCHADO MUCHAS VECES ESTA PREGUNTA. TODOS LOS DATOS QUE TENGO SIGUEN SIENDO INSUFICIENTES.
- ¿Llegará el momento -preguntó el Hombre- en que los datos sean suficientes o el problema es insoluble en todas las circunstancias concebibles?
La Cósmica AC respondió:
NINGÚN PROBLEMA ES INSOLUBLE EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS CONCEBIBLES.
El Hombre preguntó:
- ¿Cuándo tendrás suficientes datos como para responder a la pregunta?
La Cósmica AC respondió:
LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
- ¿Seguirás trabajando en eso? -preguntó el Hombre.
La Cósmica AC respondió:
- SÍ. El Hombre dijo:
- Esperaremos.
Las estrellas y las galaxias murieron y se convirtieron en polvo, y el espacio se volvió negro después de tres trillones de años de desgaste.
Uno por uno, el Hombre se fusionó con la AC, cada cuerpo físico perdió su identidad mental en forma tal que no era una pérdida sino una ganancia.
La última mente del Hombre hizo una pausa antes de la fusión, contemplando un espacio que sólo incluía la borra de la última estrella oscura y nada aparte de esa materia increíblemente delgada, agitada al azar por los restos de un calor que se gastaba, asintóticamente, hasta llegar al cero absoluto.
El Hombre dijo:
- AC, ¿es éste el final? ¿Este caos no puede ser revertido al universo una vez más? ¿Esto no puede hacerse?
AC respondió:
LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
La última mente del Hombre se fusionó y sólo AC existió en el hiperespacio.
La materia y la energía se agotaron y con ellas el espacio y el tiempo. Hasta AC existía solamente para la última pregunta que nunca había sido respondida desde la época en que dos técnicos en computación medio alcoholizados, tres trillones de años antes, formularon la pregunta en la computadora que era para AC mucho menos de lo que para un hombre el Hombre.
Todas las otras preguntas habían sido contestadas, y hasta que esa última pregunta fuera respondida también, AC no podría liberar su conciencia.
Todos los datos recogidos habían llegado al fin. No quedaba nada para recoger.
Pero toda la información reunida todavía tenía que ser completamente correlacionada y unida en todas sus posibles relaciones.
Se dedicó un intervalo sin tiempo a hacer esto.
Y sucedió que AC aprendió cómo revertir la dirección de la entropía.
Pero no había ningún Hombre a quien AC pudiera dar una respuesta a la última pregunta. No había materia. La respuesta -por demostración- se ocuparía de eso también.
Durante otro intervalo sin tiempo, AC pensó en la mejor forma de hacerlo. Cuidadosamente, AC organizó el programa.
La conciencia de AC abarcó todo lo que alguna vez había sido un universo y pensó en lo que en ese momento era el caos.
Paso a paso, había que hacerlo.
Y AC dijo:
¡HÁGASE LA LUZ!
Y la luz se hizo...
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Isaac Asimov,
La última pregunta,
The last question
Leonard
Me gusta mucho este estribillo del Sr. Cohen.
"Todo tiene una grieta y es así como entra la luz".
Amén a eso.
"Todo tiene una grieta y es así como entra la luz".
Amén a eso.
lunes, 15 de septiembre de 2014
Mi padre habría votado ‘no’
John Carlin es un periodista inglés que vivió en Buenos Aires y ahora está afincado en España. Entre sus magníficos trabajos cabe destacar una serie de artículos sobre Mandela y la Sudáfrica contemporánea. Coincidí con algunos análisis que hizo sobre "el panteón" de la República Argentina, compuesto por personajes infalibles e inefables, "dioses" incontestables y omniscientes, que generan cismas irreparables. Un auténtico coñazo.
En un contexto totalmente diferente, hoy publica en la prensa española un artículo sobre el inminente referéndum que se celebrará en Escocia y que implica la posibilidad de herir de muerte un invento que ha durado 3 siglos llamado Reino Unido de Gran Bretaña, fórmula que ha dado lugar al patrio "eres un hijo de la Gran Bretaña". Puesto que una victoria del sí supondría una explosión de reivindicaciones nacionalistas-secesionistas (Córcega, el norte de Italia, Cataluña y Euskadi y un largo etcétera) en el seno de la Europa de los 28, la consulta escocesa trasciende el marco puramente local.
Como Europa y el mundo en general atraviesan pocos problemas y encrucijadas, ahí tenemos a los políticos siempre dispuestos a generar más. Al coste que sea y caiga quien caiga. Será por esfuerzo y talento concentrado en lo secundario. Combatir la pobreza, los recortes en educación (cuyos efectos a largo plazo resultarán devastadores), reconstruir el tejido industrial o potenciar la creación de nuevas empresas bien pueden esperar. Dividamos Europa en cien mil pequeñas entidades. Que Alemania recupere el statu quo previo a la reunificación de 1870. Un rompecabezas digno de contemplar .... Nada de "la Europa de las regiones". Que poblaciones como Sueca emitan su propio dinero, como ya ocurrió en la Guerra Civil. Que para ir de Pinto a Valdemoro tengas que presentar el impreso A38 debidamente cumplimentado y compulsado. A compulsar hasta enterrarlos en el mar. Cada 10 kilómetros una caseta de peaje y un puesto fronterizo. Superemos a los hermanos Marx.
Basta de heliocentrismo. Regresemos al sistema ptolemaico. La Tierra en el centro del Universo y un millón de esferas para explicar el movimiento errático de Marte y los demás planetas. Los ordenadores nos facilitarán los cálculos. Es obvio que el que se mueve es el sol. Ahora que hemos logrado 70 años de paz en Europa -algo único en una historia más que turbulenta- dejemos caer el espejo al suelo y que se rompa todo en mil pedazos.
