martes, 3 de septiembre de 2019

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Afirma Aristóteles que para vivir en soledad hay que ser un animal o un dios. Mmmmm... si me baso en los testimonios de mis amigas, impera cierta confusión sobre mi verdadera naturaleza. ¿La bestia que vino del hielo? ¿el mejor amigo de la milonguera? ¿un osito divino? Qué sabe nadie...

Tengo para mí que la clave está en el deseo. Dejar de desear equivale a dejar de vivir. Decir "ya está, ya hice todo cuanto vine a hacer a este mundo, me jubilaré en este trabajo, no voy a correr ni un solo riesgo, jamás veré un amanecer donde da la vuelta el aire. Me moriré sin saber de lo que era capaz". El engaño de la seguridad. Los años aportan cierto orden en la materia aparentemente ingobernable. No, no es del todo cierto. El fuego de la locura está ahí, acechando. Bendita locura.

La verdadera madurez implicaría la creciente espiritualización de los bienes deseados. Lo material corresponde a almas más pegadas a tierra. Esa es la versión oficial.

Bien es cierto que el asado se hace con las brasas. El fuego lo quema. Me desperté con hambre, un hambre de siglos. Cuando me ocurre -dime tú, Oh Diosa, Menin Zeá Akiles Oulomenen, cuándo no me ocurre- siento cómo me crecen los caninos, por eso es bueno que viva solo, encadenado. Bueno, no siempre... si amanezco junto a una mujer loba (lupus exceptionalis) o una rica heredera transilvana no se violentará, antes al contrario. Pero ¿qué estás diciendo, Martín? ¿No ves que estamos en horario infantil?

Ay, solita por la calle yo te vi... Qué desayuno me voy a pegar. Ole yo mismo. Hambre de vida.

La novela que estoy escribiendo -con qué intensidad la amo y cómo la odio- se ha convertido en mi amante más salvaje, más insaciable. Tierna e irascible a partes iguales. A veces siento que ella me escribe a mí. Se queda dulcemente dormida mientras leo en voz alta. Parece una niña. Y la parca.

Julio y agosto encerrado en una habitación. ¿Vacaciones? Bromea o qué... Tres de septiembre. Las mujeres reales se han desvanecido, han saltado al papel. Me gusta verlas deambular entre líneas, saltando de un capítulo a otro.

He abandonado la línea de costa, estoy en medio del océano. Ya no se alcanza a ver Lisboa. Tu rostro empieza a desdibujarse. Como la Sé, la Praça das Flores, la Rua das Pedras Negras, Saudade, tu boca. No hay nadie más en cubierta, estoy solo. Ni rastro del puerto de destino. Bailo todas las tardes con la muerte.

Me duelen los ojos de tanto otear el horizonte. Bitácoras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡ahhhh!, pero el Tejo, el Tejo, o Tejo y Lisboa siempre están ahí.