sábado, 18 de febrero de 2017

Bajo el sol

¿Cómo resolver el problema de la injusticia si la solución final, valga la tremenda expresión, es una dictadura? Así sea la dictadura del proletariado.

Sabido es que las teorías de Marx estaban diseñadas para democracias liberales maduras, como es el caso de Francia, Alemania o Inglaterra. Con una clase trabajadora organizada y un nivel de conciencia de clase muy desarrollado.

Pero las cosas no ocurren casi nunca como se planean. Ocurren, antes o después, pero de otra manera... Y la revolución sucedió en Rusia, un país feudal con una clase trabajadora en régimen de semiesclavitud.

Sin embargo, los problemas siguen siendo los mismos. Hay gente que no tiene acceso a nada y nunca podrá siquiera soñar con una vida digna.

¿Cómo resolver los problemas de la miseria universal si no es por medio de una revolución? ¿Los poderes establecidos cederán graciosamente todos sus privilegios, así, sin más?

¿Y qué sentido tiene hacer una revolución si luego termina en una dinastía que recuerda a los regímenes monárquicos del estado absoluto, con hijos, hermanos, cónyuges, parejas de hecho o esbirros puestos a dedo heredando la jefatura del estado?

El problema está en la naturaleza humana. Sigue siendo la misma desde la época en que contábamos historias junto al fuego.

Un hijo de puta siempre es un hijo de puta. En la Inglaterra liberal de la reina Victoria y en la Albania de Enver Hoxha.

Al igual que el sueño de la razón produce monstruos, cuando la clase de "los de abajo" toma el poder, crea su propia clase de privilegiados. Ahora nos toca a nosotros, se llama. La gente supuestamente "normal" se rasga las vestiduras, pero no repara en que con sus actitudes cotidianas, sus coches, sus cómodas casas, sus viajes, su sanidad privada, sus colegios de pago, trazaba una línea divisoria de hierro con los miserables, potenciando un rencor de alcance universal.

La esperanza existe y está en todos aquellos que hacen algo por los demás, única medida de la integridad y la valía de un ser humano. A partir de ahí se pueden construir cosas sólidas.

El gran triunfo de la democracia liberal es haber transformado en pequeño-burgueses a los intelectuales. Los ha comprado, incorporándolos a la sociedad de consumo. Y cuando los vientos del pueblo arrecian son convertidos en polvo, porque no significan nada para nadie. No tienen el respeto de las clases trabajadoras porque, precisamente, viven como burgueses y adoptan su miserable escala de valores. Filosofan desde sus casas de verano, frente al mar, ante una copa de vino caro. No tienen la menor idea de lo que significa ser un trabajador. Eso sí, se dicen de izquierdas. Pues vivid como viven los trabajadores, no como niños pijos, hipócritas de mierda.

El pensamiento ha de continuar evolucionando. La única opción a la democracia liberal no puede ser el monopartido hereditario. Tiene que haber una tercera vía.

Ha de existir algo mejor que lo que tenemos o lo que la antigua Unión Soviética y la actual Cuba o Corea del Norte proponen. Sobre todo en un mundo mucho más complejo, con casi 8.000 millones de bocas que alimentar.

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