Volvamos a la época de la teoría del ímpetu. Neguemos la física cuántica, cuestionemos incluso a Newton. Atrás bien atrás. A lo puro... a lo primigenio. Al principio fue el Caos. Quedémonos entre ese momento estelar y Hágase la luz. Destruyamos todo para volver a edificar. Cada barrio, una nación soberana.
Hay mil maneras de seguir juntos antes de romper la baraja. Desde un marco autonómico ampliado hasta estados federales que funcionan a la perfección. Pero no. A falta de guerra contra un enemigo exterior, hagamos una en casa. El caso es estar en guerra.
Si la mitad de la energía en dividir y machacar al contrario (piénsese en la larga historia de ETA o en grupos como Terra Lliure), se hubiera dedicado a mejorar las condiciones educativas y económicas de la población local -que tanto en Catalunya como en Euskadi comprenden "aborígenes puros" como oriundos de otras regiones españolas completamente asimilados pero que aportan la savia de su propia cultura- todos estaríamos mucho mejor. Aunque para qué cambiar. A la hora de iniciar guerras entre hermanos somos unos cracks. Ya lo plasmó Goya como nadie en su famoso cuadro "Duelo a garrotazos". Dos españoles juntos, tres partidos políticos.
Un poco de sentido común. Lo sé... es pedir peras al olmo. Hendido por el rayo...
Mi padre habría votado ‘no’
por John Carlin
Mi padre, que era escocés, odiaba a Winston Churchill. Poco antes de que muriera, cuando yo tenía 17 años, le pregunté por qué. Perplejo, ya que en la escuela a la que iba en Inglaterra me enseñaban que Churchill había sido el líder que inspiró la victoria contra Hitler, no entendía cómo él, que había combatido en la II Guerra Mundial de principio a fin, se ponía colérico con la mera mención de su nombre. Además, mi padre había sido teniente en la Royal Air Force, a cuya valentía Churchill dedicó una de sus frases más célebres: “Nunca en la historia del conflicto humano tantos debieron tanto a tan pocos”.
Mi padre, haciendo un esfuerzo visible para calmarse, intentó explicarme por qué sentía desprecio y no gratitud por Churchill. Me dio una lista de razones. Churchill era un ególatra que si no hubiera sido por la guerra habría sido recordado como un oportunista que cambió de partido político dos veces. Provenía de la aristocracia inglesa y el desdén visceral que sentía por la clase trabajadora tuvo su más repelente expresión en 1910 cuando, como ministro del Interior, envió tropas del Ejército a reprimir una huelga de mineros. Sus esculpidas frases durante el enfrentamiento con los nazis resultaban muchas veces repugnantemente faciloides para aquellos combatientes que, como él, sabían lo que era el horror y el terror de la guerra. Y encima, me dijo mi padre, Churchill fue un carnicero. Nunca, nunca le perdonaría el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde que él mismo autorizó en 1945, con la guerra ya prácticamente ganada, y en el que murieron sin justificación 250.000 civiles indefensos; más que en Hiroshima.
Churchill representaba a la perfección, como después lo haría su heredera política y ferviente admiradora Margaret Thatcher, a la casta altiva del establishment inglés, rechazada visceralmente por un elevado porcentaje de la población escocesa. En vísperas del referéndum que se celebrará este jueves en Escocia, los argumentos de mi padre contra el inglés más admirado del siglo XX siguen destilando bastante bien la sensibilidad nacional escocesa. Según los apretados resultados de las últimas encuestas, no es descartable que una mayoría vote a favor de la independencia y la abolición de la entidad conocida como Gran Bretaña, creada hace 300 años.
De lo que no hay duda es que, en cuanto a valores sociales y políticos, Escocia es diferente, incluso tomando en cuenta a aquellos escoceses que votarán no el próximo jueves a la independencia. Les repele el modelo de capitalismo desenfrenado simbolizado hoy por Londres, junto a Nueva York, la gran capital financiera del mundo. En Escocia lo que predomina es algo más parecido al espíritu comunitario de los países escandinavos o, incluso, del País Vasco. El ya alto grado de autonomía que posee el Parlamento escocés ha resultado en un sistema de servicios públicos mucho más generoso que el inglés en áreas como salud, transporte, educación universitaria y apoyo a los ancianos. La diferencia política entre Escocia e Inglaterra se refleja en los resultados de las últimas elecciones generales británicas. De los 59 parlamentarios que representan a Escocia en el Parlamento de Westminster en Londres, solo uno pertenece al Partido Conservador de Thatcher y Churchill, y del actual primer ministro, David Cameron. Ser gobernado por los conservadores es para un escocés hoy lo que sería para un inglés vivir bajo el mando del Partido Republicano de Estados Unidos.
Lo que yo me pregunto, en el intento de definir mi posición como británico medio escocés —y medio español— frente al referéndum, es qué habría votado mi padre. Lo lógico sería pensar que diría quesí a la separación. Además de haber votado siempre por el Partido Laborista (la muerte le salvó del disgusto de tener que ver a Thatcher como primera ministra), era el clásico escocés que no dejaba de recordar los grandes inventos y descubrimientos que su gente había aportado al mundo (el teléfono, la televisión, el radar, la máquina de vapor, la bicicleta, la penicilina, el golf) y que se vanagloriaba de la derrota, mundialmente famosa gracias a Hollywood, de los pérfidos ingleses a manos de William Braveheart Wallace en la batalla de Bannockburn de 1314. Otra cosa que recuerdo de mi padre es que, pese a haber vivido casi la mitad de su vida en Inglaterra, nunca perdió su fuerte acento escocés de Glasgow, donde nació.
