martes, 1 de septiembre de 2020

Más Allá

Uno de los trabajos más absurdos que he tenido -en el Pleistoceno, cuando tenía 24 años- fue el de redactor en la revista Más Allá. No recuerdo cómo conseguí el puesto, porque en esa época yo tocaba todas las noches en el Maravillas y el último pase era a las 5:00 de la madrugada. Así que iba a trabajar pasado de alcohol, mujeres y música.

A nadie parecía importarle en la redacción, porque la gente estaba del tomate. Yo me limitaba a hacer lo que hacía en el Maravillas y lo que he hecho siempre: perseguir a cualquier bípedo implume con faldas. Menos mal que nunca he tenido que trabajar en Edimburgo. Nunca me documentaba para escribir mis artículos, pero estaban cargados de fuerza sexual y ganas de beberme la vida hasta la última gota. Los lectores lo agradecen. Las lectoras. No existen los lectores. Ahí no hay dudas con la X o la e. Los tíos no leen. Además... ¿cuál es la "verdad" en temas parapsicológicos? A quién coño le importa la verdad. El caso es que la revista vendía más de 100.000 ejemplares y alguien se estaba forrando.

El 99 por ciento de los pavos y pavas que venían a vender "historias extraordinarias" sobre marcianos, cuerpos que se teletransportan al planeta HUMO, estados de conciencia previos a la existencia y terapias ridículas (en nuestra redacción se fraguó el primer SEMINARIO INTERNACIONAL DE RISOTERAPIA) eran ARGENTINOS. No uruguayos, chilenos, peruanos o venezolanos. Argentos.

Como soy bilingüe, me usaban de "intérprete" para recibirlos.

Había una tía cuyo nombre he borrado que tenía una tanga para no envejecer nunca y que consistía en mirarte al espejo durante 3 horas al día y decirte "cosas hermosas, amarte hasta la eternidad, acariciar tu sho más íntimo". Me invitó a salir una noche porque yo era el Golden Boy de la redacción. Me dijo un montón de cosas bonitas pero no funcionó. Llevaba 72 kilos de maquillaje encima.
Fue una época divertida. Mi jefe directo era otro argentino. Luis M. Tendría unos 20 años más que yo, pero le gustaba como escribía, así que me medio adoptó. Me contó que llevaba más de 15 años ahorrando y gastando lo mínimo del mínimo para hacer realidad su sueño: terminar sus días escribiendo en Bariloche.

Luis ahorró y ahorró y cuando juntó un capitalito emigró al país de las pampas. Comía en los peores restaurantes. Nunca salía por las noches. Solo trabajaba para lograr su objetivo. Nada de mujeres. Cero vicios. Llegó a Buenos Aires exactamente en septiembre de 2000, meses antes del corralito.

El País le hizo una entrevista cuya cabecera decía textualmente (no me lo estoy inventando) "Este país tiene el mayor número de hijos de puta por metro cuadrado". Perdió hasta el último céntimo.
En cualquier caso, en la redacción yo solía atender el teléfono diciendo "Más Allá, dígame..." Momentos impagables.

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