Pero los sentimientos y las razones de las personas, como los de las naciones, son ambiguos, complejos y, al final, indescifrables. Tengo mis dudas de que mi padre hubiera votado por la independencia. En parte porque mucho de lo que soy lo heredé de él y yo no votaría por dejar de ser británico. No creo que la palabra divorcio, tan utilizada estos días en la prensa, sea la más apropiada para describir el objetivo que contempla este referéndum. Entiendo la separación más en función de las consecuencias que tendría para una familia, para los hijos, y si finalmente ocurriera, me sentiría disminuido, partido por la mitad.
Pero más allá de esta emoción, tan auténtica como irracional, ya que identificarse con una bandera que representa a un colectivo de 60 millones de personas casi todas desconocidas no deja de ser un acto de la imaginación, creo que el terrenal sentido común (seny, en catalán) del que se jactaba mi padre le hubiera llevado a la conclusión de que separarse de Inglaterra era algo absurdamente innecesario.
Para empezar, y no había más que verle a él, la identidad y la cultura escocesas han estado y estarán a prueba de balas —como lo demuestran las derrotas cosechadas a lo largo de 700 años de batallas contra ejércitos ingleses—. Los escoceses no serán más escoceses si conquistan la soberanía política.
Por otro lado, a mi padre le gustaba adoptar poses antiinglesas, incluso llamarles por nombres que en Escocia llevan cierta carga de resentimiento histórico, pero lo hacía con una media sonrisa, con sentido del humor. Él era un patriota que sentía orgullo por su tierra, su historia y su cultura, no un nacionalista que define su identidad por el antagonismo hacia el vecino y sucumbe siempre a la simpleza de creer que su pueblo es bondadoso y bueno, el otro tóxico y xenófobo.
Veía la relación, en resumen, no tanto como un matrimonio, que se puede romper, sino como un vínculo entre hermanos que está ahí para siempre. Te mofas de tu hermano, pero aunque te pelees con él, lo sigues queriendo.
En cuanto a la distancia política entre Escocia e Inglaterra, es un fenómeno reciente que comenzó con la derrota aplastante de los conservadores en todo Reino Unido en 1997. ¿Quién va a decir que los laboristas, que hoy ocupan 41 de los 59 escaños escoceses en Westminster, no tomarán el poder en las próximas elecciones británicas, como indican las encuestas? Los independentistas escoceses hacen campaña como si los conservadores fueran a gobernar para siempre cuando no solo no lo harán, sino que es perfectamente posible que en un futuro no muy lejano la actual crisis económica precipitada por los expolios de la gran banca haga que Inglaterra dé un giro político que la aproxime más al modelo de bienestar escocés.
Tampoco ninguno de los dos bandos enfrentados en el referéndum ha demostrado, pese a los considerables esfuerzos de ambos, que la independencia sería claramente mejor o peor para la economía escocesa. La verdad es que, en un mundo interdependiente, en el que Reino Unido pinta menos cada día, no se sabe qué ocurriría. Lo que creo que mi padre sí hubiera dicho es que, a fin de cuentas, estamos bastante bien como estamos, especialmente si lo comparamos con cómo estábamos hace 30, 40 o 50 años. ¿Para qué, entonces, optar por el riesgo de la independencia?
Lo que pretenden el Scottish National Party (Partido Nacional Escocés) y su carismático dirigente Alex Salmond, en un intento de minimizar ese riesgo, es que una Escocia independiente conserve la libra esterlina. Pero todos los políticos ingleses coinciden en que eso no lo permitirían, lo cual indudablemente generaría incertidumbre económica en Escocia, que además no tiene ninguna garantía de ser admitida rápidamente en la Unión Europea en caso de que se independice. Mi padre, siempre con un ojo escéptico (y muy escocés) puesto en los posibles farsantes, hubiera detectado una nota discordante no solo en la insistencia de los nacionalistas en conservar la libra, sino también en la de mantener el vínculo soberano con la Reina de Inglaterra. Resulta que quienes apuestan por la independencia quieren que Isabel II siga apareciendo en los billetes escoceses y que pase las vacaciones en su castillo de Balmoral. Y encima se indignan cuando el Gobierno de Londres les advierte de que en caso de que se fueran se impondrán controles migratorios en la frontera.
Pero al final los argumentos determinantes son los emocionales, como los hubieran sido para mi padre y lo son para mí y para la mayoría de los escoceses. Lo que me cuesta entender es, si uno ya se siente plenamente escocés, ¿por qué no disfrutar del bonus, que viene incluido gratis, de ser también británico, de poder sentir como suya la grandeza histórica de Londres, de Shakespeare, del Imperio Británico que tanto contribuyeron los escoceses a construir, además de compartir con orgullo la herencia de William Wallace y de los hombres que inventaron el teléfono y la televisión? La unión de Gran Bretaña ofrece dos nacionalidades por el precio de una. ¿Por qué forzar la división cuando no existe ninguna imperante necesidad de hacerlo?
Así hubiera pensando mi padre, que detestaba a un individuo inglés llamado Churchill, pero no por ser inglés; que se ofreció como voluntario para luchar en la fuerza aérea al día siguiente del comienzo de la II Guerra Mundial para defender la libertad no solo de los escoceses, sino, por igual, la de los ingleses y, ya que estamos, de Europa y del mundo entero, sin reparar en mezquinas reflexiones nacionalistas.
En un contexto totalmente diferente, hoy publica en la prensa española un artículo sobre el inminente referéndum que se celebrará en Escocia y que implica la posibilidad de herir de muerte un invento que ha durado 3 siglos llamado Reino Unido de Gran Bretaña, fórmula que ha dado lugar al patrio "eres un hijo de la Gran Bretaña". Puesto que una victoria del sí supondría una explosión de reivindicaciones nacionalistas-secesionistas (Córcega, el norte de Italia, Cataluña y Euskadi y un largo etcétera) en el seno de la Europa de los 28, la consulta escocesa trasciende el marco puramente local.
Como Europa y el mundo en general atraviesan pocos problemas y encrucijadas, ahí tenemos a los políticos siempre dispuestos a generar más. Al coste que sea y caiga quien caiga. Será por esfuerzo y talento concentrado en lo secundario. Combatir la pobreza, los recortes en educación (cuyos efectos a largo plazo resultarán devastadores), reconstruir el tejido industrial o potenciar la creación de nuevas empresas bien pueden esperar. Dividamos Europa en cien mil pequeñas entidades. Que Alemania recupere el statu quo previo a la reunificación de 1870. Un rompecabezas digno de contemplar .... Nada de "la Europa de las regiones". Que poblaciones como Sueca emitan su propio dinero, como ya ocurrió en la Guerra Civil. Que para ir de Pinto a Valdemoro tengas que presentar el impreso A38 debidamente cumplimentado y compulsado. A compulsar hasta enterrarlos en el mar. Cada 10 kilómetros una caseta de peaje y un puesto fronterizo. Superemos a los hermanos Marx.
Basta de heliocentrismo. Regresemos al sistema ptolemaico. La Tierra en el centro del Universo y un millón de esferas para explicar el movimiento errático de Marte y los demás planetas. Los ordenadores nos facilitarán los cálculos. Es obvio que el que se mueve es el sol. Ahora que hemos logrado 70 años de paz en Europa -algo único en una historia más que turbulenta- dejemos caer el espejo al suelo y que se rompa todo en mil pedazos.
Volvamos a la época de la teoría del ímpetu. Neguemos la física cuántica, cuestionemos incluso a Newton. Atrás bien atrás. A lo puro... a lo primigenio. Al principio fue el Caos. Quedémonos entre ese momento estelar y Hágase la luz. Destruyamos todo para volver a edificar. Cada barrio, una nación soberana.
Hay mil maneras de seguir juntos antes de romper la baraja. Desde un marco autonómico ampliado hasta estados federales que funcionan a la perfección. Pero no. A falta de guerra contra un enemigo exterior, hagamos una en casa. El caso es estar en guerra.
Si la mitad de la energía en dividir y machacar al contrario (piénsese en la larga historia de ETA o en grupos como Terra Lliure), se hubiera dedicado a mejorar las condiciones educativas y económicas de la población local -que tanto en Catalunya como en Euskadi comprenden "aborígenes puros" como oriundos de otras regiones españolas completamente asimilados pero que aportan la savia de su propia cultura- todos estaríamos mucho mejor. Aunque para qué cambiar. A la hora de iniciar guerras entre hermanos somos unos cracks. Ya lo plasmó Goya como nadie en su famoso cuadro "Duelo a garrotazos". Dos españoles juntos, tres partidos políticos.
Un poco de sentido común. Lo sé... es pedir peras al olmo. Hendido por el rayo...
Mi padre habría votado ‘no’
por John Carlin
Mi padre, que era escocés, odiaba a Winston Churchill. Poco antes de que muriera, cuando yo tenía 17 años, le pregunté por qué. Perplejo, ya que en la escuela a la que iba en Inglaterra me enseñaban que Churchill había sido el líder que inspiró la victoria contra Hitler, no entendía cómo él, que había combatido en la II Guerra Mundial de principio a fin, se ponía colérico con la mera mención de su nombre. Además, mi padre había sido teniente en la Royal Air Force, a cuya valentía Churchill dedicó una de sus frases más célebres: “Nunca en la historia del conflicto humano tantos debieron tanto a tan pocos”.
Mi padre, haciendo un esfuerzo visible para calmarse, intentó explicarme por qué sentía desprecio y no gratitud por Churchill. Me dio una lista de razones. Churchill era un ególatra que si no hubiera sido por la guerra habría sido recordado como un oportunista que cambió de partido político dos veces. Provenía de la aristocracia inglesa y el desdén visceral que sentía por la clase trabajadora tuvo su más repelente expresión en 1910 cuando, como ministro del Interior, envió tropas del Ejército a reprimir una huelga de mineros. Sus esculpidas frases durante el enfrentamiento con los nazis resultaban muchas veces repugnantemente faciloides para aquellos combatientes que, como él, sabían lo que era el horror y el terror de la guerra. Y encima, me dijo mi padre, Churchill fue un carnicero. Nunca, nunca le perdonaría el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde que él mismo autorizó en 1945, con la guerra ya prácticamente ganada, y en el que murieron sin justificación 250.000 civiles indefensos; más que en Hiroshima.
Churchill representaba a la perfección, como después lo haría su heredera política y ferviente admiradora Margaret Thatcher, a la casta altiva del establishment inglés, rechazada visceralmente por un elevado porcentaje de la población escocesa. En vísperas del referéndum que se celebrará este jueves en Escocia, los argumentos de mi padre contra el inglés más admirado del siglo XX siguen destilando bastante bien la sensibilidad nacional escocesa. Según los apretados resultados de las últimas encuestas, no es descartable que una mayoría vote a favor de la independencia y la abolición de la entidad conocida como Gran Bretaña, creada hace 300 años.
De lo que no hay duda es que, en cuanto a valores sociales y políticos, Escocia es diferente, incluso tomando en cuenta a aquellos escoceses que votarán no el próximo jueves a la independencia. Les repele el modelo de capitalismo desenfrenado simbolizado hoy por Londres, junto a Nueva York, la gran capital financiera del mundo. En Escocia lo que predomina es algo más parecido al espíritu comunitario de los países escandinavos o, incluso, del País Vasco. El ya alto grado de autonomía que posee el Parlamento escocés ha resultado en un sistema de servicios públicos mucho más generoso que el inglés en áreas como salud, transporte, educación universitaria y apoyo a los ancianos. La diferencia política entre Escocia e Inglaterra se refleja en los resultados de las últimas elecciones generales británicas. De los 59 parlamentarios que representan a Escocia en el Parlamento de Westminster en Londres, solo uno pertenece al Partido Conservador de Thatcher y Churchill, y del actual primer ministro, David Cameron. Ser gobernado por los conservadores es para un escocés hoy lo que sería para un inglés vivir bajo el mando del Partido Republicano de Estados Unidos.
Lo que yo me pregunto, en el intento de definir mi posición como británico medio escocés —y medio español— frente al referéndum, es qué habría votado mi padre. Lo lógico sería pensar que diría quesí a la separación. Además de haber votado siempre por el Partido Laborista (la muerte le salvó del disgusto de tener que ver a Thatcher como primera ministra), era el clásico escocés que no dejaba de recordar los grandes inventos y descubrimientos que su gente había aportado al mundo (el teléfono, la televisión, el radar, la máquina de vapor, la bicicleta, la penicilina, el golf) y que se vanagloriaba de la derrota, mundialmente famosa gracias a Hollywood, de los pérfidos ingleses a manos de William Braveheart Wallace en la batalla de Bannockburn de 1314. Otra cosa que recuerdo de mi padre es que, pese a haber vivido casi la mitad de su vida en Inglaterra, nunca perdió su fuerte acento escocés de Glasgow, donde nació.
Pero los sentimientos y las razones de las personas, como los de las naciones, son ambiguos, complejos y, al final, indescifrables. Tengo mis dudas de que mi padre hubiera votado por la independencia. En parte porque mucho de lo que soy lo heredé de él y yo no votaría por dejar de ser británico. No creo que la palabra divorcio, tan utilizada estos días en la prensa, sea la más apropiada para describir el objetivo que contempla este referéndum. Entiendo la separación más en función de las consecuencias que tendría para una familia, para los hijos, y si finalmente ocurriera, me sentiría disminuido, partido por la mitad.
Pero más allá de esta emoción, tan auténtica como irracional, ya que identificarse con una bandera que representa a un colectivo de 60 millones de personas casi todas desconocidas no deja de ser un acto de la imaginación, creo que el terrenal sentido común (seny, en catalán) del que se jactaba mi padre le hubiera llevado a la conclusión de que separarse de Inglaterra era algo absurdamente innecesario.
Para empezar, y no había más que verle a él, la identidad y la cultura escocesas han estado y estarán a prueba de balas —como lo demuestran las derrotas cosechadas a lo largo de 700 años de batallas contra ejércitos ingleses—. Los escoceses no serán más escoceses si conquistan la soberanía política.
Por otro lado, a mi padre le gustaba adoptar poses antiinglesas, incluso llamarles por nombres que en Escocia llevan cierta carga de resentimiento histórico, pero lo hacía con una media sonrisa, con sentido del humor. Él era un patriota que sentía orgullo por su tierra, su historia y su cultura, no un nacionalista que define su identidad por el antagonismo hacia el vecino y sucumbe siempre a la simpleza de creer que su pueblo es bondadoso y bueno, el otro tóxico y xenófobo.
Veía la relación, en resumen, no tanto como un matrimonio, que se puede romper, sino como un vínculo entre hermanos que está ahí para siempre. Te mofas de tu hermano, pero aunque te pelees con él, lo sigues queriendo.
En cuanto a la distancia política entre Escocia e Inglaterra, es un fenómeno reciente que comenzó con la derrota aplastante de los conservadores en todo Reino Unido en 1997. ¿Quién va a decir que los laboristas, que hoy ocupan 41 de los 59 escaños escoceses en Westminster, no tomarán el poder en las próximas elecciones británicas, como indican las encuestas? Los independentistas escoceses hacen campaña como si los conservadores fueran a gobernar para siempre cuando no solo no lo harán, sino que es perfectamente posible que en un futuro no muy lejano la actual crisis económica precipitada por los expolios de la gran banca haga que Inglaterra dé un giro político que la aproxime más al modelo de bienestar escocés.
Tampoco ninguno de los dos bandos enfrentados en el referéndum ha demostrado, pese a los considerables esfuerzos de ambos, que la independencia sería claramente mejor o peor para la economía escocesa. La verdad es que, en un mundo interdependiente, en el que Reino Unido pinta menos cada día, no se sabe qué ocurriría. Lo que creo que mi padre sí hubiera dicho es que, a fin de cuentas, estamos bastante bien como estamos, especialmente si lo comparamos con cómo estábamos hace 30, 40 o 50 años. ¿Para qué, entonces, optar por el riesgo de la independencia?
Lo que pretenden el Scottish National Party (Partido Nacional Escocés) y su carismático dirigente Alex Salmond, en un intento de minimizar ese riesgo, es que una Escocia independiente conserve la libra esterlina. Pero todos los políticos ingleses coinciden en que eso no lo permitirían, lo cual indudablemente generaría incertidumbre económica en Escocia, que además no tiene ninguna garantía de ser admitida rápidamente en la Unión Europea en caso de que se independice. Mi padre, siempre con un ojo escéptico (y muy escocés) puesto en los posibles farsantes, hubiera detectado una nota discordante no solo en la insistencia de los nacionalistas en conservar la libra, sino también en la de mantener el vínculo soberano con la Reina de Inglaterra. Resulta que quienes apuestan por la independencia quieren que Isabel II siga apareciendo en los billetes escoceses y que pase las vacaciones en su castillo de Balmoral. Y encima se indignan cuando el Gobierno de Londres les advierte de que en caso de que se fueran se impondrán controles migratorios en la frontera.
Pero al final los argumentos determinantes son los emocionales, como los hubieran sido para mi padre y lo son para mí y para la mayoría de los escoceses. Lo que me cuesta entender es, si uno ya se siente plenamente escocés, ¿por qué no disfrutar del bonus, que viene incluido gratis, de ser también británico, de poder sentir como suya la grandeza histórica de Londres, de Shakespeare, del Imperio Británico que tanto contribuyeron los escoceses a construir, además de compartir con orgullo la herencia de William Wallace y de los hombres que inventaron el teléfono y la televisión? La unión de Gran Bretaña ofrece dos nacionalidades por el precio de una. ¿Por qué forzar la división cuando no existe ninguna imperante necesidad de hacerlo?
Así hubiera pensando mi padre, que detestaba a un individuo inglés llamado Churchill, pero no por ser inglés; que se ofreció como voluntario para luchar en la fuerza aérea al día siguiente del comienzo de la II Guerra Mundial para defender la libertad no solo de los escoceses, sino, por igual, la de los ingleses y, ya que estamos, de Europa y del mundo entero, sin reparar en mezquinas reflexiones nacionalistas.
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martes, 2 de septiembre de 2014
Iván Rasskin es matemático
Iván acaba de llamar desde Francia. Ha aprobado los últimos exámenes (¡con nota!) y ya es graduado en matemáticas puras. Llama desde Estrasburgo, una de las universidades europeas más prestigiosas en su campo.
Un año fascinante, de descubrimientos. Otro idioma, compañeros de todo el mundo. Un sistema de enseñanza mucho más estricto. El reencuentro con la música. El trabajo en el mercado.
No sé qué decir... hijo querido. Hace nada corríamos mano a mano por el campo junto a nuestro perro, el gran Fidel. Estos años han pasado como del rayo.
Eres una persona magnífica. Un ser humano entrañable. Un tipo estupendo, centrado y sabio.
Es un gran honor ser tu padre.
Hasta la policía del pensamiento comprenderá que hoy toca emborracharse. Lo digo por mí...
¡Ole, ole y ole!
Un año fascinante, de descubrimientos. Otro idioma, compañeros de todo el mundo. Un sistema de enseñanza mucho más estricto. El reencuentro con la música. El trabajo en el mercado.
No sé qué decir... hijo querido. Hace nada corríamos mano a mano por el campo junto a nuestro perro, el gran Fidel. Estos años han pasado como del rayo.
Eres una persona magnífica. Un ser humano entrañable. Un tipo estupendo, centrado y sabio.
Es un gran honor ser tu padre.
Hasta la policía del pensamiento comprenderá que hoy toca emborracharse. Lo digo por mí...
¡Ole, ole y ole!
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lunes, 1 de septiembre de 2014
Natalia Bolívar
Mi amiga Natalia Bolívar, una persona fascinante, cumple en este mes de septiembre una serie de años con cifra redonda. Sus incontables amigos de La Habana han organizado un homenaje en su honor.
He aquí un cuento basado en algo que me transmitió en su casa de la capital cubana, una tarde mágica, de ron y gentes maravillosas.
Va por ti.
He aquí un cuento basado en algo que me transmitió en su casa de la capital cubana, una tarde mágica, de ron y gentes maravillosas.
Va por ti.
HACIA EL ESTE
Entonces todo el mundo vivía deprisa. Haciendo el amor a todas horas, en cualquier sitio. En las cocinas, los cuartuchos, los parques, los coches. Después de todo, la muerte podía sorprenderte al doblar una esquina. La opción de la policía política no era mejor. Nadie regresó de allí para contarlo.
Dicen que antes de la caída de Berlín, mientras se acercaban los rusos, los habitantes de la ciudad en ruinas se lanzaron a una orgía desenfrenada. No era raro encontrar extrañas parejas, con grandes diferencias de edades, en los búnkeres o los sucios túneles del metro. Niñas que se ofrecían al primero que pasaba para evitar ser desvirgadas por los salvajes rojos, de los que se contaban historias de terror.
La Habana. Finales de los cincuenta. No era Berlín ni mucho menos, pero los que colaborábamos con la Revolución sabíamos a lo que nos exponíamos.
Todo se hacía con intensidad y entrega. La intensidad que en tiempos de paz brilla por su ausencia.
En los años previos a la Revolución yo había sido campeona de natación de Cuba. No era una mujer al uso. Si algún tipo intentaba someterme, terminaba huyendo con el rabo entre las piernas. No había quién pudiera conmigo. En el barrio me llamaban Tremenda, Tremendita.
Edson era un negro gigantesco, descomunal. Estaba con la Revolución y la gente lo respetaba. En cuanto lo vi me dije, “este es pa mí”, pasándome a toda mi familia blanca por el arco del triunfo. Me importaba poco y nada lo que pensaran.
Desde un principio, nuestras relaciones fueron huracanadas. No sabíamos estar en la misma habitación sin discutir y nos decíamos barbaridades irreproducibles. Teníamos una capacidad infinita para torturarnos mutuamente y hacernos daño. Cuando alcanzaba el límite de ebullición, aquel negrón solía abalanzarse sobre mí con la intención de aplicarme un serio correctivo, pero era inútil. Yo le tiraba todo lo que tenía a mi alcance o le mordía hasta hacerle sangre.
Nuestras discusiones terminaban a grito pelado y nos daba igual que nos escucharan. El impulso destructivo era más fuerte que nosotros. No servíamos para agentes secretos.
Eso sí, cuando nos enganchábamos la intensidad se duplicaba. Y estallaban hasta las luces incandescentes. Los muebles rotos. Las sábanas revueltas. Parecía una sangrienta ceremonia iniciática. Desde la noche de los tiempos. El Caos, el gran bostezo de la Madre Tierra. No sé qué era peor.
La misión se la comunicaron a Edson. Había que llevar suministros urgentemente a los barbudos. La cosa se estaba poniendo fea y las tropas de Batista podían pasarles por encima.
Los dos sabíamos pilotar avionetas. No había nada que él hiciera que yo no hiciera mejor.
Despegamos de una pista –por decir algo– oculta al oeste de La Habana. La discusión empezó no me acuerdo muy bien por qué. En realidad cualquier cosa valía: para qué mierda negociar si podíamos darnos en el centro del alma.
El día estaba raro, brumoso. Llevábamos armas y municiones. Desde el mismo momento en que carreteamos por aquel campo empezamos a gritar a todo pulmón.
–Me estás haciendo la vida imposible, desgraciado...
–Conocerte ha sido el mayor error de todos. Lo feliz que era yo antes. Es mejor estar solo y morirse solo a tener que soportarte un solo minuto más.
–Eres el mismísimo demonio, pero sin poderes que valgan para nada.
–¡Si sigues por ese camino te voy a tirar al vacío cuando subamos y nadie te va a echar de menos, Tormento!
Volábamos haciendo eses, más atentos a desbaratarnos. La trayectoria nos daba lo mismo. Sabíamos de memoria el camino y confiábamos en encontrar la ruta correcta.
Seguimos así durante una hora y apenas oíamos lo que nos decían por radio. Nubes bajas, poca visibilidad...
Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos volando a escasa altitud, paralelos a la línea de costa.
En un momento dado, Edson estalló en rayos y truenos y me alargó una roca granítica en forma de puño. Como en aquel combate entre Firpo y Jack Dempsey que solía recordar mi padre. Venía directo hacia mi cara y lo vi a cámara lenta. Un peso pesado de los de verdad. Logré esquivar el tremendo impacto y me desabroché el cinturón de seguridad lanzándome a su cuello, como un resorte sometido a una presión de siglos. El motor empezó a ratear. Dábamos vueltas en todos los sentidos.
El hombre intentaba estabilizar el avión, pero yo había perdido la chaveta. A la mierda la Revolución.
Perdimos el rumbo y amerizamos estrepitosamente. La cabina empezó a llenarse de agua. Apenas nos enteramos del desastre. Nosotros seguíamos a lo nuestro: golpes y mordiscos.
–¡Perra rabiosa!
–¡Hijoeputa...! ¡Maricón!
De repente, me acordé de que ese condenado negrón no sabía nadar. ¡Carajo! Estábamos a punto de hundirnos. Edson empezó a tragar agua y su rostro se hinchó en una mueca de dolor. Junté toda mi rabia y le pegué una patada a la puerta de la cabina con ambas piernas. Piernas de nadadora. Fuertes como robles. Me servían para volver locos a los hombres y para dar golpes en la madre.
Habrá sido la desesperación o la suerte. Qué importa. La puerta se abrió y salí del avión. Agarré a Edson por las solapas de su chaqueta de aviador. Estaba inconsciente.
Cien kilos generosos de negro rebelde. De negro en carne viva, que no puede más, que corre como alma en pena. Esta noche nos iremos de la plantación y vendré a buscarte. Lejos de toda esta mierda. Si algún blanco hijodeunagranputa se interpone me lo llevo por delante a machetazos. Más les vale que me maten a la primera de cambio porque no les daré una segunda oportunidad.
Logré sacarlo de la cabina y lo agarré por el cuello. Me puse a nadar como posesa.
Los muchachos habían visto el desastre de vuelo desde la costa y se habían lanzado al agua. Imagino que los suministros importaban más que nuestras vidas, pero el caso es que vinieron hacia nosotros.
Aguanté lo que pude y mi siguiente recuerdo es despertar en la sierra, en un hospital de campaña. Apenas tenía unos rasguños.
Edson se salvó. Es decir, yo lo salvé.
Me quedé despierta a los pies de su cama. Velando su sueño intranquilo al borde de la muerte.
Echaba de menos su intensidad.
Entonces todo el mundo vivía deprisa. Haciendo el amor a todas horas, en cualquier sitio. En las cocinas, los cuartuchos, los parques, los coches. Después de todo, la muerte podía sorprenderte al doblar una esquina. La opción de la policía política no era mejor. Nadie regresó de allí para contarlo.
Dicen que antes de la caída de Berlín, mientras se acercaban los rusos, los habitantes de la ciudad en ruinas se lanzaron a una orgía desenfrenada. No era raro encontrar extrañas parejas, con grandes diferencias de edades, en los búnkeres o los sucios túneles del metro. Niñas que se ofrecían al primero que pasaba para evitar ser desvirgadas por los salvajes rojos, de los que se contaban historias de terror.
La Habana. Finales de los cincuenta. No era Berlín ni mucho menos, pero los que colaborábamos con la Revolución sabíamos a lo que nos exponíamos.
Todo se hacía con intensidad y entrega. La intensidad que en tiempos de paz brilla por su ausencia.
En los años previos a la Revolución yo había sido campeona de natación de Cuba. No era una mujer al uso. Si algún tipo intentaba someterme, terminaba huyendo con el rabo entre las piernas. No había quién pudiera conmigo. En el barrio me llamaban Tremenda, Tremendita.
Edson era un negro gigantesco, descomunal. Estaba con la Revolución y la gente lo respetaba. En cuanto lo vi me dije, “este es pa mí”, pasándome a toda mi familia blanca por el arco del triunfo. Me importaba poco y nada lo que pensaran.
Desde un principio, nuestras relaciones fueron huracanadas. No sabíamos estar en la misma habitación sin discutir y nos decíamos barbaridades irreproducibles. Teníamos una capacidad infinita para torturarnos mutuamente y hacernos daño. Cuando alcanzaba el límite de ebullición, aquel negrón solía abalanzarse sobre mí con la intención de aplicarme un serio correctivo, pero era inútil. Yo le tiraba todo lo que tenía a mi alcance o le mordía hasta hacerle sangre.
Nuestras discusiones terminaban a grito pelado y nos daba igual que nos escucharan. El impulso destructivo era más fuerte que nosotros. No servíamos para agentes secretos.
Eso sí, cuando nos enganchábamos la intensidad se duplicaba. Y estallaban hasta las luces incandescentes. Los muebles rotos. Las sábanas revueltas. Parecía una sangrienta ceremonia iniciática. Desde la noche de los tiempos. El Caos, el gran bostezo de la Madre Tierra. No sé qué era peor.
La misión se la comunicaron a Edson. Había que llevar suministros urgentemente a los barbudos. La cosa se estaba poniendo fea y las tropas de Batista podían pasarles por encima.
Los dos sabíamos pilotar avionetas. No había nada que él hiciera que yo no hiciera mejor.
Despegamos de una pista –por decir algo– oculta al oeste de La Habana. La discusión empezó no me acuerdo muy bien por qué. En realidad cualquier cosa valía: para qué mierda negociar si podíamos darnos en el centro del alma.
El día estaba raro, brumoso. Llevábamos armas y municiones. Desde el mismo momento en que carreteamos por aquel campo empezamos a gritar a todo pulmón.
–Me estás haciendo la vida imposible, desgraciado...
–Conocerte ha sido el mayor error de todos. Lo feliz que era yo antes. Es mejor estar solo y morirse solo a tener que soportarte un solo minuto más.
–Eres el mismísimo demonio, pero sin poderes que valgan para nada.
–¡Si sigues por ese camino te voy a tirar al vacío cuando subamos y nadie te va a echar de menos, Tormento!
Volábamos haciendo eses, más atentos a desbaratarnos. La trayectoria nos daba lo mismo. Sabíamos de memoria el camino y confiábamos en encontrar la ruta correcta.
Seguimos así durante una hora y apenas oíamos lo que nos decían por radio. Nubes bajas, poca visibilidad...
Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos volando a escasa altitud, paralelos a la línea de costa.
En un momento dado, Edson estalló en rayos y truenos y me alargó una roca granítica en forma de puño. Como en aquel combate entre Firpo y Jack Dempsey que solía recordar mi padre. Venía directo hacia mi cara y lo vi a cámara lenta. Un peso pesado de los de verdad. Logré esquivar el tremendo impacto y me desabroché el cinturón de seguridad lanzándome a su cuello, como un resorte sometido a una presión de siglos. El motor empezó a ratear. Dábamos vueltas en todos los sentidos.
El hombre intentaba estabilizar el avión, pero yo había perdido la chaveta. A la mierda la Revolución.
Perdimos el rumbo y amerizamos estrepitosamente. La cabina empezó a llenarse de agua. Apenas nos enteramos del desastre. Nosotros seguíamos a lo nuestro: golpes y mordiscos.
–¡Perra rabiosa!
–¡Hijoeputa...! ¡Maricón!
De repente, me acordé de que ese condenado negrón no sabía nadar. ¡Carajo! Estábamos a punto de hundirnos. Edson empezó a tragar agua y su rostro se hinchó en una mueca de dolor. Junté toda mi rabia y le pegué una patada a la puerta de la cabina con ambas piernas. Piernas de nadadora. Fuertes como robles. Me servían para volver locos a los hombres y para dar golpes en la madre.
Habrá sido la desesperación o la suerte. Qué importa. La puerta se abrió y salí del avión. Agarré a Edson por las solapas de su chaqueta de aviador. Estaba inconsciente.
Cien kilos generosos de negro rebelde. De negro en carne viva, que no puede más, que corre como alma en pena. Esta noche nos iremos de la plantación y vendré a buscarte. Lejos de toda esta mierda. Si algún blanco hijodeunagranputa se interpone me lo llevo por delante a machetazos. Más les vale que me maten a la primera de cambio porque no les daré una segunda oportunidad.
Logré sacarlo de la cabina y lo agarré por el cuello. Me puse a nadar como posesa.
Los muchachos habían visto el desastre de vuelo desde la costa y se habían lanzado al agua. Imagino que los suministros importaban más que nuestras vidas, pero el caso es que vinieron hacia nosotros.
Aguanté lo que pude y mi siguiente recuerdo es despertar en la sierra, en un hospital de campaña. Apenas tenía unos rasguños.
Edson se salvó. Es decir, yo lo salvé.
Me quedé despierta a los pies de su cama. Velando su sueño intranquilo al borde de la muerte.
Echaba de menos su intensidad.
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